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El mejor amigo de Hitler (notas de una lectura)

Adolf Hitler y Albert Speer 2

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Empiezo a leer el libro de memorias de Albert Speer, el que fuera arquitecto de Hitler y ministro de Armamento del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial. Después condenado a 20 años de prisión por el tribunal de Nuremberg, en 1948. Otra docena de ministros y altos cargos del régimen nazi fueron condenados a muerte. Los ahorcaron.

¿Por qué se libró de la horca Speer, ministro del periodo más genocida del régimen y uno de los más cercanos a Hitler durante mucho tiempo? ¿No sabía que se exterminaban judíos, extranjeros y disidentes en la Alemania también gobernada por él?

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El prólogo parece escrito por Baroja. Escrito desde el escepticismo, en un tono ciertamente pesimista. Prólogo datado en 1969, ya era libre. Escepticismo sobre todo ante la continua tecnificación de la sociedad. En 1948, en su discurso final ante el tribunal y ante el mundo (que sigue atento el proceso), dijo: «… cuanto más se tecnifique el mundo será más necesario que, en contrapartida, se fomente la libertad individual y el respeto de cada hombre hacia su propia dignidad».

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¿Autojustificación? Sí, claro: «…me parece que la desesperada carrera contra el tiempo, la testarudez obsesiva por las cifras de producción se superpusieron a todas las consideraciones y sentimientos de humanidad»[Pág. 675]. Pero todo escrito autobiográfico es una autojustificación. Uno de grandes motores de la escritura es el sentimiento de culpa. Hemingway decía que había que escribir enamorado. Le faltó decir enamorado de otra.

Speer escribe este libro para comprender su culpa, su responsabilidad. «Porque hay cosas —escribe unos días después de conocer su condena a 20 años en Spandau— de las que uno es culpable incluso cuando pueda disculparse, sencillamente porque la enormidad del crimen es tan desmesurada que anula cualquier disculpa humana» [Pág. 928].

Intento recordar cuál era la imagen que tenía del autor de estas memorias antes de leerlo, o cuando lo estaba aún empezando a leer. De vez en cuando tomaba notas, pero no veo que nada de lo anotado me sirva realmente de mucho. Antes de leer el libro pensaba leer las memorias de un nazi culto. O ni siquiera eso. Un nazi, un antisemita, en todo caso. Speer; un nazi con talento literario. El hecho de que el libro esté editado en español por Acantilado y de que ya hubiera leído por ahí que era bueno en lo que a calidad literaria se refiere reforzaba esa imagen.

Lo primero que descubro es que es un buen escritor. Lo segundo que apenas muestra interés por el antisemitismo. Es uno de los temas tabú del libro, puede que el único tema tabú. Los judíos, al parecer, ni le van ni le vienen. O por lo menos no se atreve a comentar nada. Si lo que quería con sus memorias es dar una imagen de sí mismo diferente a todos los demás condenados en Nuremberg lo consiguió. Es «el nazi bueno». Hay que decir también que de todos los altos mandos nazis ninguno tenía el perfil técnico e ilustrado de Speer. De entre todos los animales sin el bachillerato acabado que era la plana mayor del Tercer Reich Speer es la excepción (y quizá Goebbels, también universitario, que ha quedado como el inventor de la propaganda política moderna y poco menos que de la publicidad. Al final demostraría un fanatismo de cabeza de chorlito al asesinar a su familia y suicidarse). A Hitler, según Speer, le gustaba rodearse de inferiores. De esa forma se mostraba más desinhibido y dominante.

Algunos nombres: Heinrich Himmler, Martin Bormann, Herman Goëring, Rudolf Hess, Alfred Rosenberg, Reinhard Heydrich, Fritz Sauckel, Sepp Dietrich

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Adolf Hitler y Albert Speer 4Speer: arquitecto, un tipo leído, de familia liberal, individualista, trabajador, gran organizador. Un tipo eficiente. El estereotipo del alemán puntual y sistemático. No así Hitler, que vivía una bohemia de Estado (noches en vela, mañanas en blanco durmiendo, comidas larguísimas…). Speer llega a preguntarse cuándo trabajaba ese hombre.

