Música

Everly Brothers, dioses sin religión

The Everly Brothers. Foto: Everett Collection / Cordon Press.
The Everly Brothers. Foto: Everett Collection / Cordon Press.

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Ha muerto Phil Everly. El rubio, el más joven de los Everly Brothers. Andarse con maximalismos es un tanto ridículo cuando se habla de música, no conduciría a nada aseverar ahora que estos hermanos fueron el dúo más influyente de la historia del rock, pero sí hay que subrayar que tuvieron una importancia capital. Más de lo normal.

Para Bob Dylan fueron «el principio de todo». Los Beatles comenzaron copiando sus armonías vocales. El primer tour importante de los Rolling Stones fue como teloneros de los Everly Brothers y Keith Richards aseguró que en aquel bus de gira aprendió unos cuantos trucos de guitarra. Unos quinceañeros llamados Tom & Jerry que se dedicaban a imitar a los Everly, luego fueron Simon & Garfunkel y Paul Simon reconoció que si los hermanos no hubieran existido, él no se habría metido en este negocio. Graham Nash, cuando entró en los Hollies, lo que quería era que la gente sintiera la emoción que él experimentó cuando escuchó por primera vez «Bye Bye Love». Para Chuck Berry eran mejores que Elvis, primero, y que los Beatles, después. En fin, algo tenían.

Sin embargo, su carrera «llena de éxitos» no fue tan fácil. Tras el triunfo inicial en los cincuenta todo lo que vino después fue cuesta arriba. Estuvieron más tiempo desubicados, incomprendidos y experimentando que en lo alto de las listas. El público general no les ha otorgado la dimensión de un Elvis, un Chuck Berry o un Little Richard, pero en muchos aspectos puede que incluso volaran más alto que los popes del rock.

En su caso, eran músicos de los que ya no nacen. Descendientes de mineros, su abuelo era un correoso sindicalista y a su padre, Ike, que entró a trabajar al agujero con trece años, le sacó del tajo la guitarra. Este hombre, que solo tenía por vicios la música y las peleas de gallos, como músico profesional self-made tuvo la oportunidad de trabajar en la radio en Chicago. Allí asistió en persona a la revolución del blues urbano y todo lo que aprendió se lo llevó de vuelta al campo, donde quiso que crecieran sus hijos, nacidos en los estertores de la Gran Depresión.

Cuando Ike ensayaba en casa con su grupo, los dos niños le echaban una mano. Les enseñó un repertorio que venía de los tiempos remotos, de los conciertos que hacía cada fin de semana para los mineros y toda la comunidad. Noches de sábado para beber, cantar, bailar y olvidar por un momento una vida que solía dar asco. Don y Phil, desde que aprendieron a hablar y apenas gateaban, ya estaban tarareando esas melodías. La música les corría por las venas.

Poco tiempo después, toda la familia tuvo su propio programa de radio. La madre hablaba de cocina, Ike y Don tocaban y cantaban y el pequeño Phil contaba chistes. En esta época obtuvieron todo lo necesario para forjar una carrera de éxito: primero, la misma sangre para que la mierda quedase en casa. Después, un legado musical que hundía sus raíces en la noche de los tiempos. También profesionalidad, al trabajar con sus padres desde niños. E interés por las novedades, su padre fue uno de los pioneros de la guitarra eléctrica y les inculcó la atención a las verdaderas innovaciones en lugar de a los artificios. Difícilmente se podría encontrar una materia prima mejor, pero si damos un salto en el tiempo y avanzamos veinte años, vemos que al final la cosa no salió tan bien.

