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Dos lenguas en la boca: el beso de la traducción

Dos mujeres se besan en Barcelona, 2002. Fotografía: Getty. beso de la traducción
Dos mujeres se besan en Barcelona, 2002. Fotografía: Getty.

La vida había chorreado de aquella boca, de una boca hacia otra.

(«El primer beso», Clarice Lispector)

Anatómico, epidérmico, húmedo. El beso rubrica la piel de los labios, la semántica de las lenguas que se encuentran y se enredan. Es piel y tacto, saliva y gusto, músculo y vista, oído y eco, aroma y olfato. «Un beso jamás es solo un beso. Es él mismo y su doble. Aquí y ahora, y también para siempre», escriben los antropólogos Elisabetta Moro y Marino Niola en Baciarsi (Besarse). Y una palabra jamás es solo una palabra. Es ella misma y su doble y todos los dobles que la traducción revela en el beso lingüístico.

En su Bréviaire d’un traducteur (Breviario de un traductor), Carlos Batista analiza la práctica de la traducción como gesto amoroso en cinco etapas: la lectura corresponde a la primera mirada; la pregunta dirigida hacia el texto refleja las primeras conversaciones; la búsqueda del sentido de las palabras produce el primer contacto con la piel; la primera versión dibuja el primer beso; finalmente, la última versión sella el encuentro erótico. La metáfora carnal materializa la prioridad del deseo en la experiencia de la traducción, deseo de diálogo, de una lengua hacia otra, de una boca hacia otra. Cuando traduzco siempre hay dos lenguas en mis labios, se buscan, se enfrentan, se persiguen, una recorre los márgenes de la otra, ambas descubren papilas que desconocían mientras se arquean y vuelven a fundirse, húmedas por la intensidad del encuentro, abiertas a nuevos movimientos. Las dos lenguas se besan.

Su beso no es un basium (el beso que Catulo grabó en sus epigramas), ni un filema (el término griego que da pie a la filematología, la ciencia del beso). Las lenguas que se traducen lo hacen con un kataglóttisma, saliva con saliva, como en estos diez besos que unen labios con lenguas.

1.

El lenguaje es una piel. Yo froto mi lenguaje contra el otro. Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad discursiva viene a realzar discretamente, indirectamente, un significado único, que es «yo te deseo», y lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio, lo mimo, converso acerca de estos mimos, me desvivo por hacer durar el comentario al que someto la relación.

(Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes)

Porque traducir es palpar la piel de la lengua, detenerse en las arrugas del tiempo, ahondar en las líneas de expresión, reconocerlas para volverlas visibles. La caricia es preludio del encuentro entre el texto y la traductora, esa oscilación entre la comprensión y el cuestionamiento que alimenta la seducción. «Yo deseo tocarte», acceder a la significación extrema que cada palabra puede contener y volverme continente de tus significados.

2.

El eros es una cuestión de límites. Existe porque existen ciertos límites. […] Los límites del tiempo y de la mirada y de un «te amo» son solo réplicas del temblor central e inevitable que es el límite que da origen a Eros: el límite de la carne y del yo entre tú y yo. Y de repente, solo en el momento en que procedo a disolver ese límite, advierto que nunca puedo.

(Eros dulce y amargo, Anne Carson)

Porque traducir es caligrafiar los límites de la propia lengua que, en el beso con otra, en la misma boca, se expande y ensancha la posibilidad de su existencia. Yo existo ante un tú, mi lengua existe ante el tú que es otra lengua, deseo aprehenderla, morderla. Cuando creo haberla saboreado, el ejercicio de exploración me confirma que solo he accedido a una porción, porque el territorio textual es potencialmente infinito. El mío y el tuyo. 

3.

El lenguaje es lo único capaz de detener el paso del tiempo, porque existe en el tiempo, está hecho de tiempo, y además es eterno… o puede serlo.

(Segunda casa, Rachel Cusk)

Porque traducir es enlazar la lengua del pasado con la del presente, el tiempo de la escritura con la continuidad de la versión. Las cuerdas cuánticas del diccionario se estiran para incorporar la vitalidad contemporánea y generar el paralelismo entre lecturas, en el texto nuevo que el beso eterniza, por un instante.

4.

Podemos decir que un idioma respira verdaderamente cuando entra en contacto con otro idioma que lo obliga a despegar todas sus variables expresivas, pues traducir consiste antes que nada en abrazar, o sea, en dilatarse al extremo para recoger hasta la más pequeña partícula extraña que el otro idioma vierte en el cuenco de nuestra lengua.

(El idioma materno, Fabio Morábito)

Porque traducir es envolver las lenguas, una con otra, una a través de la otra. El vocabulario, la gramática, la sintaxis se expanden en la interrogación, en la conjunción, en la exclamación que puntúan los movimientos de los labios y reflejan el asombro. ¿Hasta dónde soy mi lengua? ¿Dónde empieza la tuya? Aquí, en el centro de nuestro abrazo.

5.

La lectura que los amantes hacen de sus cuerpos (de ese concentrado de mente y cuerpo del que los amantes se sirven para ir a la cama juntos) difiere de la lectura de las páginas escritas en que no es lineal. Empieza por un punto cualquiera, salta, se repite, vuelve atrás, insiste, se ramifica en mensajes simultáneos y divergentes, vuelve a converger, se enfrenta con momentos de fastidio, pasa la página, recupera el hilo, se pierde. 

