Cine y TV

Infrasonidos y ultrasonidos en el cine

Eraserhead infrasonido
Eraserhead. Imagen: American Film Institute. infrasonido

Desde sus inicios, el cine nació con una voluntad sonora presente en algunas escenas de los primeros cortometrajes, donde aparecían grupos de gente bailando sin que el espectador escuchara ningún tipo de sonido durante la proyección. Fueron los hermanos Lumiére quienes, en 1897, contrataron un cuarteto de saxofones para que acompañase una de las proyecciones de las que ya realizaban en un local en París. Hasta 1926, con el estreno de El cantor de jazz de Alan Crosland, esa era la única forma de aportar un ambiente sonoro a las películas. La opción de poder grabar en el celuloide cualquier pista sonora marcó el punto de partida para el desarrollo y perfeccionamiento de una disciplina que a partir de entonces siempre acompañaría a la imagen. Tanto es así que en la actualidad hay directores como David Lynch o Gaspar Noé que deciden dar a la banda sonora una atención especial, llegando a utilizar en sus películas algunos sonidos que los seres humanos no son capaces de captar.

Especies animales como los murciélagos o las ballenas se comunican gracias a sonidos cuya frecuencia, traducida en vibraciones de la onda acústica por segundo, se escapa al umbral de audición humano. Dichos sonidos reciben el nombre de infrasonidos y ultrasonidos. La tonalidad es la cualidad del sonido que se mide mediante la frecuencia con la que este se propaga por el espacio; aquellos con una frecuencia más alta producirán sonidos agudos y los graves tendrán una frecuencia más baja. Los infrasonidos son aquellos que son demasiado graves como para escucharlos, es decir, su frecuencia se encuentra por debajo de los 20 Hz y, por el contrario, los ultrasonidos son los que superan la barrera de los 20 kHz. Eso sí, igual que según avanzan los años la vista empeora, este rango de audición se hace cada vez más reducido aunque, desde que se forma, el órgano auditivo no es capaz de procesar ciertas vibraciones para convertirlas en impulsos eléctricos que lleguen al cerebro y, por lo tanto, no detecta ciertas ondas como sonidos audibles. Lo sorprendente es que estas ondas siguen llegando y afectando al conjunto del cuerpo humano produciendo, en este caso al espectador, ciertas sensaciones que pueden desencadenar diferentes emociones.

Muchos son los experimentos que se han llevado a cabo en el ámbito militar para saber cómo controlar a ciertas poblaciones mediante el uso de estos sonidos. Las vibraciones producidas por altavoces de gran potencia pueden generar estragos en los órganos internos si se está mucho tiempo expuesto a tales ondas. Las torturas adoptaron entonces mecanismos muy sofisticados que no dejaban apenas huellas de violencia sobre los prisioneros. Un tipo de ultrasonido, comúnmente llamado mosquito, se utilizó en algunas zonas de ocio nocturno en Reino Unido. La policía británica lo empleó para despejar ciertos barrios sin molestar a los vecinos y focalizándose en los jóvenes, cuyo oído todavía es capaz de captar sonidos tan agudos que resultan inaudibles para las personas con más edad. Estos estudios fueron acogidos por algunos directores con la intención de producir en los espectadores diferentes sensaciones, mayoritariamente desagradables, y otorgar a sus escenas un sentido tanto narrativo como dramático.

