Ciencias Entrevistas

Silvia Gold: «No puede haber hambre en un país que tiene territorio y alimento para diez veces su población»

Silvia Gold

Esta entrevistase encuentra disponible en papel en nuestra trimestral nº33 especial Argentina.

Silvia Gold es doctora en bioquímica y presidenta de la Fundación Mundo Sano, una organización que se dedica a luchar contra las enfermedades tropicales desatendidas. Nació y estudió en Argentina, pero, en 1976, tras el golpe de la Junta militar, se fue a Barcelona. Allí, ella y su marido fundaron un pequeño emprendimiento farmacéutico familiar que, con el tiempo, se ha convertido en uno de los grupos empresariales más importantes de América Latina. Charlamos sobre su vida y su carrera. 

Usted y su marido Hugo toman un vuelo y se van a Barcelona tras el golpe de la Junta. Tenían hijos muy pequeños. ¿Cómo fue aquella decisión? 

Yo me casé muy jovencita, con veintiún años, mientras estudiaba bioquímica. Estaba en el tercer año. Tuve mi primer hijo cursando quinto año, y me recibí en diciembre del 72, poco después de que naciese el segundo. 

Eran años muy tumultuosos en Argentina. Perón volvió del exilio en el 72, sucedió el tiroteo en el aeropuerto de Ezeiza cuando aterrizó y cerraron la facultad un mes. En octubre, cuando nació mi hijo Mariano, cerraron la universidad y dieron el curso por terminado. Y es lo que más le agradezco a Perón, porque aprobé la cursada y me regalaron un mes de licencia por maternidad y me recibí en diciembre. Empecé a trabajar en la empresa familiar. Mis padres, los dos farmacéuticos, tenían un laboratorio. Yo trabajaba con ellos y al mismo tiempo hacía el doctorado en la cátedra de farmacognosia, trabajando mucho, porque además tenía dos bebés. 

Eran años muy difíciles en la Argentina, las persecuciones de la Triple A… Veníamos acostumbrados a que hubiera golpes militares en nuestro país. Pero, a decir verdad, se veía que el del 76 iba a ser un golpe muy duro.

Mi papá nos convenció para que nos fuéramos. Yo me daba cuenta de que él hacia lo posible por sacarnos del país, porque todo era peligroso para una pareja joven en la Argentina. Hugo era psiquiatra, trabajaba en un hospital muy avanzado que buscaba introducir la psiquiatría en los centros sanitarios y no encerrar a la gente en los manicomios. Y yo tenía un nene de tres años, un nene de cinco, y mi papá trataba de convencernos: «¿Por qué no van a Brasil? ¿Por qué no van a México?». Y un día nos dijo: «¿Por qué no van a Barcelona?», y… ¡clic!, eso sonó lindo.

Cuando me preguntan: «¿Por qué Barcelona?», yo digo: «Por suerte». Porque fue mejor ir a Barcelona de lo que yo hubiera imaginado en ese momento. Primero, porque España empezaba el proceso democrático, y era muy lindo participar de una España que salía de muchos años de dictadura y empezaba a mucho más que a vivir en democracia. Empezaba a ingresar a Europa, y no me refiero solo a la Unión Europea; empezaba a ser europea, a ser Europa como país. Empezaba a modernizar su comercio. Vivimos años fascinantes en España. Nos fuimos de una dictadura y vivimos un país que se lanzaba a modernizarse, y para gente joven era, la verdad, muy atractivo.

Una de las cosas que repiten con frecuencia los argentinos que viajaban a España en los sesenta y los setenta es que Madrid o Barcelona eran entonces ciudades muy atrasadas, muy grises, comparadas con Buenos Aires.

Era un viaje al pasado. Buenos Aires era una ciudad más moderna, con más cultura, más liberal. Para una mujer profesional, trabajar en Buenos Aires era mucho más fácil que en España. 

