Allí donde el mapa corta, el relato atraviesa.
(Michel de Certeau)
Paisaje_____________________________________________________________________________
Gran Via de les Corts Catalanes, Barcelona, hora pico. Cientos de conductores atrapados en sus carros coches autos vehículos. Gente que insulta, reclamos, manotazos al timón. Diez mil kilómetros al occidente, los atascos se acumulan como fichas de Tetris en la autopista 405 de Los Ángeles. Maquinistas pegados de la bocina pito claxon corneta. Las horas se deslizan entre los granos de arena de un reloj. «El pito no empuja», braman, seis mil kilómetros en dirección sur, las lunetas de los taxis amarillos de Bogotá.
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El coche, el individualismo y la paradoja de la libertad. El ruido, las luces y la quimera del progreso urbano. ¿Dónde quedan los andenes aceras veredas banquetas? ¿Cómo se piensa se narra se imagina una ciudad que no se deja andar?
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«Para conocer realmente una ciudad hay que patearla». Recorrer, caminar, dar golpes de pies hasta acabarla. ¿Es posible?
__________________Intersecciones_______________________________________________________
En los años cincuenta, Guy Debord definió la psicogeografía como el estudio de los efectos específicos del ambiente geográfico sobre las emociones y el comportamiento de los individuos. A Debord le gustaba especialmente la agradable vaguedad de su definición.
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En Psychogeography, Merlin Coverley la describe como el punto de convergencia entre la psicología y la geografía. Un modo para explorar el impacto del entorno urbano sobre el comportamiento. Ese encuentro entre mente y territorio. Ese choque entre la psique y la ciudad.
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París y Londres han sido las musas primordiales del movimiento psicogeográfico. La narración de sus calles, las formas del paisaje de la ciudad moderna. Exponer, como Ian Sinclair, las representaciones de la London-ness (una cierta londinensidad). The Naked City: en 1957, Debord ilustró la hipótesis de las placas giratorias, la ciudad como una composición fragmentaria, trozos citadinos que flotan sobre el espacio y que se unen con la deriva.
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Lo urbano no es solo espacio físico, es también mental y emocional. El entorno repercute sobre quienes lo habitan. Sacar el carro para buscar parqueadero en siete cuadras o pedir un taxi, usar el autobús o ir en bicicleta. ¿Caminar? Son elecciones que marcan el comportamiento, con la capacidad tiránica de cambiar súbitamente el estado de ánimo. Decisiones que retumban sobre la percepción, columnas dicotómicas: confianza o inseguridad, comunidad o aislamiento, confort o malestar, identidad o desarraigo.
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El simple hecho de que haya una silla donde sentarse a ver pasar la ciudad puede cambiar por completo un paisaje urbano, su experiencia. Y aún mejor si hay un parque: está comprobado que los espacios verdes contribuyen a la salud física y mental en todas las edades. Estudios han demostrado que la exposición al verde reduce el riesgo de desarrollar el trastorno por déficit de atención e hiperactividad en la infancia, que los parques mejoran la socialización de las personas mayores, los entornos urbanos como antídoto para el estrés y para la soledad.
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Una banca pública + un poco de sombra = una invitación. Un llamado a la contemplación y al descanso, a la ocupación de los espacios: a habitar. Y, además, sin la camisa de fuerza que siempre aprieta lo privado. Sin el imperativo de consumir.
________________________________Atropellos_________________________________________
Cuando Juan Ramírez trabajaba en Estados Unidos, tenía que caminar diariamente doce cuadras (¿unos veinte minutos?) desde las oficinas de la empresa hasta la plaza del pueblo para ir a almorzar. En ese recorrido solitario, pasaba todos los días frente a la estación de policía. Salvo en un par de ocasiones furtivas, no se cruzaba a nadie en la calle. Al tercer día, un policía lo detuvo: que qué hacía, que por qué caminaba por ahí, que era todo muy sospechoso. Al cabo de un rato y varias explicaciones, el policía lo dejó ir, no sin antes dejar claro que no entendía por qué no solo no tenía carro, como era normal, sino que además caminaba semejante distancia. Y solo para ir a comer. Solo (con y sin tilde).
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Coches, motos, motos, motos, algún bus que frena en seco, tres peatones. Cuadras enteras sin andenes. Calles de baldosas quebradas que lanzan escupitajos de agua sucia. Para qué las aceras, para qué los parques, las plazas, las bancas en las esquinas, si el mundo entero va sobre ruedas, con las ventanillas arriba. Para qué: si en las ciudades de autos la transgresión es andar.
