
Para acompañar la lectura, nuestra lista en Spotify:
Ojala que te vaya bonito/ Ojalá que se acaben tus penas/ Que te digan que yo ya no existo/ Que conozcas personas más buenas/ Que te den lo que no pude darte/ Aunque yo te haya dado de todo/ Nunca más volveré a molestarte/ Te adore, te perdí, ya ni modo/ Cuantas cosas quedaron prendidas/ Hasta dentro del fondo de mi alma/ Cuantas luces dejaste encendidas/ Yo no sé cómo voy a apagarlas/ Ojalá que mi amor no te duela/ Y te olvides de mí para siempre/ Que se llenen de sangre tus venas/ Y que la vida te vista de suerte/ Yo no sé si tu ausencia me mate/ Aunque tengo mi pecho de acero/ Pero nadie me diga cobarde/ Sin saber hasta dónde te quiero/ Cuantas cosas quedaron prendidas/ Hasta dentro del fondo de mi alma/ Cuantas luces dejaste encendidas/ Yo no sé cómo voy a apagarlas/ Ojalá, y que te vaya muy bonito/.
«Que te vaya bonito» (José Alfredo Jiménez)
Conocí la figura de Chavela Vargas en los años 90. Muy tarde, yo llevaba desde mi infancia disfrutando y salvándome la vida con las canciones de aquella francesa que adoro, la Piaf. Pero cuando escuché a Chavela, aunque tan tarde, supe inmediatamente que había descubierto otra voz que me acompañaría-salvaría las noches, aparte de que aquí, los discos de Chavela estuvieron prohibidos durante largo tiempo. Fue cuando ella volvió de un par de décadas de negrura/olvido, de años en los que la daban por muerta, día sí, día no. Gracias a la acción salvífica de dos mujeres, Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe, pareja de artistas de teatro, que la recibieron en su teatro de Coyoacán y no le dieron ni una copa para su revival, que fue todo un éxito. Y la de Manuel Arroyo, dueño de la Editorial Turner, que fue varias veces a hablar con ella, hasta que consiguió convencerla para que se fuera a España con él. Aquí tuvo un éxito extraordinario, con actuaciones por primera vez en teatros y la bienvenida tremenda de un público joven, arrebatado con su figura. Pedro Almodóvar fue uno de ellos, el más especial, quien más se volcó con ella, que pasó con ella tantas veces en tantas ciudades presentando sus recitales, fue con ella de la mano tanto en lo profesional como en lo personal. Fue en Madrid donde se fraguó el regreso triunfal de la artista, donde a través de las BSO de Almodóvar renovó su repertorio, triplicó las ventas de sus discos y se volvió un personaje internacional de primera magnitud, mucho más incluso, si eso era posible, de lo que había sido en el pasado.
Costa Rica
María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano, que así se llamaba según sus padres y el bautismo, no nació en México, sino que vino al mundo en el pueblo de San Joaquín de Flores, el 17 de abril de 1919, en la provincia de Heredia, localidad en el centro de Costa Rica, muy ligada al catolicismo. Los padres de Chavela eran muy problemáticos, y su niñez y adolescencia fue terrible: su madre, Herminia, la abandonó enseguida, y se fue con otro hombre. Francisco, el padre, malgastaba el dinero en proyectos que no iban a ninguna parte, y la maltrataba. La familia no toleró su comportamiento y la escondían de las visitas, aparte de no darle ni un ápice de ternura. Nunca se sintió querida por su familia, que la miraba con displicencia y no hubo, como digo, ni un momento de cariño. Lo primero que le dijo un sacerdote, nada más verla, fue «Si te arrepientes, Dios te perdonará». Ella, que era muy niña, no sabía de qué le estaba hablando, pero a partir de entonces, se negó a rezar. Por encima de todos, ella se sentía diferente, y poco a poco, se fue afirmando, en medio de las miradas de odio, en esa sensación de ser otra, (Fue Chavela en lugar de Chabela, «por joder»), personaje extraño a la multitud, acostumbrada a contestar siempre que la decían algo, siempre respondiendo a cada uno de los golpes que le propinaron en el recreo. Y a abrazar la soledad para defenderse de todos. Cuando se separaron sus padres, dividieron a los hermanos y ella fue enviada con unos tíos, en la finca que tenían en el campo, donde siguió habiendo la misma tónica con ella, ignorándola y despreciándola. Hasta tal punto, que ella construyó una casa en un árbol y allí dormía. Porque subía a los árboles más rápido y más arriba que nadie en la finca: cortaba grandes cantidades de fruta, y sus amigos eran los animales de la finca, culebras incluidas, a las que al principio disparaba con su pistola. Y los indígenas, claro, los adoraba porque ellos la querían, ausentes de las disquisiciones que hacían sobre ella los blancos, la cuidaron y enseñaron música, la primera música que Chavela escuchó, «la música de la naturaleza», como ella la llamaba.
