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Mikel Ayestaran: «El periodismo apunta hoy más al corazón que al cerebro»

Mikel Ayestaran

La de Mikel Ayestaran (Beasain, 1975) es la historia de un chaval que estudia Periodismo, consigue un trabajo en una redacción con unas condiciones que ya nunca volverán a existir y acaba dejándolo todo para reportear desde las zonas más convulsas del mundo. Durante casi dos décadas, Ayestaran se ha pateado toda la geografía del desastre: hay barro de Kabul en sus botas, polvo de Bagdad en su chaqueta y humo de Donetsk en sus pulmones. Le gusta, lo hace bien, y hoy es uno de los rostros más conocidos de ese periodismo que se hace en todos los formatos, incluido el de un buen puñado de libros. ¿Premios? Otro puñado.

Un día de 2015, cansado de pasar más tiempo en el aeropuerto de Bilbao que en casa, decide mudarse a Jerusalén con su mujer y sus dos hijos, aunque, cuando se leen estas líneas, los Ayestaran acaban de instalarse en Estambul. Es difícil coincidir con él en el espacio y en el tiempo, por lo que no podemos desaprovechar una ventana que se abre milagrosamente en Donostia (pocos días después de llegar de Ucrania y horas antes de volar a Afganistán). Hablamos del oficio de contar el fin del mundo, de algo tan vocacional que cuesta llamarlo «trabajo», aunque será una de las palabras que más se repita durante la entrevista. Lo corroboran las más de mil vidas que ha esbozado en su libreta. Hoy es la del cronista la que nos interesa.

Una parada en casa entre dos coberturas. ¿Qué haces estos días? ¿Consigues desconectar?

Más o menos, sobre todo trato de no llevar el teléfono conmigo y bajar el ritmo en redes. Mi plan ideal es disfrutar de los días nublados y no alejarme demasiado del barrio del Antiguo. Vengo muy a gusto a casa, pero también me voy muy a gusto.

«Corresponsal en Oriente Medio»; «corresponsal en zonas de conflicto», «periodista de guerra»… ¿Qué eres exactamente?

Soy un periodista que va a las guerras, que cubre conflictos y, sobre todo, postconflictos. Durante muchos años trabajé enviado especial y en 2015 establecí mi base en Jerusalén para intentar ser corresponsal. En Oriente Medio te tocan momentos puntuales de extrema violencia y son siempre los más mediáticos, pero cuando pasan te das cuenta de la importancia de ir cubriendo las etapas entre pico y pico de violencia, sin ese contexto no entiendes los porqués. La etiqueta de «corresponsal de guerra» está muy manida, es muy peliculero y yo soy un actor mediocre.

Ya, pero se les da mucha importancia a las etiquetas.

La guerra también es difícil de etiquetar. ¿Hay guerra ahora en Jerusalén? ¿Hay guerra en Siria? Las guerras tienen muchas caras diferentes. Cuando hablan las armas, por ejemplo, los medios allí estamos porque no hay mayor espectáculo que una guerra en directo, la realidad supera por mucho a la ficción. Se me ocurre el ejemplo de Gaza, un lugar que cuando ruge eclipsa al resto de noticias, pero que en cuanto llega una tregua pasa totalmente al olvido y sus dos millones de habitantes siguen sufriendo el bloqueo en condiciones cada vez más miserables. Luego están las guerras mediáticas, económicas, energéticas… menos espectaculares y visuales, pero muy dañinas y de las que es muy necesario informar.   

Una de las guerras en las que he pasado la mayor parte de mi vida es la «guerra contra el terror», tal y como la bautizó George Bush en 2001, una guerra que ha aterrorizado a Oriente Medio, que es donde más muertos ha causado.

Es que son todos conceptos elásticos, como el mismo de «Oriente Medio». Hay quien lo estira desde Marruecos hasta Pakistán.

Para el público en general hay una gran idea de que todo el mundo entre Marruecos y Afganistán lo habitan moros y musulmanes. Cuando empiezas a explicar que existen los cristianos, o que hay yemeníes judíos, la gente se queda perpleja. Desde el punto de vista geográfico está claro, pero desde el periodístico lo hemos ido estirando porque cada vez hay menos gente trabajando allí. Un corresponsal en Oriente Medio cada vez abarca más. Ojalá fuera así, un mundo Schengen, sin fronteras desde Marruecos hasta Afganistán, pero es todo lo contrario. Necesitas un visado ya hasta casi hasta para entrar en regiones de esos países, e incluso barrios de las ciudades… Oriente Medio es una de las zonas más fragmentadas de la tierra. Yo personalmente considero que Oriente Medio engloba desde Egipto a Irán. Desde el punto de vista geográfico no tiene ni pies ni cabeza intentar meter al Magreb y por eso los medios anglosajones especializados utilizan MENA (acrónimo inglés de «Oriente Medio y África del Norte»), algo que resulta más acertado.

