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Celulitis mon amour

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Cubierta de Flujo.

A Dave Cooper se le vendía en su momento con una premisa: «Se atreve a afrontar sus inquietudes más socialmente inaceptables». Estaba en la línea de Crumb, Clowes, Matt o Burns y, por supuesto, la de sus compatriotas canadienses Chester Brown y Seth. En el caso de Flujo, reeditada por La Cúpula, lo socialmente inaceptable era el extraño romance entre una adolescente lejos del ideal de belleza extendido en los medios que trabajaba de modelo para un pintor o dibujante. La relación que se establecía entre ambos se iba deslizando por una espiral de pasiones hasta que inevitablemente el encanto saltaba por los aires.

La obra es de 2003, una época donde todo comenzaba a ser de plástico. El protagonista, Martin, posible alter ego del autor, se entregaba a su deseo por una mujer fuera de los cánones de manera ardiente, pero como si de una perversión se tratara. Los sueños inconfesables que juntos llevaban a la práctica, a medida que avanzaba la relación entre ambos, iban aumentando hasta llegar a extremos hilarantes, pero tampoco excesivamente sórdidos. Toda la acción estaba concentrada en una alcoba y un par de bares porque lo importante no era otra cosa que el deseo. Por eso es un cómic tan irrepetible.

Cooper llegó a nosotros a finales de los noventa en las páginas de El Víbora con Muérdete la lengua. Posiblemente uno de los últimos grandes descubrimientos que hizo la revista. Con un dibujo excepcional, era una historia coral sobre un bloque de apartamentos cuyas vidas estaban unidas por un vecino les espiaba a todos con cámaras con el fin de  masturbarse. Había toques de fantasía, de telepatía inconsciente entre los vecinos, y una subtrama muy edificante cuando el aludido vecino descubre que los excrementos de un bebé del edificio tienen propiedades curativas, un hallazgo que hace tras examinar todas las heces de los residentes. Suena mejor en las viñetas.

Después llegó Escombros a Brut Comix. Originalmente publicada en la revista Zero Zero de Fantagraphics, se trataba de una distopía basada en la guerra de sexos. Un chaval, que trabajaba en una cadena de montaje, inicia una aventura hundido después de que su novia se haya hecho lesbiana. Con un amigo, en plan Thelma y Louise, pero en masculino, se marchan a la Meca del porno, Los Ángeles, donde no hay feministas que les molesten. Una vez en Hollywood descubre que una invasión alienígena ha firmado un acuerdo con las mujeres de la Tierra para convertirse en una especie híbrida que se reproducirá por partetogénesis, esto es, sin necesidad de machos. Es el cómic más cercano a su trabajo más famoso, la serie Futurama de Matt Groening, donde diseñó escenarios. En la línea Novela Gráfica también de La Cúpula apareció Succión. Un auténtico delirio, como seguir los sueños de alguien la noche que ha sufrido una intoxicación alimentaria. Un trabajo parecido a las obras de Vicente Montalbá.

Flujo, sin embargo, estaba contenida en su fanzine Weasel, en el que Cooper daba rienda suelta a sus ideas cualesquiera que fueran como un Peter Bagge en Mundo Idiota. El otro personaje que aparecía en sus páginas aparte de Tina, la modelo obesa, era Eddy Table, unas historietas donde depuraba el dibujo con unos delirantes guiones oníricos como los que había exhibido en Succión.

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Dan y Larry (detalle).

En 2003 vio la luz en España Dan y Larry, su obra más fina en cuanto a estilo, capaz de mezclar a Disney con Charles Burns. Un pato, víctima del bullying, iba por ahí con un amigo que no tenía más intención que tener relaciones sexuales con él y se las alegraba para manipularle, aunque él no quisiera, y le masturbara. Una relación un tanto extraña para tratarse de cartoons, pero que tenía un supuesto poso autobiográfico sobre su relación con el dibujante canadiense fallecido Barry Blair.

En todas sus obras han aparecido referencias al dibujante como profesional o aspirante a serlo, alter egos. Y normal es que los retratara presos de la frustración, como el protagonista de Flujo, hundido tras una ruptura sentimental que pasa a relatar para poder exorcizar su recuerdo. La faceta más curiosa e interesante de esta gran obra es la de la imposibilidad de disfrutar de lo que más se desea. Hay un rosario de eyaculaciones precoces que impiden al protagonista consumar como es debido cuando se encuentra con la posibilidad de realizar su fantasía más anhelada, lo que sugiere una contradicción entre lo que se sueña y lo que se tiene. Ya se ha dicho hasta la saciedad que cuidado con lo que deseas no se vaya a hacer realidad. Al mismo tiempo, está la pulsión artística. Todo lo que hace Martin es una  huida del arte comercial en la que intenta encontrarse a sí mismo como creador.

Otro aspecto reseñable es la evolución de los roles del dibujante y la modelo. De una repulsión inicial que puede sentir el artista por su modelo adolescente y fea, cuando Tina, que así se llama ella, no se atreve a mirarle a los ojos avergonzada, todo cambia en cuanto aparece la atracción entre ambos. Los papeles de chica poco agraciada y adulto que controla y domina la situación se esfuman y ella saca un comportamiento tiránico con él, un trato cargado de desprecio que a él, paradójicamente, le engancha y atrapa hasta llegar a someterle plenamente.

Su piel era tan suave y tierna. Blanca y suntuosa como crema. Resbaladiza y tibia entre sus muslos gruesos. Estaba muy caliente… Temblando de arriba a abajo, me ardía la cara.

Todas las mujeres que ha dibujado Cooper a lo largo de su carrera tenían curvas. Su universo es muy parecido al de Crumb en este aspecto, pero el valor de Flujo está en lo contrario. Cuando la apariencia física deja de importar entre cuatro paredes, con la sociedad atrapada fuera, es el comportamiento, la actitud, es decir, la mente, la que plantea las situaciones sexuales y los juegos de atracción y repulsión. Una oscura sublimación del placer con un mensaje inquietante: encerrados, los protagonistas son libres.  

Con Flujo y Eddy Table Cooper entendió que había llegado a la cumbre de sus viñetas, tanto en lo realista como en lo psicodélico, un momento que llegó al mismo tiempo que empezaba a despertar interés en las galerías de arte. Por este motivo cambió una disciplina por otra. Una recopilación de sus cuadros al óleo se publicó en 2010 en Fantagraphics con el título de Bent. Satisfecho ya con lo que había hecho en cómic, dejó momentáneamente o hasta la fecha de dibujarlos. La satisfacción acabó con su motivación, explicó en una entrevista en Vice.

Todavía me pongo risueño, nervioso y se me sube la adrenalina cuando abro los botes de pintura y las latas de disolvente. Me pierde. Mientras que cuando hago cómics me voy un montón de veces a mear y no paro de revisar mi correo.

En Bent es Guillermo del Toro quien escribe el prólogo. Dice que lo que más admira de un artista es su carácter obsesivo y que sea un outsider. En el caso de Cooper, lo define como un «fetichista de pleno derecho atrapado por la celulitis y la gordura», que ha sabido llevar todo eso a algo más importante y poderoso. Al igual que Enki Bilal, que pasó de la viñeta al Louvre, Cooper ahora gana miles de dólares con sus cuadros.

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