En Barcelona, durante los primeros años, me costaba que un director de banco hablase conmigo y no me dijera: «Páseme a su marido». Para ver una película, todavía había que ir a Perpiñán. Para nosotros ir a Perpiñán era refrescarnos un poco.

Me llevó tiempo encontrar colegio para los chicos, porque, por ejemplo, la influencia de la psicología en la Argentina, en la pediatría, en la escuela, era enorme. En Barcelona, entraba a un jardín de infancia que tenía cuatro paredes blancas y no podía creerlo. Por entonces las guarderías en Argentina ya eran modernas.

O el pediatra. Me acuerdo del primer pediatra en Barcelona. Mi hijo pequeño tenía tres años y lloraba porque no lo conocía. Y entonces me dijo que la próxima vez le diera un calmante al niño antes de entrar a la consulta para que él lo pudiera examinar con tranquilidad. Pensar que le pudiera dar eso a un niño de tres años, para que no llore…

Sí, en aquellos años viajar a España desde Buenos Aires era un viaje al pasado. Pero, a la larga, vivimos un proceso de transformación muy enriquecedor. Yo tengo mucho agradecimiento por esos años. Y, sobre todo, porque volvimos a la Argentina sin irnos ya nunca más de España, porque siento las dos identidades, tengo dos lugares donde me siento en casa. Aquí crie a mis hijos y aquí nació el tercero.

Silvia Gold

Ustedes atravesaron el Atlántico en dirección a Europa, que era justo el viaje inverso que tantos inmigrantes hicieron décadas antes, huyendo de los horrores en este continente…

Mi mamá llegó a la Argentina con once años, desde lo que hoy es Bielorrusia, que entonces era Polonia. Eran los años treinta, yéndose los que alcanzaron a irse, los que empezaban a sentir que aquello iba a terminar mal. Por suerte mi abuelo tuvo la visión de que se venía el desastre. Y se fueron. Mi mamá era la menor de muchos hermanos. Trajeron también a una sobrina de mi abuelo, y a un sobrino de mi abuela. Muchos otros familiares no lo pudieron hacer. Cuando quisieron huir ya era demasiado tarde y murieron en campos de concentración.

Argentina era un lugar de oportunidades para los europeos que huían.

A mi mamá la pusieron en primer grado en la escuela pública primaria. Imagínate una adolescente, alta, flaca, que habla polaco. A los dos años, termina la primaria, va a una escuela pública secundaria, va a la universidad y se recibe farmacéutica. Yo digo: ¡qué mérito ella!, y ¡qué mérito el país!, que ofrecía eso a un inmigrante que llegaba. Esa era la Argentina.

Un tío mío, que llegó de adolescente, quería estudiar Bellas Artes. Pero tenía que hacer el examen de ingreso a la Escuela de Bellas Artes y apenas hablaba el castellano. Le pidió al profesor que le ayudase porque no entendía el idioma, y el profesor le dice: «Contéstalo como sepas». Y entonces, él contestó el examen en polaco. E hicieron traducir el examen con un traductor oficial, le pusieron una nota altísima y entró. 

Qué país abierto al inmigrante, qué país de oportunidades.

Por eso es difícil a veces entender la Argentina. Cuando uno piensa en cómo era el país en el que se criaron mis padres, las oportunidades a los inmigrantes, la movilidad social…

¿Cuándo se jodió la Argentina?

Mucho después. Tras la Segunda Guerra Mundial, Argentina era uno de los países más ricos del mundo. Tenía algo que era lo que más valía en el mundo: alimento. Era un país productor de alimentos. A veces pienso que Argentina pagó el precio de ser un país demasiado fácil, demasiado rico. Era imposible pensar que la Argentina llegara al hambre. Un país que puede producir alimento para diez veces su población; un país que tiene ahora cuarenta y pico millones de habitantes, ¡que tiene territorio y alimento para diez veces su población! No puede haber hambre en un país así.

Llevamos décadas de gestiones políticas deficientes. Pero el problema esencial es un problema con lo público. En Argentina no hay valor de lo público. La gente es buena, simpática, somos buenos amigos, somos cariñosos, pero lo público, ese concepto, ya no existe en la Argentina.