Además se sumarían sus enfermedades. Chavela nació con un defecto en los ojos y apenas veía, y la atacó la poliomielitis cuando era muy chica, lo que provocó que llevara hierros ortopédicos en las piernas una temporada para poder andar. Cuando se pudo defender con las piernas, a los nueve años, sus padres se separaron y fue enviada al campo con sus tíos, donde la explotaron laboralmente. Por eso, a los diecisiete años, después de vender unos animales que tenía, consiguió el pasaje para un avión (de hélice) y se marchó a México. No lo sabía, pero buscaba aquel país y ya estaba enamorada de él sin conocerlo de nada.
Para sobrevivir en el nuevo país, trabajó en los más variopintos oficios. Para empezar, hizo comidas en una cocina económica, fue camarera en una cantina, chófer de una familia rica, y hasta trabajó en una agencia de criadas, consiguiendo servicio para las familias pudientes. Y allí también fue donde conoció el ambiente gay, junto, por ejemplo, a Nancy Cárdenas, que formaba parte comprometida de este mundillo en la época. Por medio de una prima, llegó a conocer a un tal «coronel Serrano» que tenía mucho poder y le dio una recomendación para la emisora de la Lotería Nacional. Tanto miedo le tenían en México al dichoso «coronel», que ella pidió un programa de radio, por pedir, y fue contratada inmediatamente. Aunque esos inicios fueron bastante decepcionantes, pues casi todo el mundo decía que cantaba muy mal, pero nada la desanimó, y siguió actuando, incluso participando en giras, y ganando dinero, lo que le permitió dejar su primera casa de huéspedes y trasladarse a un apartamento en la colonia Roma, desde donde empezó a actuar en los bares de por allí. Empezó en el Quid, donde no tuvo éxito. Pero es que le pusieron unos tacones y un vestido con escote. Fue la primera y la última vez que saldría o se vestiría así. Su siguiente aparición fue en El Otro Refugio y allí salió ataviada con unos pantalones de manta, una blusa blanca y un poncho, y entonces triunfó.
Triunfó con un estilo único. Ella cantaba las canciones de los grandes, pero de forma totalmente distinta. Aparte de la vestimenta, para empezar, no llevaba orquesta, ni un solo acompañamiento, ella salía sola con su guitarra, y su voz. Dura y potente, seca y recia, pero de repente quebraba y se hacía sensual o triste. Nadie como ella para frasear, y abandonar el mero automatismo de las canciones por una emotiva elocuencia en ellas.
Tuvo que aguantar los ataques en la calle, (imaginen a la gente de los años 50 en México, cuando la veían por la calle vestida como un hombre), pero no se desanimó nunca y siguió con sus actuaciones y sus parrandas. También hizo amigos deslumbrantes: no llevaba muchos años en la ciudad cuando se presentó en la casa de Diego Rivera y Frida Kahlo para asistir a una de sus célebres fiestas. Ella no sabía quiénes eran, pero fue nada más conocerlos que se quedó a dormir y fue la primera de muchas noches y días viviendo con ellos. Aquello fue una pasión a primera vista, y Chavela siempre ha dicho que su primer y más gran amor fue Frida, que ellas se quisieron como dos espíritus mágicos, que aprendió casi todo de ella, que sufrió y rio como nunca hizo junto a la pintora, y que Diego fue muy bueno con Chavela. Fue una relación amorosa, artística y surrealista. El día que murió Frida, en 1945, Chavela se transmutó en la Llorona.
En la mitad de la década la contrataban para tres meses en el restaurante del hotel El Mirador de Acapulco, donde aparte de la farándula local, se familiarizó con gran parte de los famosos de Hollywood que iban a pasar días de vacaciones allí: desde Clark Gable a Lana Turner, pasando por Rock Hudson o Ava Gardner. Al poco tiempo, la contrataron para cantar en Nueva York, en el Blue Angel. Y de allí, se fue a Europa para actuar en varios países, y de vuelta estuvo por toda América. Pero como siempre dijo, solo Argentina, España y México fueron los tres amores de su vida.
Hablando de amores, mejor dicho, de amistad, hay una serie de personajes que vivieron y se bebieron con Chavela las noches de México, y le dieron alguna de las canciones más bellas que cantó. Álvaro Carrillo, Tomás Méndez, Gonzalo Curiel y, sobre todo, José Alfredo Jiménez, que fue el mejor amigo y el mejor compositor que tuvo. Él, que fue un cantante, actor y compositor muy famoso, «El Rey» (la canción es suya), que igual que Chavela no tenía ni idea de música, y les silbaba sus canciones a los músicos, se bebió su vida a chupitos de tequila (y de otras bebidas) y se murió muy pronto por esa misma razón, dejando a su amiga rota, perdida, tan desconsolada que pasó veinte años en la oscuridad, a partir de la fecha que se fue José Alfredo, 1973. Chavela se bebió más de dos botellas de tequila cuando sacaron su féretro camino del cementerio. Y se pasó casi veinte años borracha, sin actuar, como digo, perdida y destrozada.