El único principio moral que parece guiar a Speer durante sus primeros años con Hitler es el siguiente; trabajar y hacer las cosas bien en menos tiempo que cualquier otro. Lo demás, fuese lo que fuese, parece importarle más bien poco. Medrar. Acaparar los máximos proyectos posibles. Podríamos decir que era un trepa. Pero un trepa a fuerza de trabajo y eficacia, más que un pelota. Hitler, como es natural, pasaba sus días atrapado entre pelotas y lameculos expertos. Incluso premiaba esa conducta en los demás y elegía a sus colaboradores más importantes entre los más desvergonzados «asnos cabeceantes», como les llamaría Speer, por la costumbre que tenían todos ellos de asentir a cada afirmación de Hitler, por disparatada que fuera.

A Speer le irritaban sus compañeros de partido. Para él eran una banda de bárbaros que habían prosperado un poco por el desconcierto de la época. Percibía en sus comportamientos el origen pequeño-burgués de la mayoría de ellos. Prefería la compañía de artistas, científicos, profesores, y no los toscos acéfalos de los que solía rodearse Hitler en sus momentos de asueto. Y principalmente despreciaba a Hitler, que le parecía el más torpe de todos. Este es uno de los puntos más graciosos de las memorias.

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Un resumen perfecto de la idea que se hace uno de Speer durante la lectura de estas memorias es el artículo del Observer inglés del nueve de abril de 1944 y que se cita en el libro [página 620], cuando le da a leer a Hitler el recorte: «Speer es hoy, en cierto modo, más importante para Alemania que Hitler, Himmler, Göring, Goebbels o los generales. En realidad, todos ellos no son sino colaboradores de este hombre, que es quien realmente dirige la gigantesca máquina bélica y saca de ella el máximo rendimiento. Vemos en él la precisa materialización de la revolución del ejecutivo. Speer no es uno de esos nazis extravagantes y pintorescos. De hecho ni siquiera se sabe si tiene opiniones políticas. Se habría podido adscribir a cualquier otro partido político, si hacerlo le hubiera servido para conseguir trabajo y una carrera».

Speer trabajó para Hitler porque representaba sin duda el éxito y el porvenir en esos años. Hitler le asombró en 1931, cuando acudió a un mitin, quizá llevado por las ideas de su maestro de arquitectura Tessenow, que proclamaba lo siguiente: «Es posible que tenga que aparecer alguien que piense con sencillez. Pensar se ha vuelto demasiado complicado. Un hombre sin formación, en cierto modo un aldeano, solucionaría este problema con gran facilidad, precisamente porque no estaría corrompido. Ese hombre tendría energía suficiente para hacer realidad sus sencillas concepciones» [Pág. 37]. Sobra decir que este pensamiento se asentaba con suma facilidad en las cabezas de los estudiantes de la época y encajaba perfectamente con lo que representaba Hitler. Es el momento de los bárbaros; todos esperan uno que los guíe. A pesar de todo, a pesar de la fascinación que le produjo la personalidad de Hitler en un principio, y con tal de llegar a algo como arquitecto, a Speer le hubiese servido cualquiera; Churchill, Stalin, Roosevelt, Napoleón.

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Una curiosidad. De las novecientas y pico páginas que tiene el libro creo que no aparece la palabra judío más de una media docena de veces. Un par de veces en el prólogo, para comentar lo mucho que le perturba la foto de una familia de judíos camino del crematorio que le enseñaron en los juicios de Nuremberg. Por lo demás, si dentro de 200 años un ignorante o un extraterrestre, o una mezcla de ambos, leyera este libro intentando conocer qué había pasado en la Segunda Guerra Mundial se quedaría con la idea de que lo más grave que había pasado era que la continua metedura de pata de Hitler había llevado a Alemania al desastre final, a la aniquilación de miles de alemanes por los caprichos de un idiota con algo de carisma y también a la muerte de algunos miles de enemigos soviéticos, ingleses y norteamericanos. Y punto. Pero ni una palabra sobre el Holocausto, así llamado, o Shoah. El antisemitismo de Hitler y los demás parece más una extravagancia que otra cosa. Admite Speer, llevado por su celo en la producción de armamento, a deportar y usar prisioneros de guerra en sus fábricas alemanas. Por lo demás, no se ve que haya pasado nada.

