Historia

1963: Muestrario de la cultura de masas del año en que mataron a Kennedy

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Ya lo sabemos: en noviembre de 1963, hace cincuenta años, el presidente de los Estados Unidos, nada menos, era tiroteado hasta la muerte en Dallas. Cuando recordamos aquel hecho, sobre todo quienes no vivíamos aún, tendemos a relacionarlo con multitud de otros sucesos políticos y sociales. Pero no lo conectamos mentalmente con el entorno cultural del momento. Así que sería buena idea recordar, con la ayuda de ese archivo de la memoria llamado YouTube, cosas que sucedieron ese mismo año en cine, música o televisión. ¿Qué era lo que veía en 1963? ¿Qué música escuchaban? Tratemos de seleccionar algunas cosas, solo algunas, como parte del cuadro en el que, de repente, salpicó el rojo de la sangre del mandatario. Cultura de masas, fundamentalmente, o en algunos no caso no tanto… pero también dignas de mención.

Para empezar, como bien sabemos por la infinidad de recordatorios y referencias al aniversario que están teniendo lugar, 1963 fue también el año de la Beatlemania. El mismo día del tiroteo en Dallas salió al mercado el segundo álbum de The Beatles y una semana después, el single I want to hold your hand empezaba su rápida escalada al número uno en los Estados Unidos. Era la llegada de una nueva época: la juventud seguía ansiosa por conocer nuevas sensaciones y el pop melifluo de principios de la década no había satisfecho esos requerimientos. Porque los todavía jóvenes ídolos de la casi extinta oleada rock estaban fuera de juego por motivos diversos: algunos como Eddie Cochran o Buddy Holly habían fallecido, otros tenían problemas personales como Jerry Lee Lewis, Little Richard o Gene Vincent, otros incluso habían visto cómo sus canciones tenían más éxito en boca de cantantes más comerciales que les robaban su cuota de público mayoritario, como le sucedía a Fats Domino. Y el máximo responsable de la popularidad del rock & roll, Elvis Presley, se había convertido en una figura tan popular y se había acomodado tanto a una imagen más estandarizada que había perdido buena parte de su poder de excitación a ojos de nuevos adolescentes, para quien Elvis era una «antigualla» más del gusto de sus hermanos mayores. Películas como Fun in Acapulco, de aquel mismo 1963, no eran exactamente el medio indicado para que la juventud se viese reflejada en Elvis, especialmente teniendo en cuenta que él mismo había rodado largometrajes bastante más interesantes no mucho tiempo atrás:

Así que puede negarse, por más que los Beatles también hubiesen ablandado su imagen de cara al mercado casi antes de empezar a dar el salto, que su música era bastante más vibrante y contagiosa que la mayor parte de la que Elvis estaba grabando por entonces como bandas sonoras de sus decepcionantes ejercicios de recaudación monetaria en Hollywood. Hay a quien no le gusta esta etapa temprana de la banda, pero a mí, la verdad, me parece excelente.

Más productos de masas, aunque ahora —supongo— de menos calidad. En 1963 se estrenaba en Estados Unidos el culebrón (o más bien anaconda) General Hospital, que merece figurar aquí aunque solo sea porque a día de hoy, ¡se sigue emitiendo! No es broma. Y lleva la friolera de ¡más de 12.000 capítulos emitidos! Me gustaría desafiar a uno de esos fans enciclopédicos de Star Trek a que se aprenda todos los datos de Trivial de esta interminable serie, pero dudo que haya ningún ser humano con capacidad cerebral para almacenarlos todos. Hasta Sheldon Cooper se pondría nervioso ante la perspectiva. Eso sí, me gustaría saber si existe alguna persona viva que haya visto la serie desde sus comienzos: ni la Biblia, ni El señor de los Anillos, ni En busca del tiempo perdido, ni nada. ¡General Hospital sí que es una experiencia épica!

Aparte de la Beatlemania, otro tipo de revolución juvenil estaba en mantillas pero dando ya muestras de fuerza: la canción protesta y los movimientos contestatarios. El folk concienciado y concienzudo de Bob Dylan pegó muy fuerte aquel año, el siguiente a su debut. Su segundo disco hizo de él una celebridad, especialmente gracias al himno Blowin’ in the wind, pero no era ni mucho menos la única canción memorable que Dylan estaba aportando al mundo por entonces, como prueba esta Don’t think twice it’s alright de la que se han hecho infinidad de versiones. Me gusta particularmente la fantástica interpretación que por lo general hace Eric Clapton… como suelo decir, uno se da realmente cuenta de lo buenas que son las canciones de Dylan cuando otros se las llevan a su terreno y les sacan todo lo que quedaba de jugo.

