Ciencias

El mal salvaje: anaritmetismo y aritmofobia

Tarzán en Nueva York (Richard Thorpe, 1942) El mal salvaje
Tarzán en Nueva York (Richard Thorpe, 1942). El mal salvaje

En realidad, no hay dos culturas, una «de ciencias» y otra «de letras». La famosa expresión de C. P. Snow, popularizada por su ya clásico libro Las dos culturas (basado en una conferencia pronunciada en Cambridge en 1959), está justificada en la medida en que alude a una dicotomía de hecho, pero no debe entenderse en sentido literal. La cultura es nuestra madre, y madre no hay más que una.

En las sociedades alfabetizadas no hay una cultura oral y una cultura escrita: hay manifestaciones orales y manifestaciones escritas de una misma cultura. Quienes no saben leer y escribir no optan por una posibilidad —la supuesta cultura oral— entre dos, sino que se convierten en marginados; no son «orales», sino analfabetos: se definen por exclusión. Análogamente, la nuestra es, cada vez más, una cultura alfanumérica, y quienes no entienden el lenguaje de los números y las fórmulas matemáticas no optan por una posibilidad —la supuesta cultura «de letras»— entre dos, sino que se convierten en marginados; no son «letrados», sino anaritmetos: se definen por exclusión. Pero al contrario que el analfabeto, que lo es a su pesar, el anaritmeto es a menudo una persona supuestamente culta, con fácil acceso a los medios de formación; su ignorancia no es ingenua: es un «mal salvaje», un anatópico Tarzán con corbata. Y una víctima de la generalizada aritmofobia inducida por nuestro absurdo sistema educativo. Una fobia a los números endémica que, lejos de ser anecdótica, es una de las más preocupantes lacras de nuestra cultura.

Los editores suelen decir medio en broma (o sea, medio en serio) que, si en un libro se incluyen fórmulas matemáticas, sus ventas se reducen automáticamente a la mitad, pues muchos lectores ni siquiera intentan entender las expresiones en las que aparecen números. Y no se trata, obviamente, de que no los conozcan: cualquier persona alfabetizada está familiarizada con el sistema decimal y las cuatro operaciones. Pero del mismo modo que hay muchos analfabetos funcionales que, aunque conocen las letras, son incapaces de leer un libro, hay muchísimos anaritmetos funcionales incapaces de entender las más sencillas expresiones numéricas, que les inspiran el consiguiente rechazo.

Como la mayoría de las fobias, la aritmofobia suele tener su origen en un trauma infantil. De pequeños nos obligan a aprender de memoria la tabla de multiplicar y a hacer cuentas largas y tediosas sin explicarnos siquiera, con un mínimo de claridad y coherencia, qué son los números y las operaciones aritméticas. Y luego nos van dando una serie de definiciones abstractas (a una edad en la que la capacidad de abstracción suele ser muy limitada) que aparentemente tienen poco o nada que ver con el mundo real y que dan lugar a abstrusos razonamientos carentes de un objetivo concreto. Unos pocos niños logran entender algo a pesar de los profesores y de los planes de enseñanza, e incluso llegan a amar las matemáticas; otros consiguen aprenderse de memoria algunas «recetas» y aplicarlas con la suficiente pertinencia como para ir aprobando la asignatura; pero la mayoría la detestan secreta o abiertamente. Y es comprensible, porque en matemáticas, si no están muy claros los conceptos básicos, nada tiene sentido, es como un idioma cuya gramática se desconoce y cuyos términos carecen de referentes familiares. Para muchos estudiantes, una clase de matemáticas es como una frustrante explicación en una lengua extranjera: entienden algunas frases sueltas, pero se les escapa el sentido general.

Algunos intentan justificar su anaritmetismo alegando que las matemáticas no tienen nada que ver con su profesión ni con su vida cotidiana, y que solo las necesitan los científicos y los ingenieros. Nada más falso. En primer lugar, no hay rama del saber ajena a las matemáticas, como ya señaló Leonardo (poco sospechoso de cientificismo excluyente), que dijo que «ninguna investigación humana se puede considerar verdadero conocimiento si no pasa por las demostraciones matemáticas». De hecho, la progresiva matematización del saber es la característica más específica de la cultura de nuestro tiempo, sobre todo desde la eclosión de la informática.