Es difícil creer que un ministro de Hitler (y no uno cualquiera, sino uno de sus ministros estrella, y uno de los más cercanos a él) no supiera nada del aniquilamiento de judíos. ¿Se lo ocultaban, acaso, para que no se desmayase? Improbable.

Se sabe, al parecer, que escuchó el discurso de Posen, donde Himmler dejó muy claro su teoría de que el único judío bueno es el judío muerto. Speer en todo caso no dice palabra en todo el libro sobre el asunto y alegó en su momento no estar al tanto de lo que se hacía en los campos de exterminio.

Parece razonable creer que a Speer el exterminio en los campos de concentración nunca debió parecerle del todo bien. Pero no por razones éticas. Yo creo que debía parecerle poco práctico. Un gasto inútil y una pérdida absurda de personal.

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El gran tema del libro es el poder. El Poder. Sus intrigas. El poder y su inevitable atracción: «… el afán de ejercer un poder puro, de efectuar nombramientos, de disponer de miles de millones, finalmente había conseguido sobornarme y embriagarme».

Adolf Hitler y Albert Speer

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«Puede que hoy en día Hitler se haya convertido en un objeto de frío estudio para el historiador; pero para mí sigue siendo una persona, sigue estando físicamente presente». Y esto es lo mejor del libro; la presencia física de Hitler. Es un personaje alucinante y risible.

Según Speer, Hitler era un diletante. Ese era precisamente su gran problema. Creía saber de todo, dominarlo todo y por supuesto nada más lejos de la realidad. Así: «Los éxitos estratégicos de los primeros años de la guerra pueden atribuirse perfectamente a su incapacidad para aprender las reglas del juego y al ingenuo placer de tomar decisiones. Como el contrario se atenía unas reglas que Hitler, en su prepotencia autodidacta, desconocía o no empleaba, se produjeron efectos sorpresa que, unidos a la superioridad militar, fueron la base de sus éxitos. Pero como suele sucederles a los inexpertos, naufragó tan pronto se produjeron los primeros reveses».

Hitler era un aficionado, un jugador. Jugaba a la arquitectura, pero también a mover divisiones del ejército en el mapa. Nunca fue un profesional, un experto en nada y ni siquiera comprendía lo que eso podía significar, según Speer. Metía las narices en asuntos que no eran de su competencia, desechando las opiniones de especialistas y dejándose llevar por intuiciones o caprichos e insistiendo en decisiones temerarias solo por el hecho de que alguien le llevase la contraria. Speer era precisamente lo que no era Hitler; un técnico.

Al leer las memorias de Speer es inevitable no pensar que Hitler era un perfecto imbécil. Además de insensato, caprichoso, poco trabajador, muy influenciable y nada constante en sus amistades y afectos. Era además un optimista patológico, peligrosamente delirante, que hasta los últimos días de la guerra tuvo la convicción de que algo (una mano invisible) haría que al final las cosas se pusieran de su parte y todo se arreglara. Aunque Hitler no era religioso creía en una especie de providencia que le protegería y le llevaría por el camino del éxito hasta el fin de sus días. De vez en cuando se desmoronaba, sobre todo en los últimos meses, y aun así alternaba ese abatimiento con ataques de euforia contagiosos que hacían olvidar a los que le rodeaban la cruda realidad. Nadie podía decirle que la guerra estaba perdida ni siquiera cuando los rusos estaban a punto de entrar en su búnker.

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Hasta el final de sus días Hitler torturó a su círculo íntimo (colaboradores, secretarias, ayudantes…) con interminables monólogos soporíferos que duraban hasta las tantas de la madrugada. Como la situación era insostenible pensaron en asistir por turnos a esas veladas. Por lo que cuenta Speer el aburrimiento era a veces insoportable.

Vemos que el objetivo de Hitler no era tanto dominar el mundo (aunque también, como algo secundario o derivado de lo más importante… una vez dominada Europa lo demás vendría solo), sino construir una Alemania del Tercer Reich, literalmente, una arquitectura grandiosa que dejase durante siglos la huella de un nuevo Alejandro Magno. Hitler quería firmar con moles de granito Alemania entera, y todo para que las generaciones futuras tuvieran conocimiento de su paso por la tierra. Para ello Speer se sacó de la manga su «teoría del valor como ruina», que se traducía principalmente en la renuncia en la medida de lo posible al hormigón armado y a la estructura de acero en todos los elementos constructivos para que estos edificios «pudieran legar a la posteridad el espíritu de su tiempo», que como digo era la razón primera que movía a Hitler en el afán edificador.

