
El otro día pude ver una película de superhéroes sin spoilers. Estuve regateando durante semanas los tuits, los reels y las críticas. Desarrollé más cintura en redes sociales que su jugador favorito. O que su político más admirado. En cuestiones de driblar lo que nos incomoda tenemos cada uno nuestras preferencias. Ahí no quiero entrar que luego hace frío. Usted elija, no diga nada e imaginemos que en este artículo vamos de la mano. No es cuestión de perder un lector en el primer párrafo por haber puesto de ejemplo a uno del equipo contrario.
Me senté en el cine al lado de uno de mis mejores amigos. Las mismas gafas, los mismos pelos y casi las mismas canas. Dos clones muy parecidos en sus diferencias. Ambos intuíamos lo que íbamos a ver porque un cuarentón no va al cine a ver una de tipos disfrazados por despiste. O eso creo. La cuestión es que habíamos preparado cuidadosamente nuestra ignorancia para aniquilar a un animal terrible: las expectativas.
Y lo que vi me gustó. Lo pasé bien. Mi realidad fue otra realidad durante dos horas. Descubrí sorprendido cómo se revelaba ante mí una forma inesperada de atacar una enfermedad compleja y malentendida. Es cierto que lo que viene ahora puede que sea un spoiler o una absoluta malinterpretación por mi parte. Pero es como lo de antes. Usted posiciónese y sigamos, así dolerán menos los posibles daños colaterales.
La película de la que escribo es Thunderbolts*. Quizá usted ya lo sabía, pero ahora también se ha enterado el que no entendía por dónde llegaba el viento. Ahora jugamos todos las mismas cartas.
La enfermedad de la que hablo es la depresión. Una sombra negra que se pega a la vida y que la gente suele menospreciar convirtiéndola en tristeza exagerada y un par de abrazos por recibir.
Tal y como se describe en la película la depresión es un vacío. Un lugar en el que se está y se habita. Un espacio que toma forma en lo que uno es y convierte cada lugar, cada hecho, en un instante oscuro en el que hace que todo se desvanezca. El enfermo puede mirar alrededor, caminar sin llamar la atención entre la muchedumbre. No hay signos que hagan evidente que en su interior hay un agujero negro, una sombra plena. El enfermo puede disimular tirando de entrañas. Parece que no pasa nada, aunque todo cruje. Se atrapa por recuerdos corrompidos y convierte los hechos en una habitación junto a un lugar dentro de un sitio en el que no se quiere estar. Porque se ha quedado solo y no se le oye gritar. Incapaz de pedir ayuda dado que nadie percibe que lo que siente es grave, que no es desconsuelo porque se trata de una enfermedad. Algo siempre a punto de romper para empezar a llorar de cualquier manera y con cualquier forma. Y esa es la fiebre, el signo que corrompe la existencia del enfermo. Una lámina que empapa y en la que puede que no haya nadie que se quiera mojar.
En Thunderbolts* muchos de los personajes están a centímetros de caer en ese vacío. Lo perciben a su lado, lo miran con apetito, un refugio. Huyen de esto aceptando misiones que les llenan de ruido. Así no se escuchan, no se discuten por dentro. Han sufrido por ser lo que son y sufren por lo que no han llegado a ser. Se sienten solos y desde ahí aceptan lo que nadie quiere. Habitan la carroña que no puede manchar el traje de esos superhéroes limpios y brillantes que están solo para lo importante. Para salvar el mundo, el universo y las cuentas de la productora. Están rodeados por la luz de los que no los ven porque ellos, afortunados, están bien sin comprender que estar bien es precisamente eso, no darse cuenta. Y es en ese punto cuando los guionistas hacen una pirueta. El Circo del Sol de lo que no te esperas. Sitúan a un cortejo de antihéroes sucios y con cicatrices al lado de un tipo que no sabe quién es hasta que descubre que es el superhéroe perfecto. Imbatible, irrompible e intocable. Más poderoso que todos los Vengadores reunidos. Más poderoso que un Dios dado que entre los mejores también hay uno. Y es en ese cuerpo, en esa vida plena, donde el vacío rompe nutriéndose de un pasado que es un precipicio. No sirve de nada tanta carrocería. Cuando más brilla el hallazgo, aún en la máxima expresión de su fortaleza, la oscuridad es capaz de llevarse al intocable de la mano. Nadie está a salvo de esa sombra cuya mirada son dos diminutos puntos de luz que te capturan. Una amenaza que se lleva a negro a cualquiera. Nadie puede ignorarla, quizá nadie pueda salir de ella.
Es ante la evidencia de ese dolor, ante la destrucción objetiva de un mundo, cuando los antihéroes se convierten en lo que no se puede comprar. Son sus amigos y la amistad es dar sin débito. Dar en lo peor para reírte de ello en lo mejor. Un paso al frente y desaparecer con el que se va. Los antihéroes se sumergen en el terror de otro. Entienden que de esa oscuridad no se regresa a la superficie sin ayuda. Es necesario comprender que no son medicina las palabras vacías. La depresión obliga a tender la mano, a comprender y abrir todas las puertas. Incluso a tirar las paredes. Que corra el aire sin necesidad de disparos, estallidos o sueros de supersoldado que a uno le hacen más fuerte pero no más duro.
Cuando se encendieron las luces de la sala esperamos en silencio las escenas postcréditos. Nos hemos acostumbrado a que algunas películas sean la promesa de otras. Tras el fundido a negro mi amigo y yo nos prometimos más historias ante una pantalla gigante. Me fui de allí pensando que quizá sería bueno tener spoilers para nuestro día a día. No vayas por ahí que sale cruz, no te calles en esto que luego te arrepentirás por lo que dejaste ir. Arranqué el vehículo y puse música. Detrás de mí estaba oscuro y me confortó saber que no estaba solo. Ahora le invito a usted a pensar en quién le acompaña. Un último esfuerzo. Esto se termina y podemos soltarnos. No hay que tener miedo. En la sonrisa que ahora se les escapa está probablemente su luz y un primer paso para combatir a la sombra.
Después de ver las películas de Marvel, hasta the eternals; creí que nadie más notaría ese lado que en personajes ficticios, no se puede ver… Así es, la depresión.
Después de leer está nota, quise llorar; no de tristeza, no de alegría, incluso no de satisfacción…quise llorar, porque alguien pudo notar lo que nadie más dice.
He de decir, que he estado viviendo en depresión y se que no estoy solo.