1963 fue también un buen año para el cine. El británico Alfred Hitchcock, ya establecido como director estrella en los estudios estadounidenses, estrenaba Los pájaros, una inquietante fábula de ambiguas lecturas que supuso un shock en la época (y eso que el estudio se negó a filmar el tétrico y desesperanzador final que el malévolo Hitch había tramado). Sin duda alguna, una de las películas más influyentes en el cine de terror y un film cuya extraño argumento no pierde vigencia por mucho tiempo que pase desde su estreno. Obra maestra absoluta.

Además de por Kennedy, los estadounidenses también estaban de luto a causa la muerte de Patsy Cline y otros artistas de country en un accidente aéreo que recordaba muy mucho al de «el día en que la música murió» de 1959. Por otra parte, sin embargo, había buenas noticias en el género: por ejemplo, Johnny Cash se decidió a grabar un tema que su mujer le había dedicado  a él pero que había sido inicialmente grabado —sin ningún éxito— por Anita Carter, cuñada de Johnny. En su voz se convirtió en un hit que permitió al hombre de negro colarse en el top-20 americano.

La música campestre estadounidense tuvo un buen año aunque en general triunfaba la versión más amable de la misma. Uno de los mayores éxitos de la temporada —y no solamente en las listas country— fue la muy característicamente ligera y no obstante inolvidable Walk right in de los entrañables The Rooftop Singers. Un buen tema que tiene más chicha de lo que parece a primera vista (obsérvense esos guitarrazos a lo Everly Brothers).

En un registro muy distinto, el jazz seguía evolucionando por sus propios cauces aunque 1963 fue quizá un año extraño y de cierta inseguridad creativa para no pocos de los grandes nombres de la escena. Miles Davis, dubitativo, publicaba un disco (Seven steps to heaven) en cuya grabación se mostró descontento y que nunca gozó de la reputación de muy recientes obras maestras suyas como Kind of blue o Sketches of Spain. Por su parte, se decía que el imprevisible Thelonius Monk parecía estar llevando su habitual excentricidad  hasta los límites del mero desequilibrio mental. Desde luego parecía menos productivo: se dedicaba a rehacer antiguos temas propios con arreglos que en ocasiones confundían a sus propios músicos. Y otro excéntrico pianista, Sun Ra, grababa un indescriptible álbum con el muy elocuente título de Cosmic tones for mental therapy. Un experimento esquizoide que por descontado no sería editado hasta varios años después, ya en plena era del LSD, cuando la gente estaba algo más preparada para recibir semejante artefacto. O, ¿se imaginan a un fan de The Rooftop Singers tratando de digerir semejante locura? Así que, en plena Beatlemanía, Sun Ra flotaba por el espacio sideral anticipándose a la explosión de la psicodelia. Un disco que es de difícil escucha —para qué negarlo— pero que, le guste a usted o no, fue pionero de toda una revolución que estaba a punto de producirse. ¿Una genialidad? Yo creo que sí, aunque hay quien piensa muy distinto. Por si quieren ustedes saber de dónde salieron los Pink Floyd de Syd Barrett.

1963 fue también el año en que se formó el legendario equipo de compositores de la discográfica Motown, la primera gran empresa dirigida por negros en la todavía muy racista América del norte. Hablo de los hermanos Brian y Eddie Holland, junto con Lamont Dozier, quienes empezaron a escribir éxitos como quien fríe croquetas en serie. La compañía llevaba ya tiempo funcionando, pero aquel año inició su legendaría política de «cadena de montaje», transformándose en una auténtica factoría donde todos —incluyendo a las estrellas, que no dejaban de ser también empleados sometidos a una dura disciplina— trabajaban a destajo para intentar producir cuantos más éxitos mejor. En esta época se produjo el ascenso de Marvin Gaye. Otro ejemplo de esta nueva política industrial y del saber hacer comercial del nuevo equipo de compositores fue Heat Wave, un gran éxito de Martha & The Vandellas:

El cineasta y productor Roger Corman, también especializado en parir películas como churros —aunque en su caso se conformaba con éxitos más modestos— tuvo un año particularmente inspirado. Creó filmes tan memorables como El cuervo o como la oscura X: The man with the X-Ray eyes. Esta última, protagonizada por Ray Milland, narraba la historia de un hombre que a resultas de un experimento podía ver a través de la materia. Primero se divertía viendo la ropa interior de las señoritas, pero más adelante… En fin, quien tenga la edad suficiente podrá recordar el trauma que bastantes años más tarde, nos produjo a muchos niños la emisión de esta película en horario infantil (¡Dios bendiga a quien tuvo la idea!). Para mí, al menos, ver aquel largometraje fue toda una experiencia que llevo grabada a fuego. Muy particularmente esa aterradora, impresionante escena final que aunque nos hizo tener pesadillas recurrentes durante meses o incluso años, ¡es una sensación que ahora no cambiaríamos por nada! Incluso viendo ahora esa secuencia, décadas después, noto retazos de aquel irracional terror infantil. No la pongo aquí para no estropeársela a quienes no la hayan visto, pero les diré que no creo perjudicial que los niños, a cierta edad, descubran aspectos escabrosos del mundo con películas como esta. Ya saben: Si tus ojos te escandalizan…

Volviendo a la música negra, no todo era la elegancia industrial de Motown. James Brown estaba cimentando su gran estrellato a base de soul sudoroso con una fuerte base blues. Aquel año grabó el primero de sus dos directos en el teatro Apollo, catedral de la música negra (el otro directo, de 1968, sería aún más legendario), de donde seleccionaremos un tema. Aunque no sería hasta 1964 cuando empezara a jugar a la alquimia con su música, introduciendo los primeros elementos de una de las revoluciones más importantes de la música del siglo XX: la creación del funk como un estilo independiente, algo que Brown estaría cociendo en el horno durante algunos años hasta que en 1967, con canciones como Cold sweat, estuviese ya completamente terminado, para terminar de alcanzar la perfección química en 1970. Pero el James Brown de 1963 todavía seguía los cánones del soul imperante, aunque destacaba por sus interpretaciones pasionales y su entrega:

Federico Fellini se llevó glorias, premios, éxitos y parabienes de todo tipo gracias a una de sus obras maestras, , un film de tintes supuestamente autobiográficos donde Marcello Mastroianni ejercía como Sosias del propio Fellini. Los escarceos del director con el surrealismo y algunos otros aspectos idiosincrásicos del film le hicieron dudar de que pudiese repetir el éxito internacional de La dolce vita, pero no solamente lo consiguió sino que se llevó entre otras muchas distinciones el Oscar a mejor película de habla no inglesa. En fin, para qué decir más, otra obra maestra absoluta de 1963.

Aunque con la excepción de los artistas brasileños no soy muy aficionado a la (creo yo) mal llamada «música latina», en 1963 el gran Tito Puente publicó un himno universal que algunos únicamente descubrimos gracias a la versión que grabaría Santana en su extraordinario álbum Abraxas.

Por entonces en España, como de costumbre, las cosas llegaban tarde y mal, caso del rock & roll. Bajo el reinado —porque era un reinado— de un señor llamado Franco que quería seguir mandando a toda costa para vivir bien, se potenciaba los sonidos autóctonos por mera cuestión de identidad nacional, sin importar cuánto merecían ser potenciados o no. Pero lógicamente no se podía evitar que los ecos del extranjero llegasen a nuestro país y algunos rockeros de pro como Miguel Ríos comenzaban en aquellos años. En 1962 había tenido un gran éxito adaptando Popotitos de los mexicanos Teen Tops, bajo cuyo estúpido título en castellano se escondía la inmensa melodía de la inmortal Bony Maronie de Larry Williams. O sea, una canción que ya tenía más de un lustro de antigüedad. Ríos la interpretaba muy bien y en los setenta incluso la tocaba con intro pseudo-prorgresiva, aunque creo que estaría de acuerdo conmigo en que nadie, ni siquiera el autor original, podía hacerla como La Voz, Su Majestad Little Richard. No he encontrado la versión de Ríos en Youtube, salvo en interpretaciones posteriores, pero creo que para ilustrar bien nos vale la de nuestros primos hermanos mexicanos:

Otro de los grandes films del año fue La gran evasión, acerca de los intentos de un grupo de oficiales aliados por escapar de un campo de prisioneros durante la II Guerra Mundial. Con un reparto de primer nivel, un guión vibrante, acción constante y mucho, mucho entretenimiento de calidad, es la clase de película que resulta imposible de olvidar una vez vista (y, ¡esa música que se te clava en el cerebelo!). El film, sobre todo, ayudó a consolidar a Steve McQueen como icono de la pantalla gracias a aquella imagen de rebelde cínico y solitario que siguió cultivando en años posteriores. Imprescindible.

