Música

Alta vitalidad: playlist para cargar energía

alta vitalidad energía
Sachi Parker y su madre, Shirley MacLaine, durante el rodaje de Irma la Douce, 1962. Fotografía: Leo Fuchs / Getty.

Este artículo es un adelanto de nuestra revista trimestral nº 50 especial Pura vida, ya disponible aquí.

Para acompañar la lectura, nuestra lista en Spotify:

Existen dos grandes corrientes a la hora de analizar las virtudes de una canción. Por un lado se encuentra la técnica, la observación erudita de los compases, las estructuras, la alineación formal de las notas en los pentagramas, las claves y la habilidad del intérprete a la hora de ejecutar todo lo anterior. O algo que, aquí y ahora mismo, no nos interesa en absoluto. Por otra parte, se halla el análisis de lo realmente importante: las emociones que provoca. Su capacidad para remover por dentro, para conmover, animar las extremidades, estremecer el alma, agitar el recuerdo, sacudir las vísceras, hundir y levantar el ánimo con energía. Su tremendo poder para hacernos sentir vivos. 

Se ha repetido mil veces que la música desbravece a las fieras, pero lo verdaderamente significativo es que los compases adecuados son los que se encargan de poner en marcha al resto del mundo. Y lo que vamos a desplegar a continuación es exactamente eso. Siete temas como siete claves de sol que comparten un mismo objetivo: cargar al oyente de energía.

The Comet Is Coming – «Summon The Fire»

A la extinta formación londinense The Comet Is Coming hay que reconocerle el mérito de haber lucido uno de los nombres de grupo más rechulos de todo el panorama musical. Aunque la verdad es que la propia gestación de la banda ya apuntaba a que este trío estaba destinado a molar: dos de sus miembros, Danalogue y Betamax, acostumbraban a actuar en locales subterráneos, bajo la denominación Soccer96, fabricando composiciones de psicodelia electrónica adobadas con percusión a la batería. Hasta que descubrieron que por sus bolos rondaba un caballero alto, King Shabaka, amarrado a un saxofón, a quien decidieron invitar a subir al escenario. Unas pocas semanas más tarde los tres estaban encerrados en una sala de grabación, sin ningún tipo de material escrito de antemano, improvisando durante horas lo que sería su futuro repertorio. 

La pandilla decidió bautizarse como The Comet Is Coming tras escuchar un documental radiofónico de la BBC sobre astros apocalípticos, espacios profundos insondables y ciencia ficción. Se trataba de un nombre potente que además encajaba estupendamente con su filosofía personal de explorar nuevos territorios, y destrozar durante el viaje los ideales musicales que consideraban aburridos. Desgraciadamente, la formación se desmanteló en 2023, pero antes de implosionar tuvieron a bien legarnos cosas tan eficaces para espabilarse como los cuatro minutos de jazz cósmico contenidos en esa grandiosa invocación llamada «Summon The Fire». Si es que estos tíos no ponían un nombre malo. 

The Bloody Beetroots, Steve Aoki, Refused – «New Noise»

En octubre de 1998, los punkarras suecos de Refused tuvieron el valor de llamar a su tercer álbum The Shape of Punk to Come (1998), una suerte de guiño nada velado al mítico The Shape of Jazz to Come (1959) que firmó Ornette Coleman en un género ubicado en las antípodas sonoras al alarido entre guitarras. Pero la prepotencia de Refused podría decirse que estaba justificada, porque con aquel disco arriesgaron mucho más de lo habitual. Mantuvieron el espíritu de crudeza punki pero también jugaron a experimentar introduciendo esquejes jazzísticos, de Art Blakey nada menos, elementos tecno, pinceladas posthardocre e incluso monólogos spoken word, extraídos del Apocalypse Now de Francis Ford Coppola o de la novela Trópico de Cáncer de Henry Miller. La jugada les salió bien y a The Shape of Punk to Come le llovieron las loas de la crítica y el respeto de los aficionados al pogo salvaje.

