Música

Canciones que cantan los muertos: I’ll be you sinner, baby

Jeffrey Dahmer. Foto: Cordon.
Jeffrey Dahmer. Foto: Cordon.

Muchas veces usa un cuchillo. Casi siempre es un él. Desliza los dedos por el filo, distraída pero delicadamente, mientras sus ojos acarician glotonamente otra cosa: una yugular palpitante, unos labios retorcidos en una mueca de clemencia que no hallarán. Porque va a matar y da igual el por qué. Escrutando a su víctima, juguetea mentalmente con el cómo —liberar el dique sangriento de su garganta, llenar de pólvora su entrecejo o robarle todo el oxígeno con la prensa de sus manos— y una melodía le aguijonea la cabeza. Tararear y matar, la dansé macabré.

Si la muerte tiene banda sonora, no es la que creemos. Hollywood, siempre al acecho de nuestros deseos y miedos, ha añadido a la violación del quinto mandamiento una pátina de sofisticación por vía sinfónica. Si vamos a morir a manos de un serial killer, que por lo menos no sea un tipo de dientes cariados que nos desmembre a machetazos, porque hasta para ser víctima hay un estatus. Que lo macabro no entorpezca lo bello, nos susurra el celuloide. Que el último aliento se exhale mientras retruenan las Variaciones de Goldbergh de Bach, como en el Silencio de los Corderos, o que la melodía que nos dulcifique la tortura sea la sonata Claro de Luna de Beethoven, como en Misery. Nadie quiere pasar la eternidad bisbiseando a los horrísonos Whitney Houston o Phil Collins, porque el ejecutor (como en American Psycho) nos redujo a víscera y hueso con un hilo musical de taller de repostería.

Lejos de la ficción, las canciones que cantan los muertos son otras. Las que sus asesinos llevaban adheridas en los labios mientras les acechaban, las que volvían a escuchar una y otra vez en la oscuridad, rebuscando en sus letras el impulso final que diera sentido al baño de sangre que ensoñaban y que finalmente acometieron. Porque el camino de la inspiración es de ida y vuelta, y si hoy muchos grupos cantan a los homicidas en sus letras (Del « Revolution Blues» de Neil Young, el «Midnight Rambler» de los Rolling Stones o el célebre «I Don’t Like Mondays» de The Boomtown Rats) hubo un día en el que fue al revés. Ellos cantaban y él mataba. Y los muertos —su muertos— quizás ahora estén tarareando algo así.

Jeffrey Dahmer

Nobody wants him
He just stares at the world
Planning his vengeance
That he will soon unfold

Black Sabbath, «Iron Man»

En el catálogo de horrores macabros «el carnicero de Milwaukee» dejó poco por hacer. Durante trece años violó, desmembró, disolvió en ácido e incluso devoró a diecisiete hombres, reventando las costuras del apelativo «monstruo» hasta lo incomprensible. En su juicio, una de las cosas que más fascinó al respetable de este hombre de una belleza violenta es que fuera fan del heavy metal, como si eso esclareciera cómo un empleado de una fábrica de chocolate puede pervertirse de tan macabro modo. Era eso, o compadecerlo como una especie de antihéroe, un niño víctima de abusos que se vengó de la sociedad que le rechazaba. El mito de que escogía a sus muertos en conciertos metal no era cierto, pero sí lo eran sus veladas de sangre, avidez, ginebra y Black Sabbath imprecándole desde los auriculares. O eso creía él. Dahmer se tomó a sí mismo por ese «Iron Man» que perpetraba su venganza contra un mundo que lo ignoraba, aunque Ozzy Osbourne en realidad estuviera cantando a un hombre que viajaba al futuro y veía el Apocalipsis, y cuando regresaba al presente no se encontraba las quince cadenas perpetuas que logró Dahmer, sino un auténtico Armagedón desatado por su rabia.

