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¡Viva la Barbie Liberation Organization!

Imagen cortesía de BLO.
Imagen cortesía de BLO.

Como cada año, no sé cuántos meses antes de la Navidad, ya estamos en Navidad. Muchas miserias y mensaje que abocan a la depresión y el consumo se repetirán por estas fechas y los padres y madres, especialmente los primerizos, tendrán la duda ética de qué clase de juguetes le están comprando a sus hijos. Si son educativos o solo recreativos o si por el contrario les volverán tanto o más tontos de lo que son ellos. Un libro de reciente aparición, En el silencio de la cultura (Editorial Sexto Piso, 2015), de Carmen Pardo, trae buenos contenidos para reflexionar sobre este rompecabezas para tanto progenitor.

En uno de los últimos capítulos, la autora nos relata someramente la historia de Aimee Mullins. Esta mujer, cuando solo contaba con un año de edad, perdió las dos piernas desde la rodilla por una enfermedad congénita. No obstante, en 1996 logró marcas importantes en las paralimpiadas de Atlanta, se hizo famosa y empezó a posar como modelo. No hay que irse muy lejos para ver sus cualidades, en la misma Wikipedia ya hay una somera descripción de por qué marcó un antes y un después en las pasarelas: «Puede cambiar su estatura desde 1.80 a 2.05 metros dependiendo de sus prótesis».

Aimee elige sus prótesis en función del contexto en el que se encuentre, detalla la autora con asombro. No en vano protagonizó la película Cremaster 3, en la que o bien lucía unas piernas de cristal, o bien corría con prótesis te titanio y hasta podía pelar patatas con una herramienta que añadía a la ortopedia. Lo llamativo es que en la vida real es igual, no porque utilizara las piernas ortopédicas como una navaja suiza, pero casi: por las mutaciones que experimentaba intercambiándolas. Con veintidós años, en la Semana de la Moda de Londres de 1998, desfiló con unas piernas a imitación de las de la muñeca Barbie. Usted estará arqueando la ceja, pero aquello se consideró un hito

El autor de las prótesis fue el artista Rob Watts, que en otro libro, The Prosthetic Impulse: From a Posthuman Present to a Biocultural Future, explicó que esas eran las piernas de sus sueños, que a la hora de diseñar dos prótesis para una amputada no había motivo que impidiera no fabricarlas pensando en un ideal: «Aimee me ofreció la oportunidad de producir las piernas de mujer perfectas». Y sí, se refería a las piernas de la muñeca Barbie.

Es decir, las prótesis no sustituían a las piernas humanas, sino que las mejoraban. Dejaban de ser un reemplazo para convertirse en una potencialidad. Como explica Carmen Pardo: los cuerpos de esta manera se convierten en objetos de remodelación. Los amputados pueden superar, trascender, el cuerpo humano gracias a la tecnología. Lo que Aimee entendía y piensa es que la mayor discapacidad es aquella que uno puede crear para sí mismo, la idea de normalidad.

Frente a los que creen que una prótesis va ligada a la categoría de discapacitado, ella expone los ejemplos de la cirugía estética y llega a afirmar que Pamela Anderson tiene más prótesis en su cuerpo que ella y que, sin embargo, nadie la llama discapacitada.

Es una delirante persecución de la belleza; una belleza muy cuestionable, solo alcanzable mediante métodos artificiales o sacrificios diarios en el mejor de los casos. Por eso, hoy en día, su búsqueda provoca tantas conductas patológicas que hemos visto en mil documentales, programas de televisión e incluso realities, como Botched de E! Entertainment, sobre personas que se han pasado con la cirugía, o les han timado, y dos doctores intentan corregir el desastre. El cebo no admite ambigüedades: arreglan, reparan a personas con apariencia monstruosa. Es un taller de freaks, de personas que por problemas mentales o por problemas económicos se han salido en una curva en su trayecto embalados hacia el ideal de perfección. Todo ello mientras consideramos dentro de la normalidad las sesiones en el gimnasio para no divergir del tótem.

Cuando eran los nazis los que promovían un ideal del cuerpo perfecto del adolescente alemán, no faltaron protestas a través de la transgresión. Por ejemplo, el artista surrealista Hans Bellmer recurrió a la creación de muñecas. Hizo varios modelos, todas con notables senos, glúteos y genitales. De ellas, la que más ha trascendido no tenía cabeza ni hombros, sino que en su lugar albergaba otra vagina y otras dos piernas. Bellmer no tardó en salir pitando del III Reich y refugiarse en Francia, donde acabó en un campo de concentración, y sus obras fueron a parar a la exposición de «Arte Degenerado» (Entartete Kunst) que organizó Goebbels en 1937 para ridiculizar y humillar adivinen qué: lo que no era «normal», que en aquella época coincidía, dentro de esas fronteras, con lo «no alemán», artistas que no representaban la belleza clásica.

