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Hazte así, que tienes un trasno

Ilustración: Diego Cuevas.
Ilustración: Diego Cuevas.

En mi coche ha aparecido un teléfono que no es mío. Un teléfono inalámbrico. Está apagado y no sé de quién es. He preguntado a todos los que últimamente han viajado conmigo y no parece pertenecer a nadie. Con los objetos hay dos opciones: o se pierden o se echan de menos. Unas gafas es algo que pierdes. Un disco es algo que echas de menos. Nadie echa de menos un teléfono. Y mucho menos el de casa.

Unos días antes, acodado en la barra de un bar cualquiera, apareció en mi copa de licor café una tarjeta SD de las grandes. De las que se usaban en la prehistoria, hace por lo menos ocho o nueve años. Asomó entre los hielos cuando apuré el último trago y, por primera vez, tras la negrura y el espesor del licor, pude ver el fondo del vaso.

Mi primera reacción fue de asco. De repugnancia. Sin embargo, esta pronto se diluyó entre las diferentes y nerviosas conjeturas acerca de cómo podía haber ido a parar a mi copa aquella tarjeta de memoria. No estaba allí cuando me la sirvieron, de eso estoy seguro. Tampoco podía venir dentro de la botella, porque algo así no cabría a través de su cuello. En el bar solo estábamos el dueño, un paisano y yo. Era un bar de los de verdad. De los de serrín, bayeta y ventilador estropeado. Nada se movía allí dentro. Cada mota de polvo estaba en el mismo lugar en el que estaba cuando el tipo abrió el local aquella misma mañana, alrededor del año 1975. Hasta una mosca posándose con calma en una mesa habría llamado mi atención. Si alguien hubiese intentado encestar aquella cosa en mi vaso, no solo yo, sino cualquiera, lo habría notado.

Avisé al dueño de inmediato. «Disculpe, camarero, hay una tarjeta SD en mi copa». La típica frase que uno sueña con poder decir alguna vez. El hombre cogió el vaso, sacó la tarjeta, la revisó como si tuviese idea alguna de para qué servía y me preguntó si había sido yo quien la había metido allí. Cuando lo convencí de mi inocencia —a pesar de la lógica, ya que la tradición gallega postula desde hace siglos lo mucho que una tarjeta de memoria enriquece el bouquet de un buen licor—, se quedó unos segundos en silencio, limpiando una jarra con un trapo, y dijo: «Entonces está claro: ha sido un trasno».

Acabáramos. Resulta curioso cómo la mitología de todos los pueblos registra la existencia de seres pequeños y traviesos que se dedican a hacer diabluras a los seres humanos. Esconden los utensilios de cocina, nos cambian las llaves de sitio, introducen tarjetas de memoria en nuestros licores y meten en el coche teléfonos inalámbricos de vaya usted a saber quién.

En el caso de Galicia, a esos gamberros diminutos se les conoce como trasnos. Son los mismos que los gnomos de los países nórdicos, los leprechauns irlandeses, los pixies del sur de Inglaterra, los nisser daneses, los trasgos asturianos, los kobolde de Alemania, y un montón de espíritus celtas y preceltas que, misteriosamente, también se dan en las fábulas de las culturas mesoamericanas con los chaneques, en la mitología mapuche con los laftraches o en la guaraní con los jasy jatere o los kurupí.

En el Dicionario dos seres míticos galegos (Xerais, 2008) Antonio Reigosa, Xosé Miranda y Xoán R. Cuba los describen como seres de estatura pequeña, rabo, cuerno y patas de cabra. Su presencia se advierte cuando notamos que algo no está en el lugar en el que lo habíamos dejado, cuando un objeto personal desaparece sin más y para siempre, cuando una puerta o una ventana se cierra sola, cuando un animal doméstico se asusta sin motivo aparente, cuando notamos que el peso de algo que llevamos cargado aumenta de repente o cuando sentimos que alguien nos ha tocado y no hay nadie a nuestro alrededor.

También se les suele representar como un hombrecillo cojo, con barba larga, gorro de punta y un agujero en su mano izquierda. Como solo saben contar hasta diez —según algunos relatos, saben contar hasta cien—, se les puede entretener dejándoles semillas en algún rincón de la casa, ya que estas se deslizan por el agujero de su mano izquierda, obligándoles a volver a empezar una y otra vez. De igual forma, se sienten humillados si se les regala ropa, desapareciendo para siempre del hogar.

El problema es que, a diferencia de los adorables poltergeist de turno, los trasnos no limitan sus travesuras a la vivienda. Más bien al contrario. Nos acompañan si nos mudamos, e incluso pueden seguirnos durante el día —aunque su hábitat natural es la noche— entorpeciendo o frustrando nuestros planes con sus pillerías.

¿Cómo sabremos, pues, si tenemos un trasno pegado a nosotros? No existen señales objetivas que determinen con certeza la presencia de estos seres en nuestra vida, pero es razonable atribuir según qué fenómenos paranormales a sus trastadas si se producen algunas de las siguientes anomalías:

La ropa doblada

Es uno de los indicios más claros de la proximidad de un trasno. Llegas a casa después de una larga jornada, te quitas la ropa y la dejas tirada en cualquier rincón. A la mañana siguiente, sin embargo, la ropa no está donde la dejaste y un par de días después aparece limpia, planchada y doblada en tu armario. Es inexplicable. La probabilidad de que tengas un trasno en casa es muy alta.

Curiosamente, esta «trasnada» suele darse en viviendas donde habitan familias o parejas. Nunca personas solas.

El coche desaparecido

Una travesura muy común de los trasnos es hacer desaparecer tu coche en plena calle. En especial si lo has aparcado en alguna zona de la calzada alegremente decorada con líneas amarillas. Sales del coche, lo cierras, te marchas con unos amigos a un bar cercano y, cuando vuelves, el coche no está. «Trasnada» de libro.