Doce primaveras más tarde, The Bloody Beetroots, un italiano oculto tras una máscara de superhéroe a modo de trasunto de Spider-Man, se arrimó a Steve Aoki para amasar y remezclar la pista «New Noise», un corte estrella de The Shape of Punk to Come que ya era bastante cañero de entrada. Ambos caballeros aceleraron el riff de guitarra original, samplearon la voz de Dennis Lyxzén berreando «Can I scream?», y lo empaparon todo con electro, house, dubstep y sonidos más propios de una discoteca de colgados adictos al techno que de un bareto de crestas amigas de la cerveza. Tras tanta destilación, la criatura resultante podría definirse perfectamente con dos únicas palabras: pura tralla.

Interpol – «Slow Hands»

Interpol brotó en la escena de tugurios indies neoyorquinos del nuevo milenio, entre un amasijo de bandas que apilaban staccatos con el bajo, se bañaban en ritmos pesados y gustaban de retozar en el guitarreo. O lo que los amigos de etiquetar las cosas bautizaron a finales de los 70, y durante los primeros 80, como postpunk, una denominación ideada para poder ubicar aquellos sonidos de texturas oscuras en un cómodo terreno intermedio entre el pop, la rebeldía, el vanguardismo y la solemnidad. Tras tantear el medio a golpe de EP, la formación debutó con un álbum de estudio, Turn on the Bright Lights (2002), que se convirtió en un hermoso éxito y comenzó a trazar comparaciones con tropas como The Chameleons, Echo and the Bunnymen o Television.

Su segundo disco, Antics (2004), fue la confirmación de que la cosa era seria. Para empezar, porque presentaron el estupendo corte «Evil» con un videoclip protagonizado por una marioneta, un signo inequívoco de madurez artística. Y por otra parte, porque contenía la tremenda «Slow Hands». O una maravillosa contradicción musical: una creación que aviva las ganas de danzar a lo loco mientras te arroja a la cara los versos más deprimentes posibles. Y eso último es algo de lo que tiene la culpa la formación al completo, porque estos tipos de Manhattan están acostumbrados a hacer algo tan poco habitual como firmar sus letras en comuna. En este caso concreto, la disonancia resultante es extraordinaria. «Slow Hands» es uno de esos inusuales artefactos musicales cuya energía te condena a bailar, mientras el cantante habla de devastaciones emocionales y corazones arrasados convertidos en páramos.

Darude – «Sandstorm»

A mediados de los 90, el compositor finlandés Toni-Ville Henrik Virtanen se presentó cabalgando el happy hardcore y utilizando como sobrenombre de guerra el apodo Darude, una mutación del alias Rude Boy por el que era conocido entre colegas. Y antes de cerrar la década, este rudo orfebre electrónico ensambló una creación instrumental en forma de tormenta de arena, encabezada por chiflos discotequeros a ciento treinta y seis beats por minuto. «Sandstorm» supuso un éxito descomunal, convirtiéndose en el single de doce pulgadas más vendido del año 2000 y en la primera pieza finesa que se asomaba por la MTV empaquetada en un videoclip. 

En su esencia, «Sandstorm» nunca ha sido un ejemplo de sofisticación y elegancia. En realidad, supone doscientos treinta y cinco segundos machacones ideados para que los parroquianos de las catedrales del trance suden las anfetas botando como animales en la pista. Pero lo que hace verdaderamente especial a este corte es otra cosa, su papel en la cultura popular reciente. Porque durante los últimos veinte años, «Sandstorm» ha ejercido como una herramienta de troleo a la altura de Rick Astley: preguntar por cualquier canción en el mundo online y que algún simpático anónimo te la cuele remitiendo un enlace al temita de Darude, acompañado de un «creo que te refieres a esto», se ha convertido a estas alturas en un protocolo oficial de internet. Gracias a ello, «Sandstorm» ha dejado de ser un mero tema de subidón para ascender a un nivel superior de existencia musical y transformarse en la parada a la que todos acaban llegando, aunque no quieran. Un comentario en el vídeo oficial de YouTube, efectuado por alguien que se ha comido «Sandstorm» millones de veces mientras buscaba otras melodías, resume la percepción de esta exquisita obra magna: «No me puedo creer que haya escuchado todas las canciones del mundo en menos de cuatro minutos».