El 6 de julio de 1973, Bill Hollingshead había contratado a los Everly Brothers para tocar en el John Wayne Theatre del parque de atracciones Kontt´s Berry Farm, en California. Cuando firmó el contrato, Don y Phil Everly no le causaron muy buena impresión, le pareció que se comportaban como «dos viejas prostitutas que iban a por la pasta sin ningún tipo de sentimiento». No le fallaba la intuición. Desde hacía ocho años los dos hermanos no se podían ni ver. Hacían las fechas de las giras durmiendo en hoteles separados y también se negaban a compartir camerino. Si se habían hecho famosos cantando a los lados del mismo micrófono, ahora tenían cada uno el suyo para no tener que estar ni un momento cara a cara sobre el escenario.

Días antes de aquel concierto, el LA Times había dado la exclusiva de que esas actuaciones iban a ser las últimas de la pareja. Cientos de fans se desplazaron desde muchos kilómetros de distancia para ver a sus ídolos por última vez hasta ocupar los dos mil asientos del teatro. Había seis conciertos contratados, pero solo se celebró uno… y fue una charlotada.

En palabras de Hollingshead, aquel día Don se había tomado unos margaritas «con el estómago vacío» y saltó a escena, digamos, con el morro caliente. Su hermano Phil no se dio cuenta hasta que hubo que empezar a cantar y vio que Don iba desacompasado. Luego se le fueron olvidando algunas palabras, después los estribillos y al final las letras enteras. A Phil se le caía la cara de vergüenza. Especialmente cuando Don le preguntó al público qué hacía viéndoles a ellos y les recomendó: «¡estaríais mejor en un rodeo!».

Phil se marchó al camerino enfurecido y estrelló contra el suelo su guitarra de mil doscientos dólares. «Nunca más volveré a subirme a un escenario con él», gritó a todo el que pudiera oírle. Unos días después habló con su hermano por teléfono. Acordaron no volver a dirigirse la palabra en al menos dos años. ¿Qué había pasado? La respuesta es la misma de siempre: el negocio. Una carrera dedicada a la búsqueda de hits trabajando de forma estajanovista fue la causa de que perdieran las riendas de sus vidas y de su relación. Volvamos atrás de nuevo.

A mediados de los años cincuenta se estaba cociendo algo en Estados Unidos, no se sabía muy bien qué. En cada punto cardinal existía un perfil de «niño raro» amarrado a una guitarra. Los Everly en Nashville. Buddy Holly en Texas. Gene Vincent en Philadelphia. Cada uno con sus propias influencias y personalidad, hasta que llegó un tal Elvis Presley a echar la puerta debajo de una patada. De repente, recordaba Phil, con que te vieran con un tupé, la gente ya se pensaba que eras una estrella, daba igual quién fueras o de dónde vinieras. Así, con tanta tontería, nació oficialmente el rock.

En este clima de expectación lograron que Cadence Records les contratara para algunas grabaciones. La primera fue «Bye, bye love». Una canción escrita ocho meses atrás y rechazada por más de treinta artistas, entre ellos Elvis. Los compositores eran un matrimonio, Boudleaux y Felice Bryant, dos talentos de altura de la música popular. Y el estribillo se les había ocurrido conduciendo de noche por la autopista.

En un principio Don no pensaba si el tema era bueno, malo o regular. Quería los sesenta y cuatro dólares de la grabación para irse a comprar hamburguesas. Le interesaba el dinero fácil. La música se presentaba como una forma más atractiva de ganarse la vida que un trabajo convencional. No tenía otras miras en ese momento. Pero el sueño, apenas sin soñarse, se cumplió. «Bye, bye love» fue un éxito inmediato. Incluso en el circuito country. Llegaron a triunfar en el Grand Ole Opry, el show de country más antiguo del país, actuando con batería por primera vez en la historia del programa y sin ir vestidos de cowboys. Lo nunca visto.

Sin embargo, para salir de gira, Alan Freed (el famoso DJ Moondog) les metió con Lavern Bakes, Chuck Berry y Fats Domino. Los Everly y su batería, Teddy Randazzo, eran los únicos blancos del cartel. Pero gracias a esa experiencia en las interminables jornadas en el autobús de gira, donde iban todos los músicos juntos, aprendieron infinidad de secretos de la música negra. A la vez, en Nueva York, Buddy Holly les enseñó lo que era la buena vida fuera del escenario. A la Gran Manzana los Everly habían llegado con pantalones anchos de campesino y sin saber que existían zapatos sin cordones. Aprendieron a ser rock stars.

