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La mujer pantera

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Oliver e Irena se conocen en un zoo. Él se queda prendado del misterio y la belleza que ella desprende. Se enamoran y se casan, pero Irena no se entrega al marido. Está presa de viejas leyendas de su Europa natal. Leyendas en las que las mujeres que sienten la pulsión del amor se convierten en panteras que destrozan a sus amantes. Irena tiene miedo, y Oliver se va alejando de ella y acercándose a Alice, su compañera de trabajo. En un último intento por llevar una vida normal, Oliver manda a Irena a un psicoanalista: el doctor Judd. Pero las palabras no sirven de nada contra el daño que lleva Irena dentro.

Irena es una mujer que espera. Y de esa espera, nace un monstruo. De alguna forma, ella se alumbra a sí misma. Se desdobla en una criatura feroz que es el mismo miedo que anida en la espera. En la languidez. Esa mujer sentada a la que llegarán horribles noticias. Esa mujer desesperada sobreactuando su misma tragedia ya que está imposibilitada para actuar. Su única posibilidad de escape es el histerismo, la incitación al melodrama, la mímica del drama romántico, el intento de suicidio.

Ahora también tiene otras opciones, como convertirse en pantera.

El principio de la película cumple con el teatrillo romántico. Ella, Irena, se deja seducir imponiendo su mohín consentidor al pegajoso optimismo bienhumorado de Oliver. Todo resulta demasiado fácil y, como en las fábulas, esa apariencia de felicidad conseguida sin esfuerzo tendrá un castigo.

Hay un presagio suave de primeras, una vaga sospecha del pecado original del amor, o del sexo. Algo que se conquista, no nos viene dado.

Irena es serbia. De una Europa extraña y romántica. De una Europa que al parecer produce esas mujeres-niña de cajita inaccesible. Oliver es americano. Cree en la superación, la voluntad y todas las cosas racionales. Le resulta atractiva Irena por su misterio, pero no teme desvelarlo. No hay destino trágico ni leyenda para él. Sólo una mujer encantadora un poco infantil y ensimismada. No hay por qué preocuparse.

Hay, eso sí, un velo, una distancia entre los dos desde la primera secuencia. Si ella se sincera, él le quita torpemente importancia a su revelación. Si ella le cuenta la historia trágica de su pueblo, él intenta calmarla con palabras vacías, como si a lo sagrado se le pudiera oponer el sentido común. Los gestos y palabras de Irena tienen una gravedad ritual. Ella es una novia que tararea una melodía sumida en la penumbra de la estancia. Al fondo, suenan los rugidos de las fieras. El hombre la mira fascinado, sin entender, pero suponiendo que ahí está el misterio. Un misterio fácil, puramente formal, sin ciénaga ni mecanismo de juguete. O eso cree Oliver.

Irena, como la siamesa risueña de una mujer fatal. Lo que en la femme fatal es voluntad de ser inalcanzable para confundir y manipular al hombre (misterio construido), en nuestra protagonista es arrastre hacia su destino. Incapacidad de romper el plástico transparente que la aísla de lo real. De lo que ella piensa como auténticamente real. Del amor y del sexo como fiesta de la vida. Una fiesta a la que conviene estar invitado. Algunos no lo están.

Quizá tanto Irina como la mujer fatal sean invenciones del deseo del hombre para separarlas de la madre, de la hermana, del resto de lo conocido. Quizá eso dañe a estas mujeres hasta convertirlas en caramelos envenenados. Quizá todo viene de un malentendido muy antiguo. Pero ahora, aquí, La mujer pantera, una película de 1942 de Jacques Tourneaur, toma la forma de un mito. Lo crea para explicarnos algo que nos sonaba pero desconocíamos con esa claridad. Una historia muy sencilla y precisa que ilumina una sombra inexplicable. El círculo interior es del mito, lo dijo el poeta.

la mujer pantera 2Una mujer que viene de un miedo lejano y se casa con un buen hombre. Un matrimonio que no puede consumarse por un atavismo que arrastra ella. Por un pavor indeterminado al sexo, al amor, a las emociones. Un deseo que se va pudriendo y se convierte en bestia. Una bestia hermosa y negra, que viene del miedo y de la angustia y se acaba purificando en el asesinato.

Irena no es así desde el principio. Aunque haya presagios esparcidos por su personaje, es activa como si fingiera ser americana. Y tiene el veneno suave de la europea. Parece, a veces, que engaña a su propia naturaleza (¿una pasividad erótica?). ¿Qué más se puede pedir? ¿Que sea una fiera en la cama?

Sea.

