Destinos Ocio y Vicio Sociedad

Cuba, una narrativa

Cúpula del Capitolio en reconstrucción desde 2011.
Cúpula del Capitolio en reconstrucción desde 2011.

1.

La casa de Nelson Cabrera, en la encrucijada de Oquendo y Virtudes, es la combinación de un santuario nihilista y un museo de cera. Amuletos por todas partes: agua bendita enfrente de los retratos de sus antepasados, monedas cubanas y monedas extranjeras pegadas «para atraer el dinero de los turistas», una baraja de cartas extendida con los reyes boca arriba y los demás naipes tapados, y vitrinas con santos esquivos y máscaras africanas.

Nelson vive con su abuelita. «Casi cien años o más tiene la vieja. No se va a cansar de vivir nunca». Pero su abuelita no está. «Todavía es capaz de salir a resolver cosas». Y uno ya no sabe si todo es cuento chino o un hechizo. En el salón Nelson tiene un jergón con apuntes de Antropología, la segunda carrera que estudia, y una motocicleta BMW R45 del año 79 con la panza del depósito azul y el manillar tomado de otro ciclomotor. «Te llevo a conocer La Habana, brother, que esta todavía nos aguanta a los dos encima».

Nelson estuvo a punto de competir en los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992 en la categoría de lucha grecorromana. Cuenta que es masón y que tiene seis hijos con cuatro mujeres diferentes: «Cuba es un país donde todos somos hermanastros». Escupe todo el tiempo en la acera, se tapa la boca cuando habla de política y cuando se refiere a Fidel Castro lo hace sin pronunciar su nombre, solo se palpa el mentón y prolonga la mano hacia abajo emulando la forma de una barba interminable. Cuando Nelson habla de política no se le entiende, habla sin hablar, murmurando, con elipsis inconcretas que acaban en la coletilla: «ya sabes, ¿no?»

Y es que, aunque en la isla a cada momento se expresan opiniones críticas contra el Gobierno, es verdad que todavía se hace con cierta reticencia, sin pronunciar bien las palabras. Reporteros sin Fronteras sigue considerando a Cuba como uno de los países con menor libertad de expresión del mundo. Y las Damas de Blanco siguen mostrando los retratos de opositores encarcelados ante de ir a misa los domingos en la Iglesia de Santa Rita en Miramar. Es cierto que los jóvenes trasmiten sus ideas con cierta relajación, pero la generación anterior, sometidos todavía a la paranoia del Gran Hermano de los Comités de Defensa de la Revolución, opinan sin opinar, dicen sin decir, todo lo mascullan.

Vamos a La Kid Chocolate, que es uno de gimnasios más célebres de la ciudad. Su nombre homenajea al boxeador más importante de toda la historia de Cuba. Entramos por la puerta trasera. Nelson saluda a Polledo, un hombre gordo y afable, con un tobillo vendado. Y hablan de los viejos tiempos, mitad de los noventa, en pleno Periodo Especial, cuando Polledo entrenaba a Nelson y este se rompió una costilla en una competencia en Camagüey. Nelson tuvo que abandonar la lucha y se fue a Cayo Largo a trabajar en un hotel. Cuenta que se tragaba los fajos de dólares que había ahorrado con un hilito que ataba a un colmillo, «estaba prohibida la circulación del dólar, así que para recuperarlos tiraba suavemente cuando ya estaba en La Habana después del periodo de temporada alta».

Polledo también dejó la lucha grecorromana por otra lesión en la espalda, pero su historia es más prosaica. Se podría decir que entró dentro del universo burocrático de la isla: la repartición infinita del trabajo. «A veces se reparte tanto el trabajo, que no tenemos mucho que hacer». La ultraespecialización, dice uno de sus compadres de una manera cínica y distraída. Polledo ahora es bedel del gimnasio, «en esta partecita de atrás», pero respira cuando dice: «al menos de vez en cuando los muchachos cuando se entrenan me dejan que les diga alguna cosita».

