Arte y Letras Lengua

Baquear y otros poemas

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Fotografía: Michal Jarmoluk.

Lo aseveró Lord Henry, el más cínico de los personajes del Retrato de Dorian Gray: «Definir es limitar». Poner significado implica cerrar puertas. Fijar con claridad, exactitud y precisión, que es como la RAE define «definir», puede parecernos hasta un proyecto demasiado ambicioso, si no descabellado. «¡Oh, cuán insuficiente es la palabra y cómo es débil para expresar mi concepto!» se lamentaba Dante. Y Bécquer parecía vivir angustiado por esa insuficiencia de la palabra, a la que consideraba un idioma mezquino por «empequeñecer  las ideas más grandes en su círculo de hierro».  No hay que enfrascarse en devaneos filosóficos para cuestionar que se pueda  describir con exactitud y precisión la alegría, la angustia, el mar, el miedo o la vida. Pero no nos queda más remedio que definir si queremos entendernos, por muy feo que pueda parecer embuchar conceptos. Es una cuestión de economía psíquica. La definición es, por tanto, un mal necesario. Y a mí, que me encantan las palabras, concluir esto me produce una cierta sensación de desamparo. Para paliar este regusto agrio, me he dedicado últimamente a buscar por el diccionario de la RAE definiciones que aporten algo más que un significado. La tarea ha sido no solo gratificante, sino reveladora. El diccionario no es un simple catálogo de descripciones parsimoniosas. Hay lírica. Y entusiasmo.  A veces puede resultar incluso empalagoso a fuerza de «almibarar», es decir, de «suavizar con arte y dulzura las palabras…».

Algunas definiciones son un monumento a Calíope. Se nota que los académicos que se han dedicado a limpiar, fijar y dar esplendor a nuestro idioma durante tres siglos no son escogidos al azar. Lo más bonito que he leído en el ilustre mataburros es «Navegar al amor del agua cuando la corriente de esta supera en rapidez a la que le daría a la nave el impulso del viento», que es la definición de «baquear». Ni el poco glamuroso origen etimológico (Der. del desus. baque «batacazo») es capaz de romper el embrujo que produce la definición de este vocablo. Aclaremos que «al amor del agua» no es una combinación que haya patentado el académico-bardo en un alarde de delicadeza retórica. La expresión está recogida en la RAE y significa «de modo que se vaya con la corriente, navegando o nadando». Pero podía haberse sacado de encima baquear, una palabra del montón, con un correcto, pero menos vistoso, «navegar dejándose llevar por la corriente…».

Y ya que hemos llegado hasta el amor, detengámonos en su primera acepción. Sí, esta palabra es un caramelito. A ti, como académico, te toca definir el amor e inevitablemente te vienes arriba; es normal que te acabes marcando florituras como la que encabeza la lista de las numerosas acepciones de uno de los vocablos más antiguos, polémicos y universales que existen: «Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser» (la negrita es mía). Partiendo de su propia insuficiencia me parece, a nivel estético, una delicatesen. Pero no deja de causarme cierto impacto este, a mi entender, latigazo retórico. No hay ni rastro de esa insuficiencia en, por ejemplo, el Dicionario de la RAG (Real Academia Galega) ni en el English Oxford Dictionary. En la definición de amor de la RAE yo, con mi limitada capacidad para ver, veo un llamamiento subliminal a la humildad, pero también una advertencia implícita: si no quieres enamorarte, allá tú, pero serás un ser incompleto. A la explicación no le falta pasión, pero deja entrever cierta fobia a la soltería. En el Diccionario de Autoridades, el amor era un más que apañado «afecto del alma racional, por el cual busca con deseo el bien verdadero, o aprehendido, y apetece gozarle». Yo no hubiera tocado mucho esta definición, pero vete tú a saber qué carencias observaron en los no enamorados los que incluyeron lo de la insuficiencia.

Puede que el mismo lexicógrafo que apostó por ese inciso de la propia insuficiencia se convirtiera en esclavo de su explicación y, al no haberle ido bien en el amor, lo invadiera la desazón. Así, cuando le atribuyeron la definición de besar, quizá afrontó la tarea con resquemor: «Tocar u oprimir con un movimiento de labios a alguien o algo como expresión de amor, deseo o reverencia, o como saludo». Esto solo puede salir de una persona desengañada con la vida. O eso o «besar» se definió un lunes a las 9:00 de la mañana. Que estamos con el verbo besar, hombre, no con el beso de Judas ni el beso negro. Con todo respeto, y sin entrar ya en si hay algo de cierto en la fría acción de oprimir,¿era necesario incluirla? En el English Oxford Dictionary, en vez de oprimir, usan «caress», y en el RAG, aunque también utilicen el verbo «tocar», lo completan con un «como caricia». Y ni rastro de oprimir.

Otros académicos, o a lo mejor el mismo que profanó la palabra besar, en una época que ya se había recuperado de lo suyo, no fallaron con palabras que piden a gritos al liróforo que llevan dentro. Hay interés estético, y alma, en la primera acepción de «melancolía»: «Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada»; y  «pena de verse ausente de la patria o de los deudos amigos» podrían ser versos de Alberti, pero es la descripción de la Real Academia de «nostalgia», que no desmerece al concepto en sí mismo. Una definición que empieza de manera muy parecida a la de nostalgia es «atrición»: «Pesar de haber ofendido a Dios, no tanto por el amor que se le tiene como por temor a las consecuencias de la ofensa cometida». No  me preguntes por qué, pero noto cierto tono de reproche, unas ganas latentes de acabar la frase con un «y esto es interés, no sentimiento honesto».