La familia, por encima de la polis. El amigo, el compañero, lo propio y lo privado por encima del ciudadano. No me imagino cómo podremos salir de una crisis como la que estamos pasando, si no construimos un consenso entre todos.

Volvamos al año 76. Cuando ustedes aterrizan en Barcelona, ¿ya tenían pensado fundar una empresa farmacéutica en España?

Cuando llegamos, el plan era que Hugo continuase con su trabajo como psiquiatra y lo consiguió, lo contrataron en el Clínic de Barcelona.

Mis padres en Buenos Aires tenían unos laboratorios farmacéuticos. Era una sociedad con una empresa italiana. Esa empresa italiana tenía también una sede en Barcelona, y la idea era que yo trabajara allí. Lo que pasa es que me ofrecían un trabajo en producción, y yo venía trabajando en desarrollo de medicamentos y en control de calidad. No era el área que yo conocía y no era la dedicación que quería. Además, quedaba en Granollers, que eran treinta kilómetros desde Barcelona. Yo tenía chicos muy chiquitos, me decían que tenía que entrar a las siete de la mañana y quedarme allí hasta las siete de la tarde. Yo no me podía comprometer a ese trabajo. 

En esa época existía algo que se llamaban los «representantes». Se viajaba una vez por año a una feria, y los representantes compraban materias primas a las grandes empresas químicas y después lo vendían a los laboratorios farmacéuticos y ganaban un porcentaje de las ventas. Con las importaciones que hacía nuestro laboratorio familiar en Argentina, si nosotros atendíamos esas compras en Europa, podíamos tener un ingreso. Esa fue la semillita para empezar. Nos ayudó mucho mi papá. Recuerdo una frase con la que él presentaba a Hugo a los fabricantes en Italia. Mi papá les decía: «El crédito a él es crédito a mí». 

Durante esos años, ¿volvieron en algún momento a Buenos Aires, aunque fuese de vacaciones, o no quisieron ni pisarlo?

Hasta principios del 79, ni pisarlo. En agosto del 78 mandamos a los dos niños solos. Leandro, el mayor, tenía siete años y Mariano, cinco. Ellos lo pasaron bien, pero nosotros todavía no volvíamos. Porque todos los temores que tuvo mi papá antes del golpe militar se cumplieron.

En el hospital de Hugo, hasta la hija del decano de medicina —en esa época los decanos de la facultad de medicina eran representantes de la clase alta argentina— desapareció.

El horror fue indiscriminado y masivo. Había denuncias, listas, persecuciones, desapariciones… Nosotros no volvimos al país hasta la Semana Santa del 79.

Silvia Gold

La dictadura cae en el año 83 y entonces se abre en Argentina un periodo de transición a la democracia con algunos paralelismos con el que ustedes acababan de vivir en España.

Recuerdo que fui al consulado, porque en aquella época no se podía votar desde lejos y tenías que ir al consulado a justificar por qué no votabas. Y yo iba al consulado llorando, quería votar después de tanta barbarie.

Raúl Alfonsín era un candidato muy convocante. Me da pena que no terminase bien su mandato. Pero creo que era un gran presidente. Era muy difícil salir de esa dictadura y quizá no lo hizo todo, no pudo hacerlo todo, pero al menos nos llenó de orgullo a los argentinos. 

Ten en cuenta que se juzgó a los militares golpistas. Y ese juicio se hizo muy poco después de que cayese la dictadura, no treinta años después. Eso fue un baño de dignidad. Lo agradeceré siempre: un baño de dignidad, después de tanto padecimiento.

Es algo que siempre me ha sorprendido: esa transición argentina, que se hizo de una manera incluso mucho más valiente que la española, porque aquí no se miró al pasado… Yo creo que ese juicio tan valiente fue un hecho histórico.

