El presente año augura ser movidito. Cambios editoriales importantes, regresos de cabeceras populares y parte de los festivales de cómic del año (viejos y nuevos, comerciales y alternativos) ya despachados. Como ya es habitual en nuestra tribuna, observamos con detenimiento las arrojadas propuestas del medio (otras no tanto), con mucha calma. Nos han sorprendido varios campos temáticos coincidentes: relaciones paternofiliales difíciles, radiografías informales de los procesos decisorios, encuentros intergeneracionales, las entradas atropelladas en la adolescencia y el apocalipsis pasado, presente y futuro. Ahí van algunas recomendaciones de los mejores cómics del primer trimestre de 2025.
Black Metal, de Magius (Autsaider)
La historia del origen del género black metal que Magius ilustra en este cómic no está tan lejos como pudiera parecer de obras suyas anteriores, como El método Gemini y Primavera para Madrid. Como en estas, Black Metal es un relato sobre la necesidad de crearse o alcanzar puestos de poder en ciertos entornos, protagonizado por individuos odiosos y desquiciados cuyas vidas escapan inevitablemente a su ansiado control, entrando el caos por la puerta grande. El autor murciano refunda sus fanzines originales ficcionando las vidas de los componentes de la banda noruega Mayhem, imaginándolos como niños: una metáfora apropiada, asociable a El señor de las moscas de Golding, en la que no se pierde ninguno de los escabrosos sucesos reales y se pone de relieve el juego de envidias y fantasías egotistas que fueron el germen de todo ello. Esta crónica negra vestida de sátira mantiene con acierto su apuesta por el dibujo bidimensional e infantilista, de caricatura de representación frontal y hierática, presentado aquí en turbador blanco y aún más negro.
Hotel Abuel, de Marta Altieri (Reservoir Books)
El retrato de la tercera edad en el cómic español ha estado marcado poderosamente por obras seminales como Arrugas. Dos décadas después, las variantes sobre el tema empiezan a desligarse de la melancolía, la soledad y el desamparo, imaginando (también documentando, ahí está el Aguagim de Marina Saez) una vejez diferente. La de Marta Altieri subvierte la idea de que las costumbres en el ocaso de la vida son algo inmanente, cuando en realidad no son más que un constructo social en el que se instalan los valores y hábitos de cada generación. Es así que Hotel Abuel, con su estilo de dibujo despreocupado y juguetón, que gusta del collage y del epatamiento delirante, enseña una cara más vitalista a través de una troupe de ancianos en una residencia del futuro próximo. Sin desdeñar cuestiones tenebrosas como los achaques de la edad, el fantasma de la muerte o la precariedad del sector sanitario, los ancianos de este tebeo celebran la vida entre sus compas nuevos, sin prejuicios, como la han vivido siempre, colmando sus pasiones y sus ganas de disfrutar hasta el final.
Mal olor, de Nadia Hafid (Apa Apa Cómics (Cast.) / Finestres (Cat.))
Que se puede hacer mucho con poco es algo que lleva demostrando Nadia Hafid desde que pusiera sobre la mesa El buen padre. Ojo: llegar a ese «poco» irónicamente conlleva mucho trabajo de estudio de la composición y la secuencia, así como destilado de lo esencial. En este caso, el objetivo es alcanzar principalmente una atmósfera sutilmente incómoda sin despegarse de lo anodino asociado al mundo del trabajo de escritorio en multinacionales. Mal olor es un cómic de desarrollo lento e inmersivo que, sin embargo, atrapa para conseguir una lectura del tirón. Planteado como thriller de cocinado lento y trama mínima, la autora nos desplaza a un entorno de trabajo aséptico y normalizado, en el que pequeñas anomalías empiezan a generar disrupciones que desembocan en comportamientos tóxicos sociales y, todavía más allá, alcanzan ciertos valles inquietantes. Es así como este cómic, finalmente, puede constituirse como inusual pieza de terror que entronca con el hastío generacional hacia el capitalismo de traje, corbata y tacones.
