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Todo es lengua, todo está en la lengua

todo es lengua

Este artículo es un adelanto de nuestra trimestral Jot Down nº 42 «Babel»

Me llevé un sobresalto en las recientes elecciones de medio mandato de Estados Unidos, el otoño pasado. Escuché días antes en una crónica radiofónica que se esperaba que «una marea roja» tomara tanto el Senado como la Cámara de Representantes. ¿Una marea roja, izquierdista, comunista…, en el país emblema del capitalismo? Luego caí en la cuenta de que el rojo es el color corporativo del Partido Republicano, y el azul, el del Partido Demócrata; al revés que entre nosotros, en España, donde el azul es el color de la principal formación política de las derechas, y el rojo, el de la principal formación de las izquierdas. La marea roja que se esperaba y se temía en Estados Unidos —y que finalmente no llegó— era de derechas, de las derechas trumpistas, que lo mismo cuestionan un resultado electoral si no les es favorable que asaltan el Capitolio. Por suerte, aquella marea no se produjo.

Hace dos años le dedicamos el reportaje de portada de la revista Archiletras a la compleja, completa, interesantísima relación entre los colores y la lengua. El tema dio para mucho, y desde muy variados ángulos. «¿Qué fue antes, nuestra manera de comprender los colores o el lenguaje para nombrarlos?», escribía allí Ana Cermeño. «La hipótesis del relativismo lingüístico asegura que la percepción de los colores depende de nuestra comunidad de habla. En ruso y en italiano, por ejemplo, existen dos colores diferentes para lo que los españoles llamamos azul. En navajo hay un solo color para el rango que nosotros dividimos en dos: el azul y el verde. Y otras lenguas combinan en solo dos términos (claro y oscuro) hasta entre doce y catorce colores».

Los colores sirven para casi todo en la lengua. Para lo grande y para lo pequeño. Para lo importante y para lo interesante. Para la salud: fiebre amarilla; para el amor: prensa rosa; para la economía: billetes verdes, números rojos, dinero negro

A propósito de dinero negro. Se atribuye el origen de esta expresión a las actividades de Alphonse Gabriel Capone, el más famoso gánster que vieron los tiempos. En los años veinte y treinta del siglo pasado, sus bandas llenaron Chicago de lavanderías (laundries) que utilizaban de tapadera con la que justificar ante las autoridades los muchos ingresos que en realidad obtenían de negocios ilícitos: alcohol, juego, prostitución… De ahí que se llamara a aquella práctica lavar dinero (to launder money), y que ese dinero de origen ilegal se calificara como sucio (dirty) o negro, antes de aflorarlo a través de las lavanderías, y blanco o blanqueado, una vez pasado por ellas. 

Un siglo después, en español llamamos dinero negro a todo aquel que escapa al control de Hacienda. En francés han precisado algo más, han buscado y encontrado matices. Al dinero que procede de actividades delictivas lo llaman argent noir, pero al que tiene origen legal pero escapa al control del fisco lo llaman argent gris. El gris nosotros lo usamos a efectos semánticos para otras cuestiones, a veces de modo contradictorio. Según el Diccionario de la lengua española, DLE (el, digamos, oficial, el que elabora la Real Academia Española en colaboración con el conjunto de academias de la lengua de los países hispanohablantes), alguien gris es una «persona carente de atractivo o singularidad» y, sin embargo, según el propio DLE, un cerebro gris es la «persona que dirige una organización o una actividad y pasa inadvertida». De la primera tenemos una percepción negativa, y de la segunda, una percepción positiva, siendo ambas grises y personas. (De los grises, en plural, que así se llamaba a los miembros de la Policía Armada durante el franquismo por el color de su indumentaria, una buena parte de la población teníamos una opinión negativa, pero es probable que otra parte de la población, la más afecta al régimen, la tuviera positiva).

A propósito de positivo y de negativo, y de contradicciones y ambigüedades en la lengua. Observad la alegría y el alivio con el que celebramos un negativo en la prueba de la covid, como lo mejor que nos puede pasar, y la angustia y el miedo que nos provoca un positivo. Cualquiera de los dos términos puede indicar, según cuándo y cómo lo usemos, algo bueno o algo malo, lo mejor o lo peor.

