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El tarot: juego y adivinación

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Detalle de El juego del tarot, fresco pintado por Nicolò dell’Abate, Palazzo Poggi, Boloña, entre 1550-1552. Fotografía: Cordon.

La cartomancia es el método de adivinación más popular, frente a otros como los posos de té o los pulpos del acuario. Sin embargo, ha pasado de ser objeto de estudio (histórico o mágico) y una de las atracciones estrella de las ferias ambulantes a presidir los deprimentes programas nocturnos de televisión. Ahora es un bot de internet que te deja en la carpeta de spam tu lectura diaria de «Tarot del amor económico». Las razones de este desprecio de los sensitivos y el público, quienes prefieren consultar el tutorial de Windows para leer las tiradas del I Ching, reside en las modas y en el propio tarot y las confusiones sobre sus usos y origen.

Hasta hace no tanto tiempo, el tarot había sido considerado una herramienta muy valiosa dentro de los círculos contraculturales, y no solo por sus poderes de predicción. Estas cartas han sido utilizadas como medio narrativo, estructura argumental que se desenvuelve a sí misma. Así lo han hecho en sus obras personajes como Carl Jung, Italo Calvino o Alan Moore. Este último desarrolla la narración de su comic Promethea, un viaje fabuloso al mundo de la magia, bajo los símbolos de los arcanos mayores, inspirados en el Tarot de Aleister Crowley y en la figura del pintor y ocultista Austin Osman Spare, que dedicó parte de su vida y obra a leer y jugar con las cartas. El descubrimiento, hace apenas un año, de una baraja completa, diseñada y pintada por Spare, tarot que se creía perdido, es una noticia que a sus fans nos ha hecho muy felices. En este caso, y relativo a AOS, nunca la denominación de contracultura ha sido más elocuente. A pesar del abuso de los aspectos más coloristas del revival mágicko, hay determinadas ideas que siempre permanecerán ocultas. No porque el Tarot de Spare se encontrara custodiado en una peculiar colección privada, sino porque, como decían Psychic TV, «La magia(k) se defiende a sí misma».

A ciencia cierta, no se sabe si las cartas de tarot nacieron con el propósito de ofrecer una iluminación sobre la vida de quien las consultaba o como un simple juego para pasar el rato. El azar y las visiones se intercambian con facilidad. Las cartas, sean de baraja española, japonesa, francesa, etc., se han utilizado tanto para jugar en el presente como para leer los acontecimientos en el tiempo. Tampoco se conoce su lugar de origen (quizá Turquía, el norte de África, incluso se habla de una ciudad castellana en la Edad Media donde hubiese un núcleo de lingüistas árabes, judíos y cristianos), pero los primeros mazos de tarot sí están localizados: en la Italia del siglo XV. Mejor dicho, en la suntuosa corte de Milán, para cuya familia dirigente, los duques de Visconti y Sforza, se fabricaron unas cartas especiales. Eran mucho más grandes de lo normal, aproximadamente de 17.15 por 8.9 cm, y estaban bellamente decoradas con adornos en oro. El dibujante añadió a la serie habitual de números y personajes de la corte (el rey, la reina, el caballero, el sirviente…), un grupo de veintidós naipes denominados «Triunfos», que simbolizaban objetos y figuras del ámbito confesional: las virtudes teologales, el mundo, la muerte… Con ellos, los cortesanos simulaban una sofisticada batalla por el control del territorio, trasladando a las cartas el poder del ducado. Este juego se extendió por Europa hasta el siglo XVIII (Suiza, Alemania, Francia), con muchas variantes (por ejemplo, el «tarrochino»).

Su forma definitiva fue realizada hacia 1760, cuando los impresores franceses, como por ejemplo, el grabador Nicolás Conver, diseñaron y pintaron  a mano el Tarot de Marsella, el más conocido. Una obra maestra del simbolismo en formas y ejecución, con claras influencias de las miniaturas medievales y los colores de las vidrieras góticas, que dividía el mazo de naipes en dos grupos: los arcanos «menores», cincuenta y seis cartas que seguían las cuatro suertes o palos de la baraja italiana (bastos, copas, oros y espadas), y los arcanos «mayores», las veintidós cartas tituladas con un nombre y numeradas según el sistema romano, menos dos: la del loco, que viene sin numerar,  y el arcano XIII, que no lleva nombre. En ellas se despliega una panoplia completa del mundo y los principales rasgos de la vida humana, no importa la época ni la situación, gracias a la disposición de los símbolos y la combinación de unos naipes con otros.

