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El futuro
Para llegar a las salas de los Cines Centro donde se proyectan gran parte de las películas del festival (el resto de proyecciones se reparten entre el Teatro Jovellanos, el Antiguo Instituto y la Laboral) el asistente ha de ascender por las escaleras mecánicas del modesto centro San Agustín, atravesando un piso intermedio que a lo largo de los años albergó tanto una sala de máquinas recreativas (donde House of the dead y Time Crisis devoraban mis ingresos universitarios) como una cafetería con bolera y billares con la Mtv conectada ad eternum. En la actualidad dicho limbo entre pisos se ha convertido en un centro social de la tercera edad, con el bizarro añadido para todo visitante de las salas de cine de poder echar un efímero vistazo a ese páramo de mesas saturadas de octogenarios que parecen acometer las horas de día jugando en masa al parchís y al tute. Jugando muy fuerte. Jugando a muerte. El éxtasis en forma de premonición generacional se produjo en ese mismo lugar, cuando varios de los jugadores de la tercera edad cruzaron la mirada con varios de los asistentes al FICXixón entre los que militaba un servidor. Y es que en ese mismo momento me proyecté mentalmente a través de los decenios futuros y observé a mi generación buscando cobijo en el centro social, con nuestros tatuajes desteñidos, nuestras camisetas de Vampire Weekend, Mumford & Sons y Pony Bravo, añorando tiempos pasados en los que podíamos aguantar dos horas de película en el festival sin salir a la llamada de la próstata, con nuestros libros roídos de Michel Houellebecq y Chuck Palahniuk, lamentando el día que cerraron los servidores del World Of Warcraft y pasó la fiebre del Minecraft, soltando peroratas como “En mis tiempos podías ver The Wire en seriesyonkis”, y jugando sobre las mesas a Dungeons & Dragons. Jugando muy fuerte. Jugando a muerte.

Hace cierto tiempo, el dibujante Paco Roca (quien no se encontraba en el festival por problemas de agenda) tuvo que suprimir la imagen de unos ancianos de una de sus ilustraciones al considerarlos antiestéticos la agencia de publicidad para la que trabaja. Cuando mucho después dio forma al cómic Arrugas, una obra protagonizada exclusivamente por ancianos, recolectó numerosos premios, alabanzas de la crítica y acabó convirtiéndose en un brutal éxito de ventas. El productor Manuel Cristóbal se hizo con los derechos fascinado por la obra primigenia e Ignacio Ferreras se encargó de dirigir la película.
Una cinta de animación para un público adulto con algo tan duro como la enfermedad de Alzheimer como hilo central del relato y cuyos protagonistas son ancianos abandonados en una residencia por sus familias. De primeras lo tiene todo para ser una empresa difícil en el ámbito comercial. Pero si el mundo fuera un lugar justo ocurriría lo contrario: el tebeo de Roca era cojonudo.
La película, también.
Animación funcional, sin florituras, para el salto al cine. El film no requiere nada más, y bien mirado así se conserva el estilo de Roca. Todo lo demás es una mudanza excepcional desde las viñetas, la película funciona, emociona y me veo de nuevo tratando de demostrar una falsa entereza ante el visionado de igual o peor manera que como ya me ocurrió durante la proyección de La guerre est declarée. Esta vez, por fortuna, en la misma fila se sentaban una decena de plañideras que ahogaron mis sollozos al explotar al unísono durante cierto flashback con niños y nubes regaladas.
Personajes entrañables para un drama con destellos de humor cómplice muy bien dosificado, veredicto final con el moquero en la mano: merece bastante la pena, conozca o no el espectador la obra original. Y también merece llegar lejos.