Y mientras ellos descubrían la jarana, el matrimonio Bryant trabajaba día y noche en una nueva canción, «Wake up little Suzie». La idea esta vez surgió, precisamente, de las noches en vela que costó acabarla. Fue otro éxito instantáneo y con el dinero ganado hasta entonces, los Everly retiraron a su padre del curro y le compraron una casa en Nashville. El dúo era todo un chollo.

Sin embargo, en los cincuenta ser una estrella del rock no tenía tanto glamour. Era como ser un nuevo rico, un paleto de pueblo enriquecido. Los hombres de negocios «respetables» se mofaban de ellos. El mundo estaba dominado en aquellas fechas por una cultura adulta. Una estrella era Frank Sinatra, los rockeros no llegaban más que rebeldes de baja estofa, arribistas. Pese a todo, Don advertía una diferencia entre su éxito y el de otros. Mientras que Elvis era un ídolo de jovencitas, las canciones huracanadas de los Everly Brothers llevaban a muchos chicos a sus conciertos. Tenían un público más plural, decía, más sólido.

En su primer LP, Don se atrevió con una composición propia, «Should we tell him». Sesenta años después suena mucho mejor incluso que las aportaciones de los Bryant, pero en su día no pasó del puesto vigésimo octavo en los charts. En cualquier caso, lo más relevante de ese disco es una de las dos versiones de Ray Charles que venían en el plástico, «Leave my woman alone». En ella demostraron todo su potencial de forma palmaria. Convirtieron una pieza de R&B y gospel compuesta por Charles en 1956 en una joya country cuyos primeros acordes de guitarra, quien sabe si siguiendo la estela de Bo Diddley, adelantaban todo lo que le iba a ocurrir al rock and roll en la década siguiente. Una anticipación del garage rock que hasta se podría discutir si después llegó a ser igualada.

Pero antes de que los tupés se convirtieran en flequillos, los Everly Brothers institucionalizaron el concepto de «balada rock». Tenían un repertorio demasiado rápido y para no encasillarse le pidieron a los Bryant un tema lento. El matrimonio les dio la que es la canción lenta por antonomasia del rock and roll: «All I have to do is dream». Cuando Archie Bleyer, el fundador de Cadence Records, la escuchó por primera tocada por Boudleaux Bryant, le dijo que se fuera inmediatamente a comprarse un cochazo —concretamente, un Ford Thunderbird— porque era imposible que ese material no reventase las listas como, en efecto, sucedió. El single salió con «Claudette» de Roy Orbison en la cara B y fue su primer número uno.

Sin tiempo para celebrarlo, los Bryant se pusieron a trabajar ocho horas diarias en dar con un nuevo hit para los hermanos. Felice terminó con problemas psicológicos del estrés, pero de la currada surgió «Love hurts». En principio era una canción country raunchy (como así apareció en 1965 en Rock n’ Soul), pero en el 60 Don la ejecutó más lenta y con arreglos más melódicos. Una forma de interpretarla que hizo de oro a Roy Orbison en los sesenta y a Nazareth en los setenta con sus respectivas versiones de la de los Everly.

Demasiados éxitos como para pasar inadvertidos. Warner le robó el dúo a Cadence a golpe de talonario y, desde el primer día, les exigió hits. Más hits. Don nada más firmar compuso «Cathy´s clown» inspirándose en una novia del instituto. La novedosa sección rítmica con redobles de caja la habían robado de un viejo anuncio de Philip Morris. Y la melodía estaba en «Grand Canyon Suite», de Ferde Grofé. Vendieron ocho millones de singles. Ya saben aquello de que los genios no copian, roban. ¿Otro ejemplo? Los Beatles arramplaron con la forma de cantar «Cathy´s Clown» en su canción «Please, please me».  