Pero, entonces, ¿por qué acabó mal Alfonsín? Después de haber hecho algo tan difícil… 

No lo sé, Alfonsín fracasó en la economía, pero también fracasaron todos los que han venido después. Qué sé yo. No es fácil explicar la Argentina.

Argentina no ha acabado de despegar en estos últimos cuarenta años…

Uno de los reflejos de eso es el Gran Buenos Aires. Ahora es un lugar realmente duro, con muchos problemas de pobreza y violencia. Y me preocupan mucho también los índices de educación, el uso del lenguaje… Las élites políticas, culturales y periodísticas han desertado de sus roles sociales. Solo tienes que ver los programas de televisión.

No me considero una persona tan recatada, pero me sorprendo cuando un periodista habla: a mí me parece que debe decir «el dinero» y no «la guita». Un periodista, cuando está hablando en una columna, tiene que esforzarse por utilizar el lenguaje lo mejor posible, porque hay un rol educador, formativo.

Mira, nosotros en esta oficina tenemos mucho arte, tenemos arte acá, tenemos arte en casa, nos gusta el arte. No sabes cómo mira el arte cualquier chico que comienza a trabajar en la oficina. A lo mejor el primer día hace una broma porque no entiende una escultura contemporánea. Pero después te empieza a preguntar de quién es, se interesa… Yo creo que la cultura, cuando se ofrece, gusta. Por eso, cuando hablo de la dirigencia me refiero a que todos tienen responsabilidades. 

Hay una responsabilidad colectiva. Y cuando uno dice: «¿Qué pasó con Argentina? ¿La culpa es del presidente? ¿O la culpa es de todos?», seguramente, en buena medida, sí. Hay una decadencia en distintos niveles de jerarquía.

No solo los líderes políticos, sino también los líderes empresariales, académicos, culturales…

Lo mejor que uno puede hacer por el otro es ayudar a que el otro crezca. A mí no me gusta ni cuando les hablan a los niños como si fueran tontos. Una cosa es entender el lenguaje de ellos y otra hablar como ellos. Los chicos están tratando de aprender a hablar como uno.

El compromiso, la obligación de los que tienen más recursos, sean económicos o sean intelectuales, es tratar de nivelar para que los demás accedan a esos niveles, no bajar.

Antes me decía que la primera oportunidad laboral que surgió en Barcelona fue esa farmacéutica en Granollers, y que aquel trabajo hacía imposible compatibilizar su vida profesional y personal. Pero una empresa en la que solo trabajan su marido y usted, ¿no hace las cosas mucho más complicadas?

Sí, pero da más independencia. Trabajar juntos fue muy lindo. Trabajamos mucho, pero en casa yo podía trabajar hasta la una de la mañana. Por eso, cuando preguntan por el tema de la mujer en el trabajo, creo que es muy importante la flexibilidad. Hoy con el teletrabajo está demostrándose que era más posible de lo que se pensaba. Yo siempre pensé que era posible. Y una empresa propia es un compromiso continuo, pero te da flexibilidad.

Hacíamos cenas de trabajo en casa y los chicos estaban en la mesa. Viajábamos, acomodábamos las cosas, nos compensábamos. Fue bueno trabajar juntos, muchas veces era difícil, pero yo podía decirle a Hugo: «Me tengo que ir, cúbreme esta reunión». No se lo puedes decir a cualquiera.

Y yo siempre he trabajado con la familia, siempre trabajé como hija, como hermana, como esposa, como madre. 

Habiendo trabajado desde pequeña en una empresa familiar, ¿era inevitable acabar creando una?

Una vez te acostumbras a los usos de una empresa familiar, es casi inevitable no volver a eso.

Yo nunca pienso que por ahí tienes que trabajar más. Para nosotros el trabajo siempre fue como un proyecto de vida, no entendemos muy bien dónde se separa el trabajo, la vida, la familia. Dos de nuestros hijos ahora trabajan en la empresa, y eso es muy lindo para una empresa familiar. Si los hijos no la siguen la tienes que vender, ¿qué vas a hacer? A nuestra edad, si tus hijos no quieren seguir con la empresa, mejor ir vendiéndola. 