Es común que ante una escena de terror los espectadores tiendan a taparse los ojos antes que los oídos. Lo que muchos olvidan es que la música es fundamental para que esa escena parezca aún más terrorífica de lo que sería sin una banda sonora que la acompañase. Para adecuar una melodía o sonido a una determinada secuencia de imágenes, es necesario saber aquello que se quiere transmitir al espectador. Al intentar asociar los infrasonidos y ultrasonidos con ciertas imágenes, surgen una serie de interrogantes en cuanto a cómo serán percibidos por la audiencia. En las películas bélicas, cuando la explosión de una granada aturde al protagonista, no es extraño que se perciba un sonido extremadamente agudo que acaba por incomodar al espectador. Este sonido forma parte de la narración de la película, pero serán solo los más jóvenes los que perciban el ultrasonido que deja la explosión cuando se funde con el sonido ambiente. El uso de los infrasonidos, por el contrario, está más enfocado a reforzar dramáticamente cualquier escena que pretenda crear tensión antes de que se resuelva. Como consecuencia, el uso de estas vibraciones puede resultar en algunos casos una pérdida de tiempo si el que las tiene que recibir no las percibe en su totalidad, ya que depende de la intensidad y frecuencia de la onda emitida.

El ejemplo más famoso del uso de los infrasonidos en el cine es el de la película Irreversible a cargo de Thomas Bangalter, miembro del dueto francés Daft Punk. Gaspar Noé expone a sus espectadores a una frecuencia de 27 Hz durante los primeros treinta minutos del largometraje, donde se muestra la brutal violación a una mujer de forma muy explícita. Durante su inauguración en Cannes en 2002, tres espectadores se desmayaron y doscientos abandonaron sus asientos porque afirmaron sentir mareos y ansiedad incluso antes de que se proyectara la tan controvertida escena. Era imposible de escuchar, pero el infrasonido hizo temblar a los espectadores. En la sala de proyección había un subwoofer lo suficientemente potente como para que el sonido incomodase más que lo que sucedía en la pantalla.

Las películas del cineasta estadounidense David Lynch son casi igual de poderosas e inquietantes si uno cierra los ojos y simplemente atiende al sonido. Ya en su primer largometraje y con la ayuda del compositor Alan Splet, Lynch se hizo popular gracias al uso que dio a los sonidos para crear ambientes perturbadores. Durante el visionado de Cabeza borradora, el público no para de percibir sonidos que se escapan a lo que puede observar en la pantalla. El director es capaz de convertir a un inofensivo bebé en un ser repulsivo asociándole un llanto irritante que crea nerviosismo en el espectador. En una de las escenas finales, el uso de un tipo de infrasonidos conocidos como drones despiertan en el espectador una sensación de pesadez, como si tuviera la cabeza metida en un horno o un volcán erupcionara a poca distancia de él. Lynch ha sido el director que más ha investigado y experimentado con estos sonidos, llegando a implementarlos en más películas como Mulholland Drive. Aunque se ha averiguado que las personas que acuden al cine para ver este tipo de películas salen más asustadas que aquellas que las visualizan en sus respectivos hogares, ya que no se suele disponer de equipos de sonido tan potentes como los que hay en los cines.

Una de las frecuencias más estudiadas y que provocan un mayor grado de malestar, mareo o miedo, ha sido la de los 19 Hz. La causa es que se encuentra muy cerca de la frecuencia a la que vibran los globos oculares de los ojos humanos, que es de 18.9 Hz. Esto significa que un altavoz que emita dicha frecuencia puede provocar ilusiones ópticas en las personas, lo que justifica muchas de las visiones fantasmagóricas que se han ido recopilando a lo largo de la historia. El saber qué provoca en el espectador dichas frecuencias puede ayudar a cualquier director especializado en películas de terror a jugar con la mente del espectador haciéndole creer que ve algo más allá de lo que se proyecta en la pantalla.

El sonido de los golpes producidos por los puños en las peleas es uno de los más icónicos y reconocibles de Hollywood, así como uno de los más desapercibidos cuando está perfectamente integrado en la escena. Resulta que muchos de estos sonidos se deben a la realización de la película Toro salvaje, pionera en la construcción acústica, lo más realista posible, de las peleas de bar. Para cada conflicto, Martin Scorsese y el editor de sonido Frank Warner construyeron diferentes escenarios sonoros haciendo que cada enfrentamiento tuviera matices únicos. Director y compositor usaron gran variedad de sonidos, incluyendo llamadas de elefantes en las escenas de boxeo para que fueran lo más perturbadoras posible. Curiosamente, son los elefantes los que producen frecuencias infrasónicas cuando se comunican con animales de su misma especie.