Pero el mercado siempre quiere más y se les siguió presionando al mismo tiempo que su sello anterior, Cadence, sacaba singles con todo lo que habían dejado grabado por allí. El mercado se saturó con discos de Everly Brothers. Y, tras dos LP nuevos en cinco meses, It´s Everly Time y A date with Everly Brothers, Warner se los llevó a Hollywood a una academia de actores con el objetivo de sacarles partido también en el cine.

Con el ritmo que llevaban la carta del Ministerio de Defensa llamándoles a filas debió de sentar como una bendición. Les permitieron hacer el servicio militar juntos, pero antes de irse todavía tuvieron que sacar Both sides of an evening. En la mili pasaron hambre, se despertaron todos los días a las cuatro y media de la mañana, sufrieron una instrucción extenuante y castigos injustos, como cualquier otro recluta. Todo con solo tres cigarrillos al día por cabeza. Pero les iba el rollo. En su familia siempre se había cumplido con la patria.

Una vez licenciados, Warner estaba histérica pidiendo más hits y ya fue demasiada presión. La creatividad de Don empezaba a flaquear y con tanta gira daba síntomas de agotamiento. Así que Phil tuvo la brillante idea de llevárselo a un médico de famosos, Max Jacobson, lo que se conocía como un speed doctor. Al entrar en su consulta vieron que tenía una foto con JFK, de modo que pensaron que era de fiar. El médico les prescribió anfetaminas por vía intravenosa y aprendieron a inyectárselas ellos mismos.

Colocados, trabajarían más, pero sin precisión. «Ser drogadicto te hace ser indeciso», confesó Don. Dejaron pasar «Chains», de otro matrimonio compositor, Carole King y Gerry Goffin, que acabó en el Please, please me de los Beatles. Con ese ritmo de vida desbocado y, graciosamente, tras dejar listo su LP navideño, Don sufrió una sobredosis de anfetaminas. Pararon forzosamente.

Los tratamientos de desintoxicación fueron otra pesadilla. En las clínicas de 1962 no le trataban como a un enfermo, sino como a un loco. Mientras tanto, su popularidad había empezado a descender y notaban que los DJ ya no les pinchaban como antes. Se estaban pasando de moda y su estrategia pasó por apostarlo todo al country. Lanzaron Everly Brothers sings great country hits, piezas de country con arreglos de rock and roll. Inventaron un estilo en el que luego se volcaron los Byrds de la mano de Gram Parsons, fanático de los Everly y posteriormente también maestro de Keith Richards en la música tradicional americana, además de compañero de otras aficiones menos presentables. El giro podría haber salido bien, pero dos meses después de publicar el LP, llegó a Estados Unidos la British Invasion. Un eclipse total para todos los grupos estadounidenses en su propio país, aunque resulte difícil de creer.

En 1963 viajaron a Inglaterra a girar con Bo Diddley y un grupo británico que iba a hacer su primer tour, los Rolling Stones. Nada más aterrizar, todos los periodistas les preguntaban por lo mismo: «¿Qué os parecen los Beatles?». No sabían ni de qué les hablaban. No los habían ni oído. Pero no tardaron en saber quién eran cuando junto a Dave Clark Five y Herman´s Hermits eran lo único que se radiaba en las emisoras americanas.

A Phil le parecía que este nuevo sonido no era más que un refrito de música americana, pero opinó que marcaba la diferencia porque tenía detrás un poderoso aparato de marketing orientado a los adolescentes. Sin negar la calidad de esos grupos, lo cierto es que eran verdades como puños —también antes de la llegada de los ingleses. No obstante, de la mano de la British Invasion el rock dejó de ser una cosa de niños raros y rebeldes en Estados Unidos para pasar a ser una moda amable. Phil se dio cuenta de esto cuando se hizo público sin escándalo ninguno que las hijas del presidente Johnson eran fans de los Beatles. La paradoja fue que las ventas de los Everly se hundieron en Estados Unidos pero se mantuvieron en Inglaterra.