La Kid Chocolate está enfrente del Capitolio, que lleva más de dos años restaurándose. Su cúpula, ataviada con andamios, podría parecer una metáfora de reconstrucción política que vive el país desde el Congreso del Partido Comunista de 2011. Para algunos, cambios profundos que movilizan el cambio social en la isla; para otros, cambios retóricos que terminarían incluso con la paciencia del mismísimo Marqués de Lampedusa. «Se permite el trabajo por cuenta propia, es verdad», dice un vendedor de frutas en la avenida Salvador Allende, «pero la escasez sigue ahogando a todo el mundo. Para cualquier cosa que uno quiere hacer tiene que enfrentarse a una burocracia enorme. Todo avanza tan despacio, que muchas veces ni avanza».

Cartel de la propaganda de la Revolución, en la Avenida Salvador Allende de La Habana.
Cartel de la propaganda de la Revolución, en la Avenida Salvador Allende de La Habana.

El Capitolio, desde que en 1929 mandara construirlo Machado, sigue siendo la referencia de un pueblo proclive a las leyendas que describen los enveses de su historia. Y pocas epopeyas son tan hermosas como la del diamante que marca el kilómetro 0 de las carreteras de Cuba: su periplo desde la corona del zar Nicolás II, pasando las correrías del joyero turco Isaac Estéfano, quien adquirió la gema en París, hasta su misterioso robo en 1946, catorce meses antes de que un anónimo lo enviara al despacho del presidente Grau.

El diamante fue restaurado en el centro del Salón de los Pasos Perdidos, hasta que se sustituyó por una réplica para que el original fuera custodiado en la Bóveda del Banco Nacional de Cuba, aunque muchos dudan que esto sea así al no haber prueba gráfica y se resignan a que el diamante, una suerte de épica u orgullo nacional, puede «estar esfumado, como la riqueza de este país lleno de telarañas», como observa, en una plaza adyacente, un jugador de una partida de dominó, que va congregando a varios espectadores sosegados antes que un mulato con una gorra militar la cierre con la ficha del doble tres.

La BMW R45 termina su jornada en La Habana Vieja, frente a la Iglesia de las Mercedes, donde ubica el Gimnasio Rafael Trejo. «Si tenemos un nuevo Kid Chocolate, sale de aquí», dice Nelson, como siempre huidizo y subversivo. Muchos de los campeones cubanos olvidados pasan las tardes enseñando a boxear a los niños de la Habana Vieja. Nardo Mestre Flores, Ángel Moya, Alberto González son algunos de los artesanos del boxeo en Cuba. Campeones sin un peso en el bolsillo, que sobreviven gracias a los recuerdos y a las propinas de los extranjeros que presencian los entrenamientos en el Trejo. «Sean dinámicos, sean elegantes, treinta segundos más, venga, venga, mantenemos el tipo… el boxeo es un arte».

En el gimnasio ha estado entrenando Namibia Flores, una boxeadora cubana que aspira a conseguir medalla en Río de Janeiro. El problema es que el boxeo femenino en Cuba está penado y Namibia ha tenido que marchar a Estados Unidos a proseguir su preparación. Pero la huella que ha dejado es profunda. Nardo, «Le Black Prince du Ring», según el reportaje de una revista francesa que muestra con orgullo, lo tiene claro: «Namibia en cualquier país sería campeona», asegura, inteligible y socarrón.

Los jóvenes boxeadores miran a su entrenador mientras descansan en las cuerdas del ring. Más tarde se acercan y me muestran fotos de Namibia entrenando con ellos en un smartphone. «La mulata era fuerte, fuerte. Era una más cuando entrenaba con nosotros. Peleaba como uno más. Fuerte y rápida», apunta Wilfred con una voz queda que filtra un toque asumido de añoranza, «si no se iba de aquí es como si estuviera matándose a entrenar para nada».

Hay una chica rubia que aparece en muchas otras fotos. ¿Quién es esta boxeadora?, pregunto. «Una irlandesa que entrenaba con ella», dice Osvaldo, tal vez el rastafari más corpulento del mundo, mientras se saca los guantes. Pero la rubia no es ninguna atleta irlandesa; es Meg Smaker, una realizadora de documentales norteamericana, autora de Boxeadora, la historia de Namibia, que ha tenido que dejar Cuba para seguir su preparación de cara a Río 2016.