Sin embargo, el tarot seguía siendo un simple mazo de cartas para jugar en los salones europeos. El suizo Antoine Court de Gébelin, un pastor protestante y escritor de la Ilustración, lo encontró en uno de estos lugares encopetados de la capital y quedó maravillado ante el poder que tenían sus imágenes. En su afán por descubrir al mundo el legado del conocimiento antiguo, dentro de su enciclopedia Le Monde Primitif (1781), primer compendio de saberes ocultistas de la historia moderna, dedicó un tomo entero a este tarot. En él no solo divulgaba, sino que se inventaba directamente que las figuras de las cartas procedían de un misterioso libro de la sabiduría que había pasado miles de años encerrado en una pirámide egipcia, el Libro de Thoth, de ahí que los sacerdotes, además de conocer el horóscopo, ya leyeran el tarot a los faraones. Este conocimiento fue comunicado a los papas cristianos y así habría llegado a la actualidad del siglo XVIII. Gébelin, además, se permite dibujar él mismo un tarot alternativo al de Marsella, que dice ser más fiel a aquel primitivo egipcio, cambiando personajes, encuadres y quitando el color original. Esta imaginativa teoría no solo fue creída, sino que el tarot del enciclopedista pasó a ser el «bueno» y el revival ocultista francés dio por sentado la idea de que el tarot provenía de los egipcios, aunque luego cada autor mostrase sus desacuerdos en determinados puntos de la confección de los símbolos.

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Algunas cartas del Tarot de Marsella, de Nicolas Conver, ca. 1760.

En 1997, el cartómago Alejandro Jodorowsky ayudó a restaurar el Tarot de Marsella con el descendiente de la familia Conver, Philippe Camoin. En su obra, La vía del tarot (Siruela, 2004, escrito con Marianne Costa) nos cuenta la fascinante biografía del impresor y la suya propia, donde las cartas han jugado un papel crucial. Sobre la historia del tarot desgrana la lista de errores y malentendidos esotéricos que se desarrollaron a partir de la obra del enciclopedista Gébelin. Su famoso tomo sobre el tarot tuvo tanto éxito que enseguida un peluquero de moda y vidente, Alliette, tras años de estudio y buena voluntad, lanzó su propio tarot bajo el seudónimo de Etteilla (1783). Esta era una baraja que afirmaba haber sido creada bajo la influencia de la cábala hebrea y la astrología egipcia, aunque no pasaba de ser un compendio de imágenes pop que se vendió muchísimo y comercializó el tarot como oráculo entre las clases pudientes. Resulta increíble, pero autores de la talla intelectual de Éliphas Levi, en su Dogma y Ritual de la Alta Magia, y poco después, Papus, con su Tarot de los Bohemios, también dieron por buena esta hipótesis del supuesto origen antiguo de las cartas, en plena moda del arte y conocimientos egipcios, aunque le añaden elementos cabalísticos que no estaban en el Tarot de Etteilla. Lo mismo hicieron Stanislas de Guaita y Oswald Wirth en su Tarot de la Edad Media (1889), aplicando los principios rosacruces a los arcanos y la lectura de la baraja. Desde entonces, cada autor ajusta el tarot a su filosofía y concepción del mundo. Como ellos, y hasta nuestros días, hay un rosario de cartas reinventadas según las creencias y estados de ánimo de aquellos que lo han estudiado y pintado, siempre atribuyéndole un origen divino, o como poco, misterioso. Lo mismo están detrás del tarot los masones, los illuminati, que los extraterrestres o Cthulhu.

Como muchas aficionadas a la cartomancia y antes de leer el tratado de Jodorowsky, yo también estaba convencida de este origen mitológico del tarot, porque Aleister Crowley tituló también al suyo El Tarot de Thoth. Lady Frieda Harris lo dibujó y pintó tras varios años de investigaciones del ocultista en este terreno, y fue publicado originalmente en 1944, en su revista-fanzine, The Equinox. No saldría como baraja, con los colores de la acuarela original, hasta finales de los años sesenta, y por su estilo parecía haber sido creado en esos años de la psicodelia, convirtiéndose en una de las barajas más vendidas y populares del siglo XX, a pesar de ser con toda seguridad el tarot más complejo de leer. Es un potente grupo de imágenes pensadas según la numerología, la religión egipcia, el hinduismo y los principios de la magic(k). Igualmente conservo un ejemplar de la fabulosa editorial Kier titulado El tarot del antiguo Egipto, escrito por Doris Chase Doane y King Reyes (sic), en edición argentina de 1974, donde se asegura que el afiche adjunto contiene las cartas que se extrajeron de los jeroglíficos del famoso libro de la sabiduría egipcia de Hermes y que ellos, los miembros de la californiana Iglesia de la Luz, custodian sus secretos (por el módico precio de 4.90 dólares te podían hacer llegar una baraja «en impresión de mayor solidez»). Jodorowsky, de nuevo, afirma que este tarot no es otra cosa que una teosófica reapropiación de «Las veintidós láminas herméticas» que en 1896 crearon Robert Falconnier y Otto Wegener.