En ese sentido podríamos decir que las pretensiones de Hitler eran fundamentalmente artísticas. El agitador también había sido pintor. Fue en todo caso un artista mediocre consciente de su mediocridad. Esto se ha dicho mucho, y por lo leído aquí parece cierto. Más que dictador a Hitler le hubiera gustado ser un arquitecto reconocido. Si a Hitler le hubiesen dicho que dibujaba bien quizá no hubiese llegado a canciller de Alemania. Aquí se ve el mal que puede hacer una mala crítica. Pero ya habiendo llegado a donde había llegado, y mientras lograba sus objetivos verdaderos, de paso conquistaba Europa y el mundo. Era su gran obsesión la arquitectura, el legar algo grandioso a la posteridad; y concretamente las obras que había proyectado con la ayuda de Speer: «Comenzaré las obras antes de que acabe la guerra. No dejaré que la guerra me impida hacer realidad mis propósitos» [Pág. 337]. Claro que sus proyectos eran tan faraónicos que solo llegando a ser el que fue podría tener alguna oportunidad de construirlos. Con Speer a su lado y todos los millones de marcos necesarios parecía posible. Es significativo lo que dice el padre de Speer (también arquitecto) cuando le enseña las maquetas su hijo ya célebre: «¡Os habéis vuelto completamente locos!».

Es decir; Hitler se convirtió en el Führer para poder ser el arquitecto que nunca había podido ser. Lo demás era secundario: «Entonces le gustaba repetir sus viejas lamentaciones de que en realidad se había hecho político en contra de su voluntad, que en el fondo era arquitecto frustrado y que si no había logrado ejercer era solo porque había tenido que convertirse en promotor estatal para encargar las únicas obras que estaban a su altura».

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Hitler y BlondiEl narrador no oculta, al contrario, su ambivalencia de sentimientos hacia Hitler. Este es otro gran atractivo del libro. Está tan claro, por todo lo que narra Speer, que la incompetencia de Hitler era sobrada, que sorprende ver como una y otra vez Speer se derrumba siempre que Hitler parece distanciarse de él. Por una parte la razón le dice claramente que está ante un demente, culpable además de todas las desgracias que sus meteduras de pata en la guerra traen a Alemania, y de la predecible destrucción del pueblo alemán (y además el destino de este le importa un pepino a Hitler, basándose en su teoría de que si el pueblo alemán no puede ganar la guerra es que no merece sobrevivir), y por otra parte no puede evitar sentir una atracción y admiración irracional por ese memo incompetente. Hasta afecto verdadero, parece.

Incluso en la despedida (acude al búnker de la Cancillería para ver por última vez a Hitler cuando no está muy seguro de que este, en un delirio final, no le meta un tiro en la barriga), y después de comprobar que ese hombre había arrasado Alemania y los territorios ocupados llevado por el fanatismo y la barbarie nunca vista, pues a pesar de todo se emociona:

Aquel anciano tembloroso volvió a estar frente a mí por última vez; aquel a quien decidí consagrar mi vida doce años antes. Yo estaba emocionado y confuso al mismo tiempo. Él, en cambio, no mostró la menor excitación cuando nos hallamos cara a cara. Sus palabras fueron tan frías como la mano que me tendió.

—Entonces, ¿se marcha? Bien. Adiós.

Ni un saludo a la familia, ni buenos deseos, ni gracias, nada. Por un momento perdí el control y le dije que pensaba volver. Pero él pudo advertir con facilidad que se trataba de una mentira piadosa y se volvió hacia otro lado. Ya me había despedido.

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En Nuremberg Speer llegó a decir que si Hitler hubiese tenido amigos él hubiese sido uno de ellos. Pero lo que parece quedar bastante claro en estas memorias es que Hitler no tenía amigos, o como mucho uno: su perra pastor, Blondi. «Es probable que aquel perro pastor desempeñara el papel principal en la vida de Hitler; era más importante que sus estrechos colaboradores. Cuando en el cuartel general no había ningún invitado que le resultara agradable, Hitler comía solo en compañía del perro» [Pág. 544].