En segundo lugar, las matemáticas tienen mucho más que ver con nuestra vida cotidiana de lo que pueda parecer a primera vista. Y no me refiero solo a las hipotecas, los intereses bancarios, las pólizas de seguros y otras importantes cuestiones explícitamente numéricas. Timos como los piramidales solo son posibles en el marco de una generalizada ignorancia matemática, y muchos se dejan las plumas en juegos de azar claramente desfavorables por desconocer los rudimentos del análisis combinatorio. Y los políticos demagógicos (valga el pleonasmo) y otros embaucadores lo tendrían menos fácil si su auditorio estuviera mínimamente dotado para el pensamiento cuantitativo.

Numerosos prejuicios y falacias tienen su origen en la ignorancia matemática. Por ejemplo, la absurda idea de que, si en la ruleta salen varios rojos seguidos, es más probable que la siguiente vez salga negro. O el difundido tópico de que las personas hermosas no suelen ser muy inteligentes, que —además de constituir un vano intento de consolación por parte de los feos— no es más que una manifestación del desconocimiento del más elemental cálculo de probabilidades. La proporción de personas inteligentes entre las físicamente hermosas es la misma que entre las demás; pero, puesto que tanto la belleza como la inteligencia son características poco frecuentes, la probabilidad de que coincidan en un mismo individuo es muy baja. Supongamos que una de cada diez personas destaca por su hermosura y que una de cada diez merece el calificativo de inteligente (suposición, por cierto, bastante optimista). Solo una de cada diez personas hermosas será, por tanto, inteligente; pero como solo una de cada diez es hermosa, solo una de cada cien será ambas cosas a la vez. Malas noticias, pues, para quienes no destacan por su belleza: no tienen mayor propensión a la inteligencia que las/os guapas/os; simplemente, son más abundantes.       

La consabida dicotomía entre «ciencias» y «letras» es la primera explicación que se nos ocurre al ver lo difundido que está el anaritmetismo incluso entre personas supuestamente cultas; pero dicha dicotomía ¿es causa o efecto? Y, en cualquier caso, ¿por qué la cultura oficial ignora casi por completo las disciplinas científicas, y muy especialmente las matemáticas? Cualquier persona culta puede nombrar sin dificultad a numerosos escritores, pintores, músicos… Pero si le preguntas a cuántos matemáticos conoce, es probable que solo pueda mencionar a Pitágoras (que en realidad era más bien un filósofo y un místico de los números).

Se da la curiosa paradoja de que las ciencias en general y las matemáticas en particular tienen un gran valor de cambio, como diría un economista, y sin embargo muy poca gente conoce y reconoce su valor de uso. Todo el mundo admite la importancia de las matemáticas en la enseñanza, porque dan acceso a carreras de gran utilidad y bien remuneradas; pero muchos creen que no son verdadera cultura, que la matemática es un instrumento muy útil, pero que poco aporta a nuestra visión del mundo o a nuestra capacidad de goce. Nada más falso, porque, como dice la poeta Edna St. Vincent Millay, «solo Euclides ha contemplado la belleza desnuda», que es una manera de decir que vivir de espaldas a las matemáticas supone privarse de vislumbrar en su esencia última (o penúltima) la maravillosa armonía del mundo. Quienes renuncian al pensamiento cuantitativo se pierden la posibilidad de leer el Libro de la Naturaleza, que, como dijo Galileo, está escrito en lenguaje matemático.

Pero los perjuicios de una generalizada aritmofobia y del subsiguiente anaritmetismo son, sobre todo, sociales. Las personas reacias al pensamiento cuantitativo —y por ende al método científico— son presa fácil de todo tipo de embaucadores, y hay una relación directa entre fenómenos como el auge del esoterismo o el fanatismo religioso y el rechazo de la ciencia, que, en última instancia, es el rechazo de la razón.

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28 Comentarios

  1. Yo empezaría recomendando a todo el mundo no ya matemáticas con formulacas y tal, sino una simple introducción al álgebra de Boole.