El mismo término, «Oriente Medio», ¿no te parece que destila una falta de interés por saber? ¿Algo así como un «cajón de sastre» donde metemos todo lo que nos resulta extraño?

Puede ser, aunque en esta región hay puntos de conexión evidentes, religiosos, culturales, étnicos… y sobre todo hay un conflicto que impregna al resto, que es el palestino-israelí, un conflicto tan manido como importante de resolver por mucho que Israel trate de mirar hacia delante con su política de hechos consumados. 

Mikel Ayestaran

Danos unas líneas generales para entender la región.

Es una zona con sarpullidos en la que la religión y la identidad tienen mucha importancia, no en vano aquí surgieron las tres religiones monoteístas. Esto es motivo de ebullición constante y de injerencia exterior. Israel y los territorios palestinos, donde he vivido entre 2015 y 2022, es una de las grandes tumbas del periodismo. Lo puedes contar, pero hasta que no vas ahí y lo ves con tus propios ojos no tienes ni idea de qué es la ocupación. Hay que apostar por crónicas de sujeto, verbo y predicado, sin florituras e intentar ser lo más didáctico posible explicando esas realidades, sin irse por las ramas. Si ya es complejo para nosotros, imagínate cuando se lo tienes que explicar a gente que vive a miles de kilómetros y que está mucho más preocupada por su día a día… Intento establecer puentes, buscar lugares comunes para hablar de minorías, de credos… algo que a la gente le pueda ayudar a comprenderlo, que le suene al menos familiar y cercano.

Y, por supuesto, es mucho más complicado hacerlo en un minuto que en diez; en cincuenta líneas que en cien. Intentar hacer entender las cosas en un minuto como piden ahora los informativos de las televisiones no es informar, es un milagro. Por eso me pasé al formato del libro, que te permite explicar y explayarte, o por eso fundamos Revista 5W, para que los temas tengan largo recorrido.

¿Pesa tanto Israel en la región o se trata de una hipérbole?

Pesa mucho más de lo que se dice en la región y en el mundo. Israel tiene un peso decisivo. Para mí es un must como periodista, un sitio por el que hay que pasar, sí o sí, para entender el poder que tiene esta gente, no solo en lo militar sino también en el aspecto lobista. Desde lo más pequeño hasta el Congreso de Estados Unidos, no dejan nada al azar, hacen trabajo de equipo, de comunidad; se palpa el sentimiento de pertenecer a una minoría y saberse amenazados… Siempre he dicho que Israel es una gran cooperativa, esa capacidad que tienen de juntarse y formar esa comunidad judía es muchas veces una cuestión de pura supervivencia.

¿El Holocausto sigue presente?

Es clave, no puedes entender el Israel actual sin el Holocausto, ni tampoco la actitud de los países europeos hacia Israel. Ese sentimiento de culpa va a durar generaciones. Ellos no lo dejan pasar ningún segundo y me parece fundamental porque es algo que no puede volver a ocurrir. Su presencia en la política israelí comenzó a ganar peso a partir de los años 60 y ahora es omnipresente a base de museos, fundaciones, películas, libros…

Se insiste a menudo en que el factor religioso es muy importante para entender las dinámicas en Oriente Medio.

Las rivalidades étnico-religiosas no son nuevas, pero en los últimos años la religión se ha convertido en un elemento definitorio clave. Ha habido dos momentos recientes claves como son la fundación del Estado de Israel y el triunfo de la revolución islámica en Irán. Son dos «bombas nucleares»: tienes un Estado judío en medio de un combo musulmán y otro chií en medio de un mar de suníes. Hay un factor religioso, pero sobre todo pesa el uso político que se le da. Si te fijas en los movimientos políticos, Oriente Medio era una zona de gobiernos seculares hasta ayer mismo, el dinero venía del bloque del Este y gobernantes locales como Nasser, Arafat, Gadafi o Saddam se movían en ejes socialistas y panarabistas. Pero cuando el dinero empieza a llegar del Golfo la religión empieza a cobrar peso, y eso ha sido clave para desestabilizar la región y dividirla.