Le Tigre – «Deceptacon»

Tres mujeres afiliadas al movimiento underground Riot grrrl. O la furia femenina apoyada en una alegre combinación de emociones crudas, punk conceptual, militancia política y la filosofía del «házlo tú mismo» como pilar maestro de la parte técnica. Las componentes de Le Tigre se jactaban de agarrar los instrumentos más baratos que tenían a mano, en ocasiones sin tener apenas práctica con ellos, y trastear con el ruido hasta construir sus tonadillas. 

Sonaba a broma, pero aquella treta les funcionó de maravilla al permitirles parir algo tan potente como «Deceptacon». O el que sería el ejercicio más energético de su repertorio y también una de las canciones con la letra más random de la historia musical: aquella cuyas estrofas iban desde «I can see you disco disco dick» o «How are you? / Fine thank you» hasta la autoconsciencia marciana de «Your lyrics are dumb like a linoleum floor». Y pasando por aquel «Who took the Bomp from the Bompalompalomp? / Who took the Ram from the Ramalamadingdong?» que las llevó a lidiar con los abogados de Barry Mann cuando este consideró que las féminas guerrillas estaban mancillando su popular «Who put the Bomp (in the Bomp, bomp, bomp)». La parte lírica de «Deceptacon» ofrecía la impresión de haber sido ensamblada sacando frases al azar de un bombo repleto de sugerencias escritas por monos con máquinas de escribir. Pero eso daba absolutamente igual, porque aquel fabuloso delirio poético se ha convertido en un incombustible de cualquier lista moderna de gasolina sonora.

Turisas – «Rasputin»

Debería considerarse pecado perpetrar una lista seria de canciones y colar en ella una cover. Pero por aquí la seriedad la consideramos un defecto y, en el fondo, disfrutamos bastante de las perversiones, incluso si son musicales. Turisas es una banda finlandesa de folk metal con nombre de deidad farruca, influencias del power metal y el heavy sinfónico, pintas de haber arrasado con las existencias en un outlet de Mad Max, y afición por embellecer sus directos con solos de violín eléctrico. «Rasputin» fue aquella creación discotequera de 1978 que cabalgaba entre la horterada y el gusano auditivo narrando las virtudes del místico ruso Grigori Yefímovich Rasputín, su poder y su fama de amante desbocado con las nenas. Un hit global popularizado en su momento por la agrupación prefabricada alemana Boney M. Y Turisas interpretando «Rasputin» es exactamente lo que cualquiera se imagina. Una aproximación deliciosamente innecesaria, muy divertida por inesperada, bastante cañera y vigorosa. O el punto de encuentro donde se hermana la fanfarria disco, la mitología nórdica y la clásica necesidad de cantar a las bondades del falo de un brujete ruso.

Iggy Pop – «Lust For Life»

Lo realmente sorprendente de Iggy Pop no es solo el hecho de que siga vivo tras haberse metido toda la heroína del Medio Oeste, sino también el logro de andar rozando las ocho décadas y todavía tener pinta de poder darte una hostia que te trastoque los apellidos. El yayo del punk rock, la Iguana legendaria, siempre ha sido una auténtica bestia durante sus bolos. Un huracán imparable que danzaba contorsionándose sobre los escenarios hasta convertirse en una espectacular dinamo de carisma. Y una furia vital que se contagiaba a sus canciones. 

«Lust For Life» tiene orígenes ilustres y simpáticos. Fue compuesta en 1977 por Iggy Pop y David Bowie tirando de un ukelele y apoyándose en un pegadizo ritmo de percusión interpretado por el batería Hunt Sales. La canción gozó de éxito moderado en los 70, pero cuando realmente se popularizó a lo bestia fue durante los 90, gracias a su inclusión en la película Trainspotting de Danny Boyle. Desde entonces, «Lust For Life» será siempre recordada como aquel ritmo que marcaba la carrera de Renton, y que enmarcaba el irónico discurso «Elige la vida» de un yonqui a la fuga. La entrada indispensable de cualquier playlist para fliparse haciendo running. Elige la vida, elige la música.

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Un comentario

  1. Ufff… Esto da para cuadro de votaciones.
    Solo 7? Se quedan demasiadas fuera.

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