1963 sería también recordado por el batacazo casi letal que la 20th Century Fox se pegó con el grandilocuente film Cleopatra. En 1945 se había estrenado una película similar con la bella pero recatada Vivien Leigh en el papel de la reina egipcia. En 1963, sin embargo, se buscaba no solamente reeditar el cine de masas de la Edad Dorada de los estudios, sino también sacar jugo al potencial erótico de la superestrella Elizabeth Taylor, que nunca antes había sido filmada de aquella manera tan explícita porque solía se considerada un sex symbol elegante. Hubo secuencias de Cleopatra, de hecho, que fueron cortadas en la sala de montaje a causa de su enorme carga sexual y el público de la época se quedó sin ver algo tan inédito como el culo de la actriz de medio lado (algo muy, muy atrevido entonces, no olvidemos que otro sex symbol, Elvis, estaba rodando peliculitas más bien inocentonas y que Marilyn Monroe no había llegado a tanto). Sea como fuere, en mi opinión Taylor encajaba mejor como Cleopatra que Vivien Leigh precisamente a causa de esa carga sexual que pegaba más con la leyenda. Taylor y otros reclamos como la monumentalidad del film o su rico reparto funcionaron muy bien en taquilla, pero la película terminó perdiendo una fortuna y casi arruinando al estudio. Se habló mucho de que los caprichos de la voluble Liz Taylor habían contribuido al desastre, pero como de costumbre la verdadera explicación no era tan divertida: simplemente se les había ido tanto la mano con el presupuesto que hubiesen necesitado un éxito verdaderamente monstruoso para hacerla rentable. Y tuvo éxito, pero no el suficiente. Piensen, por ejemplo, que secuencias como la que sigue las hicieron sin ayuda de ordenadores… lo dicho: un puñetero dineral.

La serie de televisión El fugitivo, protagonizada por el carismático David Janssen —a mucha gente no le suena su nombre hoy, pero en su día fue una superestrella— se estrenó en 1963 y convirtió en un inmediato hit internacional, narrando las aventuras de un médico condenado a muerte, Richard Kimble, que intenta probar su inocencia antes de que lo capturen. Espectadores de medio mundo simpatizaron con el pobre doctor Kimble y quedaron pegados a la pantalla para averiguar en qué terminaba la cosa.

En España, mientras tanto, se publicaba el disco de unos tales Chiquitos de Algeciras, dos jóvenes hermanos que bajo ese nombre quizá no nos suenen demasiado. Pero uno de los dos hermanos, el que tocaba la guitarra influido por monstruos como Sabicas o el Niño Ricardo, no tardaría en llamar la atención por su virtuosismo y en alcanzar el estrellato. Hablamos, cómo no, de Paco de Lucía.

Blake Edwards sorprendió al mundo con su nueva comedia, The pink panther. O más bien quien sorprendió fue el inefable Peter Sellers gracias a su hilarante interpretación del inspector Clouseau, un policía francés de intelecto rayano en la incapacidad y de una personalidad cómicamente estirada. Aunque su papel era teóricamente el de sidekick gracioso para el protagonista David Niven, Sellers enamoró de tal manera al público que en la secuela fue ya el protagonista absoluto, y muy merecidamente. También resultaban muy impactantes los títulos de crédito iniciales: la absolutamente increíble música de ese genio llamado Henry Mancini y un personaje animado tan carismático que terminó teniendo una serie propia de dibujos animados e incluso una malévolamente deliciosa franquicia de insalubres pastelitos industriales.

En otro ámbito, también en la música clásica estaban pasando cosas, incluso entre compositores ya ancianos. Igor Stravinsky continuaba experimentando con métodos de escritura serial y otras técnicas compositivas cuyo resultado puede dejarnos un tanto perplejos —aunque al lado de lo que hacía Sun Ra, claro, sonaba casi convencional e inteligible— y que admito que me producen bastante menos impresión que las grandes obras de su etapa más romántica como El pájaro de Fuego. Con todo, su nueva obra de inspiración bíblica —como este Abraham e Isaac— puede resultar indigesta para quienes no conseguimos conectar, aunque por momentos contenga retazos del anterior Stravinsky, el que iba más dirigido al corazón que a la cabeza. No se sienta usted culpable, amigo lector, si decide detener el video porque le está dando migraña.

Ese mismo año, el mundo estaba a punto de ser asaltado por una de las tonadas definitivas del siglo XX: Garota de Ipanema. Aunque fue compuesta en 1962 y popularizada en 1964, el tema fue grabado precisamente en 1963, unos meses antes del asesinato de Kennedy. Por cierto, si tenía usted curiosidad por saber quién era la mil veces nombrada «chica de Ipanema» (tal vez la mujer sin aparente nombre más famosa del siglo), se trataba de la modelo Heloísa Menezes, más conocida por el sobrenombre de Helô Pinheiro.