Un joven boxeador se entrena en el gimnasio Rafael Trejo de Habana Vieja.
Un joven boxeador se entrena en el gimnasio Rafael Trejo de Habana Vieja.

2.

La historia de Namibia contraviene uno de los preceptos sacrosantos de la Revolución: evitar la fuga del talento cubano. Los teóricos de la burocracia en La Habana sabían que la única manera de evitar el colapso era luchar contra la fuga de talento. Por ejemplo, son muchos los jugadores de pelota que no han podido aceptar contratos millonarios en la MLB. Han terminado su carrera en los equipos de la isla a razón de veinte dólares al mes. Y después han sido profesores de Educación Física o peluqueros o trabajan en un complejo deportivo.

Como Lázaro de la Torre, uno de los principales abridores de Industriales en los ochenta. Lázaro es un hombre silencioso, que todo el mundo recuerda siempre con el guante en la mano. Ahora coordina una liga de aficionados en el complejo Dalsa, a espaldas de la plaza de la Revolución. Arbitra los partidos, da indicaciones con sosiego; mira el diamante con terquedad. «El profe está deseando entrar en juego», comenta Martín, un joven que acaba de salir de trabajar en una dulcería y que rápidamente muestra la fotografía de su hija. «Acabo de construir un cuartico independiente para que mi esposa y yo vivamos con la muchachita. Aquí en Cuba, muchas veces, las familias tienen que vivir todos juntos: los padres, los suegros, los recién casados, y eso trae muchos problemas. Yo lo que he ahorrado lo he invertido en nuestro cuartico para que ni me molesten ni molestar».

La conversación en Cuba es otra de las artes nacionales. La representación del ingenio desnudo del cubano. La conversación nace con fluidez y se desarrolla de la manera más sorprendente: desde la confidencia más impactante, hasta la anécdota más corrosiva, pasando por el comentario más común. «En Cuba se pasa mucho tiempo haciendo colas, por lo que el chisme es necesario para sobrellevar tanta espera», interviene Abel, un jovencísimo taxista de La Habana que conduce un Chevrolet del 57, «Yo mismo he cambiado el motor y toda la mecánica junto con mi papá. Ya sabe, socio, en Cuba todos somos mecánicos».

En el vestuario del complejo Dalsa las paredes tienen humedades y hay una televisión encendida donde en Telerrebelde, uno de los cinco canales nacionales, únicamente dedicado a la emisión deportiva, se emite el Clásico entre Barcelona y Real Madrid. Son cuatro los partidos de la Liga que se emiten en vivo todas las semanas. Los jugadores de los diferentes equipos de la liga de pelota van entrando, cambiándose, conversando sobre el juego que se disputa en el diamante y sobre el partido que se ve en el televisor.

Hay más o menos igual número de madridistas que de barcelonistas. Le pregunto a un muchacho alto muy interesado por el partido que si va con el Madrid o con el Barça. Primero, se levanta la manga y muestra un escudo del Barcelona tatuado, «en Cuba el fútbol ahora está gustando casi más que la pelota». Y luego, el fenómeno de lambdacismo cubano, de intercambiar la ‘r’ por la ‘l’ en la pronunciación, le otorga un doble sentido a la conversación: «Yo soy del Balsa, Balsa. Aquí en Cuba gusta mucho el Balsa». Y se queda callado. «Ya sabe en Cuba somos mucho de balsas…», remata con una sonrisa incandescente.