Speer detalla cómo Hitler se va quedando solo. La cadena de fracasos y la inminencia del desastre final desperdiga a los que antes no dejaban de visitarlo:

Hitler fue perdiendo el contacto con sus semejantes paulatinamente, de una forma casi imperceptible. Una observación que repetía con frecuencia desde otoño de 1943 hacía patente su infeliz aislamiento:

—Speer, llegará el día en que ya no tendré más que dos amigos: la señorita Braun y mi perro.

Su tono era tan misantrópico y directo que yo no podía recordarle mi lealtad ni mostrarme herido. Visto desde fuera, esta parece haber sido la única predicción en la que acertó de pleno, aunque no se debiera a sus propios méritos, sino más bien a la valentía de su amante y a la dependencia de su perro.

Speer reconoce que, después de todo, nunca llegó a conocerlo del todo. Llegamos entonces a la única conclusión que no parece admitir ninguna duda: el mejor amigo de Hitler fue Blondi, su perra. Se le administró una cápsula de cianuro justo antes de que Hitler y Eva Braun se suicidaran.

Por un episodio de Los Simpsons se sabe que Blondi está en el infierno de los perros.

Memorias, Albert Speer, editorial Acantilado, 2008.

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30 Comentarios

  1. Pues hace unos días vi un documental sobre Eva Braun y, la verdad, ni su perra Blondi parecía estar muy contenta cuando Hitler se le acercaba.

    Respecto a sus amigos, leí hace poco un libro escrito por un amigo de adolescencia de Hitler, titulado: “Hitler, mi amigo de juventud”.

    Escribí un post, por si es de vuestro interés: http://horizontefbt.blogspot.com.es/2013/04/hitler-mi-amigo-de-juventud-un-libro.html

  2. De hecho, para aquél o aquella interesado o intrigado por este personaje, es también muy recomendable el libro ‘Conversaciones con Albert Speer. Preguntas sin respuesta’ de Joachim Fest (ed. Destino). :)

  3. Wil E. Coyote

    Bueno, en realidad el libro sí tiene una referencia indirecta a los campos de exterminio. Se trata del capítulo donde cuenta la visita que le hizo su amigo Karl Hanke, en la que éste le dice que ha visitado un campo de prisioneros en Silesia y ha visto cosas que no le puede contar, y le aconseja que no se le ocurra acercarse allí.

    Speer se confiesa culpable moral por no haber indagado más en ese asunto, pero como siempre, resulta discutible hasta qué punto es sincero y hasta qué punto postureo post-guerra. Personalmente, siempre he pensado que la escena que describe (Hanke con cara de terrible remordimiento, advirtiéndole de un misterioso campo prohibido que no debe visitar) es algo peliculera.

    Por lo demás, habría que recordar que en el proceso de Nuremberg tampoco se acusó nunca a Speer de complicidad en el exterminio de judíos, al contrario que Goering, Heydrich, etc. La principal acusación contra él era la de haber usado esclavos para la industria bélica. (Claro que entonces no se conocía aún el contenido del discurso de Posen).

  4. Hmm. No es un libro que se pueda leer con candidez ni con indulgencia. Esas memorias tuvieron mucho éxito y le hicieron hacer una gira por occidente. Y en Alemania, quizás por la mala conciencia y la necesidad de tener el «nazi bueno» le pusieron en un altar.
    Pero el tiempo ha resuelto ésto hace tiempo. Hace mucho que se sabe y con pruebas que el bastardo de Speer mentía miserablemente en sus memorias. Se distancia deliberadamente de Hitler cuando realmente le tenía en un altar y le obedeció ciegamente. Y mentía cuando alegaba no saber nada del Holocausto. No sólo fue responsable directo de la muerte de muchos prisioneros sino que estaba perfectamente al tanto de los planes de exterminio. No sólo por el discurso de Posen.
    La verdad es que el libro es más expresivo por lo que calla y lo que falsea que por las maquilladas estampas de la época.
    La verdad es que lo de Speer es vergonzoso . Y dice mucho que gran parte de los responsables de toda la financiación , organización y construcción del III Reich salieran con leves penas y/o recolocados tras la guerra.