La mujer pantera, también como material altamente combustible. Como mujer a la que hay que temer cuando se desencadena el sexo en ella. Como la destrucción que provoca el deseo sin ataduras. Hermosa y fiera, muchos hablan así de esas mujeres. O aquella que era una mosquita muerta y mírala, una fiera en la cama. Pero también, la chica que le tiene miedo a dejarse ir por que sabe que cuando se va, llega demasiado lejos. Y al final, por miedo o vergüenza, acaba sellando la entrada a su propio deseo.

El hombre anda dando vueltas alrededor del deseo de ella. Un poco atolondrado. Sin duda encantador. Ella le cuenta una leyenda europea al atento americano. Nada de constituciones ni libre mercado. Una Historia con reyes, mamelucos, atrocidades, satanismo y bosques y montañas hacia donde huye el eje del mal. Él le escucha con la sonrisa condescendiente de quien se sabe del lado de la razón. Este es un ritual muy cercano y digno. Lo llaman educación y yo lo he presenciado. Al niño también se le dedica una doma y una orden cuando tiene una visión. Dirá entonces la verdad. De esas torturas saldrán gentes de bien que, amontonados y ordenadas alfabéticamente, podrán construir un país próspero y feliz. Pero antes deben domesticar al niño y al mecanismo mortífero e infantil que lleva nuestra Irina dentro de su cajita. El niño no se defiende. Pero Irena sí tiene colmillos. Y su forma es esa, tan temida por las viejas. La que les obliga a santiguarse.

Los animales se ponen nerviosos en presencia de Irena. Las pistas extrañas empiezan a cercar a la pareja. Pero el americano bueno y razonable no les presta atención. Cosas de mujeres. ¿Cómo de grande debe ser una herida para poder ser percibida a simple vista?. Estos hombres razonables son al final los que nos llevan a la guarida del monstruo. Silbando una alegre melodía. Así avanzan estos buenos hombres, con paso firme mientras pisotean nuestros terrores infantiles.

Y ella le observa a él y se divierte. Es el amor, nos subraya la música y el gesto relajado de los cuerpos. En Estados Unidos los enamorados ya se habrían besados, dice Oliver con acento de National Geographic. Irina se tensa. Ella no quería que llegase ese momento. Ella no quería enamorarse. Vivía sola, alejada de la gente, intentando escapar de un pasado, que intuimos, lleva dentro. «No quiero que me hagan daño», exclamaría nuestra heroína si saliera en la prensa del corazón. Pero en el reino de la duermevela que es el cine americano de los años 40, nos ahorran esas frases. Y lo que nos muestran es la antesala de un monstruo muy conocido. El miedo al sexo enmascarado como miedo al amor. Eso opina el psicoanalista de guardia, el doctor Judd, que irá apareciendo en la película para desencadenar lo siniestro que se revuelve en las entrañas de la mujer. Un hombre que dice curar, pero con aviesas intenciones. Los hemos conocido todos, a esos hombres. Olisquean el rastro de la princesa como el de un animal herido. Y el público exclama atónico: el lobo, el lobo, mientras ella se acerca ingenua a su final. No es es este el caso. Irena es pura, pero no ingenua. Y la fiera que segrega su pureza castigará a quien lo merece.

Irena encerrada en su castillo de la pureza de niña de santa maría. Encerrada en un hechizo que es el de las personas heridas en su sexo. O en el de las personas heridas a secas. No vas a poder moverla de ahí. Irena lleva dentro su propia niña enterrada. Pero Oliver y su optimismo no piensan igual. “Tú eres Irena y estás en America. Eres normal y estás enamorada de mí. Oliver Reed, un buen americano. Eres tan normal que te casarás conmigo, y esas historias les encantarán a nuestros hijos cuando se las cuentes”

Cuando Irena mata sin querer al pájaro en la jaula (vas a matar lo que amas) la música es romántica. Es una sensación general de los enamorados, el peligro en el otro. Pero la mujer va mas allá y el cadáver del pájaro se lo lleva a la pantera que le espera en su jaula. Esa es su naturaleza, nada extraña en el fondo. Alimentar a un animal con otro animal. La naturaleza sin domesticar. Pero esto es América, el país que se hizo a sí mismo y doblegó todos los atavismos.

la mujer pantera 3Irena y Oliver se casan. Ella lo está intentando. Quiere ser la señora Reed con todo lo que ello significa. Pero no puede. No puede. Todo esto tiene un aroma de viejo voluntarismo que no le va a servir para nada. Irena está ya cerca de aceptar su esencia de animal solitario y herido. Pero sigue luchando por la normalidad. Ella quiere confiar en que ahí encontrará la felicidad. En el matrimonio. En la familia. Envidia la vida de los demás, vidas normales a las que no puede acceder. Son libres (cree ella). Libres de maldiciones ancestrales, de religión, de heridas sin curar. Esto es América, un país de hombres libres. ¿Verdad?