Es entonces cuando tienes que explicar que Israel y Arabia Saudí son grandes aliados mientras que Catar y Emiratos, ambos árabes suníes, se odian a muerte… 

Todo es mucho más complejo y, además, no hemos conseguido quitarnos esa herencia paternalista de la cabeza. Les tratamos como si fueran conejillos de Indias a los que no se les da voz. Solo la elite en estos países habla inglés o francés, por eso intentar explicarlo en un minuto es tan complicado. Es un problema político, no religioso. Hay un miedo de los países musulmanes y sus aliados occidentales al islam político porque cuando les dejas votar en los países musulmanes en libertad, casi siempre ganan. En Egipto, en Túnez, en Palestina, en Turquía… Siempre están ahí. Conviene recordar las llamadas «Primaveras Árabes». Fue un momento en el que el islam político dio un paso adelante e inmediatamente lo aplastaron. El choque entre Catar y Emiratos o Arabia Saudí se basa en que en Doha no ven con malos ojos a los Hermanos Musulmanes mientras que en Abu Dabi y Riad les machacan. 

Mikel Ayestaran

Tras las revueltas del 2011 se hablaba de «dar una oportunidad al islam político». ¿Crees que habría funcionado?

Nunca lo sabremos porque Mohamed Morsi (presidente electo en Egipto tras la revuelta de 2011) apenas duró un año, un tiempo en el que, por cierto, los periodistas podíamos viajar a Egipto a trabajar. Pienso que el islam político lo tendremos que aceptar sí o sí porque gana terreno y la única forma de pararlo es la represión o los golpes militares. El caso de Egipto me dolió porque fue un proceso revolucionario de manual que viví en primera persona: consiguieron lo más difícil pero, al final, fue una ficción. El Ejército lo controlaba todo tras una cortina y acabaron dando un golpe de Estado con todos los parabienes de eso que llamamos «comunidad internacional». Al final a Occidente no le importa que seas un hijoputa si eres su hijoputa. Creo que hay una crisis de valores en Occidente muy importante y que se ha acentuado desde 2001 con la llamada «guerra contra el terror» de George Bush. No hay un interés real por defender los derechos humanos, las libertades, etc. Se usan eufemismos para cerrar fronteras a partir de países. Si los egipcios votan y a los israelíes y a nosotros no nos gustan los resultados, se patrocina un golpe de Estado y a otra cosa. En Egipto hay que subrayar que el islam político no ha recurrido a la violencia tras el golpe militar, pero Europa y Estados Unidos prefieren autócratas en el poder. 

Ya que mencionas el caso de Egipto, también se dice que los Hermanos Musulmanes secuestraron una revuelta que era mucho más plural en origen. Vimos algo parecido con el islam radical en Siria, la resistencia iraquí…

Son situaciones difíciles de comparar, aunque en estos tres países hay un denominador común: el islamismo político venía de años de durísima represión por parte de los regímenes. Con el paso de los años pienso que en los tres contextos les usaron como marionetas. En Egipto sirvieron para acabar con la era Mubarak y dar paso a la de Sisi, en Siria para dividir y debilitar a la oposición a Assad y en Irak, parecido. Tampoco se puede obviar que el islam político tiende a ser totalitario.

¿Quién decide de qué se habla? ¿Quién marca la agenda?

Indudablemente la agenda la marca quien tiene poder y en esta región el poderoso es Israel. Hay temas que pesan y países que siempre están en la agenda, y otros que no. Si hay algún interés occidental en ese país, si hay presencia militar, un tema de energía, si ha sido antigua colonia… También me pregunto a veces quién decide cómo desaparecen los temas de la agenda. Mira Siria o Irak. No recuerdo la última vez que escribí sobre ellos. Hemos pasado desayunando comiendo y cenando con ambos diez años y ya no existen. Luego están los desastres naturales, como Haití: hablas de ello una semana y luego a otra cosa. Diría que los temas cada vez desaparecen más rápido. Somos muy eurocentristas, allí donde se ha metido mano se conserva el contacto. Mira Ucrania. Casi todos los países árabes tienen una visión más prorrusa que proucraniana. Sin embargo, aquí estamos con un discurso monocolor de absoluta unidad de pensamiento.

¿Prorrusos los árabes? ¿Por qué?

Es más un sentimiento antiamericano, porque consideran que Washington exacerba sus problemas. Se agarran a la teoría de que la OTAN ha estado incitando a la operación militar y nadie olvida las consecuencias en esta región de la invasión de Irak, basada en las mentiras de las armas de destrucción masiva, en forma de guerras sectarias o el nacimiento del califato establecido por el grupo yihadista Estado Islámico en Siria e Irak.