En realidad a nadie le apetece. Probablemente ni siquiera al propio Vincent Gallo.
Se proyecta Essential Killing de Jerzy Skolimowski, esa película en la que Gallo interpreta a un talibán que deshuesa con un bazooka a unos soldados americanos durante los cinco minutos iniciales y se pasa la siguiente hora y cuarto corriendo delante de otro montón de soldados amigos de los primeros que consideran que aquello no son formas, son alardes. Ganadora en el 2010 de los premios al mejor actor y el especial del jurado en el festival de Venecia, y del de mejor película en el festival de Mar de Plata. Apenas tiene diálogos y los que hay ocurren de forma paralela; Gallo no dice una palabra y las cuatro frases que se escuchan provienen de los soldados americanos, no siendo nunca estas imprescindibles para el desarrollo de la trama.
No temo a nada, dejo la mente tan en blanco como para inducir el coma a Gozer el gozeriano, y me planto frente a la cinta. Skolimowski arranca el film bastante bien, le inyecta mucho ritmo, nos inserta un pitido post-bombazo en el oído, amaga una empatía con el protagonista al hacerle pasar por torturas militares, y convierte al espectador en compañero de una huida por accidente y una cacería humana en la que la presa hace todo lo posible por sobrevivir y chupar de la teta de todo lo que se le cruza en su camino (en una delirante escena incluso literalmente). Galllo talla una interpretación gutural, visceral y merecedora de otros tantos adjetivos orgánicos. La propuesta está mejor de lo esperado, pero pierde aire a la mitad de película cuando decide que no da más de sí y deja las cartas descubiertas durante lo que queda de partida. Lo entiendo todo de golpe, unos la comparan con Deliverance y otros ven un Acorralado islamista, pero lo que sucede en la pantalla plateada, con un talibán masticando hormigas para no morir de inanición y durmiendo en bebederos de animales, está más cerca de Bear Grylls que de Rambo: Essential killing es El último superviviente en versión yihad, y no se ha dado cuenta de ello ni Dios porque nadie me da la razón cuando lo proclamo.

Walk away Renée (que toma su nombre prestado de una canción de The Left Banke) es un documental en el que se acompaña al director mientras traslada a su madre Renee Leblanc, que sufre de bipolaridad y esquizofrenia, de Houston a Nueva York para internarla en una residencia más cercana. De paso se aprovecha para resumir parte de lo acontecido en Tarnation: el padre de Caouette abandonó a la familia, y el inquieto director acabó viviendo con sus abuelos y haciéndose cargo de una madre a la que un tratamiento de electroshocks agudizó una enfermedad mental; Caouette tuvo un hijo durante la adolescencia con su mejor amiga y actualmente reside en Nueva York junto a su novio. Otra cosa no, pero el realizador tiene unas pelotas como balones de playa: por exponerse públicamente de este modo y por todos los esfuerzos que le supone ejercer de figura paternal en su familia. Walk away Renée es visceral por casera, repleta de escenas en Super 8 y momentos dramáticos filmados con total impunidad y una obsesión enfermiza por retratarlo todo. Caouette ahora goza de más medios que antes, pero igualmente rueda las conversaciones telefónicas que tiene con los médicos sobre la enfermedad mental de su madre (muchas de las mismas tuvieron que ser dobladas para ocultar la identidad de los doctores) y construye de manera fabulosa (gran uso de la música y el montaje) un álbum vital muy bestia, por desgarrador. Se atreve incluso a trastear en dirección a la sci-fi marcándose una escena CGI en forma de viaje cósmico que sale de la nada; parece innecesaria y fascina del mismo modo que estorba. Al final Walk away Renée se convierte en una desorbitada carta de amor/dolor de un hijo a su madre, y a la vez en una creación singular y desmesurada. Durante los créditos florecen los aplausos y me apunto como tarea pendiente el visitar la cinta anterior para comprobar si la presente es realmente digna de aquella o si la verdadera grandeza de Couette ya había sido demostrada en su momento y este es una especie de remake.
Así pues y hasta nueva orden, muy recomendable.


Comienza con aires de western con un protagonista sin nombre, rudo, tuerto, enjaulado y destinado por sus captores a abrirse la cabeza a puñetazos en combate. Y continúa con el viaje de dicho antihéroe con un niño (a través del cual el protagonista habla) como acompañante. Si todo el extraño trayecto que se recorre es en realidad una oda a la locura alucinógena, una fábula de aires religiosos, una brillante puesta en escena de un concepto muy arriesgado o un experimento intelectualoide protagonizado por gente con barba y una higiene relativa es algo que se deja mucho a juicio del espectador. Aún así el resultado es una de las cosas más curiosas filmadas últimamente, pese a que no aguante el tipo todo lo bien que debería y se resienta más y más una vez superada la sorpresa. Eso sí, incluye una breve moraleja: si el grupo de cristianos del que formas parte pierde el rumbo y también empieza a perder la cabeza mejor no tumbarse en el lodo boca abajo.