Los infrasonidos están presentes en la naturaleza; los terremotos, tsunamis, tormentas o las auroras boreales producen frecuencias que se encuentran por debajo del umbral de audición humano. Mark Robson, en su película estrenada en 1974 y titulada Terremoto, usó un infrasonido para simular el ambiente que produce el desencadenamiento de un seísmo. En este caso, el uso de dicho sonido adquiere un valor tanto narrativo, por ser el verdadero sonido que se produciría en la realidad, como dramático, gracias a la tensión creada en el espectador sin que sea consciente de lo que le produce dicha sensación.

En lo que coinciden muchas de las películas con infrasonidos y ultrasonidos es en que pertenecen al género de terror. Como ya se ha comentado, estos sonidos producen sensaciones más bien desagradables en el espectador y son difíciles de soportar durante mucho tiempo. Otros largometrajes como The Battery, Posesión infernal y, en especial, Viernes 13, cuya banda sonora fue compuesta por el músico de jazz estadounidense Harry Manfredini, también adoptaron ciertos sonidos que no son del todo audibles.

Los estudios han demostrado que los infrasonidos pueden producir dolor extremo o escalofríos entre otros efectos. Incluso algunos científicos han planteado hipótesis de que las señales infrasónicas producidas por los tubos de los órganos de las iglesias pueden causar sentimientos que ayudan a los feligreses a sentirse en armonía con la oración. Es cierto que los sonidos graves creados mediante instrumentos de viento se han utilizado en las ceremonias religiosas de muchas civilizaciones antiguas. En 2019, se descubrió un pasaje sin salida excavado dentro de una cámara subterránea de la Gran Pirámide de Giza que podría haber funcionado como un tubo de resonancia de sonido, generando infrasonidos con una frecuencia cercana a los 5 Hz.

Aunque son muchas las técnicas para generar este tipo de frecuencias, es verdad que actualmente la mayor parte de los hogares no disponen de sistemas de reproducción tan complejos como para reproducir este tipo de sonidos. Hasta que no pasen unos años y la tecnología sónica avance, hay que conformarse con ir al cine para poder vivir una experiencia acústica lo más envolvente y completa posible. Se trata de la técnica más reciente, y silenciosa, que los cineastas tienen a su disposición para llevar a la audiencia a un viaje emocional. No todo el mundo responde al verdadero infrasonido de la misma manera, pero sí la suficiente como para que, con el paso del tiempo, se vuelva aún más sofisticado y vaya apareciendo en más y más películas.

Javier Calderón Lagándara

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2 Comentarios

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  2. E.Roberto

    Muy buena lectura, señor. Buenísima. Gracias.
    No entiendo a mis pares que van al cine solo para asustarse si hasta el silencio asusta. A mi no me gusta tener miedo
    mucho antes del miedo, sospecho que son rústicas, disarmónicas, discordantes, que en la acústica de la música indagan para
    oir dónde estarían mejor, si en la sala o en la casa cuando lo aconsejable sería en una caliza cala de frente al mar
    escuchando la furia líquida y aerea y a salvo de las tasas, impuestos, del verbo infra o ultrasonoro en exceso, de los
    amores que ya son silencio, por eso yo tengo un canario y un un loro, ambos tolerantes en el color y que no desafinan
    cuando uno hace de violín y el otro de tuba, un gato que maúlla una sola vez, un diccionario gordo a punto de reventar en
    palabras, un cuadro holandés de una «Muchacha con aro» de un falsario, puesto al revés para que no sea vea que es el real…
    Qué mas? No me acuerdo. Entonces silencio para que retorne ese misterio sonoro que te deja afásico, nostálgico, huérfano
    y hueco, o sea sin palabras, esas avejas que como bueyes pequeños, labran y labran y labran.

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