Antes de que nos olvidemos de Al Capone, también llamado Scarface (Cara Cortada en la traducción) por las cicatrices de unos navajazos que recibió de joven en el lado izquierdo del rostro. Acabó en la terrible prisión de Alcatraz —instalada en la isla de la bahía de San Francisco del mismo nombre; se lo puso su descubridor, el español Juan Manuel de Ayala, en 1775—, condenado por evasión de impuestos, quizá porque no le bastó lo de las lavanderías para ocultar a las autoridades su ingente patrimonio, su mucho dinero blanqueado. Quizá también porque no encontró a tiempo un paraíso fiscal tan seguro como Alcatraz al que evadirlo, o porque por aquel entonces aún no existían. 

¿He dicho paraíso fiscal? Mal dicho, aunque se utilice mucho en España y venga en el DLE: «País o territorio donde la ausencia o parvedad de impuestos y controles financieros aplicables a los extranjeros residentes constituye un eficaz incentivo para atraer capitales del exterior». Paraíso fiscal es una expresión hija de un error de traducción. En inglés, esos países o territorios fiscalmente más favorables de los que habla el Diccionario de la lengua española se llaman tax haven. Haven es «puerto, refugio», pero, al verterlo al español, algún traductor poco avezado o duro de oído debió de confundirse y entender heaven, que significa «cielo», y convirtió el tax haven en «paraíso fiscal», mejorando brillantemente —para los evasores— la expresión original en inglés y blanqueando la actividad. ¡A quién no le gustaría vivir en un paraíso, lugar y palabra toda llena de connotaciones positivas! En algún medio de comunicación escrito en español de América he leído una lingüística y éticamente mejor traducción del tax haven inglés. Decían «guarida fiscal». Guarida: muy lejos de la connotación blanqueadora de paraíso y un poco menos neutro que puerto, pues asociamos guarida a animales salvajes, a refugio asilvestrado. Guarida fiscal es una expresión que por ahora no viene en el DLE. Instamos desde aquí a los académicos a que la incluyan cuanto antes. Dice mucho, y más preciso y cabal, que paraíso fiscal.

En el párrafo anterior, el corrector automático del programa con el que escribo en el ordenador ha intentado, en dos ocasiones, convertir mi guarida fiscal en Guardia Fiscal. Sin éxito, he llegado a tiempo de evitarlo. Cosas peores me han hecho este y otros artilugios similares, y han salido publicadas. Por mi experiencia, diría que los correctores automáticos están emancipándose de sus usuarios y adquiriendo vida y criterio propios. Quizá aspiren a ser uno más de los agentes del cambio lingüístico. Quizá hayan leído —y corregido— mucho sobre machine learning y sobre inteligencia artificial y quieran volar solos. ¿Se lo permitimos o los capamos? ¿Le ponemos un correctivo al corrector?

Vuelvo a los impuestos. No me gusta la palabra. Viene de imponer. DLE, primera acepción: «Poner una carga, una obligación u otra cosa». Los impuestos han de ser obligatorios, sin duda, no voluntarios; pero debemos pagarlos mejor desde la convicción que desde la obligación. En impuesto se mira desde Hacienda. En contribución, desde el contribuyente. Antaño se hablaba más de contribuciones que de impuestos. Aún hoy, en el mundo rural, llaman a menudo al IBI, al impuesto de bienes inmuebles, la contribución. Y de contribuciones se hablaba en nuestra primera Constitución histórica, la Pepa, la que fue elaborada por las Cortes de Cádiz en 1812, durante la invasión napoleónica. Decía el artículo 339 de aquella Carta Magna: «Las contribuciones se repartirán entre todos los españoles con proporción a sus facultades, sin excepción ni privilegio alguno». Atentos a ese «con proporción a sus facultades». ¡Qué innovadora la Pepa! Ya apuntaba, hace más de doscientos años, a lo que hoy llamamos progresividad fiscal. Las facultades eran entonces los «caudales», el capital que cada uno tenía. Aún figura esa acepción en el Diccionario de la lengua española, si bien dice el propio DLE que está en desuso.

IBI, DLE (antes DRAE, de Diccionario de la Real Academia Española)… ¡Siglas! Con otro de los más activos fenómenos de la lengua hemos topado. Acabo de recibir un correo incomprensible de una aseguradora que me habla de un PPA que al parecer tengo con ellos. ¿Un PPA? Me he tenido que ir a internet para averiguar que un PPA es un «plan de previsión asegurado»… Las siglas —y los acrónimos: «sigla cuya configuración permite su pronunciación como una palabra»— han invadido nuestras vidas. Si el xx fue llamado el siglo de las siglas, el xxi no se queda atrás. 

