Arte y Letras Filosofía

Sobre la pereza (fragmentos de un diálogo interior)

Belfegor, el demonio de le pereza, según una ilustración del Diccionario infernal. (DP)
Belfegor, el demonio de le pereza, según una ilustración del Diccionario infernal. (DP)

La pereza no es la madre de todos los vicios porque les brinde el tiempo necesario para su desarrollo, como creen quienes confunden el trabajo con la virtud, sino porque constituye su materia prima, porque es su principal ingrediente. Los vicios lo son sobre todo por omisión, y las omisiones suelen ser perezosas.

¿Seguro? No parece que la gula sea la expresión dietética de la pereza. La gula es más bien hiperactividad gastronómica, y la pereza, por el contrario, se correspondería con el ayuno, la inapetencia, la anorexia… Análogamente, la pereza sexual no sería la lujuria, que suele ser compulsiva e incluso frenética, sino la abstinencia. Y la avaricia no es pereza en el gastar, sino avidez en el acumular.

Eso es cierto en lo anecdótico, pero erróneo en lo sustancial: es una visión perezosa de la pereza.

¿Acaso la pereza no es la evitación del esfuerzo?  

Es una definición insuficiente. No llamamos perezoso a quien arrastra una maleta con ruedas en lugar de cargársela al hombro. La pereza es, en todo caso, la evitación del esfuerzo necesario o, cuando menos, provechoso. Si alguien dejara de comer por no esforzarse en mover las mandíbulas, podríamos hablar de ayuno perezoso; pero no suele ser ese el caso. Es el guloso quien no hace el positivo esfuerzo de controlar su apetito.

Tal vez no lo considere positivo. Tal vez considere más positivo comer hasta saciarse.

Si alguien considerara realmente que la satisfacción de sentir el estómago más lleno de lo debido es mayor que la de disfrutar de un cuerpo saludable, en ese caso, y solo en ese, la gula no sería pereza. En cuanto a la avaricia, es flagrante pereza existencial. El dinero es mera potencialidad: puedes cambiarlo por comida, ropa, libros…, pero no puedes comerlo, ni ponértelo, ni leerlo; puedes convertirlo en regalos o ayudas para los demás, en ocasiones de encuentro y participación… Pero el dinero en sí mismo no es nada. El avaro toma la potencia por el acto, y su grosera metonimia representa la suma pasividad.

¿Y la lujuria? ¿Por qué es una manifestación de la pereza?

Porque es evitación del esfuerzo emancipador. Te formas en el interior de tu madre, que es tu casa y tu sustento. Luego ella te expulsa de su seno, pero sigue siendo tu sustento. Más tarde deja de ser tu sustento, pero sigue dándote casa y sustento. Y por fin, al cabo de los años, aprendes a vivir y a alimentarte por ti mismo, eres tu propia casa y tu propio sustento. Y el narcisista amor infantil se convierte —aunque no siempre— en verdadero afecto filial. Que no está hecho de necesidad sino de gratitud, y que, por ende, supera la dependencia. Mientras que el amor al uso, el amor romántico, heredero directo del apego infantil, necesita y depende. Es un asno, un cuadrúpedo, y sus cuatro patas son la libido, la lactancia (la lactancia, sí: el enamorado al uso —al abuso— es un mamón), el orgasmo y el miedo. El amor romántico es la lujuria por excelencia, el apetito desordenado, el desaforado deseo de devorar entera a otra persona. Las demás manifestaciones de la lujuria solo son los rebuznos del asno; el amor romántico es su mordisco feroz, su coz ciega. El amor romántico es cobardía y pereza, cobardeza: la cobarde evitación del esfuerzo de crecer, la mórbida añoranza de la morbidez del claustro materno.

Querer a alguien exige valor y esfuerzo.

Querer de verdad exige valor y esfuerzo, sí. Ah, Seigneur, donnez-mois la force et le courage… Pero el enamoramiento romántico tiene poco que ver con querer de verdad: es como el cariño de un niño, es cariño niño, es miedo y apetito; tiene que crecer mucho y renunciar a la omnipotencia infantil, a la insaciabilidad infantil, para convertirse en verdadero afecto, en amistad desnuda.