    Pocas cosas tan sencillas como ésa te reportarán un beneficio mayor cada día de tu vida, una vez interiorizada.

    ¿Cuántas veces por segundo alguien argumentará incorrectamente en una red social, en una charla de bar o (más triste aún) en un parlamento, que (no A) => (no B) sólo porque A => B?

    Y cambiando de tema completamente, mi teoría sobre el tópico «los guapos son tontos» es más social que matemática. De la misma manera que una persona adinerada _que lo haya sido siempre_ tenderá a ser peor gestor de un presupuesto limitado (porque es una habilidad que en general habrá tenido que practicar poco o nada en su vida personal), se podría decir que una persona agraciada habrá disfrutado de ventajas sociales a lo largo de su vida que para una persona fea serán inexistentes, y por ello, como mínimo, la segunda necesitará poner más de su parte (estudio, trabajo, ingenio… llámalo X) para conseguir los mismos resultados.

    Ya sé que es una generalización con más agujeros que un guión de peli de Steven Seagal, y que en absoluto demuestra que el tópico sea verdadero, pero ofrece una cierta explicación de la creencia.

    • Cierto, «el hambre agudiza el ingenio»; pero no es menos cierto que el estrés dificulta el aprendizaje. Probablemente, tanto una persona pagada de su belleza como otra obsesionada por su falta de ella desarrollarán su potencial intelectual menos que alguien que no se preocupe por estas cuestiones. Y, obviamente, aquí la presión social -muy fuerte en el caso de las mujeres- juega un papel determinante.
      Totalmente de acuerdo con respecto al álgebra de Boole.

  2. E.Roberto

    ¡Qué buen artículo, Carlo! “Intuitivo y matemáticamente” incontrastable. Personalmente pienso que si no nacemos con una pizca de misticismo (y acá entraría ese cálculo de probabilidades) se nos hace difícil amar los números. Dicho sea de paso, estos, ¿existen o son invenciones nuestras? Pero, además de desazón dan vértigo, Tano. Cada tanto vuelvo a un libraco ya amarillo por el tiempo, de Granville, Smith y Longley, Cálculo Diferencial e Integral, solo para leer por enésima vez los razonamientos para construir las derivadas que llevaron a Newton y Leibniz -con sus retratos en las primeras páginas, por supuesto-, a descubrir las propiedades de ese punto que se mueve sobre una curva, y con las cuales se pueden conocer las superficies o volumenes de cualquier figura, un trabajo también “intuitivo y matemáticamente perfecto” además de bello, que se entiende con un poco de esfuerzo. Decía que me dieron vértigo cuando me enfrenté a ellos, pues fueron innumerables las puertas que se abrieron, una tarea ciclópea que no estaba al alcance de mis medios. Para tratar de contrarestar la desazón que me produjo aquel encuentro, leo con nostalgía una poesía de Almafuerte que escribí en la contratapa hace ya tanto, aquella que dice “No te des por vencido ni aun vencido, no te sientas esclavo ni aun esclavo; trémulo de pavor piénsate bravo y acomete feroz ya malherido…”. No sirvió de mucho. El comentario de meh sobre el álgebra de Boole, me ha traído a la memoria otro vértigo. Es maravilloso pensar que el disyuntivo “O” y el copulativo “Y” están a la base de todos los programas computerísticos con sus 1 y 0. Gracias y saludos.

    • Casi nada, el cálculo infinitesimal. Una aventura que empieza con Arquímedes, si no antes, alcanza su clímax con los inefables Leibniz y Newton y sigue «hasta el infinito y más allá» con la teoría de categorías y quién sabe qué más.
      Kronecker te diría que los números naturales los hizo Dios y los demás son invención nuestra. Los matemáticos llevan siglos discutiendo sobre el estatuto ontológico de los objetos matemáticos, y no parece que la disputa entre idealistas y realistas se vaya a zanjar pronto.

  3. Es un tema del que se ha hablado en algún otro escrito. En parte estoy de acuerdo, y en parte discrepo. Yo reconozco que las matemáticas pueden tener su «belleza»: cuando resolvía (las pocas veces que lo lograba) una ecuación difícil, una integral, y veía que todo «encajaba»).