En este proceso de secularización y sacralización del tarot, y dejando aparte los ejemplos más estrafalarios de la Nueva Era, hay que detenerse en el tarot encargado por la Orden Hermética de la Aurora Dorada (Golden Dawn) que vio la luz en 1909. Los aplicados estudiantes británicos de magia seguían las directrices de la cábala, los antiguos rituales egipcios y renovaron las prácticas y el enfoque del hermetismo según el sistema rosacruz. Uno de sus miembros, Arthur Edward Waite, cambió de forma sustancial los arcanos mayores del Tarot de Marsella, borrando de ellos los elementos cristianos y tomando como referencia las correcciones de Éliphas Levi y una baraja del Renacimiento. La pintora Pamela Colman Smith, también componente de la orden, fue quien dibujó este detallado e interesante tarot, que era una de las materias que la Orden estudiaba a fondo, como entrenamiento mental y guía para el autoconocimiento. Con la Aurora Dorada, el tarot toma un nuevo camino: ya no es un juego de cartas ni un recurso para echar la buenaventura. Ahora es un lenguaje visual que ilumina a quien pregunta. Un médium que responde con imágenes, que aunque hayan sido metamorfoseadas una y otra vez, son entendidas a la primera, porque se encuentran en el inconsciente colectivo desde épocas muy primitivas. Pero necesitan un estudio y trabajo en profundidad si queremos ser capaces de conocer todos los detalles del mensaje que se nos revela.

Extraño tarot hallado en una vitrina

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Juego de setenta y nueve cartas pintado por Austin Osman Spare ca. 1906. Imagen cortesía de The Magic Circle y Strange Attractor Press ©2016.

Los estudiosos del pintor y ocultista Austin Osman Spare (1888-1956) sabían de su interés por el tarot. En su obra alude con frecuencia a las tiradas de cartas, las que hacía para sí mismo y para los demás. En algunos artículos invoca a los lectores, no solo con consejos sobre cómo interpretar las combinaciones de naipes, sino también a fabricar ellos mismos su propio tarot. El heredero de AOS, Kenneth Grant, y otros discípulos, conservaban unas pocas láminas realizadas con este propósito, la baraja «Arena de Anon» y los escasos fragmentos de un mazo originario conocido como las «Cartas Obeah», recuperado entre las ruinas de su piso poco tiempo después del fallecimiento del pintor, unas cartas que según se dice utilizaba para adivinar los resultados de las carreras de caballos. Pero no había rastro de una baraja completa, por lo que durante un siglo se había pensado que las investigaciones de Spare con el tarot pertenecían a su época de juventud y le habrían servido como paso inicial en el desarrollo de su sinuoso y complejo pensamiento, diferente del de otros ocultistas inmediatamente anteriores o contemporáneos. El sistema de Spare no es académico ni responde a una filosofía concreta, pero en ello radica su originalidad. Mezcla en la misma corriente la cultura popular británica con las ideas artísticas del momento (el surrealismo y el psicoanálisis) más la tradición esotérica (el hipnotismo, el yoga y su propio aporte personal, el sigilo mágico).  Al contrario que los ocultistas de su generación, más inclinados por el lado más conservador, por no decir totalitario, Spare mantuvo una posición política muy beligerante, efecto de su paso por el frente de la Primera Guerra Mundial y conectada con el anarquismo. Desde muy joven, AOS conocía la práctica de leer las cartas, una moda en el Londres de principios de siglo que se cumplimentaba con manuales de instrucción al alcance de todos los bolsillos. Además, está la leyenda de la bruja local que le «inició» en determinados misterios; entre ellos, los de la adivinación. En esta historia, la de la Bruja Paterson, aquella figura a quien visitaba para que le leyera la buenaventura, se refleja la que cuenta el propio Jodoroswky, cuando al llegar de adolescente a Santiago de Chile, conoció a una mujer francesa que también leía su propio tarot.