Charles Manson

Will you, won’t you want me to make you
I’m coming down fast but don’t let me break you
Tell me tell me tell me the answer
You may be a lover but you ain’t no dancer

Look out helter skelter helter skelter
Helter skelter ooh

The Beatles, «Helter Skelter»

El título de la canción aludía a una montaña rusa y los Beatles lo usaron simultáneamente como metáfora sexual y como vía para picarse con The Who, haciendo temas un poco más salvajes de lo que acostumbraban en las postrimerías de los sesenta. No aventuraban que un maníaco barbado descubriría en los acordes y las letras de «Helter Skelter» la forma de cristalizar todo su demente y alucinado ideario, entendiendo que en realidad el cuarteto de Liverpool le estaba diciendo que él, Charles Manson, tenía que llevar a cabo su profecía. La matanza que la secta «La Familia» acometió ese aciago 9 de agosto de 1969 en la mansión del 10050 de Cielo Drive —en la que perecieron la actriz Sharon Tate y otras tres personas— se llevó a cabo después de una elaborada instrucción del ideólogo Manson sobre el mensaje que «Helter Skelter» y todo el White Album escondían: que la guerra racial entre blancos y negros estaba a la vuelta de la esquina y ellos debían dar el primer paso. Y es que a Manson, fatal como estaba de lo suyo, leía y releía la Biblia y se le atropellaban las pistas inequívocas de que Ringo, John, George y Paul eran en realidad los cuatro jinetes del Apocalipsis. Las partes en las que el sagrado texto se refiere a los cuatro ángeles como «hombres con las caras de los hombres» pero «con el pelo de una mujer» eran obvias referencias a ellos; así como la semejanza del nombre del banda con la palabra «escarabajo» («beetle») que aludía indiscutiblemente a la plaga de langostas de la que también habla el Apocalipsis. Al fin y al cabo, ambos crujen al pisarlos, ¿no?

Manson invirtió una cantidad inusitada de tiempo en tratar de contactar con los Beatles para explicarles personalmente cómo había descubierto sus sutiles llamamientos al alzamiento, conjugando en un batiburrillo sin par la Biblia, el nazismo y Nietzsche. Huelga decir que no lo consiguió y la banda aventó las culpas de toda influencia que pudieran haber tenido sus letras en un lugar tan sinsorgo como la mente de Manson. A juzgar por ciertos resultados, parece que sus desnortados fieles tampoco lo entendieron del todo bien: el día de la matanza usaron la sangre de sus víctimas para pintar en las paredes mensajes con referencias a los Beatles, entre ellas el manifiesto fundacional de su demencia: «Helter Skelter». Solo que lo escribieron mal: «Healter skelter». Y así quedó para siempre.

Aileen Wuornos

Have I been blind
Have I been lost
Inside myself and
My own mind
Hypnotized
Mesmerized
By what my eyes have seen?
 

Natalie Merchant, «Carnival»

La «Doncella de la Muerte» solo asesinaba en días lluviosos. Esos días el agua le afeaba y conseguía menos clientes para prostituirse, momento que Aileen Wuornos aprovechaba para acallar la sed de venganza que la consumía. La única serial killer de la lista, que mató a siete hombres que contrataron sus servicios, no pasó mucho tiempo en conciertos ni meciéndose en canciones con malas palabras y peores sentimientos. Suficiente le dio la vida, que no escatimó en palizas, abandonos y atrocidades. Puede, pero solo puede, que alguna vez meciera las caderas con «Daytona Nights», la canción que Hank Williams Jr le dedicó a The Last Resort, el bar de moteros donde se tomó su última cerveza en libertad y donde fue detenida. Sus muertos quizá abandonaron esta vida sin nada que tararear, pero de los dos deseos que albergaba ella antes de morir por inyección letal en Florida, uno sí se cumplió. Su funeral se inundó de la plúmbea tristeza de «Carnivale» de Natalie Merchant, tal y como demandó. El otro, expresado en sus últimas palabras, es más difícil de constatar: «Estoy navegando y voy a volver el día de la independencia con Jesús, el 6 de junio, en una enorme nave espacial y todo eso. Voy a volver», vaticinó. Las secuelas del carnaval.

Richard Ramírez

I’m your night prowler, asleep in the day
Night prowler, get outta my way
I’m the prowler, watch out tonight
Yes I’m your night prowler, when you turn out the light

AC/DC, «Night Prowler»