    Creo que hay un mínimo de ciencias que todo el mundo debería saber para evitar ser presa fácil de embaucadores (como bien has dicho), pero creo que saber mucho de ciencias puede ser incluso contraproducente para desarrollar una cierta tendencia poética. Yo creo que escritores/as como Proust, Shakespeare o Madame de Sévigné (por poner unos ejemplos) han sido grandes en la literatura no sólo a pesar de saber poco de ciencias (no sé si sabían mucho o poco), sino quizá gracias precisamente a que no eran gente del mundo de la ciencia.

    Yo pienso que se trata de dos sensibilidades distintas. Diría que puede ocurrir que lo que ganas por un lado, lo puedes perder por el otro; lo que ganas en claridad de pensamiento, en precisión en los conceptos, lo puedes perder en imaginación, en desbordamiento poético… y al revés.

    • Frabetti

      ¿Crees que Leonardo habría sido mejor pintor si no hubiera sido un genio de la matemática y la física? Todo lo contrario: el conocimiento de la proporción áurea y otras relaciones numéricas le facilitó crear composiciones de una armonía insuperable. El conocimiento solo puede ser un obstáculo para la superstición y el irracionalismo. Lo que ocurre es que no hay tiempo para aprenderlo todo, y la gente acaba especializándose. Y autolimitándose, a veces de forma muy empobrecedora. No en vano decía Marañón que el médico que es solo médico no es ni siquiera médico.

  4. Estoy de acuerdo en que el irracionalismo se alimenta del desconocimiento. Pero yo distinguiría dos irracionalismos: el irracionalismo destructivo que conduce, por ejemplo, a la exaltación de valores como el militarismo (por desgracia estos días tan en auge por todas partes), el fascismo, la pasión por las armas, etc… y otro sería el irracionalismo «constructivo», que conduce a la apertura de un mundo lleno de colorido, de fantasía, de poesía que contribuiría a la lucha contra la mediocridad del mundo totalmente calculado en el que vivimos. Éste sería el irracionalismo de escritores «locos», «psicóticos», como por ejemplo Gérard de Nerval. Su psicosis era totalmente irracional, pero fuente de literatura.

    Leonardo concretamente quizá no hubiera sido mejor pintor por no saber matemática o física. Pero creo que en otros casos de la literatura quizá sí haya una cierta «oposición» entre ciencias y letras: creo que la manera de sentir de un científico no es la misma que la de un «poeta». A mí me gusta escribir sensaciones por ejemplo, sobre los árboles, y no sé sus nombres, nunca he sabido distinguir casi ningún árbol. Creo que si conociera cada tipo de árbol perfectamente entonces se me evaporarían ciertas sensaciones interiores que tengo sobre ellos y que me inspiran. Escribiría sobre ellos de manera más precisa… pero menos poética.

    Pero entiendo tu postura.

    • Frabetti

      Tal vez habría que precisar el concepto de conocimiento, que a menudo se confunde con la erudición. La erudición hueca, el falso conocimiento, sí puede frenar la imaginación, encasillarla; pero el verdadero conocimiento implica comprensión y asombro, siempre es enriquecedor. Llevando tu argumentación al límite, se podría decir que es más fácil amar a una persona si no se la conoce (y un cínico diría que así es); pero es que se suele confundir el amor con el enamoramiento.

      • Pienso que la ignorancia es muy dañina, y está detrás de los sacrificios sangrientos, el militarismo, los fanatismos y otras aberraciones… Pero también pienso que para ser un Shakespeare, o un Proust, o Sévigné, no hace falta saber mucho de ciencia, porque esta gente se ocupaba de un mundo que no es cuantificable: el mundo de la belleza, del amor, de los celos, del sufrimiento, de la melancolía. Todas estas cosas no se pueden cuantificar; no se pueden medir con ecuaciones ni con funciones ni con tablas de multiplicar. Por eso es por lo que pienso que son mundos un tanto distintos.