Una pareja se muda a una nueva urbanización junto con sus dos hijas y un proyecto de persona en el vientre de ella. La mayor de las chicas se llama Laure, tiene diez años, lleva el pelo corto y viste como un chico. Al conocer a otros chavales de la zona se hace pasar por niño inventándose una nueva identidad llamada Michael. Juega con ellos al fútbol, les acompaña en las correrías veraniegas e incluso acaba convirtiéndose en el interés amoroso de la chica de la pandilla. Pero el final del verano se acerca, el comienzo de la etapa escolar es inminente y la tapadera de Laure se convierte en algo con fecha de caducidad. Tomboy es una notable historia pequeña sobre la identidad preadolescente, sin excesivas ambiciones y muy bien construida, con un guión que olvida cualquier prejuicio: no pretende abordar de lleno el lesbianismo ni la transexualidad, sino que hace algo mucho más honesto al centrarse en la búsqueda durante la infancia de una identidad propia. En el papel protagonista tenemos a Zoé Héran, y en el de su hermana pequeña Jeanne a Malonn Lévana, que me dejan bastante alucinado con sus interpretaciones (especialmente Lévana, dada su corta edad y la acojonante naturalidad que rebosa) y me obliga a preguntarme cómo lo hacen los realizadores más independientes para encontrar a actores infantes que son oro puro (en este festival hemos visto muchos entre Les Géants, Attack the block y Play), mientras que las películas de grandes estudios solo parecen reclutar a niños repelentes y ahostiables.



A continuación surge en una cafetería cercana una conversación en la que se menciona otra vez aquella película serbia como ejemplo del recurso de asquear al espectador. Amablemente proporciono al interlocutor una lista de films del estilo (lo típico: algo de Takashi Miike, ultragore alemán como Nekromantik, Saló, bizarradas como Taxidermia, las infames entregas de Guinea Pig, Sexo en Nueva York 2, etc), y unos días después al reencontrarme con aquella persona recibo un amable sopapo en la cara.

Recuento de daños
Durante este año han sido varios los festivales de cine a lo largo de la península que han tenido que ir cerrando la persiana por diferentes motivos relacionados con la crisis actual. Sobre el futuro del FICXixón mucho se ha hablado entre sesión y sesión. El próximo año el certamen cumple cincuenta años y, de hacerlo, lo hará con la cabeza bien alta: está en plena forma y es de los pocos que no se avergüenza de traer exactamente lo que quiere traer, de proponer cosas lo suficientemente estimulantes como para desenquistarnos del cine convencional (últimamente solo mirar la cartelera suele producir cólicos) y sobre todo de tener bien claro que la audiencia no es simplemente una masa informe mongólica.
Así pues, si el próximo año tienen Gijón cerca, déjense de hostias y reserven unos días para pasarse por el FICXixón, donde la entrada a la sala está al alcance de todos al costar la mitad que la de una sesión normal (de lo único que hay que preocuparse es de adquirirla antes de que se agoten), el equipo de organización es atento y el certamen en general puede presumir de no necesitar de artificios ni fanfarrias pomposas sino de sustentarse en propuestas que siempre tienen algo especial. Y aunque el cine sea el tema central de estas crónicas, no solo se ofrece la posibilidad de disfrutar de las proyecciones cinematográficas, ya que todas las noches golfas se programan conciertos y actividades variadas.
El año que viene acérquense, busquen a un servidor a la salida de cada sesión para poner a parir lo que haga falta y deshacerse en elogios sobre lo impensable. Llenen las salas del Festival de Gijón para que si se tiene que dar el caso de que algún festival tenga que desaparecer de las tierras patrias sea cualquier otro certamen patrio de carácter más insustancial mientras el FICXixón lo contempla desde arriba como hacía Pedazo de Animal en La chaqueta metálica al tiempo que decía: Mejor tú que yo.
Y celebren el cine como se debe.
Pálmares FICXIXÓN 49:
Mejor largometraje: Ex aecquo para La guerre est déclarée (Valérie Donzelli) y El estudiante (Santiago Mitre)
Mejor cortometraje: Ex aecquo para At the formal (Andrew Kavanagh) y Meteor (Christoph Girardet & Matthias Müller)
Mejor director: Ruben Östlund (Play)
Mejor actor: Jérémie Elkaïm (La guerre est déclarée)
Mejor actriz: Valérie Donzelli (La guerre est déclarée)
Mejor guión: Santiago Mitre (El estudiante)
Mejor dirección artística: Elena Zhukova (Fausto)
Premio especial del jurado: Take Shelter (Jeff Nichols)
Mención especial del jurado: Iceberg (Gabriel Velázquez)
Premio Rellumes del público: Tomboy (Céline Sciamma)
Premio FIPRESCI de la crítica internacional: Terri (Azazel Jacobs)
Premio del jurado joven al mejor largometraje: El estudiante (Santiago Mitre)
Premio del jurado joven al mejor cortometraje: Voice Over (Martin Rosete)











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