La Poupée, de Hans Bellmer . (DP)
La Poupée, de Hans Bellmer . (DP)

Nuestra sociedad hoy en día, viene a recordar Pardo, aborrece lo que no es «normal» y se aleja de un canon de belleza. Por eso obra en la mayoría de representaciones gráficas de seres humanos el PhotoShop, que los perfecciona, de modo que las masas se enamoran de ficciones de plástico y píxeles. La propia muñeca Barbie es el ejemplo paradigmático de esta fiebre.

Para más inri, el origen de la dichosa Barbie también está en la dichosa Alemania. Bild Lilli era la protagonista sexi de una exitosa tira cómica de un periódico que acabó convertida en muñeca a la venta. El personaje hablaba abiertamente de sexo y se ganaba la vida como secretaria que salía con hombres ricos. La gracia de la historieta estaba en lo que contaba sus amigas de su jefe. En 1956, Ruth Handler, propietaria de Mattel Creations, compró los derechos de la muñeca.

Según Pardo, la historia oficial dice que la hija de Handler prefería jugar con muñecas adultas que con bebés, sus padres se fijaron y quisieron llevar esa idea al negocio familiar. Funcionó. El primer año que salió a la venta la muñeca ya colocó trescientas cincuenta y una mil unidades. Fue todo un récord. Con la imagen de Barbie —así llamada en honor de Barbara, citada hija de la señora Handler— una modelo soltera, elegante y femenina; «las madres pueden pensar que la muñeca es una buena influencia para sus hijas», pensaban.

La niña de hoy en día prefiere no hacer de madre de sus muñecas, prefiere preparar a su juguete para la vida real. Los vestidos son cruciales y hasta se puede organizar una boda. (New York Times, 1963)

De todo el proceso de creación de la Barbie definitiva a partir de la muñeca alemana, la parte más llamativa fue la fase en la que el ingeniero Jack Ryan devolvió constantemente todos los prototipos que le llegaban de la fábrica limándoles los pezones para que captaran el mensaje de que debía estar asexuada de alguna manera. Pero solo en un formato físico, no psicológico o sobreentendido. En 1961 se creó a Ken, novio de Barbie que toma el nombre del hijo de los Handler, y luego se alcanzó una dimensión social. Fueron llegando los amigos. Dice Carmen Pardo: «Tener amigos forma parte del éxito que supone la sociabilidad en una sociedad de consumo y Barbie así lo enseña». En 1992, las niñas americanas tenían una media de siete Barbies por cabeza.

La pasión por la muñeca no nos es ajena tampoco en estas latitudes. La han consumido las niñas y también es un pequeño tesoro kitsch para coleccionistas. Es sabido que Tino Casal le dejó en herencia a Alaska su colección de Barbies. Warhol la había pintado en 1986 y eso la convertía en sagrada, aunque no fue idea suya pintarla, sino del amigo al que fue a retratar, un coleccionista empedernido de la muñeca.

Al final, con carné del club Barbie llegó a haber sesenta mil almas en España, y eso que la muñeca aterrizó aquí en 1978. Más o menos al mismo tiempo que los accionistas de Mattel le arrebataban la empresa a los Handler entre acusaciones de falsificación de balances y ese tipo de fórmulas de capitalismo creativo que tanto nos gustan.

Pese a los altibajos en las ventas, Barbie se ha instalado en nuestros cocos como un icono inmortal y encima bien que vela Mattel por su reputación. En los noventa, los llenapistas mitad noruegos mitad daneses Aqua se marcaron el hit «Barbie Girl» con un ripio de estribillo que contenía verdades como puños si atendemos a los tiempos: «La vida en plástico es fantástica», decían. Pero a continuación traía palabras de ironía que no es seguro que todo el mundo pillase: «Me puedes peinar, y quitar la ropa en cualquier lugar». Cualquiera que tenga estudiado el clip —como debería ser— sabrá que precisamente esas palabras se pronuncian cuando el simpático calvo entra en el dormitorio de la cantante por la ventana. La letra sigue después evocando imágenes como ponerse de rodillas y se da permiso para tocar lo que quiera que sea hanky panky a condición, más bien ingenua, de un matrimonio católico. ¿Se choteaban los Aqua de Barbie metiendo insinuaciones sexuales a la parodia de un spot de la muñeca? ¿Había una crítica más profunda a la imagen de mujer objeto que proyecta el juguete? En una revista australiana los protagonistas declararon lo siguiente:

Como grupo, hemos tenido sentimientos encontrados con esa canción. Es como poner tu criatura en el mundo y que todo el mundo tenga una opinión sobre ella. En muchos sitios, por todo el mundo, hay gente que no tiene el sentido del humor y de la ironía que tenemos nosotros. La gente se espera conocer a Barbie Girl cuando me conocen y algunas veces me siento un poco insultada. (Lene Nystrøm en theaureview.com)

Sentido del humor e ironía no son sinónimos de denuncia, aunque el hecho de que a la catante le molestara que la tomasen por una Barbie girl es bastante indicativo de su opinión sobre la figura. Sea como fuere, Mattel demandó a MCA Records porque la canción tenía marcadas connotaciones sexuales, lo que perjudicaba a la reputación de Barbie. Sin embargo, el Tribunal Supremo de Estados Unidos dictaminó que referirse a alguien como «una chica Barbie» era una parodia y estaba amparado por la Constitución estadounidense. A los tres meses del fallo, Mattel anunció el tercer cambio de tamaño de Barbie en toda su historia y le aumentó la cintura, redujo la cadera y los pechos. Las canciones por la paz mundial han conseguido menos objetivos.