Esa sonrisa confusa desvela uno de los signos claves de la cubanidad, algo así como el ahínco diferenciador que tiene Cuba respecto al resto del mundo, «mestizo, bastardo, arribista y trágico», que escribiría Leonardo Padura, pero combinado también con un anhelo casi corrosivo, una particularidad atávica del cubano que tiene mucho que ver con el verso que escribió John Donne: «Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra…». O la sensación de sofoco de haber nacido en «la ínsula de una ínsula», como retrata Alejo Carpentier en El siglo de las luces: «El adolescente padecía como nunca, en aquel momento, la sensación de encierro que produce vivir en una isla; estar en una tierra sin caminos hacia otras tierras donde se pudiera llegar rodando, cabalgando, caminando, pasando fronteras, durmiendo en albergues de un día». Recuerdo este párrafo y le pregunto si él se quiere marchar de Cuba. «¿Irme de Cuba? ¿A dónde? ¿A hacer qué? Todos se fueron ya. Alguien tendrá que quedarse por aquí. Con un poco de dinero en Cuba se puede vivir muy bien, ¿sabe? Yo lo que quiero es que Cuba mejore —hace una pausa para mirar el partido— pero a saber qué trae la vida… quizás llega un día donde me voy al otro lado, y dejo a toda esta gente sin el mejor pitcher de La Habana».

Un grupo de jóvenes juega al fútbol en una calle céntrica de Santa Clara.
Un grupo de jóvenes juega al fútbol en una calle céntrica de Santa Clara.

3.

Que Cuba vive un momento histórico está claro. Pero su encrucijada va más allá de la relación con Estados Unidos, por muy significativa que esta sea. La isla se enfrenta a un definitivo cambio generacional que progresa sin cesar. Fernando Rasvberg fue corresponsal en La Habana para BBC durante más de veinte años y actualmente dirige Cartas desde Cuba. Asegura que los hijos de la Revolución disfrutaron de lo «mejor del socialismo» antes de que la Unión Soviética cayera; sin embargo en el apartado de las decisiones esa «generación fue borrada del mapa». Sin embargo, los líderes y los burócratas de la Revolución inexorablemente se están muriendo, las élites de mando están envejecidas y la distancia de los jóvenes con los preceptos de la Revolución se acentúa a pasos forzados.

Así, serán los nietos de la Revolución, conscientes de haber recibido una educación dogmática, con una potente influencia del exterior, pero también conocedores de ciertas virtudes de un sistema, aunque por lo general lo consideren insostenible. La generación que nació en los ochenta, que vivió la severidad del Periodo Especial, son los que tendrán que dar un paso al frente, casi un paso al vacío, y definir una nueva Cuba, preservando los valores diferenciadores de la cubanidad y profundizando en los publicitados logros de la Revolución: la universalización de la sanidad y la educación y el hecho de que las prestaciones sociales básicas queden cubiertas, por mucho que estas sean a ras de suelo.

No hay mejor muestra de esta protección social de mínimos que la famosa cartilla de racionamiento que creó Fidel en 1963. Una provisión de alimentos subsidiados que en su inicio más o menos daban para saldar las necesidades alimenticias de la población, pero que poco a poco se ha ido reduciendo y hoy por hoy resulta raquítica e insuficiente: cinco huevos, cinco libras de arroz, media libra de aceite, un paquete de café mezclado con chícharo tostado, tres libras de azúcar blanca, una libra de azúcar morena, media libra de frijoles, un kilo de sal cada seis meses, una caja de fósforos, una libra de pollo al mes y tres cuartos de libra de «pollo por pescado», lo que viene a decir que se da más pollo porque ya no hay pescado.

Así pues, serán los nietos de la Revolución los que tengan que definir el contorno emocional de una nueva Cuba compleja y llena de idiosincrasias irrenunciables, pero también fatigada y expectante, donde una hora de acceso a internet cuesta casi la mitad de un sueldo del Estado, donde los médicos, los profesores o los ingenieros piensan seriamente en dejar sus oficios raquíticamente pagados para convertirse en mozos de almacén o en camareros o en monitores de submarinismo, y así entrar en contacto con la divisa y con el circuito turístico.

Porque Cuba es un país con dos monedas: el peso cubano y el CUC. Esta relación monetaria de veinticinco a uno ha generado una frontera emocional entre el cubano y sus propios anhelos. Especialmente gráfica es esta brecha en la célebre heladería Coppelia, en la famosa rampa 23, donde hay dos mostradores: uno donde solo se puede pagar con moneda nacional, con su consiguiente cola larguísima, y el mostrador que admite el CUC donde los extranjeros o los cubanos con dinero miran cómo la fila del otro mostrador no deja de nutrirse mientras se comen un helado.