Silvia Gold

En el sector farmacéutico, donde hay compañías gigantes, ¿cómo puede florecer una empresa familiar?

Nosotros apostamos por la colaboración con grupos académicos; las llamamos «consorcios», cuando, de verdad, yo no había oído escuchar el término consorcio fuera de una comunidad de propietarios. Pero me parecía que era un consorcio. Y empezamos a trabajar con universidades. Una era la universidad de Quilmes y otra la Universidad de Buenos Aires, desarrollando productos innovadores en colaboraciones que se mantienen. Hoy, veinticinco años después, nosotros tenemos on board a los mismos científicos con los que empezamos a trabajar, porque hemos generado vínculos de confianza. Ahí está nuestra fuerza. Los científicos pueden hacer sus investigaciones mientras nosotros obtenemos los servicios que les estamos pidiendo, y donde hay un reparto justo entre los financiamientos que ponemos, lo que conseguimos y lo que se obtiene.

Uno de los temas que más le preocupan es el acceso a los medicamentos y el precio excesivo de algunas terapias.

A mí me parece que hay precios en algunos medicamentos que no son morales. Yo creo que hay veces que algunos precios los tendrían que regular los parlamentos. Es legal, pero no moral, que un tratamiento pueda quebrar el sistema sanitario de un país, o solo sea accesible para quienes tienen fortunas. No puede ser que el precio de un producto se calcule por las vidas que salva y no por lo que realmente cuesta. Hay que ver cuánto cuesta la investigación y cuánto hay de cierto en lo que dicen que cuesta la investigación. Ahí hay mucho por hacer. 

Piensa que los nuevos productos son todos productos biológicos; la farmacología tradicional ya casi está muerta. Y se ha creado un mercado de precios en los productos biológicos descomunal. Empieza a haber más desarrollo de productos para las enfermedades huérfanas, y eso está muy bien, está bien que haya un incentivo para que se hagan. Pero un tratamiento no puede costar un millón de dólares. No puede ser, es insostenible.

Es muy interesante cómo toda la industria farmacéutica ha pasado de las moléculas químicas «simples» para centrarse ahora en los productos biológicos muy complejos.

Nosotros producimos biosimilares, que son como los genéricos de los productos tradicionales. Y la batalla por los biosimilares es enorme, porque hay mucha pelea de las Big Pharma por la comparabilidad. Aunque puedas demostrar que tu producto es física y funcionalmente idéntico, tienes que hacer los ensayos clínicos para probarlo. Y hacer la clínica para una agencia regulatoria es muy caro.

En Argentina, donde ya tenemos biosimilares aprobados, hemos bajado mucho los precios. Y además es algo también importante para la macroeconomía: lo que se ahorra el país en divisas, porque se producen localmente y no se importan, son decenas de millones.

Una de sus empresas ha firmado un acuerdo con AstraZeneca para la vacuna de Oxford frente a la covid-19. Las farmacéuticas están fabricando la vacuna a riesgo, antes de que se apruebe, para que, si pasa los controles de seguridad, haya inmediatamente millones de dosis disponibles.

Así es. Esto arranca con Oxford. Cuando Oxford le licencia la tecnología a AstraZeneca, ya plantea la preocupación de que la vacuna sea accesible en precio, y que sea accesible también a nivel geográfico. Que no ocurra como con otras vacunas, que tardaron años en llegar a países con menos recursos. Entonces AstraZeneca empieza a buscar acuerdos con distintas compañías regionales para que la vacuna esté inmediatamente disponible en cuanto se apruebe en todos los rincones del mundo. 

Lo que nosotros fabricaremos es el principio activo, es decir, la materia prima de la vacuna. Una vez concluido el producto, será entregado a AstraZeneca, que lo enviará a México, donde el laboratorio Liomont se ocupará de fraccionarlo y envasarlo. Pero el compromiso es que el sector privado toma el riesgo de fabricarla, el riesgo de que no se apruebe. Así, si se aprueba, las primeras dosis estarán disponibles casi inmediatamente. 

