Arte y Letras

Fuego del infierno: una visita a West Wycombe (y II)

Carlos Ortín fuego infernal
ilustración: Carlos Ortín.

(Viene de la primera parte)

La fecha de fundación de la Sociedad de los Caballeros de San Francisco —que más tarde se conocería como Club del Fuego Infernal— no está demasiado clara, pero tuvo que ser en algún momento entre 1746 y 1750. Del Divan Club importó a varios miembros, así como el adulterio y la prostitución como actividades complementarias al propósito manifiesto de la sociedad. Es seguro que el primer centro de reuniones fue el sótano de la taberna George and Vulture de la City de Londres, en Lombard Street, aunque probablemente no duró mucho como sede.

El verdadero despegue del club tuvo lugar en 1751, cuando sir Francis Dashwood, probablemente consciente de que lo que realmente quería hacer con su sociedad ya no lo podía hacer en lugares públicos del centro de la ciudad, decidió hacerse con un santuario recóndito. Empezó por alquilarle a su amigo Francis Duffield un viejo caserón isabelino en Wycombe, a una docena de kilómetros de las posesiones de los Dashwood. La casa se llamaba Medmenham Abbey porque originalmente había sido una abadía medieval del Císter. Dashwood le encargó una renovación total de la casa al arquitecto Nicholas Revett, que la rehizo al estilo del revival gótico.

El interior de Medmenham Abbey, donde el club de Dashwood se hizo famoso y llevó a cabo la gran mayoría de sus actividades, ha sido objeto de especulaciones durante más de tres siglos. Pocos testimonios de la época revelaron detalles, y a menudo se valieron de la ficción. Había murales eróticos por toda la casa y se cree que William Hogarth hizo una serie de murales que no se ha conservado. El lema rabelaisiano Fait ce que voudras (el famoso Do what thou wilt de Crowley) figuraba sobre la puerta de entrada en una vidriera, mientras que en el otro extremo de la casa se leía la inscripción Aude, hospes, contemnere opes («Atrévete, huésped, a despreciar la riqueza»). Daban la bienvenida al visitante la estatua de Harpócrates, el dios egipcio de los secretos, y su equivalente romana, la diosa Angerona, protectora del nombre secreto de Roma. Los dos se han representado siempre con un dedo ante los labios para pedir silencio.

Sobre la biblioteca de Medmenham, los testimonios nos dicen que contenía libros de ocultismo, y en concreto se menciona una biblioteca ocultista que Dashwood adquirió en un viaje a Venecia en 1952. También novelas satíricas y títulos como la poesía erótica del conde de Rochester o el panfleto anónimo de 1749 sobre sodomía y prostitución Satan’s Harvest Home.

Una de las leyendas más divertidas de Medmenham tiene que ver con el jardín, donde al parecer Dashwood hizo que plantaran setos y arbustos de tal manera que, vistos desde la torre de la casa, dibujaran a una mujer desnuda, con sendas fuentes de leche en los pechos. El jardín también tenía estatuas paganas, a Dafne y Flora, a Venus, Baco y a Príapo, esta última con la inscripción Peni tento, non penitenti («Pene tieso, no penitente»).

Algo sobre lo que no parece haber demasiado debate es sobre la plantilla que tuvo el club en sus tres décadas de existencia. Sus miembros estaban divididos en un Círculo Interno, que tenía acceso a la capilla o Sala Capitular de Medmenham, el centro neurálgico de la casa. El núcleo de miembros, aparte de Dashwood y Sandwich lo componían el poeta, satirista y panfletista Paul Whitehead, que ejercía de secretario de la sociedad y pese a ser plebeyo se codeaba con el mismo príncipe de Gales; Jon Stuart, conde de Bute, también asesor del príncipe; George Bubb-Dodington, parlamentario espantosamente rico y espantosamente disipado, también amigo del príncipe; el parlamentario radical John Wilkes, legendario libertino y seductor, y su amigo Thomas Potter, hijo del arzobispo de Canterbury.

En el Círculo Externo estuvieron celebridades de la época como Benjamin Franklin, William Hogarth, Henry Fielding o el político George Selwyn, famoso por sus perversiones sexuales. Básicamente, además de periodistas y escritores, la orden dio cabida a miembros de la élite política (el propio Dashwood llegó a ministro de Hacienda en 1762). La notoriedad de sus bacanales en Wycombe solamente se entiende en un periodo que toleraba prácticamente todo lo que hicieran sus políticos en su vida privada. 

El Círculo Interno también incluyó a muchas mujeres, entre ellas la legendaria cortesana Frances Murray, amante del conde de Sandwich; la famosa madame Charlotte Hayes, que suministraba al club chicas «revirginizadas». Mujeres de alta cuna como Elizabeth Roach y Agnes Perrault, las dos amantes de Dashwood, su medio hermana Mary Walcott y muchas más.