¿Y la soberbia? La soberbia es osada y activa, no puede ser cobardeza.

La cobardía y la pereza no siempre son evidentes, e incluso pueden disfrazarse de arrojo y laboriosidad. Como en el caso del escritor que se afana por destacar, por ser «alguien», por desmarcarse de la grey («egregio», que debería ser sinónimo de marginado o antisocial, se ha convertido en un elogio). En nuestra sociedad ferozmente competitiva se habla con desprecio del rebaño y de la manada, emblemas de la solidaridad (piensa en los búfalos que forman un círculo para defenderse de los depredadores, en los lobos que cazan en equipo…). Y la mayoría de los escritores se dejan arrastrar cobardemente, perezosamente, por esa soberbia individualista, por ese soberbio individualismo que tan útil les resulta a los opresores. No quieren escribir bien, sino mejor que sus colegas o, cuando menos, de forma distinta. Más que la eficacia, la precisión, la claridad, buscan la «originalidad» y la «elegancia». El «estilo», en una palabra, en el mal sentido de la palabra. No el verdadero estilo, que consiste en burlar las acomodaticias expectativas del lector, como nos recuerda Jakobson, sino ese supuesto estilo personal que te hace reconocible y «distinguido», es decir, distinto. No es casual que esa cumbre de la narrativa universal que es el Quijote sea una obra estilísticamente «descuidada»: Cervantes tenía demasiadas cosas que decir como para distraerse escuchando su propia voz. Todo lo contrario que esos escritorzuelos falsamente esforzados que dedican un día entero a pulir una página, buscando en la supuesta «perfección formal» un remedio para la mediocridad, un envoltorio atractivo para sus bagatelas. Más que luminosos, la mayoría de los escritores quieren ser brillantes; más que profundos, llamativos. Más que comprendidos y amados, como pedía Chateaubriand, quieren ser conocidos y admirados. Dicen que desean cambiar el mundo, y lo que desean es cambiar de estatus. Por eso el escritor ha de nadar contra la corriente (contra la avasalladora mainstream), ha de esforzarse sin cesar para no dejarse llevar por la soberbia, la ociosa hibris que anima su afán demiúrgico.

¿Afán demiúrgico?

Puesto que el lenguaje es la segunda creación del mundo, la pretensión de crear con el lenguaje es arrogarse un atributo divino, o metadivino. Y si el escritor siempre ha de ser consciente de ello si no quiere ser un mero juguete de sus bajas pasiones (o de las altas, que son las más peligrosas), lo ha de ser doblemente cuando escribe sobre sí mismo. Ha de esforzarse al máximo por hacer lo contrario de lo que confiesa Borges en el epílogo de El Hacedor:

Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.

El escritor que escribe sobre sí mismo ha de intentar hacer justo lo contrario: un autorretrato que sea un mapa del mundo (o de alguna de sus regiones). Un mapa inevitablemente sesgado e incompleto, pero que, cuando menos, invite a quien lo consulte a reflexionar sobre su propia incompletitud. Y a dibujar su propio mapa, aunque solo sea mentalmente.

¿Y la envidia? ¿Y la ira?

La envidia es la frustración de la soberbia. Es soberbia enmohecida, avinagrada, putrescente. Y la ira es, por definición, incontinente, y la incontinencia es la perezosa omisión del autocontrol.

¿Y qué hay del derecho a la pereza?

No hay que confundir el rechazo del trabajo impuesto con la elusión del esfuerzo necesario. Oponerse a un sistema que nos obliga a malgastar la vida en tareas no elegidas ni deseadas requiere valor y energía, mientras que la sumisa aceptación del orden establecido es la máxima indolencia.