Luego está la fatiga del público hacia ciertos temas, o incluso las modas, ¿no crees?

Esto ha pasado siempre, siempre hay modas. La cuestión palestina, por ejemplo, antes estaba mucho más en el candelero. Hay cosas que venden y otras que no, pero lo cierto es que cada vez nos cansamos antes debido a la sobrecarga de contenidos a la que estamos expuestos en las redes. Si hay un atentado a las ocho de la mañana en Bagdad, para el mediodía estás saturado de información e imágenes. No es como antes; ahora hay una capacidad de conseguir información mucho más inmediata y de compartirla más masiva. Respecto a las modas, el periodismo apunta hoy más al corazón que al cerebro. A veces estamos al borde del amarillismo y nos olvidamos que es muy importante que la gente piense. No hay que descuidar el lado humano, pero no se lo puede comer todo. Es un error no darle a la gente los instrumentos para que pueda pensar y sacar sus propias conclusiones sobre un tema. Corazón sí, pero con cabeza.

Mikel Ayestaran

Se han escrito decenas de miles de artículos sobre la ocupación, pero Israel sigue con su política de hechos consumados, desplazando a la población y levantando muros. ¿No te planteas hasta qué punto sirve para algo el periodismo?

«No sirve para nada», me repite una y otra vez Eugenio García Gascón, que vivió tres décadas en Jerusalén, cuando le hago esta pregunta. Tiene importancia hasta cierto punto lo que digan los medios de EE. UU., pero los de Europa somos irrelevantes. Los lobis tienen tanta fuerza que pueden permitir que los periodistas digamos lo que queramos porque hasta eso les sirve y lo muestran como una señal de tolerancia. 

Así que, desde el punto de vista práctico, no sirve para nada. En la ofensiva Margen Protector de 2014 me pasé más de cuarenta días en Gaza e Israel mató a más de dos mil trescientas personas, la mayoría civiles y entre ellos muchos niños. Salí de la Franja muy tocado y fue uno de los motivos para ir a Jerusalén, intentar saber más sobre un país que puede hacer eso sin tener que afrontar ninguna repercusión, al contrario. Cada vez que Israel tiene un problema con Gaza la «comunidad internacional» apela a su derecho a defenderse, pero ¿qué culpa tienen los civiles de Gaza? Si no es poca desgracia tener que vivir encerrados y bloqueados bajo el mando de un partido milicia como Hamás, hay que sumar los bombardeos. Al menos los periodistas lo contamos, que nadie diga luego que lo que pasa es una sorpresa. Pero nuestro trabajo no cambia las cosas sobre el terreno. A Israel le preocupa su imagen, pero le preocupa mucho más seguir adelante con su política de hechos consumados. Te piden una y otra vez «neutralidad», pero intentar mantener una posición equidistante y equilibrada, especialmente cuando uno es periodista, conduciría a la injusticia puesto que la situación sobre el terreno es profundamente desequilibrada.

Es como lo del Sahara: no existe más cercanía en el mundo hacia los saharauis que aquí, pero no se consigue que la voluntad de la gente se articule en un gesto político.

Marruecos aplica la política de hechos consumados de Israel. Con Palestina y el Sáhara hay una desconexión brutal entre la gente y la política. Puedes tener una serie de partidos progresistas que hablan mucho, denuncian cuando están en la oposición, pero cuando llegan al poder no solo no cambian las cosas sino que las empeoran, como ha hecho el PSOE con los saharauis recientemente. Los que nos dedicamos a esto sí que tenemos una antena puesta, y también veo que hay gente muy sensibilizada, pero que no deja de ser una minoría. Aquí no hay movilizaciones de verdad por nada. Me gustaría ver a la gente que viene del chupinazo de Sanfermines protestando por la subida de la gasolina o por los bombardeos en Gaza. Con todo, los palestinos y los saharauis son unos privilegiados en comparación a otros pueblos porque al menos algo hablamos de ellos. En lo que respecta a estos pueblos, son Marruecos e Israel los que deciden su futuro.

Decía Roger Ailes, fundador de la Fox, que la gente no busca estar informada, sino sentirse informada. ¿Lo suscribes?

Sí. También está la gente que solo busca reafirmar sus propias opiniones y si es posible en en ciento cuarenta caracteres. ¿Quién es el bueno? ¿Quién es el malo? ¿Quiénes son los míos? Así se simplifica todo a menudo. Es como la sobredosis de podcasts: la gente se va a hacer footing y espera volver a casa informada sobre Yemen. Lo que sí ocurre es que hoy tienes las fuentes, eso me parece importante. Antes era más difícil, pero hoy puedes contactar en un minuto con alguien en el Baluchistán iraní para chatear sobre la situación en la frontera con Afganistán. Hay que saber buscarlas y llegar a ellas y, sobre todo, hay que adaptarse y seguir, no llorar y desesperarse. Hay un exceso de información y el riesgo es la desinformación. Nunca hemos estado expuestos a tantos contenidos, es muy complicado de gestionar. 