Durante los veranos horribles de 1984 y 1985 en Los Ángeles se necesitaba un chivo expiatorio. No se conseguía dar caza al «merodeador nocturno» que estaba arrancando ojos, violando y descuartizando personas por toda la ciudad, y la sociedad se impacientaba entre el terror y el pánico. Hasta que apareció la gorra de AC/DC en uno de los escenarios del crimen y la prensa se prestó encantada a cumplir con los requisitos del estereotipo amarillista al que en estas reseñables ocasiones está encantada de reducirse: «El serial killer se inspira en las letras de AC/DC», titulaban. El remate llegó cuando, capturado Richard Ramírez, se confirmó por sí mismo y por testimonios de remotos amigos de la infancia, que el asesino era un gran fan de la banda de rock. «El merodeador nocturno admite que la música de AC/DC le hizo matar a dieciséis personas», aullaban. Ello, unido a la semejanza entre el apodo de Ramírez («Night Stalker») y la canción «Night Prowler» publicada en el álbum Highway to Hell, cinco años antes de los asesinatos, hicieron el resto. Los jugosos tintes satánicos de sus crímenes fueron el corolario. De nada sirvió que el propio Malcolm Young explicara que la letra nada tenía que ver con macabros crímenes —sino con algo mucho más naif como un niño espiando a su novia— porque la reimaginación que Ramírez hizo de la canción echó raíces más profundas. Él mismo encarnó el epítome de la patética angustia adolescente ochentera. Hasta que murió en 2013, no escatimó en sádicos detalles de cómo salía de caza, entrando en las casas de sus víctimas por la noche, con «Night Prowler» sonando en bucle en su walkman.

John Wayne Gacy

I’ll be your builder, skilled at the tasks you ask
I’ll be you sinner baby, allowing my soul to be sold
But I’m drawing the line there woman
I ain’t takin’ no more abuse
I’ll be puttin’ my foot down and then
Throw the chains away

Reo Speedwagon, «Throw The Chains Away»

Si cuando se topan con los componentes de Reo Speedwagon no pueden evitar pensar en payasos tristes sepan que hay otro porqué además del evidente. Aquellas power ballads no solo pusieron banda sonora a algunos años que más nos conviene olvidar a todos, sino que además acompañaron los crímenes de un tipo que oficiaba exactamente así: vestido de payaso triste. John Wayne Gacy, que violó y mató a treinta y tres jóvenes que enterró en su jardín o lanzó al río, acostumbraba a aliñar sus dos tareas favoritas con los compases melódicos de Reo Speedwagon, la banda favorita de sus padres. Su segunda mujer lo recordaba pintando cuadros —adivinen de qué: payasos tristes— luchando por afinar la melodía masticable del «Can’t Fight This Feeling Any More», algo acorde al hombre sensiblón y ejemplo de su comunidad que creían que era. Secretamente, vociferaba el «I’ll be your sinner» mientras hundía el cuchillo en la carne, lanzando un mensaje a la posteridad sobre la inconveniencia de confiar en las apariencias. (Y en los payasos tristes).

Wayne Williams

Every man or woman
Enjoys going home
To a peaceful situation
To give love and receive love
Without any complications

B. B. King and Bobby Bland’s, «I Like to Live the Love»

No conviene que los vivos perdamos también la esperanza aventurando que todos estos muertos están aquí o allá tarareando letras irremediablemente oscuras o febriles. Porque aunque hay cosas que nunca sabremos, cómo cuantos crímenes cometió exactamente Wayne Williams (si solo los dos por los que fue condenado o los cerca de veinte que se sospechan) en los márgenes aún queda alguna certeza la que abrazarse. Williams, que entre homicidio y homicidio trabajó en una radio musical en el Atlanta de los setenta, no titubea a la hora de retratarse con su canción favorita: «I Like to Live the Love», de B.B King y Bobby Bland’s, todo un manifiesto para los vivos. Come on, es tan contagioso que incluso puede que los muertos acompañen con los coros.

Charles Manson. Foto: Cordon.
Charles Manson. Foto: Cordon.

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3 Comentarios

  1. La versión de Helter Skelter del video que está incluido en el artículo no es la de The Beatles sino un cover que quiere ser idéntico al original.

    De cualquier forma, muy interesante artículo.

  2. No sé si pega exactamente con el propósito del artículo, pero como bien dice el tercer párrafo la relación es de ida y vuelta.

    Si hablamos de música y psicópatas de manual, hay que mencionar también la balada de 12 minutos que dedicó Frank Zappa a Michael Canyon, que si bien no mató a nadie es digno de mención.

    https://www.youtube.com/watch?v=sCTzgATx09o

    • Pedazo de errata por decirlo de oído mientras oía la canción :P Este señor se llamaba Michael Kenyon

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