Para el recién llegado es complejo habituarse a un sistema con dos monedas, con dos valores de las cosas, con dos lenguajes económicos, pero para el cubano es ya el pan de cada día. Orlando Vilches, antiguo camarero del bar Majestic en Holguín, tira de sarcasmo para explicar la dicotomía monetaria: «Cuando no sepa qué productos están marcados con moneda nacional o con divisa, solo fíjese en su aspecto: los que tengan etiquetado bonito y buena carita, se paga con divisa; los que parezcan como de otro día, sin marca y medio sucio, se pagan con moneda nacional». El Gobierno cubano ya anunciado su intención de unificar la moneda, hecho que generará un difícil encaje económico en la alterada economía cubana, donde un turista puede pagar por una cena común más de lo que un profesor gana en un mes, pero evitará una estampa de segregación posmoderna.

Calle de Centro Habana.
Calle de Centro Habana.

Alberto Blanco fue coronel en el gabinete de seguridad de Fidel Castro y no ve tan claro que la Revolución tenga que transformarse. «Hay ideas tan bien diseñadas que se convierten en clásicos, y trascienden el cambio generacional», dice en una conversación en su casa de Centro Habana. Nacido en un poblado muy cerca de la Sierra Maestra, tiene claro que si no hubiera existido el poder transformador del socialismo, él sería analfabeto y «seguro que no tendría dientes». Y no es baladí hablar de la dentadura en Cuba, algo así como el símbolo de la asistencia sanitaria universal en la isla, el reflejo del desarrollo del país respecto a su entorno: «vaya usted a República Dominicana o Haití para ver si la gente de mi edad tiene todos los dientes bien puestos como los tengo yo».

Y este comentario no es una muestra de ingenuidad. Precisamente es esta idea la que reivindican los defensores de la Revolución: comparar Cuba con los países de su entorno geopolítico y no hacerlo con baremos de desarrollo occidental. A esta fórmula hay que sumar el embargo impuesto por EE. UU. desde hace más de cincuenta años para obtener la base del ideario del Gobierno de La Habana.

Pero el mundo gira a velocidad de vértigo y la transformación de la Revolución está lanzada. Miguel Díaz-Canel, primer vicepresidente de Cuba, representa la modernidad del Ejecutivo. Además de aparecer como el delfín de la Revolución. Fue el primer político cubano que llegó a un Consejo de Ministros con un laptop, y su estética recuerda más a un Enrique Peña Nieto con gracejo, que a un daguerrotipo de Fidel Castro.

Si las relaciones con EE. UU. finalmente se normalizan, resulta crucial conocer qué narrativa utilizará el Gobierno de La Habana, que ha basado parte de su espíritu y legitimidad en la resistencia frente al vecino del norte. Y la cosa va en serio, porque la campaña publicitaria parece haber comenzado. La prensa estadounidense ya habla a las claras de un «Cuba post-embargo». La revista Time ha proclamado a Raúl Castro como una de las cien personalidades más relevantes del año. La NBA ha montado un campus en Cuba con la presencia de Dikembe Mutombo. Y The New York Times, en una de sus múltiples piezas recientes sobre la isla, asegura que la bandera norteamericana está de moda en La Habana.

Además, la Cumbre de Panamá certificó el acercamiento de Cuba con Estados Unidos, al tiempo que representaba un creciente aislamiento de Estados Unidos respecto a muchos países latinoamericanos, cuyos líderes hostigaron en sus discursos a Barack Obama. Todo parece indicar que en los próximos tiempos las relaciones se normalizarán y Thomas J. Donohue, presidente de la Cámara de Comercio de EE. UU., se frota las manos porque ve en Cuba un vergel donde comenzar una era de inversiones.

Sin embargo, Cuba sigue siendo un país offline, donde el acceso a internet sigue siendo un privilegio. A este respecto, el Gobierno cubano también ha asegurado que el débil acceso a internet que se vive en la isla será historia próximamente y prevé para un horizonte relativamente cercano el acceso universal a la red. Los cambios —sobre todo simbólicos— parecen imparables, pero la retórica de la población es profundamente escéptica. Y no solo eso, también confusa, porque el viaje hacia el presente se anuncia vertiginoso, pero la ruta que recorrerá la nave cubana en ese viaje aún parece profundamente incierta.