«Adaptarse» parece siempre una idea clave.

Sin duda. Creo que se han denostado las redes con exceso. A mí me sirven como herramienta de trabajo y para mostrar mi trabajo. Tienes la posibilidad de seguir a diferentes analistas, partidos…  Me parece enriquecedor, un lujo si lo sabes usar. Por supuesto que hay mucho barro. De hecho, más críticas que durante la guerra de Ucrania no he recibido ni en Israel.

¿Y eso?

Hay un sector de la izquierda que defendía a Gadafi, a Assad, muy anclado en la teoría de que Rusia sigue siendo la URSS y Putin el secretario general del PCUS. Yo creo que la URSS era más democrática que la Rusia actual, al menos existía un comité en el que se podían discutir las decisiones. Pero ahora mismo es una persona la que las toma. Hay mucha confusión, mucha nostalgia y en el caso de Ucrania hay un invasor y un invadido. También hay un interés evidente de Estados Unidos de desgastar a su eterno enemigo, es innegable. Al final volvemos al viejo esquema de Moscú y Washington dirimiendo diferencias en un tercer país. 

¿Cómo se armoniza la figura del corresponsal formado, ese que conoce las claves del país en el que trabaja, y la del «paracaidista» que salta de guerra en guerra?

Son dos figuras complementarias. El paracaidismo es todo un arte porque llegar a un país y ser operativo desde el minuto uno es muy complicado. Puedes ser un crack en Irak pero pasa algo en Irán, tienes que saltar y no acabas de gestionar ese momento; no llegas a ser operativo muchas veces por problemas logísticos. La agilidad, como el conocimiento, se gana con la práctica. Si tú has viajado mucho por estos países, sobre todo de mochila, a la hora de currar te ayuda muchísimo para ser operativo. El otro extremo son los grandes medios que cuenta con productores locales u oficinas en las principales ciudades y para ellos es más fácil aterrizar. Cuando fui a Líbano en 2006 no tenía mucha idea de qué era Hezbolá, los problemas internos entre confesiones, el peso de la ocupación de Israel… Pero después de treinta y tres días de guerra te haces un curso acelerado. Tanto el corresponsal como el paracaidista necesitan de un proceso de aprendizaje. A mí me encanta la parte de paracaidista, el reto que supone en cuanto a contenido y logística y la repercusión que tiene el trabajo, porque normalmente se trata de breaking news y ocupas titulares y portadas.

Mikel Ayestaran

No hace mucho un medio enviaba a un plumilla, un fotógrafo y a veces a un cámara. Hoy te lo haces tú todo.

Las coberturas en zonas de conflicto son caras. Yo vivo bajo el síndrome del hombre orquesta. Cuando empecé me dijeron que el multimedia era el futuro, pero para mí es un presente continuo. Llevo haciéndolo desde 2006, trabajo en multiformato y para diferentes grupos de comunicación aplicando otra máxima importante: la transversalidad. No me gusta el periodismo de trincheras tan habitual en España. 

Un factor clave para el desarrollo del multimedia es el avance de la tecnología, que ha logrado democratizar la imagen o facilitar al máximo las conexiones. Ya no necesitas una cámara de veinte kilos al hombro que costaba miles de euros, en lo que respecta a imagen puedes hacer piezas con un móvil, yo cubrí así los primeros cuarenta días de guerra en Ucrania. Hay que intentar abarcar lo máximo, pero sin caer en el «multimierda», que es lo que puede ocurrir, hay que saber dónde está el límite y, sobre todo, ser consciente de que hacer fotos no significa ser fotógrafo y que grabar vídeos no te convierte en cámara. Tener un proyecto como freelance pasa por tener varias patas, no puedes tener solo una. 

También está la figura del fixer, los traductores y productores locales. Es gente clave en tu trabajo pero siempre invisibles para el resto del mundo.

Es una figura invisible para el gran público, pero imprescindible para nosotros. Sin ellos no puedes trabajar. Puedes salir a tomarte un café y poco más. Yo invierto mucho en relaciones personales más allá del curro, es una relación de confianza, e incluso de amistad, así que cuando hay gente que solo está contigo por la pasta lo notas enseguida. En cuarenta y dos días en Ucrania trabajando con dos personas no volví ni un solo día a casa sin historia.

