Cine y TV

Puñales por la espalda: De entre los muertos. El abrazo del boxeador

Puñales por la espalda: De entre los muertos. Imagen: Netflix.
Puñales por la espalda: De entre los muertos. Imagen: Netflix.

En una escena de Puñales por la espalda: De entre los muertos, un político ultraconservador se expresa de manera sospechosamente parecida a la forma en que Darth Vader le habla a Luke Skywalker en El Imperio contraataca. Cuando otro personaje le hace notar la similitud con la saga galáctica, él responde entusiasmado: «¡Eso es! ¡Nosotros somos los rebeldes!». El momento podría pasar sencillamente por uno más entre los abundantes gags que pueblan la película; quizá un pequeño guiño autorreferencial de un cineasta que formó parte de la franquicia de Star Wars en su octavo episodio. En realidad, el chiste va mucho más allá y sirve para encapsular a la perfección el sustrato temático del film. Porque, si la entrega anterior disparaba contra esos techbros millonarios que, invariablemente, son menos inteligentes de lo que ellos creen, el nuevo film es un dardo envenenado hacia sus jefes: los Trumps, los Steve Bannons y otras figuras que —también en nuestro país— mantienen la influencia sobre sus seguidores a base de sembrar odio contra todo aquello que no encaje en sus dogmas reaccionarios. Esos líderes filofascistas que, adhiriéndose fielmente a la ideología del Imperio, creen de veras que representan a la Alianza Rebelde.

El envoltorio, claro, sigue siendo el de un whodunit que, como en las dos entregas anteriores, oscila entre el enfoque canónico —casi reverencial— y la deconstrucción posmoderna del género. De nuevo, al más puro estilo de Agatha Christie, Rian Johnson sitúa el crimen en una comunidad cerrada: la mansión familiar en la primera entrega, la isla de ricachones en la segunda, y aquí una iglesia con su párroco y sus feligreses. Sin embargo, a diferencia de la escritora británica, que no dejaba de abrazar y replicar una cierta actitud clasista en sus historias sobre individuos de la alta sociedad y sus mayordomos en la campiña inglesa, Johnson esgrime siempre una mirada fuertemente crítica y una defensa de las clases desfavorecidas. Esto vale tanto para Los últimos Jedi como para sus murder mysteries (a las cintas de Puñales por la espalda habría que sumar la serie televisiva Poker Face). Y, por encima de todo, Johnson sabe desenvolverse en el terreno simbólico: por eso, a pesar de retratar una parroquia, el tema fundamental en De entre los muertos no es la religión —aunque deja caer un puñado de reflexiones brillantes sobre la misma—, ni tampoco la fe. Los personajes representan a una comunidad corrompida por la rabia y el odio, y manipulados por una instancia superior que pervierte cualquier posible mensaje de amor y solidaridad. Es en ese ecosistema donde se insertan los dos protagonistas: el detective Benoit Blanc (Daniel Craig) y el joven cura Jud Duplenticy (Josh O’Connor), desarrollando una investigación que se articula casi como un debate ético y político sobre la actitud moral correcta para la convivencia en sociedad. Y ahí, una vez más, la coherencia de Johnson es absoluta, trasladando uno de los mensajes que vertebraban su monumental entrega de Star Wars (la dicotomía entre salvar lo que se ama o combatir lo que se odia) al mundo real y al palpable momento presente.

En todo momento, la puesta en escena acompaña y guía el discurso: la cámara es rigurosa, los encuadres siempre cargados de intención. El juego de luces y sombras en el interior de la iglesia (cortesía de la magnífica dirección de fotografía de Steve Yedlin) traslada a la imagen el constante tira y afloja dialéctico entre los dos personajes principales, sostenido a su vez por la arrolladora química entre Blanc y Duplenticy. Una imagen se repite a lo largo del relato: la de la silueta humana proyectada sobre la huella de un enorme crucifijo en la pared del altar mayor. Porque esta es, ante todo, una película humanista, y para Rian Johnson cualquier debate posible —político, teológico o moral— pasa por la responsabilidad del ser humano. Por eso, el posmodernismo de sus películas no esconde jamás un ápice de cinismo, sino que permite alcanzar un núcleo de genuina filantropía. Por eso, en definitiva, De entre los muertos propone la compasión como respuesta al odio, y los brazos abiertos como alternativa a la actitud beligerante del púgil. Puede, claro está, que este posicionamiento parezca ingenuo en un panorama tan enconado social y políticamente como el actual. Y, sin embargo, la película no cae en la tentación de la equidistancia, y tampoco en el buenismo de poner sin más la otra mejilla: su abrazo es militante y, en un mundo donde los periódicos, las televisiones y las redes amplifican la bilis ultraderechista, también revolucionario.

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