Durante el citado tour británico, los hermanos quedaron gratamente sorprendidos por los Rolling Stones. Les veían en cada actuación desde un lado del escenario. Keith Richards escribió en el NME que Don Peake, el guitarrista que llevaban los Everly Brothers, le había enseñado unos cuantos trucos con la guitarra; Don Peake quien, dicho sea de paso, años después fue uno de los compositores principales de la banda sonora del Coche Fantástico de Michael Knight. Ahí queda eso.

Hicieron bien en no dejarse llevar por la primera moda que les tiró de trono. El pez muerto es el único que se lleva la corriente, dicen en los Balcanes. Los discos tras la sobredosis de Don fueron sublimes: Gone, gone, gone. Rock and soul, Beat and soul e In our image. En el primero de los cuatro, el compositor, y genio absoluto, John D. Loudermilk les vendió una gema como es «Torture», pero ya sonó demasiado antiguo. Con Two yanks in England cedieron y sacaron ocho canciones de los Hollies, más por gratitud hacia el fiel mercado británico que fascinados por los jóvenes ingleses.

Con la llegada del hard rock ya tiraron la toalla definitivamente. Decidieron centrarse en girar y dejar la música de estudio solo para experimentar a ver si inventaban algo que llegase alto. Y qué decir de estos años. Es su etapa menos conocida, pero quizá la más brillante escuchada hoy en día.

Sus discos The Everly Brothers Sing y Roots son verdaderos tesoros. Están en la línea de los trabajos de otros músicos de su generación que en esa época tampoco podían competir con una juventud de creatividad efervescente, pero que lanzaron unos discos de madurez inigualables. Como los I´m back and proud, If you could only see me today y The day the world turned blue de un Gene Vincent cojo y alcoholizado. O los Home and AwayThe Further Adventures of Charles Westover de un Del Shannon también, vaya, depresivo y alcoholizado.

Los Everly en esos dos discos dejaron canciones, como «Bowling Green», se atrevieron con el fuzz guitar en «Mary Jane», modernizaron a los mismísimos Beau Brummels en su versión de «Turn Around»: son dos auténticas exhibiciones. Pero publicadas con el mundo mirando para otro lado. Después, con Stories we Could tell, ya con RCA, también presentaron buen material, pero ya no era lo mismo, aunque contaran con Paul Rothchild, productor de los Doors y Janes Joplin, que invitó a tanta gente a las grabaciones -entre ellos Ry Cooder- que para Don los créditos del disco «parecían el casting de Ben-Hur».

En directo, los teatros pasaron a ser night clubs y la relación entre ellos encajaría en ¿Quién teme a Virginia Woolf? Phil quería más cotas de protagonismo. En algunas ocasiones, llegaron a las manos. Y, paradójicamente, tras su relatada separación en el 73, comenzaron a vender más discos por año que en toda la década anterior. Su primer álbum de oro fue un recopilatorio publicado en 1975.

En solitario, Phil por fin pudo brillar más que su hermano. Star Spanlged Springer fue el mejor LP de todos los que sacaron separados. El final de la cara B es espectacular, con «La divorce», donde Phil rompe una balada orquestada con un country a toda leche en el que bromea con la sentencia de su primer divorcio, en el que tuvo que firmar un seguro de vida para garantizar que pagaría la pensión a su exmujer vivo o muerto.

