Hemos cerrado 2024, y en la mirada retrospectiva a lo que se publicó en cómic en España nos queda un año abultado en obras interesantes y poco convencionales. La vanguardia, que anida normalmente en el underground y la escena alternativa, asoma la cabeza de vez en cuando con piezas inusitadas en la escena más comercial. El manhwa y el girlslove van haciendo sus pequeños pero significativos pinitos en un sector en el que el manga y el boyslove dominan ampliamente. Los cómics biográficos también han tenido sus ramificaciones: intentando escapar de la convencionalidad, de la crónica estricta y de las grandes figuras ya conocidas, han cundido las premisas originales y la mirada en las figuras invisibilizadas. La conciencia social desde el genocidio palestino a la situación de los colectivos más vulnerables han sido otros de los protagonistas que aquí hemos querido destacar. Y, por rematar este avance, agradecemos a todas aquellas obras que nos han sorprendido este año por sus saques sorprendentes, por sus giros locos a media obra, por implicarnos salvajemente con sus personajes sin que nos diéramos cuenta y por haber empujado el dibujo y la forma de contar un poquito más allá. En definitiva, por que han conseguido calarnos hasta los huesos. De todas ellas ahí va una selección de recomendables del último cuatrimestre del año que ya dejamos.
Los pájaros que al surcar el alba, de Luis Durán (Dolmen)
Perro viejo ya no solo de hacer cómics interesantes, sino de ensalzar el amor por las historias, Luis Durán ha dejado caer su último trabajo que se deriva precisamente de dicho amor. Los pájaros que al surcar el alba, que en su arranque se antoja un relato sencillo, amable y quizás nostálgico acaba resultando en un ejercicio de orfebrería comiquera muy interesante. Elabora aquí alternativamente tres historias conectadas sutilmente entre sí que son también tres ecosistemas narrativos distintos: el retrato costumbrista de la vida de un sereno, la mirada al pasado a través de la memoria intimista de un relojero y el thriller tenso que anticipa hacia adelante en el ingreso de una nueva paciente en una institución psiquiátrica. Respecto de sus obras anteriores, Durán se aleja de los repuntes cubistas pero sigue haciendo gala de su muy personal estilo en esta exploración de las relaciones entre narrativa y enfoque temporal en el cómic.
Cartas a Vincent, de Julio César Pérez (Libros del Zorro Rojo)
Las biografías en cómic que han brillado en este 2024, especialmente lo han sido por ser piezas tan atípicas en forma y fondo, por buscar el enfoque atípico, lo que sin duda debe(ría) acallar a los detractores del género. Cartas a Vincent proyecta ficticiamente como podría haber sido la correspondencia de Theo Van Gogh, hermano del célebre pintor a este mismo. Con alma de flaneur, estas cartas dibujadas transitan por temas como la búsqueda de la belleza, la efervescente escena artística parisina, el escurridizo valor del individuo o la reflexión sobre qué nos hace ser lo que somos. De forma ligera, afín a su gusto por el garabato y el deje del boceto, al que incorpora ocasionalmente la mancha y el borrón, Julio César Pérez vuelve así a la cuestión de la trascendencia y del arte desde el arte contrapesada desde el revés tragicómico y la distensión que se aferra a la humildad como ancla quizás para evitar lo de Ícaro.
El chico que me gusta no es un chico, de Sumiko Arai (Panini Cómics)
No es algo corriente que un girlslove reciba la atención debida, especialmente por parte de la crítica pero también por parte del público en general. El chico que me gusta no es un chico la ha recibido a raudales muy merecidamente, habiendo ya encandilado a los lectores en sus inicios como webcómic vía redes sociales. Llevado al papel su lectura se mantiene tan fresca como en sus orígenes, una comedia romántica del día a día de dos chicas que sienten atracción la una por la otra con la cuestión de que una de ellas confunde a la otra por un chico. Situaciones incómodas, armarios que se resisten a abrirse y el arte del flirteo lo más sutil posible pueblan un relato que juega con el retrato a primer plano ligeramente abierto y el enfoque en primera persona para acentuar la expresividad de los personajes y la tensión romántica de muchas escenas. Sumiko Arai lo salpimenta con un poco de amor por la música como refugio común, esa representación del séptimo cielo resultante en encontrar a alguien con el que compartir gustos poco usuales, y tenemos todo lo que hace falta para echar a volar.