Un barrendero de avanzada edad en el centro de la ciudad de Trinidad.
Un barrendero de avanzada edad en el centro de la ciudad de Trinidad.

4.

El Malecón es la primera y la última frontera de Cuba. Frontera física y frontera emocional «de una promesa apacible», como describió Padura a la ciudad de La Habana. El «sillón habanero», como lo llaman los cubanos, es un lugar donde transcurre la contradicción de la vida y se presiente la distensión del Caribe. Pero la placidez también está moteada de instinto de supervivencia, huidas planeadas y todo tipo de candanga.

Los personajes de Pedro Juan Gutiérrez se arraciman interpretando una danza frenética y brutal. «En Cuba no hay instante para el aburrimiento», aseguraba en una reciente entrevista el autor de Trilogía sucia de la Habana. Pedro Juan, el Carver caribeño de La Habana, suele ensalzar el carácter sexual y leve del pueblo cubano en sus narraciones, «somos un pueblo mestizo y nuestra manera de interaccionar es siempre juguetona».

El Malecón es una danza continua. Los proxenetas miran al mar, negocian con turistas y se definen como trabajadores por cuenta propia. Los chaperos otean. Los padres de familia pasean con sus hijos del brazo. Los grupos de amigas bailan salsa o se hacen trenzas unas a otras. Los muchachos dan tragos cortos a una botella de cerveza fría. Hay compadres que juegan al ajedrez. Otros que miran al horizonte de cara al mar. Y otros que están de espaldas y miran la ciudad. Las prostitutas caminan como si estuvieran en el salón de su casa. Lilian, con veinte años recién cumplidos, recuerda que empezó en la prostitución hace unos meses cuando viajó con un amigo a La Habana desde Matanzas: «El primer día mi compadre me resolvió dos yumas* que me pagaron veinticinco dólares cada uno. Es muy tentador, la plata en Cuba está escasa y es dinero fácil con el que también puedo ayudar a mi familia». Otra prostituta, mayor que Lilian, asegura que ella no permite que la besen en la boca ni se pone nunca encima de ningún cliente: «yo tengo que estar a las once en casa, así que lo hago es apurar al tipo para que se venga pronto, en verdad es un amor bastante asqueroso el que yo vendo, pero allá él quien lo quiera pagar».

La tolerancia social a la prostitución es elevada, ya que se convive con asiduidad con ella. El Gobierno niega que la prostitución se haya disparado, pero en los circuitos turísticos la percepción es otra muy distinta. Juan, un tipo trigueño que trabaja acarreando turistas en los taxis en la rampa 23, llega a decir que en El Malecón «el amor ha muerto, ya que la necesidad ha hecho que ni siquiera los cubanos tengamos la capacidad de tener una relación con una mujer sin pagar u ofrecer algo a cambio». Por esto —y por otras cosas— Juan se quiere ir de Cuba a toda costa: «un amigo mío italiano ya ha mostrado mi foto a una italiana de L’Aquila; parece que le gusto y que va a venir el próximo mes a por mí». «¿Y si a ti no te gusta ella?», pregunto. «Hermano, a mí me da igual que me guste o no; yo lo que necesito es que me resuelva mi problema. A mí me va a gustar, seguro que me gusta, verás como sí».

Una calle de la ciudad colonial de Trinidad, en el sur del país.
Una calle de la ciudad colonial de Trinidad, en el sur del país.

Y Juan pronuncia el verbo de los verbos en Cuba: «resolver», el comodín dialéctico que se usa para todo: para conseguir papas en un mercado, para pactar una cita o para describir una corruptela. Todo se «resuelve» en la isla. Y es que en Cuba el verbo «resolver» marca el espíritu de supervivencia de una sociedad ingeniosa, donde cada cubano sabe ejercer dos o tres oficios y donde la población todavía sigue en contacto con los procesos productivos, al contrario que en las sociedades occidentales donde el proceso mecánico de elaboración de los productos se ha evaporado para el ciudadano medio.