(Si una noche de invierno un viajero, Italo Calvino)

Porque traducir es —siempre, ante todo— leer. El diálogo entre lenguas obliga a la relectura, a la indagación reiterada. Embebidas de saliva, las palabras se tejen y se descosen, los párrafos se completan y se fracturan, las páginas se escriben para ser borradas. Es solitaria la lectura de la traductora, dolorosa también, irrigada de renuncias, de hilos que no conducen a ninguna decisión. Y también es obstinada y audaz y extrema. La lectura más íntima, con todo el rostro y todo el cuerpo, como en un beso.

6.

Traducir significa pegarse y aferrarse a cada palabra y escrutar su sentido. Seguir paso a paso y fielmente la estructura y las articulaciones de la frase. Ser como insectos sobre una hoja y como hormigas en un sendero. Pero mientras tanto mantener los ojos alzados para contemplar todo el paisaje, como desde la cima de una colina. 

(«Madame Bovary. Nota del traductor», en Las tareas de casa y otros ensayos, Natalia Ginzburg)

Porque traducir es atravesar las geografías de la lengua, bañarse en aguas opacas, hurgar en las venas del subsuelo para enfocar el detalle y fotografiar el panorama. El beso repetido suaviza las grietas en los labios, las palabras ásperas se vuelven flexibles en el oficio de la observación. En el bosque del texto, las lenguas se sumergen juntas, toman decisiones, las confirman o las rectifican, amalgamadas por los fluidos del tiempo.

7.

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas.

(Rayuela, Julio Cortázar)

Porque traducir es rozar los márgenes del lenguaje, incubar palabras, elegirlas entre todas, para que nazcan y vivan en el espacio del texto que la página custodia. Toco tu lengua, la dibujo en mi boca, la imprimo en la tinta que entraña la mía, en el beso entreabierto.

8.

Sin embargo, contra todo pronóstico, contra la ignición del todo y de sus partes, alfabeto y fulgor también se funden en la abrasada extensión de los campos para que en los brotes vuelva a inventarse el nitrógeno, la estampida, la unión de lo vivo y lo muerto que se muerden, se succionan, se enlazan como si no hubiera entre ellos nada más que el amor. Su combustión.

(«El fuego alguna vez fue un animal», en Incendio mineral, María Ángeles Pérez López)

Porque traducir es perforar los estratos que escoltan el incendio originario, caminar en el borde del cráter, recorrer sus fisuras, percibir la lava en el núcleo de la tierra, regresar al silencio incandescente en busca de una letra, de una palabra, para trenzarlas con otra letra, con otra palabra, entre cenizas y destellos. 

9.

229. Escribo esto en tinta azul para recordar que todas las palabras, no solamente algunas, se escriben en agua.

(Bluets, Maggie Nelson)

Porque traducir es componer una partitura acuática, expuesta a las olas del cambio, a la transparencia momentánea, a la fluidez de la propia lengua que se desplaza más allá del arco de los dientes o retrocede hasta la profundidad de las amígdalas. Mi boca es un océano de palabras.

10.

Cuando supimos que tan noble amante 

besó el sonriente y deseado rostro, 

este, que nunca abandonó mi lado,

estremecido me besó en la boca. 

(«Infierno», Canto V, 133-136, en Comedia, Dante Alighieri)

Porque traducir es pronunciar el discurso amoroso, en el juego de la seducción lingüística, del texto al lenguaje, del lenguaje al texto, en el balanceo de cercanía y distancia, en la complicidad de la lectura que une labios y lenguas.

Porque la traducción es ese susurro, es ese temblor.

Son estos diez besos.


Bibliografía

Carson, A. Eros dulce y amargo (trad. de Inmaculada C. Pérez). Barcelona: Lumen, 2020.

Batista, C. Bréviaire d’un traducteur. París: Arléa, 2003.

Alighieri, D. Comedia (trad. de José María Micó). Barcelona: Acantilado, 2018.

Moro, E. y Niola, M. Baciarsi. Turín: Einaudi, 2021.

Morábito, F. El idioma materno. Ciudad de México: Sexto Piso, 2014.

Calvino, I. Si una noche de invierno un viajero (trad. de Esther Benítez). Madrid: Siruela, 2017.

Cortázar, J. Rayuela. Madrid: Rayuela, 2008.

Nelson, M. Bluets (trad. de Lawrence Schimel). Madrid: Tres Puntos, 2021.

Pérez López, M.ª A. Incendio mineral. Madrid: Vaso Roto, 2021. 

Ginzburg, N. Las tareas de la casa y otros ensayos (trad. de Flavia Company). Barcelona: Lumen, 2016.

Cusk, R. Segunda casa (trad. de Catalina Martínez Muñoz). Madrid: Libros del Asteroide, 2021.

Barthes, R. Fragmentos de un discurso amoroso (trad. de Eduardo Molina). Ciudad de México: Siglo XXI, 1992.

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2 Comentarios

  1. Bello. Me hizo recordar y buscar mis libros de Italo Calvino, muy celebrado en nuestra juventud. Y repasar todo el Canto V del Infierno de la Comedia.

  2. Qué bello. Dan ganas de ponerse a traducir.

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