        Tengo dudas de que se pueda escribir un poema más bonito a la luna en el siglo XXI (con todo lo que sabemos de ella ahora) que en la época del Romanticismo. Y sin embargo no quiero elogiar tampoco la ignorancia. No sé; es un conflicto interno que tengo.

        En otro comentario te dejaré un par de citas que expresan lo que quiero decir (y no son de irracionalistas, yo creo).

      • «El método científico que lleva a la dominación cada vez más efectiva de la naturaleza llega a proveer así los conceptos puros tanto como los instrumentos para la dominación cada vez más efectiva del hombre por el hombre a través de la dominación de la naturaleza. La razón teórica, permaneciendo pura y neutral, entra al servicio de la razón práctica. La unión resulta benéfica para ambas. (…) Porque esta falta de libertad no aparece ni como irracional ni como política, sino más bien como una sumisión al aparato técnico que aumenta las comodidades de la vida y aumenta la productividad del trabajo. La racionalidad tecnológica protege así, antes que niega, la legitimidad de la dominación y el horizonte instrumentalista de la razón se abre a una sociedad racionalmente totalitaria.» (…)

        «Bajo estas condiciones, el pensamiento científico (científico en el sentido más amplio, como opuesto al pensamiento confuso, metafísico, emocional, ilógico) fuera de las ciencias físicas asume la forma de un puro y autocontenido formalismo (simbolismo) por un lado y de un empirismo total, por el otro. (…) El empirismo total revela su función ideológica en la filosofía contemporánea.» (El hombre unidimensional, HERBERT MARCUSE)

        • Frabetti

          Gran libro, El hombre unidimensional (aunque no comparto el lado freudiano de Marcuse). Pero creo que una cosa es el uso que hace el poder de los recursos propiciados por la ciencia, y otra la ciencia en sí; el mito de Prometeo y similares tienen que ver con eso (hace poco les dediqué un artículo). Supongo que sabes que hubo un debate similar con respecto a la escritura, y Lévi-Strauss llegó a decir que «la escritura favorece la explotación y no el esclarecimiento de la humanidad». Sapere aude, decía Horacio: atrévete a saber, porque saber entraña un riesgo, pero no correrlo nos impide crecer.

          • Este debate lo he tenido con mucha gente, de todas las ideologías: los comunistas hiperracionales y pragmáticos (que son casi todos los comunistas) no están de acuerdo conmigo; menos aún lo están los capitalistas ultraprácticos y simplones, ni los católicos dogmáticos e igual de pragmáticos (que son casi todos los católicos). Te dejaré mañana (hoy no puedo) un par de citas más; no es para intentar con-vencerte ni doblegarte, sino para mostrar mis reservas respecto a algunas cosas que da por sentado la mayoría de la gente en base a la «sensatez».

            (Yo comparto prácticamente todos los lados de Marcuse. Cuando descubrí sus libros apolillados en las estanterías de una biblioteca, me dije: «pero si parece que me está leyendo el pensamiento»).

          • «Hoy, la mayoría de la gente, que ha perdido esta capacidad (subjetiva), puede ver las cosas, como se suele decir, con realismo, en el primer sentido, o sea, sabe muy bien cómo manejar la realidad; pero no es capaz de ver algo, persona o cosa, de manera plenamente subjetiva, sin más finalidad que la de experimentar tal vista, tal sonido o tal cuadro. (…) De modo que, si no sientes nada, si no tienes ninguna experiencia subjetiva, estás adaptadísimo a la sociedad, que sólo se interesa por lo que haces, por lo que haces de práctico. (…)

            «Quién está más enfermo, si el llamado psicótico o el llamado realista, es una cuestión controvertida, todavía sin resolver. Por mi parte, creo que más de un esquizofrénico ha podido ser más feliz con su esquizofrenia que si hubiera estado sentado en una oficina, fabricando alguna mercancía inútil, o vendiéndola por ahí.» (El arte de escuchar, ERICH FROMM)