Hay una presencia subversiva en toda la película que es Irena. La quiebra de la norma. Una mujer que busca que la enjaulen pero, una vez presa, revienta las costuras. Incluso Irena como mujer fatal es desconcertante. Animal misterioso (en la mirada del hombre) que se resiste al sexo. Pero también al sexo en el matrimonio, algo que no debería ser pecado. Irena no se deja poseer. Por bella y misteriosa que sea, no pertenece a nadie.

Irena se convierte por un momento en una heroína romántica. Espera, ten paciencia, le dice Oliver. No puede acceder al deseo, pero las ataduras que se lo impiden no son las convenciones sociales, ni otra mujer (como en los melodramas). Es su herida, que ella sabe, y eso le trastorna. En el momento en que Irena se deja resbalar por la pared sin poder atender la llamada del hombre sabemos que no será posible la unión con el otro. La salida de sí misma. El matrimonio la ha acabado de matar. Antes tenía una esperanza envuelta en un mal presagio, pero existía la duda. Ya no. Ella está, ahora, con un lago hiératico a sus pies. Y muy lentamente, para no romper el rito de la inmovilidad, se irá sumergiendo en la desesperación.

Curar a la niña de sus alucinaciones. Hay gente que tiene manías muy extrañas.

El doctor Judd, un psiquiatra amigo, es el encargado de la cura. No le gusta a Irena contarle sus fantasmas, se sienta mohína, como una niña pequeña a la que han pillado en falta. “Mujeres que por celos, disputa o sus propias pasiones corruptas pueden convertirse en panteras”. “Si una de esas mujeres se enamorara y su pareja la abrazara o besara, ella, poseída de su propia maldad, lo mataría” . El doctor Judd la manosea un poquito, a ella, la que no se deja ni rozar. A pesar de esto, Irena vuelve feliz a casa para contarle a su marido su pequeña felicidad. Aireado el misterio, parece que pierde el hechizo. Pero en casa está Alice, una amiga de Oliver. Guapa, despreocupada, más carnal y menos inalcanzable que Irena, sabe también su secreto. Oliver, con esa falta de sensibilidad que nace del optimismo mecanizado por la voluntad se lo ha contado. “¿Cómo puedes contarle cosas tan íntimas sobre mí?”. La situación desvela un ira desconocida en Irena. De niña traicionada. Gélida, nada gesticulante. Y una amenaza: “lo que sea que tengo está reprimido y resulta inofensivo mientras soy feliz. Nunca me hagas enojar ni que sienta celos”.

Alice se ofrece a Oliver. Un amor comprensivo que espanta la soledad y se crece en la rutina. “Sin torturas, sin dudas”. Un amor sin los perros al fondo. Real, no imaginado, sin drama ni misterio. Mientras Oliver y Alice van deshaciendo el trocito de normalidad que Irena había conquistado la princesa pasea cerca de las fieras, se acerca a ellas y escucha las explicaciones racionales del doctor Judd sobre la cajita averiada. Más tarde, en casa, se finge el matrimonio. Se finge incluso una discusión matrimonial. Y fingir es una forma de que ciertas personas puedan soportar el contacto con los demás. “Irena, qué nos está pasando?” Las personas pueden alejarse… No eres sincera conmigo… Nunca te he mentido… No dejas que nadie te ayude, eso es lo que le he dicho a Alice esta tarde.

«¡Alice!» —exclama Irena—. Y ahí, la acaba de arrojar contra el acantilado. Irena y su vocecilla infantil. Los niños pueden odiar para siempre y desear la muerte de quien les daña. Ya no hay más melodrama ni romanticismo. Ya no hay espera. Irena va a deshacer su deseo yacente en ira negra de mujer despechada.

Y estas son sus últimas palabras antes de ser bestia: Habla. No puedes hablar. No puedes decir nada. Sólo hay silencio. Pero yo amo el silencio. Amo la soledad. Está dentro de mí. Su fuerza, su calidez. Son suaves. Son suaves”

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8 Comentarios

  1. Pero que muy bien escrito. Así da gusto.

  2. ¿podrías ar la ficha tecnica de la película? gracias :) me ha encantado el artículo!

  3. frutal, de brutal.

  4. Se le ha olvidado, aunque solo fuera, mencionar al hombre en la sombra: Val Lewton.

    http://www.youtube.com/watch?v=pjlBWgPPFCc

  5. Pingback: La mujer pantera

  6. Israelín

    Hay gente que sabe escribir, y hay gente que no sabe leer, el amigo angelín es de los terceros, sabe escribir y transmitir.

  7. Oh, mesetas

  8. Pingback: 20 – Llibres recomanats entorn “La mujer pantera” | CinèFilms. Reviu el cinema a CineCiutat

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