Un buen ejemplo de esto son los gimnasios de la isla, muchos de ellos equipados con aparatos criollos, es decir, con máquinas hechas a mano por los propios dueños de las salas. Pero este ahínco creador es persistente y se muestra también en la mecánica de los coches, en las instalaciones eléctricas, en los aparatos de música. Todo se reinventa, todo se reutiliza. Y se genera algo así como una lógica del decrecimiento forzada, basada en la conciencia de un país artesanal, aunque profundamente improvisado. Un país donde todo el mundo parece que habla poniendo exclamaciones en el extremo de sus frases. Y en esa admiración continua se refleja como en ningún otro lado la larguísima inventiva del cubano, su memoria desesperada, el conejo de la chistera, la audacia del equilibrista sobre el cordón de la historia.

El barrio del Vedado, en La Habana, al amanecer.
El barrio del Vedado, en La Habana, al amanecer.

Fotografía: Eugenio Blanco

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15 Comentarios

  1. Pingback: Cuba, una narrativa

  2. Estupendo, pero, por dios, ¿»una narrativa»? Será «una narración». En inglés «narrative» significa «narración», y en español, «narrativa» es sólo un adjetivo o el sustantivo que designa un género. «Cuba, una narración», o «Cuba, un relato». Y dentro del texto, «resulta fundamental conocer qué narrativa usará el Gobierno de La Habana»: ese gobierno usará una narración, un relato o un discurso, no una «narrativa», como si tuviera que elegir entre narrativa de terror, narrativa histórica o narrativa para adolescentes. Kudos por la revista, pero cuidad estas cosas porque quedan muy mal.

    • Eugenio Blanco

      Rudi: Tuve dudas para titular el texto y opté por ‘Cuba, una narrativa’ porque precisamente quería ofrecer una visión panorámica de la realidad cubana. Metafóricamente entendí que Cuba era un vendaval de narraciones intercaladas, una narrativa en sí misma, donde el concepto de la «cubanidad» trasciende de las vivencias de sus gentes. Igualmente, te agradezco el comentario. Gracias a lectores tan exigentes, todos nos reconciliamos con los matices del lenguaje.

      Fer: Tal vez una segunda lectura del texto te hará redescubrir críticas muy profundas a la realidad política y social de Cuba. Un país maravilloso, donde el turista en un primer momento puede ser visto como un dólar andante, pero donde conviene que el turista sea lo suficiente empático para también saber quitarse el disfraz de dólar andante. Saludos.

  3. El artículo está escrito, como todo lo que se escribe sobre Cuba, con mucho buenísimo y romanticismo.
    Estuve hace un mes. Lo de la doble moneda es tremendo. Ahora tienen lo peor del comunismo y lo peor del capitalismo. El cubano es, por decirlo suavemente, antipático (el de la Habana ya ni te cuento). Ahora, que si yo viviera como ellos…
    Al turista lo ven como un dólar andante. No consigues hablara con alguien dos minutos, sin que te intente sacar algo. Vamos una pena de país. Si después de 60 años de revolución, Fidel esta orgulloso del país que deja, que se lo mire. Difícilmente por mucho que se abran, saldrán adelante. Un pena. La sensación que te llevas es decepcionante. Y lo del embargo es la excusa para todo. Pueden comerciar con todos los países del mundo, menos con uno.

    • Dos apuntes
      No es correcto que puedan comerciar con todos los países del mundo menos uno. Hace poco el Commerzbank de Alemania fue multado con 1.710 millones de dólares por comerciar con Cuba http://www.efe.com/efe/noticias/espana/economia/multa-con-710-millones-banco-aleman-commerzbank-por-lavado-dinero/1/8/2560230

      A Cuba hay que compararla con los países de su entorno geopolítico, no con Europa. Según UNICEF, FAO y UNESCO, Cuba es el país de su región con mayor calidad de vida.

    • No se en que partes estuviste de Cuba o con que actitud visitaste la isla.