Curiosamente, quien nos ha dejado una descripción más fiable de la antigua abadía fue el novelista gótico Horace Walpole, que consiguió colarse en ella a base de fisgar y sobornar al servicio, puesto que había oído que la casa estaba decorada con «pinturas obscenas». Lo había oído él y lo había oído toda la alta sociedad, la corte y el Parlamento, por supuesto. La situación llegó a tal punto que a finales de la década de 1750 había barcazas que traían a turistas de Londres por el Támesis para divisar de lejos la famosa abadía y, si había suerte, a sus malvados monjes, que era como se autodenominaban los miembros del club.

Los Caballeros de San Francisco, o «monjes de Medmenham», eran básicamente una falsa secta religiosa dedicada a las bacanales sexuales, la mofa de la religión y la exaltación del paganismo. De acuerdo con la obra de 1770 Nocturnal Revels, un maravilloso tratado sobre sexo y prostitución escrito por un «monje» anónimo de la Orden de Dashwood, este tuvo la idea original de su club durante su gran gira por Europa, donde visitó diversos seminarios religiosos y se le ocurrió «a su regreso a Inglaterra, [que] una institución burlesca dedicada a san Francisco mostraría el absurdo de dichos lugares».

De acuerdo con Walpole, «la práctica de la orden era rigurosamente pagana: Baco y Venus eran las deidades a las que llevaban a cabo sus sacrificios casi públicos. Y las ninfas y cabezas de cerdo que se desplegaban en torno a los festivales de esta nueva iglesia informaban suficientemente a los vecinos de la disposición de aquellos ermitaños».

Se cree que los rituales debían ser de naturaleza eleusina, inspirados en alguna clase de ritos de masonería, con la que Dashwood había tenido contacto en Europa, pero integrando elementos bacanales. El lema de la entrada no era, según muchos autores, el único elemento rabelaisiano que Dashwood adoptó en la orden. El culto al que los Caballeros de San Francisco se entregaban, celebrado ocasionalmente en cuevas y recintos oraculares, era esencialmente báquico. Gerald Gardner, padre de la Wicca inglesa, señala también que en Medmenham se rendía culto a «la diosa», apuntando a todas las alusiones a los cultos de Venus e Isis (Dashwood solía retratarse con imágenes de la diosa Venus).

Dentro de la jerarquía, el líder era el «abad», los 1doce miembros de su Círculo Interno eran los «apóstoles», y los miembros se dirigían los unos a los otros como «hermano». Las reuniones se llevaban a cabo cada dos semanas, más una serie de eventos anuales, y durante ellas los miembros o «monjes» llevaban ropajes ceremoniales blancos y el abad un atuendo idéntico de color rojo.

Según cuenta Fergus Linnane en The Lives of the English Rakes, «parece que la ceremonia más importante era la iniciación de los nuevos miembros. Celebrada después del anochecer, empezaba con el tañido de la campana de la torre. El abad y sus doce discípulos llevaban a cabo sus rituales secretos en la Sala Capitular. Cuando terminaban los ritos, se convocaba a los neófitos haciendo sonar el órgano de la capilla. Avanzaban de dos en dos  y su guía llamaba tres veces a la puerta de la capilla. Sin Francis la abría y se retiraba hasta situarse detrás del altar, donde él y sus doce discípulos contemplaban la entrada de la procesión. La luz de los cirios parpadeaba sobre los murales obscenos de las paredes».

Las mujeres que participaban en las orgías del club eran de dos clases distintas. «Ninfas», o sea prostitutas, ya fueran del lugar o traídas de los burdeles de Londres. Y «monjas» o miembros femeninos de la orden. Las crónicas de la época describen a las ninfas retozando desnudas por los jardines y yaciendo sobre los altares, donde los monjes bebían vino de sus ombligos. Gran parte de las mujeres que viajaban desde Londres a las reuniones de la sociedad eran de la aristocracia o bien de la alta sociedad de la ciudad. Estas mujeres tenían la prerrogativa de asistir enmascaradas para ahorrarse la vergüenza de ser reconocidas por sus maridos o conocidos que pudieran encontrarse, y no revelaban su identidad hasta que se sometía a los hombres a «revisión general» para descartar sorpresas desagradables. Si había algún conocido inconveniente, la dama afectada se podía retirar entonces. 

A medida que avanzó la década, las cuevas de West Wycombe se fueron integrando en las actividades de la orden. Provistas de una atmósfera óptima para las actividades del club, sus catacumbas disfrazadas de templo gótico subterráneo servían para celebrar excursiones subterráneas a la luz de las antorchas y excéntricas fiestas de disfraces y bacanales en su Salón de Banquetes y su Templo Interior. Es dudoso que su Templo Interior llegara a tener la magnitud y la importancia en la orden que tuvo la Sala Capitular de Medmenham. De hecho, no está del todo claro que las cuevas de West Wycombe fueran usadas para nada más que para celebrar fiestas, mientras que la parte ritual de las actividades de la orden se circunscribiría a la abadía. Sin embargo, la abadía fue vendida y todavía sigue hoy en manos privadas, con lo cual no puede visitarse, mientras que las cuevas se han convertido en el circo turístico que son hoy en día.