Vanguardia es una mujer, de Clara de Frutos (Norma Editorial)
La recta final del año ha sido testigo de la llegada de varios cómics sobre mujeres pioneras en distintos campos, que tuvieron que sortear las dificultades y prejuicios impuestos por una sociedad patriarcal y de las que hay que incidir en sus obras para otorgarles el reconocimiento que merecen. Mayte Alvarado ha recogido parte de la biografía de la pintora expresionista Gabriele Münter en el cómic de mismo nombre así como Antonia Bañados lo ha hecho con la de su abuela, la cirujana Aurora Quercia. Pero también hemos tenido una nueva instancia con la intención de hacer memoria de la vida de las Sinsombrero, el grupo de mujeres vanguardistas que compartió quinta con los autores de la Generación del 27, pero que históricamente no han recibido la misma atención. Continuista del esfuerzo de autoras con Carolina Corvillo, Irina Hirondelle y otras dibujantes, Clara de Frutos, en un ejercicio de justicia y memoria feminista recoge en Vanguardia es una mujer la voluntad de recuperar y dar presencia a un grupo amplio de mujeres artistas de distintas disciplinas, devolviéndolas a la foto de grupo de la que nunca se las debió omitir.
La guerra de Gaza, de Joe Sacco (Reservoir Books)
El periodismo en cómic ha puesto durante muchos años la mirada en Oriente Medio y especialmente lo ha puesto en el conflicto Israel-Palestina a través de las obras de Joe Sacco que, incansablemente, no dejó de documentar el presente así como de investigar en el pasado de dicho territorio. La guerra de Gaza recoge el breve ensayo gráfico (el equivalente a una columna) que The Comics Journal dio espacio a publicar tras los atentados de octubre del 2023 y la escalada del conflicto que ha dejado miles de víctimas y Gaza completamente en ruinas. A pesar de ser un trabajo que algunos han definido como apresurado, Sacco articula varios temas, con la voluntad de presentar el genocidio como tal, con la complicidad de Estados Unidos con Israel, todo ello dejando constancia del complejo de culpa sentida él mismo por ser ciudadano estadounidense. A pesar de su afilado uso de la sátira y con vocación de ejercer algo de justicia (aunque tan solo sea deseada e imaginaria), deja un notable y lógico regusto amargo. Así pues, la presente no debería considerarse como un trabajo menor sino como una muestra fehaciente de compromiso que toca muchas de las cuestiones relevantes para, como mínimo, fomentar el necesario ejercicio de conciencia colectiva.
El beso de la sirena, de Uxía Larrosa y Luis Yang (La Cúpula)
Como si de una reinvención moderna de Las mil y una noches se tratara, Uxía Larrosa y Luis Yang se tornan despliegan aquí una historia de historias, un apunte del poder de las ficciones. En parte breve coming of age de notas fantásticas, El beso de la sirena trata de la vida cotidiana de una chica en el tránsito de la niñez a la adolescencia y de cómo en una realidad de difícil encaje, los relatos inconclusos de un ser sobrenatural le dan cierta vida aun con el riesgo de crear cierta dependencia a los mismos. La obra queda ejecutada con un sutil aire de relato cautelar moderno, evitándose en el proceso las clásicas estructuras de los mismos o incluso los giros catárticos en favor de un mayor realismo y cercanía con el lector. A destacar, para quien no lo conociera aún, el estilo visual de Yang, autor de la quinta del fanzine Nimio y coordinador de Amorcito. Una oda al grafito en la página que, con su materia prima bruta apuesta por, y consigue, una gran elegancia y sensibilidad.
No es el fin del mundo, de Sophie Bedard (La Cúpula)
Fácilmente el cómic con el que el que escribe estas líneas más se ha reído en lo que va de año, lo que no es moco de pavo entre lo olvidado que está el género de humor y que el año tampoco haya sido para tirar muchos cohetes. Vamos a coincidir en que la fórmula de No es el fin del mundo no es nada novedosa: un dramedy basado en dos amigas que comparten piso y tienen el dilema de alojar a una tercera. Pero es que, por un lado, Sophie Bedard te tiene bien cocinaditas a sus protagonistas, extremas en sus formas de ser que hacen gala del mamarrachismo más absurdo tanto como de la agudeza irónica más punzante. También por sus salidas inesperadas en los giros más o menos cotidianos de sus vidas, que hacen que no puedas dejar de leer el cómic para ver hasta donde va a llegar la cuestión. Y finalmente por un dominio absoluto del ritmo del gag y el golpe de efecto a través de la narrativa visual. Bedard es una autora a instalar en la constelación de grandes historietistas de humor contemporáneo como Sara JotaBe, Roberta Vázquez, Mamen Moreu y Camille Vannier.