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En 2017, la ciudad-condado de Honolulú firmó la Ley del Caminante Distraído. Con ella, la capital de Hawái establecía multas para los peatones que cruzaran la calle mientras miraban algún dispositivo, llámese teléfono móvil, cámara digital o computador portátil. En España, los peatones pueden recibir multas por cruzar fuera del paso peatonal, por atravesar la calzada con el semáforo en rojo, por caminar en el margen derecho de la carretera, por andar por autovías y autopistas, por atravesar muy despacio, y sin motivo justificado, un paso de cebra.
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¿Peatón es sinónimo de caminante? ¿Transitar es sinónimo de recorrer? ¿Cómo se justifica la extravagancia de ir despacio?
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Más preguntas: ¿qué pasa en la mente que no divaga? ¿Adónde van los pensamientos que se encajonan entre los vidrios de un carro en movimiento, que se espesan al contacto del aire acondicionado? El coche como cajón y sarcófago donde mueren las ideas a las que no se les permite vagabundear.
_____________________________________________________Atención_________________________
«Me gusta caminar porque es lento y sospecho que la mente, como los pies, trabaja a cuatro kilómetros por hora», dice Rebecca Solnit en Wanderlust. Una historia del caminar.
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Hoy, las personas hablan significativamente más rápido que en los años cincuenta. La gente en las ciudades ha pasado a caminar un 10 % más deprisa que hace veinte años. Robert Colville lo llama «la Gran Aceleración». Johann Hari lo toma como una de las doce causas que están dinamitando la atención.
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Investigaciones de psicología han encontrado que dejar que la mente divague es esencial para la creatividad y la toma de decisiones sopesadas, para organizar las propias metas, dar solución a los problemas, establecer lazos entre cosas inconexas, prepararse para el futuro. He ahí el principal beneficio de la mente errante: en medio de la confusión y las distracciones, una cierta divagación mental ayuda a darle sentido al mundo.
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Para los situacionistas, la teoría de la deriva se basa en la subjectivité de l’enquête. Una subjetividad radical de la búsqueda, de las referencias únicas de quien observa. De quien teje sentido mientras camina.
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La velocidad puede ser adrenalina, pero también es sacrificio del contexto. La profundidad requiere pausa. Lo rápido aparenta eficiencia, pero en el fondo también retira capas de contexto, hace saltar a conclusiones, favorece lo estereotípico, lo homogéneo, lo superficial.
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La deriva de quien camina, desplazamientos anárquicos de una exploradora. Flanneurismo físico y mental. Patear la ciudad sin rumbo fijo —si ella se deja—, reconocerla, indagarla, preferiblemente sin estar todo el tiempo pendiente del celular. La atención es un esfuerzo, decía Simone Weil, el mayor de los esfuerzos, quizá: la atención es amor.
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¿Se puede sentir amor por los tejidos de sombra que crean los árboles en un paseo? ¿Por la forma en que cae la luz sobre una estatua? ¿Por las especificidades del azul que toma el cielo de Roma, de Pereira, de Nueva York, de Lisboa? ¿Por las burbujas jabonosas que corretean los niños en un paseo de palomas y loros?
__________________________________________________________________________Relatos______
La ciudad está en los ojos de quien la habita. De quien traga smog en los semáforos y sonríe con un globo de unicornio enredado en la rama de un árbol. De quien corre las cortinas cuando cruza miradas con algún vecino y de quien estornuda con el polen de las primeras horas de sol. De quien crea historias sobre la vida de quienes corren para que el conductor del bus no les cierre la puerta en la cara, de quien responde mentalmente a chats ajenos mientras lee de reojo tras los postes del tren.
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Lo que el mapa corta, el relato lo atraviesa. A lo que la avenida cercena, imaginarios que lo anudan.
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Explorar a pie el mapa de una ciudad y crear cartografías mentales sobre sus esquinas y sus tiendas, la gente que trota, los niños que lloran en los columpios, los músicos en el transporte público, el olor a pan recién horneado, las colillas que se acumulan al pie de un árbol y a su lado la caca de perros de nombres compuestos.
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Encontrar detalles que vayan más allá de la homogeneización de las ciudades modernas, del turismo rapaz, de esos paisajes urbanos y sonoros idénticos, del copy paste de McDonald’s y Starbucks, de los mismos locales de diseño industrial cubiertos de láminas que asemejan el ladrillo a la vista y tuberías negras que cruzan como venas el techo.
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Reescribir la ciudad con una imaginación sesgada —cuándo no—, transformar mentalmente los entornos, repensar los sistemas, querer cambiarlos, romperlos, construir todo de nuevo. La ciudad como obra y texto. Raspa y gana de capas de un enigmático palimpsesto. La ciudad que se destruye y vuelve a armarse a cada paso como un Jenga mental.