Poli raro, de Guillermo Lizarán (Editorial Grafito)
El tanteo de los autores de cómic al público infantil-juvenil no cesa. Y en esta ocasión es Guillermo Lizarán, conocido por sus tiras de humor absurdo y pasadas de vuelta recopiladas en Sácamelo todo, quien prueba suerte con los cómics interactivos, parientes lejanos de la literatura del «elige tu propia aventura». Poli raro, en trasfondo de ciencia ficción distópica y con trama detectivesca, apuesta por diversificar las decisiones del lector entre la elocuencia, la acción violenta o el absurdo («poli bueno», «poli malo», «poli raro»), empleando sus resoluciones para subvertir las convenciones del género y distinguiéndose ampliamente de las variantes predominantes de esta literatura, mucho más procedimentales y blancas. El cómic, además de una estética rabiosamente colorista y una narrativa dinámica y ágil, presenta no pocos saques de ingenio, un gran dominio del gag recurrente y un puñado de finales alternativos auténticamente inesperados. Recomendado queda agotar la lectura de cada uno de esos finales para sacarle todo el jugo a esta experiencia.
Todo abruma, de Dash Shaw (Blackie Books / Apa Apa Cómics)
El regodeo alrededor de la incertidumbre y la duda viene siendo tema recurrente desde los tiempos del cómic alternativo y autobiográfico, por lo que esta odisea íntima y colectiva sobre, aparentemente, dicho tema no parecía estar lejos de esa mirada introspectiva a los dilemas individuales. Sin embargo, Todo abruma ofrece un poco más al presentarse como un tobogán de ascenso lento en el que se recorren, con secuencia de relevos, varias vidas en momentos de encrucijada personal de distinta intensidad o relevancia. Alcanzada cierta altura, empezamos a vislumbrar el objetivo de Dash Shaw. Y, tocado techo, nos deja caer en un viaje de vuelta que es una genuina radiografía de cómo los seres humanos, finalmente, resolvemos las decisiones. Con dibujo sobrio y poco expresivo y una métrica formalísima, el dibujante estadounidense se prodiga en este trabajo de narrativa experimental que habla de cómo ponemos pie en un rumbo determinado más por la vía de la intuición que de la racionalidad, y de cómo esos procesos se instalan graciosamente entre la mística que busca alcanzar cierto sentido y el absurdo totalmente inexplicable pero extrañamente liberador.
Comfortless, de Miguel Vila (Ediciones La Cúpula)
Lejos, muy lejos de ser el enésimo retrato de la vida bajo la pandemia del covid en cualquiera o todas sus fases, Comfortless es una dura bofetada tanto a la negación como a la minimización o a la normalización de las catástrofes en el mundo actual. Iniciada como un relato costumbrista del drama cotidiano que supuso el confinamiento, Miguel Vila nos infiltra en las intimidades de sus personajes y en sus falibles relaciones sociales y afectivas de una forma similar a como lo hacía en Dulce de Leche y todavía más en Padualand. Sin embargo, el interesante salto aquí es la proyección sociológica que se efectúa en la segunda mitad del libro, yendo de la ficción histórica contemporánea a la ficción de futuro cercano, llevando la obra a asemejarse a una actualización de la cautelar Cuando el viento sopla, de Raymond Briggs. Si bien ambas nos recuerdan lo mucho que creemos saber y lo poco que sabemos realmente, la de Vila nos azota con la idea de que aprendimos muy poco o nada ante una situación de emergencia realmente reciente.
Contrapaso 2: Mayores, con reparos, de Teresa Valero (Norma Editorial)
La guerra civil y la dictadura franquista han sido temas con una notable presencia en el cómic español en las últimas dos décadas. Normalmente de propuesta biográfica o documental, en pocas ocasiones se ha aventurado a abordar dichos temas desde el género más puro en su concepto, ofreciendo otro acercamiento sin que ello riña con que parte integral de la trama permita elaborar un ejercicio de memoria histórica. Teresa Valero ha encontrado un equilibrio muy interesante a ese respecto con esta cabecera, que alcanza ya su segundo volumen y que, a través del género detectivesco protagonizado por personajes (dos periodistas y una ilustradora) tan icónicos como aristados, practica una revisión de cómo operaba la censura franquista mientras se resuelve un caso de asesinato. En los cómics de Contrapaso, muy de encaje en la bande dessinée de aventuras de trasfondo histórico, se efectúa un laborioso ejercicio de malabarismo argumental tanto en la corta como en la larga distancia, sostenido por una sólida documentación, configurándose como una «vía híbrida» sobresaliente.