SUSCRIPCIÓN MENSUAL

5mes
Ayudas a mantener Jot Down independiente
Acceso gratuito a libros y revistas en PDF
Descarga los artículos en PDF
Guarda tus artículos favoritos
Navegación rápida y sin publicidad
 
 

SUSCRIPCIÓN ANUAL

35año
Ayudas a mantener Jot Down independiente
Acceso gratuito a libros y revistas en PDF
Descarga los artículos en PDF
Guarda tus artículos favoritos
Navegación rápida y sin publicidad
 
 

SUSCRIPCIÓN ANUAL + FILMIN

85año
Ayudas a mantener Jot Down independiente
1 AÑO DE FILMIN
Acceso gratuito a libros y revistas en PDF
Descarga los artículos en PDF
Guarda tus artículos favoritos
Navegación rápida y sin publicidad
 

12 Comentarios

  1. «El horror, el horror» El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad

  2. Qué maravilla de texto. Gracias.

    • Frabetti

      Gracias a ti, Pau. Lo que tiene de maravilloso es casi todo ajeno: en el diálogo, yo soy, básicamente, el que hace las preguntas y plantea las objeciones.

  3. Un artículo que difícilmente se asociaría a la incompletitud, al menos por lo que respecta a la densidad de ideas.

    «Un autorretrato que sea un mapa del mundo»… Y también por la profundidad de alguna de ellas. Un giro muy oportuno sobre lo que apunta Borges. Desde mi punto de vista, de decir poco, aunque agradable de leer, a mostrar cuál debería ser el objetivo.

    • Frabetti

      Creo que Borges es un magnífico sugeridor. Incluso cuando dice poco, lo dice de una manera que te activa la imaginación. En una ocasión le dije (con cierta malicia, lo admito) que me parecía mejor poeta que prosista. Y estuvo de acuerdo.

  4. E.Roberto

    Soy perezoso mas creo no tener vicios, de viejo digo pues de joven… por omisión seguro. Hay que ser muy activo, emprendedor, resuelto y audaz para tenerlos y vivir sin pereza, que en el fondo es puro silencio, laxitud, lenteza, quieta observancia visual-civil-religiosa sin ruido de fondo o de dentro para trepar bien alto, como los perezosos arbóreos, tan feos y longevos los pobres. A ellos no les falta tiempo, sólo árboles en busca de cielos.

    • Frabetti

      Hay vicios que requieren un gran despliegue de energía, desde luego; pero me atrevería a decir que incluso esos están hechos de la materia de la pereza. En cuanto a tu supuesta condición de perezoso, tus asiduos y enjundiosos comentarios la desmienten; sé por larga experiencia que una de las actitudes menos perezosas que hay es leer con atención y rumiar lo leído. Y compartir lo rumiado.

      • E.Roberto

        Mi comentario fue el resultado de la confusión que me causó tu artículo, estimado Carlo. Contínuo a leerlo cuando puedo pues soy medio duro de seseras, y para ciertos menesteres no tengo pereza. Me resulta difícil compartir la idea de que con definiciones filosóficas se puedan identificar los orígenes de procesos neurobiológicos, de comportamiento, que creo poco le deben a la herencia genética y más a la familia, al entorno social, a la cultura, que en aquellas personas que demuestran esos vicios supongo habrá sido nula, especialmente en literatura. A este punto me pregunto para qué contínuo a leerlo estando en desacuerdo. Debe de ser por tu prosa, que no es la de un sofista, pero sí la de un sofisticado. Siempre estimulantes tus aportes.

        • Frabetti

          Si mis aportes son estimulantes, estimado ER, es mérito del diálogo con los/as lectores/as. Y de los desacuerdos gestionados con honradez y buena voluntad.

  5. Maestro Ciruela

    ¡Qué estupendo intercambio de comentarios entre E. Roberto y Carlo Frabetti! Lástima que me hayan abierto demasiado los ojos, tomando conciencia de mi cada vez mayor pereza para intervenir en estos foros. ¡Me estoy haciendo viejísimo además de inoperante para, cada vez más, ciertos temas!

    • E.Roberto

      ¡Maestro Ciruela! Hacía tiempo que no leía sus comentarios. Su pseudónimo me trae el recuerdo de varios personajes con tal función, o sea, en Argentina el reemplazo del titular. Eran los peores, para nada perezosos para darnos tareas. Su aporte me resulta un galimatías peculiar pues en su caso la lectura lo hizo consciente de… su pereza. Pienso, estimado que se deba a la cultura, del entorno, de la familia, cosas para nada viejísimas. Un saludo cordial.

    • Frabetti

      «El maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela», reza un viejo refrán español. He aquí otro que, por el contrario, sí sabe leer y no pone escuela. Necesitamos esta variante.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*


Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.