Las personas de los apartamentos dorados, de Park Kun-woong (Tengu Ediciones)
En el mundo del cómic muy caracterizado su mainstream por las obras de género puro suelen llamar la atención las obras que buscan cierta hibridación y experimentación entre géneros o entre ficción y no-ficción. Todavía más brilla pues este Las personas de los apartamentos dorados, un muy interesante trampantojo que absorbe al lector a través de un thriller asentado en la cotidianeidad más anónima para llevarlo a unas profundidades insospechadas. Park Kun-woong arranca morosamente creando un aura de misterio y extrañeza a través de pasajes inquietantes y de situaciones extranormales. Su estilo de masas negras es, sin duda, un refuerzo de lo que representa: la caricatura simple ilustra sin dudas, pero algo se nos oculta. De desarrollo in crescendo hasta que se descubre lo que anida en el corazón de la historia, este cómic sin duda pondrá temas familiares en manos de lectores que quizás no lo esperaban y estará bien que así sea en tanto su objetivo final es la relevancia de la memoria individual e histórica.
Dream Journal, de V.V.A.A. (Autoeditado)
Roger Omar, también conocido como El monstruo de colores no tiene boca, lleva un tiempo en la trinchera de la autoedición mostrando un interés inquebrantable tanto por las vanguardias en cómic e ilustración como por el desarrollo de lo onírico en la página. En dicho empeño ha ido estableciendo relaciones con artistas de todo el globo editando piezas de ilustración narrativa. Con Dream Journal se abre al gran formato sin abandonar la grapa: una antología de historietas de una página de una veintena de artistas que permiten dar carta blanca para contar cualquier efluvio onírico y contarlo con el estilo y la narrativa que cada uno prefiera. Juegos elípticos, odas a la repetición, a la recurrencia y al ciclo, apuntes de tipo documental, derivas a lo grotesco, puertas a lo abstracto y a lo críptico. Con cierta evocación del mejor cartelismo, no hay límite alguno a todo lo que puede tener cabida aquí. Exactamente igual que en un sueño.
El nirvana está aquí, de Mikael Ross (Astiberri)
Visiblemente influenciada por parte de la quinta de autores franceses que pergeñaron La Mazmorra, la obra del alemán Mikael Ross en lo que llevamos visto en nuestro país es bastante ecléctica en temas y trasfondos aunque en ocasiones concurra en algunos mensajes. El nirvana está aquí destila todas sus mejores virtudes para contar una aventura juvenil en un escenario urbano muy realista, con una viveza y energía desbordante. El autor consigue construir verdaderamente un microcosmos inmersivo que abarca a adolescentes de distintas procedencias en entornos suburbiales muy detallistas. El fondo de novela de aprendizaje no riñe con un relato tan trepidante como amargo que maneja tanto el thriller como los tonos del noir sin despegarlos de la autenticidad del retrato costumbrista. Por si fuera poco, la obra se lee como un tiro. Dinámica, expresiva, emocionante y esquiva de los lugares comunes consigue, además, afinar con un final nada fácil de resolver, acorde al espíritu de la obra.
Samuel & Beckett, de Jorge Carrión y Javier Olivares (Salamandra Graphic)
Celebradamente, dentro del campo del cómic de biografías célebres se están destilando planteamientos originales que buscan alejarse de la convencionalidad de los biocómics habituales. Los cómics de Jorge Carrión suelen destacar por sus elaborados conceptos de base, con estructuras y desarrollos que cuajan en obras que suponen una experiencia lectora diferente. Con Javier Olivares, con el que ya se alió en Warburg & Beach, trae ahora la de Samuel Beckett que juega a separar/reunir la vida y la obra del gran dramaturgo. Samuel & Beckett propone dos tramas que se alternan: una, biográfica, de atmósfera gris y melancólica y otra, bibliográfica, fría y radiante. El juego dicotómico que buscan los autores es múltiple. Cómic frente a ilustración, representación de hechos ficcionados frente a síntesis simbólica y culto a la cita frente al ejercicio de interpretación de la obra del biografiado. El día y la noche encapsulados en una botella.
Todas las mañanas, de Javier de Isusi (Astiberri)
Si hablábamos en este mismo artículo de la excepcionalidad de obras capaz de entrelazar géneros con atino, no podemos olvidarnos aquí del cómic que Javier de Isusi ha elaborado sobre las familias que aceptan acoger a niños con necesidades especiales. He aquí un retrato costumbrista del día a día de personas que intentan dar hogar y cuidados a menores que se han criado en entornos tóxicos o vivido situaciones traumáticas, que adopta la forma de un inquietante thriller con importantes dosis de misterio. Todo esto a su vez, no riñe con algunos pasajes de una didáctica muy poderosa para entender al colectivo aquí representado de una forma tan natural. Todas las mañanas se presenta con acertados tonos crepusculares, un estilo visual con color a acuarela que refuerza lo emocional y lo escurridizo, y da con algunos juegos compositivos que ejemplarmente resuelven escenas claves de tensión en la obra. Es también un acto de quitarse el sombrero tanto ante las familias que se han entregado a acoger a los más vulnerables como a los educadores y terapeutas que les han guiado tanto a ellos como al colectivo vulnerable.