          • «Los esquemas de la memoria adulta no guardan espacio para los olores, sabores y demás sensaciones intensas, ni para el pensamiento prelógico y mágico de la primera niñez; la experiencia sentida con profundidad no logra ser registrada o se olvida si se considera socialmente inapropiada.» (Memoria y amnesia infantil.» (ERNEST G. SCHACHTEL (1903-1975))

            «El dataísmo, que pretende superar toda ideología, es en sí mismo una ideología. Conduce al totalitarismo digital. (…) El medio de la primera ilustración es la razón. Pero en nombre de la razón se reprimieron la imaginación, la corporalidad y el deseo. En virtud de una dialéctica fatal de la Ilustración, esta acaba convirtiéndose en barbarie. La misma dialéctica amenaza a la segunda Ilustración, que apela a la información, los datos y la transparencia.» (Psicopolítcia, BYUNG-CHUL HAN)

            • Frabetti

              Estoy básicamente de acuerdo con estos comentarios; pero de ninguna manera cuestionan el pensamiento cuantitativo, y menos el racionalismo. Es cierto que en nombre de la razón se han cometido todo tipo de abusos; pero eso no es culpa de la razón, sino de los abusadores.
              En cuanto a Marcuse, no hay que olvidar que sus libros más importantes son de los años sesenta: si hoy reescribiera Eros y civilización seguramente sería mucho menos freudiano.

              • Bueno… la afirmación de Fromm sobre la «felicidad» de un esquizofrénico, que creo que venía a cuento de una defensa que hace de la observación subjetiva, contemplativa (no científica) de una flor… o la reivindicación de Schachtel del pensamiento prelógico y mágico de la experiencia infantil… quizá sí cuestionan un poco el pensamiento más científico… Pero bueno, esto daría para mucho…

                Sólo una pregunta más, si no te importa aclarármelo: ¿por qué dices que si Marcuse hoy reescribiera Eros y civilización, sería mucho menos freudiano?

                Gracias.

                • Porque los avances de la neuropsicología, junto con revisiones críticas como las de Deleuze y Guattari, han puesto en evidencia el carácter altamente especulativo de los fundamentos del psicoanálisis. Freud da por supuestas una serie de cosas que habría que demostrar, y que distan mucho de haber sido demostradas.
                  Lo que cuestiona Fromm, creo, es el cientificismo excluyente. De Schachtel solo recuerdo algún trabajo sobre la creatividad y no tengo clara su postura.

                  • Entiendo. Es cierto que algunas cosas de las que decía Freud están lejos de haber sido demostradas (y algunas han resultado claros errores, como la diferenciación entre el orgamo «maduro» y el «inmaduro» en la mujer). Pero en lo que respecta a la parte de Freud que más interesaba a Marcuse en su teoría, creo que no le afecta tanto: las fuerzas de Eros, las de Tánatos, etc… Pero bueno, ya lo comentaré en otro artículo en el que vuelva a salir el tema (que, tarde o temprano, seguro que saldrá).

              • Bueno, creo que tienes razón: Fromm o Schachtel (o Marcuse, o Han) efectivamente no cuestinan el pensamiento cuantitativo, y menos el racionalismo; pero creo que sí cuestionan el protagonismo que este tipo de pensamiento tiene en las vidas occidentales, en la cultura occidental, en el modo en que se «educa» a la gente, en el modo en que se decide qué cosas son válidas en la vida y qué cosas no. Yo, al menos, lo veo así.

                • Sí, y en eso estamos de acuerdo (aún no había leído este comentario cuando contesté al anterior). En la cultura occidental se da la paradoja de que por una parte el pensamiento cuantitativo esta sobrevalorado y, por otra, se fomenta el acientifismo/irracionalismo. A eso me refiero cuando digo que la ciencia tiene un gran valor de cambio y un escaso valor de uso
                  Gracias por tus concienzudos y estimulantes comentarios.

  5. Meritxell

    Y ahora me entero que existe una revista llamada mal salvaje http://www.malsalvaje.com

  6. Un artículo muy bueno.

    Creo que en lo referente a la enseñanza de las matemáticas, sobre todo en etapas iniciales, se están introduciendo cambios importantes por lo que respecta a la formación del personal docente, orientados principalmente a huir de esas «recetas» que comentas. Se está pasando del limitado y vacío «saber hacer» a un conjunto de propuestas que busquen una verdadera comprensión de los conceptos y los procedimientos, tomando como punto de partida la experimentación y la interacción. Ahora bien, el cambio no se produce tan rápidamente como sería deseable, aunque se va haciendo camino.