Claro que esta transgresión, cualquiera que fuese su motivación, no se le había ocurrido por primera vez a estos vikingos del bubblegum dance. La muñeca llevaba años asumida como icono representativo del mal. Un ejemplo lo tenemos en unas de las pioneras o precursoras de los grupos de Riot Grrrl, The Barbie Army (en YouTube o en Facebook), que para protestar por los impuestos a los tampones en Chicago decapitaban Barbies y en el escenario clavaban sus cabezas y les hacían peinado punk con cresta mohicana, una puesta en escena que ni Vlad Tepes empalando por doquier para ahuyentar a los turcos. Pero lo gordo, y a donde queríamos llegar, ocurrió pocos años después en Estados Unidos y no fue sobre un escenario. No fue un ya por entonces anacrónico concierto de rock, sino un sabotaje.

Lo escribo tal y como lo redactó David Firestone en el New York Times el 31 de diciembre de 1993, pocos después de la llegada de Papá Noel a los hogares estadounidenses. Posiblemente recordando el éxito de Chatty Cathy, un juguete diseñado por los Handler en los sesenta que decía once frases tales como «vamos al colegio», «te quiero», «¿me das una galleta?» o «por favor, llévame contigo», en los noventa Barbie también empezó a hablar. Las Teen Talk fueron lanzadas en 1992 y se habían hecho tristemente famosas porque entre las frases que pronunciaban las muñecas una era «la clase de Matemáticas es difícil». La Asociación de Mujeres Universitarias de Estados Unidos hizo públicas sus quejas y ese fue el detonante del sabotaje.

Un grupo de artistas de Manhattan, concretamente del East Village, formado por feministas, pacifistas y padres, tras la denuncia de la Asociación, compró centenares de muñecos de G.I. Joe que hablaban y las aludidas Teen Talk Barbies. El plan era sencillo. Intercambiaron el mecanismo parlante de los muñecos de los G.I. Joe por los de las Barbies y los devolvieron a las tiendas.

De esta manera, los peques de la casa que se los compraron se encontraban con que su Talking G.I. Joe lo que decía era «¡me encanta ir de compras!», y los que adquirieron Teen Talk Barbies escuchaban a la rubia decir: «come plomo, Cobra» o «¡la venganza es mía!». Al mismo tiempo, con una pegatina en la caja, los BLO animaban a los padres a llamar a los medios para que el resultado de la acción no se quedara solo en los trescientos juguetes que manipularon. Preguntado por el periódico neoyorquino, un portavoz de la BLO explicó que solo querían llamar la atención, especialmente en los medios, de los comportamientos sexistas y violentos que promovían estos juguetes.

De trescientos muñecos que sabotearon, solo hubo noticia de aparición de doce en California. En Nueva York, en una de las tiendas donde se dio el cambiazo, la dependienta, una tal Kate Nortman, dijo al periodista que ningún cliente se había quejado. La verdad es que hay que tener el corazón al lado de esos niños que adquirieron juguetes manipulados y se quedaron con su G.I. Joe que le pedía ir de compras sin quejarse a sus padres.

Un portavoz de G.I. Joe dijo que el sabotaje era «ridículo» y que sus muñecos formaban parte de la cultura americana desde hacía años. Mattel no contestó a las llamadas y la presidenta de Oppening Toy Portfolio, una revista que aún hoy reseña juguetes, calificó la acción como «terrorismo contra los niños», que eran «un blanco fácil» y esto resulta «injusto por muy nobles que fuesen los motivos».

El libro de Carmen Pardo analiza todas las formas de cultura que, desde la Primera Guerra Mundial, no han servido para más que dar una imagen de civilización a la barbarie. Mattel, ante las incontables críticas que ha recibido por la concepción machista de su muñeca, ha ido abriendo el abanico de modelos a otras razas, con cambios de dimensiones y ensanchamiento de caderas, y, sobre todo, profesiones. Sin pudor alguno tenemos todo tipo de Barbies militares. Incluso uno que con Ken, negro o blanco, Barbie, negra o blanca, se pasea por el desierto con el uniforme militar estadounidense de los soldados desplazados en Irak y Afganistán. Es esa la nota simpática de nuestro siglo XXI. Los saboteadores de aquella Barbie crearon un inverosímil Frankestein de muñeca para articular una denuncia que ahora, vaya, está perfectamente asimilada: la Barbie que acribilla y descuartiza a los enemigos del Estado.

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Post Scriptum:

Los alumnos del IES Mirdor del Genil, Iznácar, Córdoba hicieron un comentario de texto con este artículo. Aquí algunas de sus interesantes reflexiones:

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