Un reportero de guerra trabaja a menudo en lugares de los que busca salir lo antes posible. ¿Cómo crees que afecta esto a la hora de contar una historia?

No lo comparto, nosotros vamos en dirección contraria. Recuerdo volar a Georgia en 2008 en un avión vacío y aterrizar en un aeropuerto repleto de civiles ansiosos por escapar. Lo mismo en Egipto en 2011, Siria, Irak… Un reportero lo que busca de forma desesperada es llegar cuanto antes al lugar más caliente del momento y si puede llegar el primero, mejor. Los civiles, por su parte, escapan. Luego la operación salida depende de la importancia del tema en la agenda. La estancia se alarga en función del interés que despierte la cobertura. Tenemos la jodida suerte de tener un pasaporte europeo y unos euros en el bolsillo que nos permiten salir cuando es necesario. Para otros muchos es imposible. 

Más allá de gestionar el peligro, ¿cómo procesas el drama que recoges de entre los protagonistas de tus historias? ¿Qué haces para que no te afecte?

Mi terapia es el día a día de una casa en la que tenemos dos hijos de diez y trece años. Terapia de choque. Llego y me meto de lleno en las escuelas, extraescolares, el fútbol del fin de semana, excursiones… es como el doctor Jekyll y mister Hyde. Cuando estoy en Kabul estoy al cien por cien en el trabajo y cuando aterrizo en casa, estoy en casa. Los casi diez años que pasé como enviado especial me sirvieron para tener los pies en el suelo. Cuando uno está metido de lleno en un trabajo tan intenso se piensa que no hay nada más en el mundo, pero se equivoca. La vida sigue y tenemos la enorme fortuna de ir, contar esas desgracias y poder regresar a una zona de confort, pero afectar siempre te afecta, de lo contrario serías un cínico. Yo creo que lo llevo bien, pero me he venido abajo en algunos momentos después de trabajar en lugares como Gaza, Mosul o Alepo. Si nosotros hablamos de estrés posttraumático, ¿de qué tendrían que hablar nuestros colegas locales que se quedan allí?

Volviendo al pasado, antes alguien con tu trayectoria aspiraría a dirigir una sección de Internacional, a una corresponsalía potente… Hoy basta con poder seguir haciendo lo que haces.

¿Dirigir? Yo quiero vivir. Antes había fichajes, contratos potentes, grandes secciones de internacional, presupuesto para coberturas… Todo tiene su momento, pero hoy mi único objetivo es poder seguir haciendo lo que hago, porque soy feliz y me permite vivir de esto. Además, he conseguido que la familia me acompañe y desde 2015 mi esposa y mis dos hijos forman parte de este viaje. Mi casa se ha convertido en una especie de redacción familiar, con el despacho en mi dormitorio, el plató de directos en el balcón y mis libros sobre religión, política y otras hierbas mezclados con los tebeos de los niños o las novelas de Aloña. ¿Cuánto podré durar? Esa es la gran pregunta que me hago cada día, yo voy a estirar todo lo que sea posible. De todas formas, soy realista y sé que somos las ramas más lejanas del árbol y los primeros en caer. Sigo buscando patas para mi silla como han sido los libros o los documentales, ahora me gustaría escribir novelas… buscar más patas para mantener este modo de vida. En mi caso también es importante la colaboración que mantengo desde el inicio con los grupos Vocento y EiTB, en los últimos dieciséis años me han demostrado seriedad y confianza, y espero que esto no cambie. Sin una estabilidad mínima de trabajo no hay quien saque esto adelante.

Y eso teniendo en cuenta que eres uno de los pocos freelance que no vive en la precariedad.

Yo no vivo en precariedad, vivo con incertidumbre. Esta es una elección personal que me empuja a estar despierto. El camino es muy largo y estar en lo alto de la ola cuando tienes trabajo sin parar como en la Primavera Árabe en 2011 o en Ucrania, es la parte bonita y sencilla. Lo duro llega después, cuando tu zona pasa a un segundo plano informativo. Soy de Volkswagen Golf y diésel, no de gasolina, y el trabajo de freelance en Oriente Medio precisa de un motor diésel que te permita tirar millas viendo bien el paisaje. Me acuerdo que cuando empecé con esto del multimedia un corresponsal de un medio público nacional me acusó de matar la profesión porque iba solo por la vida haciéndolo todo. Me encantaría viajar siempre con un fotógrafo, un productor, etc., pero no es posible, en todos estos años solo en una cobertura de 5W en Siria he viajado con un fotógrafo. Lo que hago hoy en día es lo más normal en el periodismo de 2022, nada extraordinario. Para mí lo más difícil sigue siendo el fondo, el contexto. En el caso de la televisión, por ejemplo, puedes hacerte directos de cualquier sitio, pero, ¿qué vas a decir? Es lo que trato de currarme lo máximo porque al final solo tengo un minuto.