  5. Fulgencio Barrado

    Por lo que tengo leído sobre el hombre este, estoy con lo que indica Miguel. Su mentira y el personaje que se montó tras la rendición, ya fue desenmascarado hace tiempo. Ya se sabe que tenía conocimiento de todo y de su participación en el genocídio.
    Ese personaje intelectualmente distante, e ignorante de la realidad de sus compañeros nazis, era una gran mentira.

  6. Albert Speer es, probablemente, el más sutil y astuto manipulador del Tercer Reich. Sus memorias son fascinantes y el personaje que construyó a través de ellas lo es todavía más. Su inteligencia, capacidad de seducción y sutileza le convierten, a mi modo de ver, en un auténtico peligro.

  7. Una gran mentira y un gran peligro. Las dos definiciones son muy acertadas. Pero es que algo similar se puede decir de una parte importante de la nación alemana de esos años.

    Es muy significativo es que al salir de prisión Speer contara con la simpatía y la admiración de gran parte de la sociedad alemana. Al fín y al cabo se podía alegar razones prácticas para justificar la reincorporación al sistema de tantos policías, militares jueces, maestros, ingenieros y todo tipo de trabajadores que habían sostenido el régimen voluntariamente. Pero ¿nada menos que recuperar a Albert Speer? Los alemanes estaban deseosos de poder creerle o al menos hacer como que le creían. Y de decir, con él, que no sabían nada y habían sido engañados por un puñado de locos, cuando la mayoría de los alemanes siguió a Hitler con entusiasmo y tantos medraron cuanto pudieron sin mirar a los lados, como poco.
    Lamentablemente la guerra fría alimentó esa integración en el aparato económico y político de los antiguos nazis y la huída hacia adelante culpable de toda una sociedad.
    Los intentos más potentes para sacar de ese marasmo a los alemanes fueron demasiado marginales y enloquecidos (como los de la RAF) y con la Unificación y el liderazgo de la Unión Europea, definitivamente no parece que estén todas las lecciones aprendidas. Vaya, el S. XX está demasiado cerca aún y la historia reciente de Alemania y Europa todavía está por perfilar.

    En cualquier caso, interesante recordar estas memorias y todo lo que remueven. Gracias, Marcos.

  8. Marcos A.

    El libro es fascinante, pero hay que leerlo, claro, teniendo en cuenta que hay más ficción en ese género llamado «memorias» que en muchas novelas. Esa aproximación a una vida de la parte más interesada (uno mismo) tiene siempre más de reconstrucción obligada por el presente que por la intención de ser fiel a lo que cree cierto. Ajustar cuentas con el pasado; ah, es que hay pasados muy jodidos, y el de Speer requiere un ejercicio de maquillaje literario impresionante.

    De todas formas, y partiendo de esto, los retratos que hace de esa cuadrilla criminal son buenísimos, de un talento literario innegable. Hay mucha bibliografía histórica de la época y biográfica de todos ellos, pero de primera mano, y tan bien escrita, muy poca. Creo que, con toda su subjetividad, siempre nos acerca mejor un acontecimiento o época la literatura autobiográfica que la supuesta objetividad histórica.

    Sobre se sentimiento de culpa de la sociedad alemana es un asunto que daría para otro artículo. Complicado. Sebald trata en Sobre la historia natural de la destrucción la devastación de las ciudades alemanas y civiles por los bombardeos aliados y el absoluto silencio que cayó sobre ello por parte de la propia sociedad alemana. Un libro muy recomendable; Sebald repasa la literatura de la época y se pregunta por qué casi todos miraban hacia otro lado.

    Sebald reclama una literatura testimonial.

    Gracias por las aportaciones a todos.

    • Marcos: sí estoy de acuerdo en que no existe la historigrafía objetiva; solo la que es rigurosa o no. Pero yo dudo mucho que la literatura autobiográfica nos acerque mejor una acontecimiento o época, al menos por sí sola, mejor que la investigación histórica. En realidad es parte de ésta, tomada con las debidas cautelas.
      En cualquier caso, por supuesto que es un libro muy interesante. Yo opino por que lo he leído también. Con repugnancia pero con interés. Y habiéndolo leído, tus reflexiones me parecen fenomenales.