Se ha hecho un esfuerzo grande, pero creo que hay que comunicarlo bien, porque la gente a veces dice: «Ya está la vacuna», y la vacuna no está. La vacuna está en ensayos clínicos, está en fase 3. Ni la vacuna está ya, ni la vacuna deja de estar cuando hay un caso con un efecto secundario y se detiene por unos días el ensayo clínico, lo cual es absolutamente normal. Parar un ensayo por un efecto adverso, que ni siquiera se sabe si está relacionado con la vacuna, es algo que ocurre siempre. Es absurdo crear alarma por eso. Yo creo que la vacuna se aprobará. La Agencia Europea ya la está revisando, ya se presentó el dosier, y, en ese caso, la vamos a fabricar para AstraZeneca.

Además, estamos haciendo el ensayo clínico en la Argentina de una de las vacunas chinas. Esa vacuna china es con el virus entero, inactivado: la vacuna de toda la vida. La vacuna Pasteur: virus inactivado, inmunógeno. Son más caras de hacer y más complejas porque, en algún momento, entra el virus vivo a una planta. Son seguras para la gente porque el virus es inactivado, pero el proceso industrial es más complejo.

No está mal ir a la vacuna convencional. El día que realmente se terminen de resolver las vacunas génicas, que son más fáciles de hacer y más baratas… Pero todavía no se ha producido ninguna a gran escala.

Silvia Gold

Y ustedes, que tienen tanta experiencia en el mundo farmacéutico y sanitario, ¿en qué momento vieron venir la pandemia?

Yo estuve el 19 de febrero en Londres, en un board de una alianza que se formó en el 2012 entre la OMS y la Fundación Gates que se llama Uniting to Combat. Hicimos una reunión presencial en febrero. Viajé, estuve en Heathrow, dormí en un hotel, estuve encerrada en una de esas salas que no tienen ventilación; imagínate, en Inglaterra, el frío que hacía en febrero, todos ahí dentro, todos compartiendo el bufé.

¡Y todos éramos del área de la salud publica! Todos profesionales, de hecho, con gente de la OMS en la reunión, y nos fuimos a cenar. 

Y el 27 y el 28 de febrero estuve con gente del ámbito profesional, almorzando, hablando todos de la infodemia y de la gripe común. O sea, que confieso, no solo yo, sino expertos, que a finales de febrero seguíamos pensando que era una gripe y que había una exageración de la prensa.

Nos fuimos de Madrid el 10 de marzo porque mi hijo me dijo: «Mamá, ¿por qué no se van ya?». Y le dije: «¿Sabes qué? ¡vámonos hoy!». Y al otro día declararon el estado de alarma, así que no tengo ninguna genialidad. La verdad es que no la vimos. Por eso cuando se critica tanto la gestión de la pandemia me parece un poco absurdo.

A ver, se han hecho cosas mal en todo el mundo, pero creo que criticar no es tan justo, porque todos creíamos que no era para tanto. Habíamos visto las que no lo fueron: el Ébola, el MERS…

Han pasado cosas que jamás hubiésemos imaginado en Europa: ¿cerrar fronteras? ¿cerrar colegios? La verdad es que no la vimos. Y, cuando la vimos, dramáticamente, la vimos clara. A partir de ahí, creo que marzo y abril fueron muy duros, pero se aprendió bastante.

Yo creo que se pensó mucho en la infectología, pero se evaluó poco la epidemiología. Pero no es fácil. No quiero sentarme a criticar, porque no hubiera querido estar en la piel de ninguno de los gobernantes. La lucha entre salud, libertad y economía es complicadísima. 

Este mundo ya cambió y ya hay que empezar a pensarlo de otra manera.

En nuestra actividad las cosas se complicaron mucho. Se han parado campañas de vacunación porque han surgido un montón de problemas. Se han parado por falta de recursos; se han parado por temas logísticos porque no había vuelos; se han parado por falta de personal; se han parado por el confinamiento: todo atentó en contra.