    • He visto algo así en algunas «escuelas libres», lo cual es esperanzador. Esperemos que el cambio llegue a los programas oficiales, pero soy poco optimista al respecto (por razones más políticas que de otro tipo).

      • Yo también lo he visto en la escuela pública, y además veo que hay bastantes docentes con interés en ese cambio, pero se requiere cierta formación para ser llevado a cabo, razón por la cual se requiere tiempo.

        Respecto a los programas oficiales creo que no hay que quedarse en los contenidos, sino en lo que se hace para llegar a ellos.

        Por ejemplo, en 2014, en la introducción para el área de las matemáticas (en el DOCV), se escribían cosas como:

        «El sentido de esta área en la Educación Primaria es experiencial; el alumnado ha de aprender matemáticas utilizándolas en contextos relacionados con
        situaciones de la vida diaria, para adquirir progresivamente conocimientos más complejos a partir de las experiencias y los conocimientos previos. De las
        tareas y actividades que se planteen, de la motivación, de la actitud positiva y de los materiales que se utilicen dependerá, en gran parte, el éxito en el
        aprendizaje. Al mismo tiempo se ha de favorecer el aprendizaje cooperativo, el trabajo en equipo y se ha de dar una consideración positiva a los errores, como
        aquello que es necesario tener en cuenta para poder seguir avanzando en el afianzamiento de nuevos contenidos.
        El aspecto lúdico de las matemáticas es una faceta a destacar, ya que a través del juego podemos introducir al alumnado en la resolución de problemas
        de forma más motivadora y gratificante. El uso de materiales como monedas, cromos, fichas, bolas, ábacos, cubos, regletas, espejos… en la enseñanza de la
        matemática es fundamental y muy beneficioso ya que proporciona al niño la oportunidad de comprender a través de la manipulación.»

        De todos modos, más que en la norma (aunque también), creo que la clave está en las personas que van a impartir matemáticas, pues considero que la lucha contra el anaritmetismo debe empezar formando adecuadamente a las personas encargadas de guiar el aprendizaje del alumnado. De no ser así, nos quedaremos en un bucle, en una situación que se repetirá indefinidamente.

        • Frabetti

          Totalmente de acuerdo. Pero eso, insisto, tiene mucho que ver con la política. En Finlandia, los maestros están entre los funcionarios mejor pagados; por estas latitudes, aún resuena la frase hecha «más pobre que un maestro de escuela».

  7. The Lady of Shalott

    Frabetti, me ha gustado mucho este artículo (pues como todos!). Yo reconozco que he sufrido desde pequeña la aritmofobia y que mi inclinación hacia el arte y las letras ha sido, directamente, preocupante. Lo que no quita para que te de la razón de principio a fin porque me apasiona la Física y debo admitir que me quedo con el relato, con la conclusión y con la anécdota, pero no asimilo la complejidad matemática que hay detrás (aunque me emocione profundamente). La manzana de Newton. El prisma de Newton. La corona de Arquímedes. Todos los hitos de la Ciencia. Por eso me gustaría alentarte para que no dejes de hablar sobre este tema; que nos transmitas la belleza de las matemáticas sabiendo que le hablas a profanxs que no podremos seguirte el ritmo. Por último, querría preguntarte algo y animarte a escribir sobre ello: en tu opinión, las matemáticas, ¿se crean o se descubren? Es algo a lo que le doy muchas vueltas… ¿Ya habíamos hablado de ello? :) Un saludo!

  8. Frabetti

    Gracias, Milady, por animarme a seguir escribiendo sobre mi tema favorito. En cuanto a si las matemáticas se crean o se descubren, hay una polémica milenaria que no parece próxima resolverse, y que divide a los matemáticos en idealistas y realistas. Mi opinión personal es que tanto «crear» como «descubrir» son términos difusos (y confusos).

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