En su siguiente LP, Invisible man, siguió comprando canciones de Albert Hammond y Lee Hazelwood (el compositor de «This boots are made for walking», y que incluso en 1969 sacó un LP a dúo con la hija de Sinatra como Nancy & Lee que también es una maravilla) inventaron otra fórmula precursora, pero esta vez nefasta, como es el reggae ecologista de «We are running out». Al tercer intento, con Mystic Line, tampoco llegaron las ventas y un nuevo divorcio hundió a Phil. «Estaba demasiado deprimido para cantar», reconoció. Lo dejo todo.

Solo volvió a dejarse ver, curiosamente, en la República Democrática Alemana con Dean Read (El «Elvis rojo») y tocaron en un Karl Marx Stadium de Berlín abarrotado en el que el público se sabía todas las canciones de los Everly. Phil, que apoyaba abiertamente a Reagan, respetaba la ideología de Dean porque «la vivía», explicó, y no tuvo problemas en hacer el tour aunque exigió una televisión en el hotel sintonizada a occidente «como un americano malcriado», según sus propias palabras.

Finalmente, la reunión de los dos hermanos se produjo en el Albert Hall de Londres en 1983. Tras la muerte de su padre en 1975 por un problema pulmonar relacionado con su trabajo en la mina y en una fábrica de amianto, entendieron que él desearía que sus hijos volvieran a llevarse bien y tocasen juntos de nuevo. Eligieron Londres porque en Inglaterra nunca pasaron de moda, y porque en ese mismo escenario cantaron con su padre diez años atrás. Ese concierto es maravilloso. La química con el público, llegado de todo el continente, incluso de Estados Unidos, les lleva en volandas. Un buen punto de partida para el neófito.

Sus siguientes tres discos juntos, pese a estar amortiguados por las producciones ochenteras, siempre es grato escucharlos. Entraron en el Rock and roll Hall of Fame en 1987 y nadie que no sea sordo dudará nunca de su legado, pero con toda su carrera en perspectiva, está claro que no merecieron un abandono del público tan prematuro.

Roots-Everly-Brothers

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6 Comentarios

  1. ¡Pero qué buenos que eran estos tíos, señores!
    Aquí en España, ellos y Paul Anka fueron la inspiración de Manolo y Ramón el Dúo Dinámico.

  2. Brillopad

    El artículo es decente pese a que canta a la legua que está hecho a toda hostia para capitalizar un poco la muerte de Phil Everly, pero reducir a Lee Hazlewood, un fulano que ha hecho méritos sobrados como intérprete y productor para tener un panegírico de al menos esta magnitud, a mero compositor de «These boots…» es de roja directa, Alvarito.

  3. La primera vez que escuche «Uno», el primer album de la trilogía de Green Day pensé: «¡Qué raro! Suena a los años 50, como el rock pre-beatle, como las baladas de Grease»

    Hace poco descubrí que el cantante y compositor del grupo, Billie Joe había estado escuchando la discografía de este dúo de forma compulsiva durante las sesiones de grabación.

    Y para quitarse el mono, había grabado un album entero de versiones a dúo con Norah Jones, el título del mismo es genial: «Foreverly»

    http://www.spin.com/articles/billie-joe-armstrong-norah-jones-everly-brothers-tribute-album-foreverly/

  4. Pingback: Hace sesenta años: cómo nació el rock and roll (II) | Mediavelada

  5. Pingback: Gato Pérez, músico único que solo pudo darse en una Barcelona que ya no existe - Jot Down Cultural Magazine

  6. Guillermo Perez Arguello

    Elvis Presley tuvo 235 millones de norte americanos pegados a la television en sus primeras 11 presentaciones, todas en 1956. La poblacion de los EEUU era en ese año 168 millones. Se sabe ahora, que la Jefa de la Salud del Estado de Nueva York escogio a Elvis para tomarse la vacuna de la polio enfrente de la prensa porque sabia que de esos 235 milones que ya habian visto a Presley, un 8% eran niñas, y un 8 % niños, por igual. Los historiadores lo dicen, nadie unio tanto a los chicos y a las chicas, en el gusto, y a tales niveles, que Elvis Presley en 1956.

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