Pero hay motivos para el optimismo: una de nuestras batallas más grandes es la enfermedad de Chagas. Y en España trabajamos mucho, porque en España hay bastante enfermedad de Chagas. Una de las cosas que seguimos es el número de tratamientos mensuales que se venden, porque es un indicador, y si el promedio eran 120, de repente en marzo o abril pasan a ser 17, después 30 y este último mes ya fueron 90. Bueno, qué bien. Esto quiere decir que en el hospital vuelven a pensar, o que el paciente con Chagas se vuelve a animar a ir al hospital.

Ahora usted ha dejado la primera línea de la empresa para dedicarse en exclusiva a la Fundación Mundo Sano.

La fundación es mi pasión desde hace veinte años. La fundó mi papá en el 93, pero falleció pronto. Siempre digo que yo me la encontré recién fundada.

Estoy muy contenta porque, después de veinte años, tenemos la sensación de haber elegido un buen camino, una buena estrategia de cómo desde el sector privado podemos contribuir a la salud pública. Y la salud pública es cosa del Estado, pero no quiero ser funcionaria.

Hay mucha gente que dice: «Estamos haciendo lo que el gobierno no hace, somos parches, a ver cuándo dejamos de hacerlo», y yo respondo: «Nosotros estamos colaborando, gracias a que nos dan la oportunidad de hacerlo, y estamos colaborando en algo que nos interesa, y que nos gusta». Agradezco la oportunidad de que haya un espacio en la salud pública para el sector privado.

Nosotros encontramos un hueco trabajando en el terreno, porque nos parece que hay que estar ahí, y entender. Es un error creerse que desde las grandes ciudades uno manda enlatados con recetas para problemas que no conoce, cuando, además, la gente desarrolla redes, inteligencias. Hay que entender para quién son las soluciones y qué quiere esa gente. Lo primero para nosotros es estar en el terreno, buscar una inserción genuina en la comunidad.

Publicamos en revistas de primera, y hacemos cooperaciones con grupos académicos para que el trabajo tenga calidad. El objetivo es generar evidencia útil en políticas públicas de salud. Estamos muy contentos porque hemos logrado que evidencias nuestras influyan en las recomendaciones que siguen los Ministerios de Salud.

Generar una evidencia y discutirla y conversarla y publicarla en estos ámbitos fue desde el comienzo nuestra aspiración. Estamos poniendo a la Fundación en un lugar soñado: una pequeña organización familiar, nacida en Argentina, generando evidencia que contribuye a las políticas de salud a nivel global. 

Otra asignatura importante para nosotros es la presencia de Latinoamérica en el mundo, porque, en el mundo de la cooperación, Latinoamérica no existe. Existe un poco para España, pero fuera de España no existe. Para mí es importante como latinoamericana estar en algunos boards, por ejemplo, el de Uniting to Combat. También ahora soy miembro del board de la Fundación WHO. Soy la única latinoamericana en ambos lugares y me parece esencial llevar allí la voz del continente.

Ahora me invitaron también a ser miembro del consejo del Centro Internacional para el Desarrollo de la Kennedy School de Harvard. Estoy encantada, porque esa es la gente con la que me gusta aprender. Que esa gente crea en nosotros y en nuestro trabajo me hace sentir muy orgullosa.

Cuando bautizamos a la fundación con el nombre «Mundo Sano», ese término parecía muy pretencioso: era una utopía, una aspiración. Pero hemos llegado a estar en lugares globales. Es justo lo que te decía antes: los líderes deben tirar hacia arriba de la sociedad.

Silvia Gold

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2 Comentarios

  1. «Argentina no ha acabado de despegar en estos últimos cuarenta años…» . Bonito eufemismo del entrevistador.

  2. Pingback: Silvia Gold: «Hacer medicamentos accesibles no significa no ganar dinero» : Ethic

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