Norbu, de Anapurna (Jot Down Books)
El regreso al cómic de Anapurna, que ganara el Premio FNAC-Salamandra años ha, no ha dejado de ser interesante por suceder en dos tiempos y con propuestas muy diferentes. La primera con La vaga dels lloguers, un cómic histórico documental, coautorizado con Francisco Sánchez sobre la huelga de alquileres que llevaron a cabo 90 000 familias en 1931 en la ciudad condal. Completamente en las antípodas, nos deja caer este Norbu más cercano a la ficción vanguardista en lo formal, una hidra de dos cabezas: costumbrismo emocional en el retrato del (intento de) cierre de una relación y aventura fantástica en una intrigante caza del tesoro. Si estos dos relatos tan dispares, que plantean casi la posibilidad de una heteronimia, guardan algo en común, lo encontramos en los discursos íntimos que se interrogan tanto por lo propio como por lo ajeno y su voluntad de entregarse al juego narrativo en la composición de la página y a lo que estos últimos años se ha dado también a denominar «poesía gráfica», muy en la línea experimental de autores como María Medem o Olivier Schrauwen.
Los pizzlies, de Jérémie Moreau (Norma Editorial)
Con espíritu de aventura juvenil pero con empaque adulto, Jérémie Moreau vuelve a uno de sus temas favoritos, el de la conexión mística con el entorno. Si en Penss y los pliegues del mundo miraba hacia atrás y desarrollaba dicho tema a través de una ficción prehistórica sobre los plausibles orígenes de la agricultura, en Los pizzlies tanto parte como mira al presente más inmediato el de una humanidad que tiene que volver a establecer el pacto íntimo, simbólico y vital con un medio natural y unos ciclos alterados por la mano del hombre. Pese a cierto amago del rancio tropo del «salvador blanco», el autor interesantemente ilustra el choque entre el modus vivendi urbano y el rural y la desconexión y reconexión entre medios, sometiendo a sus protagonistas a un cambio radical. Y lo hace llevando su estilo al de la línea parca y limpia, de caricatura mínima, que no por ello riñe con los momentos más lisérgicos que presenta. Con un fuerte contraste entre los aspectos más naturalistas y su vertiente más mística, la obra, sin negar la tragedia de la catástrofe medioambiental creciente de nuestro presente, deja una grieta para que se cuele algo de esperanza.
Arrojaré a los perros tu cadáver, de Manu Gutiérrez y Juan Alcudia (Dolmen)
Imaginar el abismo más oscuro posible y detenerse en sus recovecos como quien contempla con detalle una delicada flor es una de las formas en las que podríamos empezar a describir este cómic que vio su primera versión como autoedición y que Dolmen decidió recuperar. Arrojaré a los perros tu cadáver es la crónica pormenorizada de una venganza extrema y que en su presentación, desarrollo y conclusión, así como en sus diálogos, prácticamente soliloquio, se antoja de talante teatral. Juan Alcudia y Manu Gutiérrez coautorizan aquí un cómic visualmente expresionista, rozando lo abstracto, que incluye textos de elaborada prosa para la que también se lleva a cabo un interesante ejercicio de composición y ritmo visual de los textos. Siendo habitual en el medio, cuando el género lo justifica, la exploración de la violencia desde la vocación de entretenimiento epatante o desde el gore y el humor negro, asombra encontrarnos esta rara avis, una pieza de orfebrería que atiende a las conexiones entre dolor sufrido y dolor causado, de forma tan vanguardista.
Trufa, de Glàfira Smith (Pagés Editors)
Si prácticamente abríamos el año recomendando una obra que daba cuenta de lo único, especial y difícil de describir de la relación de un ser humano con el perro que ha vivido toda su vida junto a él, parece de justicia cerrarlo con otra de similar fondo pero diferente enfoque. A partir de experiencias personales, Glàfira Smith crea la historia de una relación similar, poniendo la atención en el acercamiento empático, entendiéndose este como un ejercicio que no pasa tanto por la fabulación o la suposición, sino por ponerse en el punto de vista del animal (y de pasada con el ser humano) con bastante literalidad. Así, con una narrativa de grandes estampas costumbristas que enraizadas en lo sensorial, un uso del color que refuerza el cambio del punto de vista para acceder a la alteridad y una capacidad de síntesis que no lo parece, en Trufa somos testimonio no de una sino de varias vidas, en una crónica inadvertidamente emocional que se nos hace muy familiar a muchos.