El dinero menguante

¿Nunca se ha despertado usted después de una loca noche de fiesta y se ha dado cuenta de que tiene mucho menos dinero en la cartera del que debería tener? Pues no le dé más vueltas. A unos les desaparece el teléfono inalámbrico y a otros les desaparecen billetes y monedas, pero solo hay un responsable: el trasno.

El pantalón de otra talla

Llega el invierno, las cenas de empresa, los banquetes de Nochebuena y Navidad con la familia, las cañas con los amigos, el turrón, el mazapán y la cena de Nochevieja. Te despiertas el día de Año Nuevo y decides estrenar aquel pantalón de pana que te compraste a finales de octubre para cuando llegase el frío. Qué bonito era y qué bien te sentaba. ¡Pues cuál es tu sorpresa cuando compruebas que ha empequeñecido! En el probador te sentaba como un guante y lo llevaste directamente a la caja. Pagaste y te fuiste a casa. Tendría que ser el mismo pantalón, pero no lo es. Es mucho más pequeño. Otra vez el dichoso trasno…

El Chapo Guzmán

Lo típico que detienes a Joaquín «el Chapo» Guzmán, lo encierras en una cárcel de máxima seguridad, una mañana vas a echar un vistazo a su celda y resulta que no está. Jurarías haberlo visto allí la noche antes. Estás casi seguro de que lo dejaste en su celda. Te pasó lo mismo con las gafas la semana pasada. Las habías guardado en un cajón de tu mesita de noche, estás convencido de ello. Sin embargo, cuando fuiste a mirar, no estaban. Son jugarretas muy típicas de los trasnos. Les encanta cambiar de sitio cosas típicas como las gafas, las llaves de casa o al líder del Cártel de Sinaloa.

Las pelis buenas de Robert de Niro

A Malas calles, El Padrino II, Novecento, Taxi Driver, Toro salvaje, El rey de la comedia, Uno de los nuestros o El cabo del miedo las han sustituido Una terapia peligrosa, Otra terapia peligrosa: ¡recaída total!, Los padres de ella, Los padres de él, Ahora los padres son ellos o El becario. No es que De Niro no sepa elegir. No es que su agente se haya vuelto idiota. Tampoco es que se trate de un misterio inexplicable. La razón es sencilla: ha sido el trasno.

El bigote de Aznar

Ha sido progresivo. Siempre has pensado que estaba ahí hasta que un día te fijaste bien y reparaste en que ya no estaba. Y un bigote no desaparece así como así sin que nadie se dé cuenta. Lo normal habría sido escuchar comentarios del tipo: «Hey, Aznar se ha afeitado el bigote». Pero no ha sido así. Nadie se ha percatado de cuándo ni cómo sucedió. Un buen día, de repente, ya no estaba. Sin más. Y ninguno nos habíamos fijado. ¿Cómo es eso posible? Los trasnos.

Hay más fenómenos paranormales que deben llevarnos a concluir que un trasno anda cerca. El mando a distancia que no aparece, Figo es capitán del Barcelona y al año siguiente está jugando en el Madrid, los papeles de Bárcenas, el Tamayazo, etc. Sin embargo, lo más bonito de la mitología que gira en torno al trasno es que en Galicia se acepta con normalidad. Sin ponerlo en duda. Como si se tratase de un fenómeno real y demostrado científicamente como lo son las meigas o la Santa Compaña. Y esa naturalidad con la que hemos incorporado la figura del trasno a nuestras vidas se traduce en la feliz posibilidad de echarle la culpa de cosas que, en realidad, responden a un despiste o un fallo nuestro.

Así, en Galicia es habitual responsabilizar al trasno por descuidos en el cumplimiento de las tareas del hogar. Si tu pareja te pide que bajes la basura y tú te olvidas, siempre puedes decir que, efectivamente, la bajaste, pero se conoce que un trasno la ha vuelto a subir. Una disculpa que se aceptará sin problemas. A quién no le ha pasado algo semejante, al fin y al cabo.

También se puede recurrir al trasno cuando algo sale mal en el trabajo. ¿Que te encuentras un pelo en la sopa? El camarero dice que ha sido el trasno y todos nos reímos en alto como idiotas. ¿Que no te has fijado bien al caminar por el andamio y a un señor le ha caído un destornillador en la cabeza causándole una posible hemorragia interna? Se le echa la culpa al trasno y tan amigos.

Yo mismo me he visto sometido a sus diabluras en los últimos días. Tenía que haber entregado este artículo hace semanas y sin embargo todavía lo estoy terminando ahora. Podría buscar una excusa rocambolesca que justificase mi tardanza, una historia que incluyese la avería del ordenador y la imposibilidad de recuperar el texto original, pero creo que en estos casos es mejor apretarse los machos y decir la verdad: no ha sido culpa mía, ha sido el trasno. Y espero que, a la vista de todo lo expuesto, nadie se atreva a pensar que no estoy diciendo la pura verdad. Sería el colmo, vamos.

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3 Comentarios

  1. Un texto muy divertido, estaré a partir de ahora más atento a las posibles acciones de los trasnos que me rodean, creo que a todos nos suceden cosas raras de vez en cuando.
    Hace unas semanas me sucedió algo muy raro, estaba caminando por la calle y me tropecé con algo, pero al mirar al suelo no había nada. ¿Sería un trasno?

  2. Jesús Couto Fandiño

    Si tuviese un euro por todas las veces que mi madre me gritó «Ti tes o trasno, San Silvestre meiga fora!»…

    … probablemente también se los habría llevado el trasno

Responder a Luis Cancel

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