¿Crees que es necesario ese directo desde Jerusalén contando lo del último coche bomba en Kabul?

Es necesario porque al menos se habla durante cuarenta segundos de Kabul. Es importante no olvidar. Desde el punto de vista del contenido trataré siempre que se note al menos las decenas de veces que he pasado por Afganistán. Creo en el periodismo de especialistas.

Mikel Ayestaran

Tienes casi doscientos mil seguidores en Twitter, eres uno de los periodistas más conocidos del país. ¿Cómo gestionas ese ego?

El ego de los periodistas no entra en un estadio de fútbol. Así somos. Lo más grande es que la gente me agradece por la calle el trabajo y recuerdan a protagonistas de mis historias. Eso es la leche, que te pregunten por esos testimonios. El impacto depende de la actualidad. El precio de los churros en la plaza del Maidán de Kiev, por ejemplo, puede tener miles de retuits ahora, pero un hilo sobre la visita de Biden a Irán puede convertirse en algo residual. Lo principal sigue siendo la credibilidad, que la gente te conozca por lo que dices. Me obsesiona que la gente sepa que sé de lo que hablo, que me crea, y a veces es muy complicado por todo el ruido que hay. Se trata de construir un nicho en el que no haya carnaza sino información pura y dura. A mi me encantaban las cartas al director. Antes era muy difícil interactuar con los lectores, pero eso ha cambiado hoy y puede tener feedback directo con los libros, los artículos, las piezas de la tele… Yo quiero que mi trabajo se lea, que me vean en la tele y me crean.

También te ayudará a vender libros.

Sí, es un buen escaparate. La campaña de Jerusalén, santa y cautiva me tocó en pleno covid y la hice entera por las redes, y me lo pasé muy bien entrevistando a los protagonistas, compartiendo vídeos… la clave es que hemos formado una gran comunidad en Twitter, Facebook e Instagram interesada por temas de Oriente Medio. 

Hablando de libros, utilizas la primera persona en tus libros. ¿No es un anatema para un periodista? 

Hay opiniones de todo tipo sobre esto. Yo escribo en primera persona y en presente, algo que choca con el libro de estilo de la crónica informativa tradicional que apuesta por la tercera persona y el pasado. Hice un primer intento en Gaza, cuna de mártires, seguí explorando en Oriente Medio, Oriente roto y ahora ya me siento cómodo incluyendo a Mikel Ayestaran como parte de la historia. Desde 2006 trato de forjar una imagen, una marca propia y es justo que los lectores tengan acceso a más información sobre esa persona a la que siguen y leen.

¿Cuáles son tus referentes entre los periodistas que optan por este formato largo?

Desde que leí El adversario de Emmanuel Carrere estoy abducido por esa forma de narrar y compartir los demonios propios con los lectores. Siempre que puedo, tengo libertad, algo relevante que contar y que pueda añadir valor a la historia. exploro ese camino entre la crónica y el testimonio personal. Aunque el ego de Carrere es extremo, es un personaje en sí mismo con capacidad de llenar libros sin salir de su propia cabeza, como el caso de Yoga. De momento, estoy muy lejos y me conformo con pinceladas de egoteca en mis libros. Soy un carreriano militante y he logrado convertir para la causa a gente de peso como Agus Morales, director de 5W

Mencionabas la credibilidad pero siempre pesa la sospecha de las «líneas rojas» que les imponen los medios a los periodistas. ¿Cuáles son las tuyas?

Mis medios nunca me han dicho que escriba algo o deje de hacerlo, las líneas me las pongo yo mismo. Faltaría más, en estos países te juegas el tipo y el trabajo. Por ejemplo, en Irán, una serie de artículos sobre la prostitución y el porno en el país me costó el visado y estar en una lista negra. ¿Es mentira? No, pero es algo que los ayatolás no van a permitir que se cuente y lo hice por ser joven e inexperto. En Siria, trabajando con el régimen, ocurre lo mismo. No es el Grupo Vocento o la televisión vasca las que me ponen las líneas, sino yo mismo porque conozco a mis censores. Lo que echo a veces de menos en los medios es un mayor peso en la edición, tener al otro lado alguien discuta el fondo y la forma de tus temas. Esa es la manera de crecer. 