También por entonces se estrenó en el Reino Unido la serie de ciencia ficción Doctor Who, y con sus debidos paréntesis ha tenido una larguísima vida, cimentando un enorme prestigio a lo largo de décadas. Vean la intro original, con una música adelantada lustros a su tiempo y una estética de oscurantismo minimalista que debía resultar verdaderamente impactante para los espectadores de 1963.

El gran Billy Wilder retornaba a las pantallas con Irma la dulce, un buen film y exitoso en su momento, pero que para mi gusto palidecía un tanto en comparación con sus dos anteriores obras: la inmortal El apartamento y también con la entonces incomprendida Un, dos, tres, cuyo alocadísimo ritmo era tan excesivo que no fue bien recibido por el gusto imperante en 1961 (por mucho menos, Dr. Strangelove, que Stanley Kubrick estrenó en 1964, es considerada una comedia rompedora para su tiempo). Irma la dulce era un retorno de Wilder a la comedia romántica de el El apartamento con idéntica pareja protagonista —Jack Lemmon y Shirley MacLaine— aunque ni mucho menos con la misma magnitud artística. Pero es una película muy apreciable de todos modos.

También en España tuvimos nuestra ración de obras maestras cinematográficas. El verdugo fueuna de las grandes obras del que para mi gusto y en sus mejores momentos tal vez haya sido el mejor director español de la historia junto a Luis Buñuel: su tocayo Luis García Berlanga. Muy heredera del realismo italiano pero también repleta de los giros personales del genial tándem Berlanga-Rafael Azcona, era una muestra más de cómo se las arreglaban para colar temas muy, muy duros en su cine sin que la censura franquista cayese en la cuenta de que lo mejor (para la intención de los censores) hubiera sido prohibir una película que hacía pensar, y mucho, a quien estuviese dispuesto a pensar. Habla del hijo de un verdugo a quien le supone un serio problema moral heredar la profesión de su padre ya jubilado, y dedicarse también a ejecutar sentencias de muerte. Protagonizada por el italiano Nino Manfredi, por una Emma Penella a la que desgraciadamente hemos perdido hace poco (gran, gran actriz que mucha gente redescubrió gracias a las series de TV) y por ese monstruo de la interpretación nunca lo bastante ponderado que era Don Pepe Isbert. No se pierdan los impresionantes diálogos de la siguiente secuencia, con frases tan repletas de sutil mala leche como: «Que le avisan que tiene que ir a matar a uno, y esto nos pasa ahora, que vivíamos tan felices», «No hagas caso, que lo indultan, la de viajes que he hecho yo en balde», «En Palma de Mallorca… allí no he “actuado” yo, si no te daba una tarjeta». Qué cine se hacía aquí por entonces.

Ha sido una pequeña muestra nostálgica, modesta, muy de domingo… pero francamente, no tenía demasiadas ganas de hablar de las conclusiones de la Comisión Warren. Hay cosas mucho más interesantes: ¡donde esté un hombre con rayos X en los ojos…!

x-the-man-with-the-x-ray-eyes Corman

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5 Comentarios

  1. Kikuchiyo

    El hombre con rayos-x en los ojos… dios mío que miedo, debimos verla la misma tarde de domingo de la que hablas!!! En perfecto horario infantil, jaja!!

  2. Kikuchiyo

    Por cierto, sólo un detalle, en El Verdugo quien hereda el oficio de Pepe Isbert no es su hijo, sino su yerno. La hija es Emma Penella.

  3. Vaya, ni una referencia a la cultura surf, que por aquel entonces, según tengo entendido, vivía su máximo apogeo, con una inmensa influencia en la cultura musical y cinematográfica: Dick Dale sacó 2 discos, los Beach Boys arrasaron con Surfin’ USA, las pelicualas de Annette Frunciello, Jan & Dean, The Bel Airs, los documentales sobre el surf, Miki Dora… Esperaba encontrar alguna mención al menos.

  4. ¡Yo también tuve pesadillas con el final de los ojos de aquel señor! Impresionante para nuestras impresionables mentes de entonces.

  5. Arthur More

    Los Teen Tops, con el gran Enrique Guzmán, del que me gustaban más sus versiones que las originales. Ahí están esos «100 kilos de barro» «La plaga», etc, etc…

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