Pero no solo encontramos lirismo  en las definiciones de palabras hermosas en sí mismas, diamantes que predisponen al cariño y esmero en la definición. Las musas también pueden aparecer en lugares imprevistos, como en «salacidad», recogida como «inclinación vehemente a la lascivia». Oro puro, en estos tiempos en los que hemos sido condenados al «mueve tu trasero, abajo, arriba» y «si te me acercas más, no es culpa mía si me porto mal» del regatón. Cierto que no se puede pronunciar la palabra «lascivia» sin resultar lascivo: el movimiento de dientes y labios nos condena. Más popular es el «tener ayuntamiento o cópula carnal fuera del matrimonio» con que se lustra a la sórdida «fornicar». En este campo de lo lúbrico se nota recato, poco alarde de los académicos, pero aún se pueden hallar perlas como la tercera acepción de «satisfacer»: «aquietar y sosegar las pasiones del ánimo». Y en «concupiscencia» tenemos «… apetito desordenado de placeres deshonestos». Un «qué apetito más desordenado de placeres deshonestos me está entrando; me gustaría aquietar y sosegar las pasiones de tu ánimo y que tú hicieras lo mismo con las del mío» sería una forma muy decente de realizar una proposición indecente, pero no habrá manera, mientras sigamos empeñados en buscar inspiración en Maluma en vez de en Pérez Reverte.

Hay también conceptos que, para lo que son en sí mismos, podrían parecer no merecedores de tanto gasto en artificio literario: «tumbagobierno» suena a cachondeo, y de hecho la RAE especifica su carácter coloquial, pero alguien arrastrado por el entusiasmo se desató con un «que excede en tamaño, belleza o intensidad a las demás personas o cosas de su línea o especialidad». Vemos que, por ejemplo, «ser alguien o algo la hostia», locución que también recoge la RAE, y que viene a ser lo mismo que tumbagobierno, se zanja con «ser extraordinario»; ya. Gasto mínimo de espacio y de tiempo para los muñones del idioma. Lo mismo pasa con «del carajo»: «muy grande o muy intenso». «Mordaz», como concepto, no nos dice ni fu ni fa, y hay también esfuerzo poético en su definición: «Que murmura o critica con acritud o malignidad no carentes de ingenio». Es un recurso muy vistoso el «no carentes», una especie de doble negación prescindible pero bien traída para favorecer la sonoridad. Poca gente habla así ya. Y la palabra «matizar» no es fea, pero lo que la eleva a categoría de verso es su segunda acepción, que tuvo que surgir un viernes, bajo un cielo despejado: «juntar, casar con hermosa proporción diversos colores, de suerte que sean agradables a la vista».

También la expresión «palabritas mansas» podría pasar desapercibida; a primera vista no sugiere ningún tipo de glamur retórico. Pero alguien le ha cogido cariño, y le ha sacado brillo con esta pulquérrima definición: «Suavidad en la persuasiva o modo de hablar, reservando segunda intención en el ánimo». Algo parecido pasa con «prodigar» en su última acepción, en forma pronominal, certera y rebosante de armonía: «Excederse indiscretamente en la exhibición personal».

Y, como no pretendo prodigarme, aquí lo dejo, mostrando mi admiración por todos los que teniendo que lidiar con lo útil, lo exacto y lo preciso, no renuncian a introducir lo bello.

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4 Comentarios

  1. ¡Por las arrugas de mi abuela!, qué buen artículo. A mí también me sucede (lo digo consciente de mis limitaciones literarias) lo que le sucedía a Montale, poeta italiano y Nobel en su época. Su médico de cabecera, constatando su morbosa sensibilidad le prohibía leer… hasta los diccionarios. Yo me pierdo en sus definiciones. Son pequeñas y breves historias, dramáticas, risueñas, de olvidos y reencuentros, siempre relatadas con esa voz impersonal, desapegada y fría. Estoy emperrado en creer que hambre, hembra y hombre (alejando umbro por ser bastardo) sean hijos de un mismo y desaprensivo padre que decidió antes de morir no dejar nada en herencia a esos hijos tan distintos, y que historia e histeria sean primas hermanas descendientes de un tío que, angustiado por su pasado que le causaba una enfermedad nerviosa, se suicidó sin dejar huesos ni testamento.
    Pero oiga que, si a usted mordaz no le hace ni fu ni fa, a mí me recuerda un viejo mordiscón de una niña, que sólo se limitó a ese gesto para contestar a una pregunta mía.
    Cuán perspicaz e inquietante que es usted,
    que afectado cuales otros por el no sustentamiento,
    como cualquier otro objeto que gira y flota
    sin coordenadas notas en un universo sin meta fija,
    con inclinación insana busca interpretaciones
    en clara “concupiscencia lascivia” con el diccionario
    y otros no menos nobles intentos de decifraje,
    en zonas cerradas, coto primigenio de experiencias
    ancestrales en donde nuestros pobres padres
    Iniciaron el balbuceo, ciertamente sin sospechar
    que, en un día pletórico de desafíos cósmicos,
    económicos, de nacionalidades y de géneros
    se presentara unos de sus hijos, crítico con el
    lenguaje que le tocó en suerte o con mala leche,
    (y disculpe usted la inelegante definición pero
    le confieso que a mí me hubiera gustado hablar
    e idear ideogramas chinos o japoneses).

    Lo saludo con admiración, y muchas gracias por el momento pasado.

  2. Muy buen artículo y muy buena conclusión.

  3. juan carlos

    A propósito de esa vergonzante producción de Maluma, se sabe por allá que nuestro impoluto gobernador de nuestra provincia, ha tenido la no menos pródiga idea de darle un reconocimiento a su labor cultural? Necesitamos altas dosis de pastillas para el mal propio, ojalá nos lleguen¡

  4. Precioso artículo que me ha enganchado desde el principio. Esa mezcla entre lo lexicográfico y lo poético, tan sencillo y culto.

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