      Otro asunto interesante son la desmemoria y mistificaciones, con deliberado borrón y cuenta nueva respecto el período hitleriano en la RDA, Austria o incluso Francia. Tantos asuntos por desvelar…

  9. Es muy llamativo que menos de un siglo después Alemania vuelva a ser quién reparte el pastel en Europa y que aquel país, asfixiado por el peso de la deuda y humillado por las potencias occidentales que dio lugar al Tercer Reich, utilice hoy los mismos métodos con sus «socios»). Si en las declaraciones sobre los países del sur de Europa, cambiáramos el sujeto por el «pueblo judío», el escándalo sería mayúsculo, pero con los PIGS o PIIGS parece haber barra libre. Es una pena que los ciudadanos de Grecia, España, Italia y Portugal (mientras Francia no mire al sur) no hayamos sido aún capaces de hacer bloque.

    • Fulgencio Barrado

      Y ya, si tenemos en cuenta la enorme deuda que se les perdonó a ellos…., entre ellos España…

    • Vaya que lo es. Y la desmemoria por la Guerra Fría y la brutal absorción de la RDA, con la expropiación de todo un país tienen mucho que ver con el papel posterior de Alemania en Europa.
      Hay tesis muy interesantes al respecto, como las del profesor Monedero. Que no por ser de izquierdas es un tonto o un friquique conoce bien Alemania.

      http://www.youtube.com/watch?v=YPTTK1_z7pE

      A título personal, y más pedestre, recuerdo bien la mala leche que me ponían las críticas despectivas y condescendientes de un amigo alemán –al que tratábamos fenomenal– hacia los españoles. Coño, acababa de leer Los Verdugos voluntarios de Hitler de Goldhagen y ganas me daban de contestarle: Vale, tío, pero tus paisanos masacraron a millones de personas y arrasado Europa y yo no pontifico sobre «los alemanes»

  10. José Ignacio Cimadevilla

    «Aunque Hitler no era religioso creía en una especie de providencia que le protegería y le llevaría por el camino del éxito hasta el fin de sus días.»
    Pero es que precisamente eso es ser religioso: creer en una entidad sobrenatural que escucha nuestros ruegos en forma de oraciones y nos ‘guia’ por el buen camino. Se le puede llamar Yahveh, Zeus, Allah, Odin o una abstracción como ‘providencia’ como parece que hacia Hitler, pero eso es ser religioso.

  11. Pingback: El mejor amigo de Hitler (notas de una lectura)

  12. Interesantes comentarios y artículo.

    La lectura de memorias (y las de Speer son el perfecto ejemplo, como las de Churchill por otro lado) requieren un conocimiento previo del periodo (a través de libros de historiadores) para no caer en las trampas que nos ponen los «autores».

    En particular, en el caso de Speer, recuerdo que al final comenta que pensó en verter Zyklon B por los respiraderos del bunker de la Cancillería… muy creíble

    Pero no hay duda de lo interesante de sus memorias para comprender muchas cosas del periodo que vivió, como lo vivió y porqué Alemania inició y perdió la guerra.

    Un saludo.

  13. Pingback: El mejor amigo de Hitler (Notas de una lectura) | Espacio de Juan

  14. Marcos A.

    Ya, José Ignacio, pero creo que se entiende perfectamente al indicar que no era religioso para referirnos a que no creía concretamente en ninguna de esa providencias concretas y nominadas. Se puede ser creyente, opino, y no caer en ninguna de las religiones que existen.

  15. Mi padre, filologo alemán me introdujo en estas historias, y especialmente el la figura de Speer, es una suerte viajar a Alemania junto a un experto, y que te cuente de manera «aseptica» parte de esta historia, en una ocasión asistimos a una muetra de arquitectura nazi, y la maqueta que reflejaba las ideas de como Hitler queria que fuese Berlín son increibles, dejando atrás a ciudades como París en lo que arquitectura se refiere.

    He leido, que Hiter, una vez se hizo con el control de París, decidió derrumbarla al completo, ya que no queria competencia con Berlin, y que fué Speer el que le disuadió.