Dolores, de Eduardo Sabio (Libros Walden)
De difícil clasificación es este cómic que baraja subgéneros a priori en las antípodas —esto es, el neonoir junto con una crónica más costumbrista sobre la entrada en la adolescencia—. Ambientada en el inicio del milenio y con un eco leve de cine quinqui, se trata la vida de Dolores, niña de familia burguesa adinerada, y de sus planes para alcanzar el éxito y la fama, iluminada por la famosa del momento. Tanto pueda resultar atractiva su propuesta argumental, Eduardo Sabio practica aquí un despliegue estético poco común, aun con sus posibles influencias a la Chris Ware. Dolores abraza un estilo de dibujo minimalista y desgarbado, pero su historia se cuenta a través de una narrativa de descompresión total que busca acaparar no solo la máxima cantidad de detalles en el transcurso de la acción, sino también diferentes juegos secuenciales. El resultado es un cómic valiente y arriesgado, de mimo a la anticipación de la acción y elegantemente sutil.
Un paso atrás, de Martina Sarritzu (Alpha Comic)
Otro relato del paso de la niñez a la adolescencia, pero con otras formas y claves temáticas, es el de la italiana Martina Sarritzu, que —en lo que parecería un modesto y breve cómic de grapa— consigue encerrar algunos de los dilemas del dejar atrás la niñez y el riesgo de las nuevas interdependencias que puede generar. Un paso atrás arranca con lo que parece un slice of life de realismo crudo y cotidiano que sintoniza muy bien con un estilo de dibujo tan hierático como naif, con gusto por la inmersión en el escenario y la narrativa de diario íntimo. Sin embargo, la historia de dos amigas, que avanza con aparente naturalidad entre vaivenes, sirve también para mostrar diferentes encajes a la hora de enfrentar las relaciones afectivas y el despertar sexual, lo que desemboca en un relato cautelar resuelto con sentencioso y duro golpe en la mesa.
Será todo para mí, de Zerocalcare (Reservoir Books)
Es difícil no conocer a Zerocalcare a estas alturas, y seguramente tampoco nos extrañe su espectacular manejo de la comedia y la tragedia en sus cómics, principalmente por su endiablado uso de la ironía y su ausencia de vergüenza alguna para la autoexposición sin límite. Uno podría pensar que dichos usos tienen un límite, y que las diatribas del de Rebibbia podrían llegar a agotar. Pero no. Será todo para mí es una nueva autoficción que mira hacia la figura del padre y su genealogía, y se instala en un drama rural que trata de esclarecer las adustas relaciones paternofiliales en la familia durante generaciones. Con algunas variantes narrativas que aportan intensidad al relato y lo distinguen de los precedentes, la mirada intrigada al pasado y la conciencia cada vez más punzante del paso del tiempo convierten esta obra en un ladrillo más de la obra mayor del autor, que evidentemente será la totalidad de esta.
Por si desaparezco, de Mirion Malle (Ediciones La Cúpula)
Sobre la ansiedad, la depresión y la tentativa de suicidio se han publicado muy buenos e interesantes cómics en lo que va de década. Varios de ellos, basados en experiencias autobiográficas, quedan muy lejos de cualquier amago de seguir una moda y son concienzudas crónicas de la vida bajo el peso de una enfermedad mental. El de Mirion Malle, dibujado con un estilo de aparente caricatura mínima y una narrativa que busca la naturalidad, pone su atención en singularizar momentos significativos que, desde fuera, podrían parecer superficiales, y consigue la pormenorización de los cómos y porqués sin sobreexplicación. En Por si desaparezco se exponen nítidamente algunas causas y algunas soluciones, con especial atención a la importancia de las redes de apoyo. No pretende ser la panacea (no aspira a la generalización), pero sí consigue una cercanía que lucha contra la minusvaloración de la cuestión y una claridad ejemplar en términos de hablar sobre esta.
Dibujo del natural, de Jaime Hernández (Ediciones La Cúpula)
La introducción de nuevos personajes en el universo de Hoopers en Tonta pudo llevar a cierta suspicacia a los seguidores de la obra magna de Jaime Hernández, muy aferrados a las idas y venidas de la vida de Hopey y Mags, personajes que han crecido con ellos durante décadas. Pero si Dibujo del natural muestra algo, es que no parece haber intención alguna de relevo, sino de intercambio de perspectivas y, quizás, ejercicio de mirada desde la distancia: la vida se repite, con sus giros inesperados y sus posos que no se van por muchos esfuerzos que pongamos en deshacernos de ellos o ignorarlos. Jaime pone todo ello en la página con ese ritmo suyo que bebe con admiración de los clásicos y ese dibujo expresivo e impoluto que, en algunos episodios de este cómic, entre lo melancólico y lo cómico, se presenta con notables reminiscencias schulzianas.