Las cartas de tarot eran un capricho muy caro para gente como Spare en aquel momento. En Inglaterra no las debía tener mucha gente. Lo más lógico es que el pintor llegara a conocerlas a través de los miembros de la Orden de la Golden Dawn, por el propio Edward Waite y la pintora Pamela Colman, compañera en el Atelier Sufragista de Sylvia Pankhurst, dibujante y amiga íntima de Spare, influencia decisiva en el dibujo de estas cartas.  Es evidente la influencia de los cambios que habían llevado cabo Papus y Eliphas Lévi sobre el Tarot de Marsella. Estos últimos matices sabemos que los aprendió gracias a Aleister Crowley, cuyo tarot es posterior al de Spare, que se calcula lo dibujó hacia 1905 o 1906.

En 1944, el pintor entregó su baraja original de tarot a Herbert J. Collings, un mago (de los otros) conocido por sus trucos de cartas y sus disfraces de oriental, para que lo guardase en la sede del Círculo Mágico, organización fundada y presidida por este último a comienzos de siglo para reunir a los profesionales de la magia. En su sede de Londres existe un museo con recuerdos y objetos de los magos británicos más populares. Pues bien, entre esas vitrinas han permanecido expuestas las cartas pintadas a mano del Tarot de Austin Osman Spare. El propio Collings no explicó las razones de por qué Spare le hubiera cedido su tarot, pero ya en los años cincuenta, Arthur Ivey, otro de los componentes de esta sociedad, ya había escrito sobre las peculiaridades de semejante baraja, mencionando a su autor, un «excéntrico» y «extraño» artista. Hasta 2016 y motivado por el interés en revisitar la figura del autor, que había sido olvidado desde los años sesenta, no se descubrió por fin esta pequeña maravilla. La editorial especializada en temas raros, Strange Attractor Press, publicó Lost Envoy: The Tarot Deck of Austin Osman Spare (Ed. Jonathan Allen), una edición con textos de varios especialistas, incluido Phil Baker, su biógrafo, además de la reproducción de los naipes y una detallada explicación de sus dibujos. Destaca un espléndido texto de Alan Moore, que transcribe su consulta al Tarot de Crowley-Harris sobre AOS y su tarot («A cartomantic mirror»).

Este tarot es verdaderamente inclasificable. No sabemos en este punto qué pensará sobre él el creador de la psicomagia, Jodoroswky, si es que ha tenido acceso a sus imágenes. Pero se trata del reflejo fiel de la personalidad de Austin Osman Spare, el estilo caótico y desmedido del autor en sus años de juventud. Un feliz cruce entre el pop art y el surrealismo, años antes de que ambas corrientes eclosionaran. En estos naipes se cruzan de forma libre y completamente desprejuiciada toda clase de dibujos, anotaciones y frases. Spare, con sus trazos de gran maestro, atiende a la forma ya establecida de los arcanos mayores y se basa principalmente en el Rider-Waite, pero al mismo tiempo compone un tarot sin precedentes, híbrido entre lo popular y lo esotérico, a medio camino entre la filosofía hermética y la práctica diaria de los no iniciados. Por ejemplo, para los palos de la baraja, en lugar de utilizar la italiana, echa mano de aquella que él maneja con familiaridad, la francesa (que es de donde procede la británica), y pinta diamantes, tréboles, corazones y picas. Pero las cartas tienen en su parte de atrás los colores que dicta la teosofía (morado, verde y rosa), y sobre fondos que siguen un aumento cromático según los números, rellena los espacios con los temas habituales de sus dibujos (símbolos de la astrología, antorchas, lenguas de fuego, bolsas de dinero, animales y seres mitológicos, bustos, faunos y desnudos en perspectivas inusuales…). Los meticulosos estudios de otros magos no existen (aparentemente) para este tarot, solo están el automatismo y la fluctuación de sus experiencias mentales y vitales en las cartas (relaciones sociales, sexo, arte, política, dinero…). Por ejemplo, el arcano de los Amantes está dibujado al revés de forma deliberada, y la palabra «egoísmo» escrita en el Colgado, es la imagen de AOS como filósofo del Uno, pero también pone sobre la mesa su dolorosa vertiente de artista olvidado.

El Tarot de AOS añade, además, una novedad que hasta el momento no tiene ninguna baraja de esta clase: los significados de las cartas se extienden más allá de sus límites. Spare no respeta el margen del naipe y dibuja en los bordes de cada uno distintos motivos y palabras que, al juntarse aleatoriamente en las tiradas, dan lugar a nuevas frases, números y objetos, consiguiendo que las respuestas y las visiones se obtengan en varios niveles y se expresen de forma cinemática. El Tarot de Spare, realizado con material  humilde, los bordes gastados por el uso que le dio el propio artista y sus colores en círculos concéntricos que se extienden por las cartas, son la expresión más rotunda de la disidencia y la plenitud.

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