  16. Osea, que el ministro de armamento del Reich, que consiguió con su organización y sistema de trabajo que la guerra continuara al menos un año y medio más, no sabía que la mayor parte de la mano de obra de la industria alemana era forzada. Y tampoco sabía, pese a que tenía reuniones continuas con Thyssen e IG Farben que existían campos de concentración, pese a que algunos de sus productos, o al menos una parte de su producción se localizara en algunos de esos campos. Queda muy bonito escribir eso veinte años después, la pena es que los documentos que están saliendo a la luz y en los que Speer pide más trabajo forzado a la Organización Todt están ahí. Por cierto, este señor es el auténtico santo patrón de los tecnócratas modernos. Las estadísticas y cifras de producción por encima de las personas. Literalmente.

    • Yo creo que tu no has leido el libro (Memorias de Speer), según tus opiniones. Porque en él (el libro) Speer no niega en ningún momento desconocer que la mayor parte de la mano de obra es esclava. Yo lo leí hace ya varios años y en la versión leida (que no recuerdo la editorial, era .pdf bajada de internet) no solo deja claro su conocimiento sino que manifiesta su inconformidad por el estado y el trato de dichos esclavos y reclama, exige y promueve mejoras al respecto.
      No puedo yo saber la veracidad de los hechos o de las palabras de Speer y no es mi interés juzgarlo o absolverlo pero si diese una opinión al respecto y, basándome en sus Memorias, lo haría estrictamente sobre lo escrito, sin quitar ni poner. Asi que lo tuyo es una percepción personal ajena al contenido y lectura del libro.

  17. Donde dice que Hitler quería estar rodeado de subordinados «inferiores», creo que Reinhard Heydrich no era un «inferior» (hay que ser verdaderamente «bárbaro» para ser inferior a Hitler). Este tipo sí era inteligente y cultivado, y a diferencia de Speer, claramente fanático. Otra cosa es que sí fuese subordinado a Himmler y Hitler, pero si hubiese tenido tiempo habría llegado muy arriba (menos mal que no lo hizo).

    Otra cosa relacionada, que supongo se apreciará en el libro, es como Hitler utilizaba el antiguo «divide y vencerás», alentando la división y competencia entre sus subordinados, las diferentes organizaciones, el Estado e incluso Alemania en general. Esta es una de las razones del caos organizativo que reinaba en su Tercer Reich, y una de las razones de la derrota de los nazis.

  18. lo que es increible es que se tragaran el nurenberg las patrañas de semejante elemento i se librara de la oorca era otro de la misma calaña quien diseño los campos de concentracion sino el en fin soy un fanatico de loa historia de hitler no un seguidor sino un estudioso de ese personage historico

  19. EduardoMachadoDomi

    En el 38 Hitler ya intuia q una guerra exitosa no era posible.Lo sabia,lo comento y lo escribio

  20. Coincido en que las memorias de Speer es de lo mejor que se puede leer acerca del III-Reich «desde dentro». Por mérito propio y por el muy bajo nivel de todo el resto.

    Pero hay que ser cuidadoso con las mismas, con lo que cuenta, y con lo que se calla. En el caso concreto de los campos de concentración, los conocía y bien. No sólo por que tenía acceso a informaciones al máximo nivel, no sólo por sus contactos continuados con la organización Todt, sinó por que además está acreditada con fotografías su visita a Mathausen (las mismas que sirvieron para condenarle en Nürenberg).

    Era un técnico con un gran talento organizativo. De no haber sido por él posiblemente Alemania habría perdido la guerra 6 meses o incluso un año antes. Pero su ambición era más fuerte que su ética, lo que le descalifica como ser humano.

  21. Pingback: Los perros de Hitler | Perro Activo

  22. «..era un perfecto imbécil. Además de insensato, caprichoso, poco trabajador, muy influenciable y nada constante en sus amistades y afectos. Era además un optimista patológico, peligrosamente delirante…»

    Esta descripción de Hitler se puede aplicar perfectamente hoy en día a uno de nuestros ex-presidentes.

  23. como puedo bajar por internet las memorias de speer

  24. juan carlos

    Y qué tal el ensayo de Canetti sobre Speer, ilumina no sólo lo sombrío de éste personaje, sino aspectos siempre descuidados cuando se trata de pensar la obra de los arquitectos.

  25. hombres geniales si los hubo, no ser zurditos ya los hace admirables.

  26. Elder Anastacio

    Dice todo le q necitaba

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