      Personalmente, una de las mejores cosas que yo experimenté en Cuba fué la gente, con la que mantuve largas conversaciones, compartí mesa, transporte y bebida. Desgraciadamente la necesidad hace que algunos intenten ‘exprimirte’ al máximo, si, pero no todos y no sin ofrecer nada a cambio ( puros, consejos turisticos, alojamiento, transporte…)

      El bloqueo no es solo con un país, comerciar con Cuba es cerrarte las puertas con el comercio a EEUU ( que se lo pregunten a los cruceros que si atracan en Cuba no pueden hacerlo en EEUU por 6 meses). El bloqueo ha sido un genocidio terrible, no una excusa, y el principal culpable de la situación que hoy experimenta la isla.

      A la proxima, vete de vacaciones a Rep. Dominicana, Haiti o Jamaica, y me cuentas a la vuelta, si es que vuelves.

    • Ojo a Fer que gano el campeonato del mundo de cuñados en el 2015, incluso antes de que se inventar el concepto.

  4. «donde los médicos, los profesores o los ingenieros piensan seriamente en dejar sus oficios raquíticamente pagados para convertirse en mozos de almacén o en camareros o en monitores de submarinismo, y así entrar en contacto con la divisa y con el circuito turístico»

    mira, en eso ya estamos igual por aqui, y nosotros no tenemos embargo!

  5. Cuba no se puede comparar con los paises de su entorno, puesto que hace 60 años, tenía un desarrollo muy por encima de los paises del Caribe. Ese argumento/mantra, es el segundo que mas escuchas. El embargo es la estrella.
    En enlace que alguien a puesto el tema del embargo, no vale. Son las sociedades con domicilio fiscal en EEUU, las que no puedan comerciar con Cuba. KLM, Air France, Iberia operan en Cuba y en EEUU.
    Yo no hablo desde el odio o desde el anticomunismo. La realidad de Cuba a día de hoy es muy triste e intentar justificarlo, poco le va a ayudar a los cubanos.

  6. Aloitador

    El boxeo es Kid Chocolate y la cubana la perla del Eden.

    • Cuba hace 60 años no tenía un desarrollo muy por encima de los países del Caribe. Si te refieres a que tenia negocios de la mafia, te lo concedo, pero la mayoría de su población vivía en la misma miseria que el resto de sus vecinos. Precisamente fue a raíz de la Revolución cuando las cosas empezaron a cambiar.

  7. LOS BOXEADORES CUBANOS DE ANTAÑO SI QUE ERAN BUENOS
    HABLO DE KID CHOCOLATE Y DE KID GAVILÁN .
    Y LUEGO DE OTROS QUE TUVIERÓN QUE IRSE A USA,MEXICO
    Y ESPAÑA COMO SUGAR RAMOS,MANTEQUILLA NAPOLÉS,
    BENNY «KID » PARET ,JOSÉ LEGRÁ Y ROBINSON GARCIA
    TODOS ELLOS GRANDES BOXEADORES Y GRANDES CAMPEONES.
    LOS BOXEADORES CUBANOS NACINALIZADOS DE GRINGOS
    NO SON YA IGUALES HABLO DE GUILLERMO RIGONDEAUX
    Y DE ERISLANDY LARA QUE ABURREN HASTA MI ABUELITA.

    • raulmanny

      Camarada! Opiniones coma la tuya es la que necesitamos! Ya veran esos desvegonzados que pronto superaremos al imperialismo yanqui en todos los campos! Como dijo nuestro General en Jefe en el 2004, pronto todos los muchachos y viejos tendran acceso a un vaso de leche al dia. La meta no se ha conseguido debido a la propaganda diversionista norteamericana que tiene a todas nuestras vacas anhelando irse a los EE UU para conseguirse un toro.
      Viva la Robolucion!

  8. Gonzalo Alpino

    Felicidades, Eugenio, por tu artículo extenso; una narración, una fotografía y un ambiente que crean una narrativa en sí misma.

  9. Los problemas de la isla no son tan superfluos como los pinta Eugenio Blanco:
    http://periodo-especial.blogspot.com.es/2016/02/periodo-especial.html

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