Porque es muy difícil quedarse impasible ante las canciones de José Alfredo escritas para ella. Como «Las Ciudades», «No volveré», «Adoro», «Un mundo raro», «Vámonos» o «Fallaste corazón». O con «Macorina», la canción con versos inspirados en el poema del siglo XVII, que actualizaron ella y el poeta Alfonso Camín en Cuba. O con «Luz de Luna» o con «La Llorona», con la versión de Violeta Parra de «Gracias a la vida», o con la versión del tango «Sus ojos se cerraron». Es imposible valorarlas todas, solo dejar patente la profundidad de un repertorio enorme y emocionante.
Madrid
En Madrid recuperó su carrera y su fama. Además de Almodóvar, se hizo amiga de mucha gente, de la que extrajo amistad hasta el final y colaboraciones excelentes: Sabina, Martirio, Miguel Bosé, Estrella Morente, etc. Con ellos y su nuevo público, se vio libre para decir lo que nunca había dicho abiertamente, aunque sí lo había practicado a los ojos de todo el mundo. Por fin dijo que era lesbiana, aunque llevaba sesenta años haciendo lo que la daba la gana, para escándalo de muchos. Su ejemplo fue adoptado por muchos grupos lesbofeministas, aunque ella nunca hizo de su condición una bandera, sino que se limitó vivir con normalidad y con libertad su orientación, a prueba de balas, dadas las circunstancias de la época y el país. En Madrid vivía en la Residencia de Estudiantes, donde llegó a entablar relación no solo con los vivos, sino con alguno de los fantasmas de los que allí habían estado: por ejemplo, Federico García Lorca. Con él mantuvo conversaciones, y hasta le dedicó un último disco, el año de su muerte, La Luna Grande.
Con casi noventa años, volvió a Costa Rica para intentar hacer las paces con su tierra y sanar las heridas que aún estaban abiertas. Pero el viaje no fue como ella esperaba. Su hermana Ofelia orquestó una especie de secuestro, disfrazado de dolencia que tenía que pasar en un hospital, sin poder salir de allí. Su familia seguía queriendo controlarla, no permitiendo que se saliera del marco, incluso a los ochenta y cuatro años. Tuvo que usar su pistola para salir de allí y salió precipitadamente del país, un poco como lo hizo a los diecisiete años.
Chavela Vargas murió en 2012, casi con cien años, en la Quinta Monina de Tepozlán, donde había pasado sus últimos años, con tranquilidad, arropada por mujeres amigas que la cuidaron hasta los últimos días. El final, de un pabellón de Neurología hasta el Teatro de la Ciudad, en 2009, donde tuvo fuerzas para asistir al homenaje que le brindó todo México, España, Argentina, Cuba. Todo el mundo estuvo allí, y ella también, para iluminar el teatro, a sus amigos y a todos aquellos que se congregaron para celebrar a Chavela. Todavía resistió tres años más, y fue capaz de grabar otros discos, con Pink Martini, el dedicado a Lorca, rodar un documental…
El funeral estuvo a la altura de tan espléndida mujer e increíble artista. El 7 de agosto se reunieron un gran número de personas en la Plaza Garibaldi y en el Bellas Artes. Los mariachis la despidieron cantando «Que te vaya bonito». El féretro iba cubierto con un jorongo de colores (jorongo, no poncho, como se encargaba de puntualizar ella a Joaquín Sabina), y la acompañaron gritos y aplausos de la gente durante todo el camino. Ella fue algo insólito, la cantante que mejor interpretó (en su voz y en sus gestos) las canciones más bellas jamás compuestas en castellano, una intérprete que desafió todos los convencionalismos sobre las ideas sobre los cantantes masculinos y femeninos, y ella, que estaba por encima de ellos. Por encima de ideas preconcebidas, por encima de banalidades, siempre cantando a lo más simple y más difícil. El amor, el dolor, la soledad. Unas pocas cosas solo.
*Frase de la canción «El bulevar de los sueños rotos», dedicada a Chavela, escrita por Joaquín Sabina y Álvaro Urquijo.
Jo, qué bonito y sentido artículo, sobre mi Chavela y de todos y todas, ya desde el título de esa letra que no había atendido, la letra, tan bien rimada y esa lagrimita tan delicada del verso veinticinco, lágrima desmedida, pura hipérbole quiera que involuntaria, ahí moja que te moja fotos
https://www.letras.com/joaquin-sabina/132257/
La canción «Por el boulevar de los sueños rotos» la letra es de Joaquín Sabina y la música del gran Álvaro Urquijo.
A cada uno lo suyo……..
Magnifico articulo, ya se extrañaba leer algo asi, en hora buena.
Dos aportes:
Chavela nació en Costa Rica pero siempre se consideró mexicana, suya es la frase: «Los mexicanos nacemos donde nos da la chingada gana»
José Alfredo al enterarse que estaba enfermo en etapa terminal, decidió pasar lo que le quedaba de vida bebiendo, si murió por el alcohol, pero derivado de su condición terminal y que prefiriera morir con Chavela en una cantina en vez de un hospital.