La canción de Midori, de Gao Yan (Milky Way Ediciones)
Sería tentador clasificar la presente como un manga romántico sin más, pero lo cierto es que la mangaka Gao Yan consigue proyectar una inteligente sensación de frágil conciencia y practicar juegos alternos de implicación y distancia como para considerar que esta obra es, además de drama y romance, un atento relato introspectivo. Centrada en los años de universidad de una joven estudiante taiwanesa, La canción de Midori se desarrolla con una voz íntima que se antoja un susurro, con un ritmo suave y con unas panorámicas ajenas a los ritmos de la inmediatez, estrechez y fugacidad del mundo actual. Es esta una obra de cocinado lento y dibujo preciosista, que se encandila en los diálogos, en los espíritus de la escalera posteriores y en las experiencias sublimes. También es un testimonio de cómo se alimenta el amor por la música o la literatura (especialmente la japonesa, cuyo recorrido es interesante) y de cómo formamos vínculos muy personales con ellas.
El Rey Medusa Vol. 1, de Brecht Evens (Astiberri)
Brecht Evens no se ha apartado excesivamente de algunas de sus órbitas temáticas en esta primera parte de lo que se atisba como un paranoico thriller sobre relaciones paternofiliales cuya toxicidad se va revelando progresivamente. Con ecos a su sobrecogedor e incómodo Pantera, El Rey Medusa propone la crónica de la vida cotidiana de Arthur, un niño cuyo padre parece vivir instalado en un estado de conspiranoia mental que, sin embargo, desde el punto de vista del hijo, se vive como una aventura diaria. De delirante desarrollo en huida hacia adelante, Evens pone en práctica su habitual despliegue formal, que enlaza con la visión fantástica del mundo según el padre. Diseños exacerbados y exóticos que gustan de la presentación en galerías, narrativa presta al juego, el color como agente eclosionador. Estamos ante un cómic caleidoscópico que hipnotiza y arrastra a su lectura sin remisión.
Soy mi sueño, de Felipe Hernández Cava y Auladell (Norma Editorial)
Aspirante a entrar en los rangos del culto es esta reedición del tebeo que hicieron dos autores que, por separado, consiguieron sus respectivos premios nacionales. Soy mi sueño vio la luz hace más de quince años y se recupera ahora redibujada para la ocasión. De cercanía al aparato experimental que fue El artefacto perverso (y que Felipe Hernández Cava ideó con Felipe Del Barrio), el relato se sumerge en la biografía de un piloto alemán en la Segunda Guerra Mundial que, al borde del peligro de muerte, vive una experiencia de carácter gestáltico. El marco de irrealidad que ya es de por sí el contexto bélico, y sus consecuencias en los individuos tanto a nivel personal como social, se aborda también desde el dibujo febril y grotesco de un Auladell inmerso en mancha y borrón, alimentando la atmósfera pesadillesca que es el marco definitorio de todo el cómic. Mística escurridiza y áspera, con una estética surrealista que nos hace recordar a clásicos como Alberto Breccia o Bill Sienkiewicz, o a contemporáneos como Manu Gutiérrez.
Las locuritas de Úrsula, de Sergi Puyol (Apa Apa Cómics)
Muestra fehaciente de cómo Sergi Puyol ha dominado las mecánicas de la tira de humor a toda página, es esta antología de historietas sobre Úrsula, alter ego confeso del autor, pero también de todo ser humano asolado por las incertidumbres, grandes o pequeñas, en el marco de los dosmiles. Con apariencia de anécdotas pasajeras, de desarrollo cuasi procedimental y con gusto por el desenlace en un punchline sin estridencia necesaria, Las locuritas de Úrsula va profundizando en el stream of consciousness de su protagonista, aliviando con su humor «por lo bajini» los excesos en el autoanálisis, el sobredimensionamiento de la opinión ajena (y la propia) y el día a día bajo los continuos cambios de parecer. Una ficción antropológica que se alinea pertinentemente con su forma colorista, su caricatura naif y hierática, y que en su avance muestra visos de acariciar la búsqueda del equilibrio en esa revuelta cotidianeidad.