Siglas en la economía y las finanzas (IPC, OPA, OPV, CNMC, CNMV, EPA, PIB, IVA, UTE, ERE, PERTE…), en el nombre de las empresas  (Campsa, Cepsa, ONCE, Renfe, AVE, Talgo, BBVA, AENA, Endesa, IAG, ACS, Mapfre, Enagás, Gamesa, DIA…), en la política (PSOE, PP, UP, PCE, IU, UPyD, PNV, CIU, PDeCAT, ERC…), en las organizaciones sindicales y empresariales (UGT, CC. OO., CSIF, USO, CNT, CEOE, Cepyme…), en la justicia (CGPJ, TC, TS, TSJ, AN…), en la enseñanza (EGB, ESO, COU, LOMCE, APA, AMPA…), en el deporte (UEFA, FIFA, RFEF…), en la tecnología (sonar, transistor, láser, DVD, bit, IA…).

Lengua por todos lados, lengua en la vida cotidiana. Artículos, crónicas, reportajes, entrevistas sobre la lengua también cada vez con más frecuencia en los medios de comunicación. Para hablar del lenguaje inclusivo o de los anglicismos, de las palabras del año o de los muy variados términos con los que se insultan los políticos, de las erratas o de los nuevos conceptos que se ponen de moda.

Todo es lengua, todo está en la lengua. La lengua es incluso una especie de resumen o trasunto de la vida: una de las primeras teorías lingüísticas la resumió Jorge Luis Borges en uno de sus poemas emblemáticos, «El Golem». Empieza así, atentos: 

Si (como afirma el griego en el Cratilo)

el nombre es arquetipo de la cosa,

en las letras de rosa está la rosa

y todo el Nilo en la palabra Nilo.

El griego al que Borges se refiere es Platón; y el Cratilo (en realidad, Crátilo, palabra esdrújula que Borges convirtió en llana por sus necesidades para la rima; tanto Crátilo como Hermógenes, el otro protagonista del diálogo, son filósofos griegos del siglo V a. C., anteriores a Platón) es uno de sus famosos diálogos, escrito en el 350 a. C., hace casi veinticuatro siglos. En el segundo cuarteto del poema, Borges da una vuelta de tuerca espectacular. Dice así:

Y, hecho de consonantes y vocales,

habrá un terrible Nombre, que la esencia

cifre de Dios y que la Omnipotencia

guarde en letras y sílabas cabales.

Todo es lengua, todo está en la lengua. Y hasta la divinidad cabe en un solo nombre.

La lengua, el lenguaje, en fin, no es un invento del hombre. Es más bien al revés, el hombre es un invento del lenguaje. El lenguaje crea al hombre. Es el lenguaje, ese sistema de comunicación complejo y estructurado, lo que nos da la condición humana, lo que nos convierte en una especie elegida, lo que crea e impulsa la civilización. 

He dicho (según Miguel Delibes en su obra He dicho, Destino, 1997), «fórmula consagrada por el uso con la que los oradores de antaño solían rematar sus intervenciones» para dar «espontánea fe de su perorata»).

Arsenio Escolar, periodista, filólogo y escritor. Editor y director de la revista Archiletras.

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5 Comentarios

  1. EVA MARIA ALVARADO GONZALEZ

    Un ARTÍCULO muy inspirado e inspirador que ha iniciado en mi mente curiosa un deseo de profundización. Un saludo y amplíe su «perorata». Gracias

  2. EVA MARIA ALVARADO GONZALEZ

    Y si no fuera mucha molestia, me gustaría conocer el significado del jeroglífico que se incluye en la portada. Se me dan fatal, aunque siempre intento adivinar qué dicen. Otra vez le reitero mis saludos y mi agradecimiento

  3. Yolanda Extremera Muñoz

    Igual que a la anterior se me dan fatal los jeroglíficos. El artículo ha sido un disfrute total y se me ha hecho cortito… Podría haber seguido leyendo más saberes y conocimientos lingüísticos encantada de la life. Mil gracias 🥰

  4. José Antonio

    Me ha gustado mucho el artículo, gracias. Y añadiría que el siglo XXI, además de las siglas también es el de los emoticonos :)

  5. E.Roberto

    Desconfío del lenguaje porque es hijo predilecto del cerebro, y este, desde los albores de lo que llamamos civilización no ha cambiado. Es un fósil pertinaz que mira todavía desde el fondo de la cueva, pero yo he cambiado, eso creo. Por eso cuando estoy solo uso otro lenguaje. Él baja las persianas, tapa los agujeros, las rendijas, se vuelve sordo, ciego y mudo. Yo me divierto, y escribo. “Larca, limiana “estoica”, ¿varque luminen uten aso? ¿Luel “claro” ab “mundum” brego? Muise, muise, “arca” luren, ogo puele.”

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