Las muertes de Paul Whitehead y Francis Dashwood a principios de la década de 1780 supusieron la desaparición de los Caballeros de San Francisco, que ya llevaban unos años decayendo. Para entonces, la leyenda ya había magnificado sus actividades de forma descabellada, haciendo que abarcaran el satanismo, los sacrificios de niños y cualquier cosa que la imaginación alcanzara. El hecho de que Whitehead destruyera antes de morir toda la documentación relativa a la orden contribuyó también a la distorsión posterior de las cosas.

Es imposible no descubrirse ante la paradoja central de esta historia: el hecho de que el lugar donde nació nuestra tradición satánica no fuera en realidad un centro de culto a Satán. Las acusaciones de satanismo fueron tan generalizadas, en su época y después, que durante un par de siglos nadie se molestó en comprobar su autenticidad, y para entonces el proceso de «romantización» ya estaba en marcha. A nadie le interesaba realmente la veracidad, sino el poder que tenía la historia del Club del Fuego Infernal como ejemplo moral de hasta dónde puede llegar el libertinaje y la depravación.

Los monjes de Medmenham solamente fueron satanistas en la misma medida en que lo fueron los paganos que veneraban a Pan, Atenea, Odín o Perkunas a los que la Iglesia católica del Medievo condenó por adoradores del diablo. Pero sir Francis Dashwood no fue ningún Gilles de Rais. Las leyendas sangrientas, que únicamente han empezado a disiparse recientemente gracias al trabajo de historiadores como Evelyn Lord, son solamente eso: leyendas. Su versión contemporánea es un cuento de fantasmas, un fetiche gótico para imaginaciones sexuales traviesas, un mito pop como puede serlo el conde Drácula. Los miles de turistas que visitan cada año las Cuevas del Fuego Infernal en West Wycombe son testigos de esto.

Y sin embargo, el mito sigue brillando con una fuerza insospechada en el cielo de nuestra psique colectiva. En Medmenham y en West Wycombe convergen dos de las tradiciones que más han dado forma a nuestra cultura del siglo XXI: el gótico y la pornografía. Ambas tradiciones tienen la misma base: la representación de lo reprimido, del material que la sociedad no puede poner sobre la mesa y se ve obligada a barrer bajo la alfombra. En el caso de la literatura gótica, cuyo nacimiento es contemporáneo a Dashwood y sus compinches (y de la literatura y cine de horror que derivan de ella), lo reprimido regresa en forma de monstruo freudiano de fauces pavorosas. En el caso de la pornografía, lo reprimido es la carne, la pulsión y el deseo oscuro, casi siempre fuera de sintonía con la moral de la época y proscrito por ella.

En el Club del Fuego Infernal se forjó una aleación de conceptos que demostraría ser crucial a la hora de armar la máquina moderna de temer y desear. La abadía recóndita y tenebrosa, los monjes oscuros, las ninfas desnudas, las actividades inconfesables, las máscaras. La tradición satánica que nació en el siglo XVIII le conferiría a la blasfemia un carácter sagrado. Se apoyaría en su poder, igual que se apoyaría en la defensa de la obscenidad y la depravación. Y del deseo individual. Es muy elocuente que el Club del Fuego Infernal representara y venerara a los antiguos dioses paganos, a Venus, Dionisio y Pan, porque en Medmenham renacieron los dioses paganos, y vinieron a quedarse. Esos dioses del yo y de la satisfacción de los deseos, de las pulsiones y del placer, ya no se marcharían.

Bajo una apariencia u otra, nos han llevado de la mano por los tres últimos siglos.

La indefinición acerca de las actividades reales y concretas de la Orden de San Francisco no solamente contribuyó a magnificarlas y a crear una versión sensacional y terrible de ellas. También hizo algo más importante: generó un espacio vacío donde la imaginación colectiva pudo asentarse. Fueron Harpócrates y Angerona, con sus admoniciones al silencio, quienes finalmente consiguieron que Francis Dashwood perdurara hasta nuestros días como apóstol de lo numinoso. Fue el poeta dipsómano Whitehead quemando sus libros. Entre los muros de Medmenham, y dentro de la cuevas de Wycombe, no hay nada. Rumores. Leyendas. Viejos dioses paganos. Damas enmascaradas riéndose. Libertinos vestidos de monjes dando rienda suelta a sus perversiones más descabelladas. Una oscuridad total. Algo en blanco, algo que escribir.

Y todavía lo estamos escribiendo. Con fervor infernal.

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