¿No es precisamente esa autocensura el sueño de todo déspota? ¿De qué habla entonces un corresponsal establecido en Teherán o Rabat?

Escribir entre líneas es un arte porque hay lugares en los que es fundamental estar. Ocurre ahora con Moscú, cuando comenzó la salida de corresponsales no me lo podía creer. Ahora es el momento de estar allí. En Teherán y Rabat quienes te censuran te respetan más por lo que sabes que por lo que escribes en el día a día. No son tontos y tampoco ellos se tragan la propaganda oficial. Son conscientes de que nosotros tampoco lo hacemos y es un toma y daca constante para estirar al límite sus reglas. Pero hay que estar, eso es clave.

Dices que se te ha caído el mito de la corresponsalía desde que estás en Jerusalén.

La he tenido muy mitificada, sobre todo la corresponsalía freelance. Es una labor estajanovista. Para mantener este modo de vida en Jerusalén tienes que trabajar 24/7, porque no es lo mismo moverte solo que con tu familia. El mito es que estás acostumbrado a relacionarte con compañeros que tienen los gastos pagados y esa es una lucha desigual que la gente desconoce. Se nos mete a todos en el mismo saco, pero cuando estás metido en el barro es un trabajo muy exigente.

Sin embargo, queremos que la información sea gratis.

El bueno, bonito y barato no funciona en este negocio tan caro. Nos centramos en un debate económico, ¿cómo sacar dinero? Me gustaría que el debate fuera de formatos y contenidos, porque está claro que la gente sigue consumiendo. Los medios invierten de manera puntual en casos como el de Ucrania, que ha sido lo más grande desde 2011, pero lo difícil es el después, cómo mantener el interés por el país cuando pase el pico. Lo jodido es el postconflicto, el medio plazo. Las personas que gestionan los medios no tienen la tecla porque son emigrantes digitales, como yo, la rentabilidad llegará de la mano de nativos digitales. 

¿Cómo se puede seguir apostando por el papel en el mundo digital?

El papel es del siglo XX. Quizá quedará algún resto, pero en la época digital lo tiene realmente mal. Da prestigio, pero lo tiene mal. Me viene a la cabeza The New York Times. El volumen de contenido es abrumador y creo que la clave está ahí, en contratar periodistas que generen contenidos de calidad. A la gente le gustan los especialistas, los expertos… La gente quiere lo mejor. Quiero pensar que vamos hacia un modelo cada vez más a la carta, como ya ocurre en la televisión.

La BBC incluso tiene un canal de TikTok.

Creo que los medios tienen que estar ahí. Yo lo estuve explorando con mi hija, pero no veía cómo utilizarlo. Volveré. 

Igual es que te has hecho mayor.

Sin duda. El problema es que con cuarenta y siete ya eres un senior en este sector. Lo vi en Ucrania. Yo era uno de los más veteranos y eso no es normal, porque sigo necesitando referentes. 

Mikel Ayestaran

Volviendo a Ucrania. ¿Qué opina del caso de Pablo González, su colega detenido prácticamente incomunicado en Polonia?

Coincidí con Pablo por última vez en Polonia. Nos juntamos en Przemysl y trabajamos juntos durante tres días. Luego crucé a Ucrania y él no pudo porque estaba trabajando con un canal francés. Me dijo que pasaría al día siguiente, que le reservara el hotel en Lviv. Lo hice, cogí el piso de al lado para los franceses, esperé, pero no apareció. Luego me llamaron para darme la noticia y me quedé blanco. Lo que le ha pasado no tiene nombre, no nos damos cuenta de lo grave que es. Le puede pasar a cualquiera, y eso es algo que genera un sentimiento de indefensión brutal. El susto fue tal que cuando salí de Ucrania por primera vez lo hice vía Hungría en el Transcarpatia Express, evitando cruzar a Polonia. 

Ucrania también nos ha enseñado que existen refugiados buenos y malos.

Sí. Con los ucranianos se ha demostrado que realmente existen los mecanismos capaces de absorber a la gente que huye de un conflicto de alta intensidad. En este caso también ha habido un boom mediático brutal y los políticos querían una parte de ese eco. Si algún gobierno hubiera tomado alguna medida similar a las que se han adoptado con afganos o sirios habría sido algo muy impopular. Ha existido una voluntad política y se ha hecho incluso un uso partidista de la guerra, se le ha querido sacar un rédito político. En este caso la voluntad de la gente y la de los gobiernos han ido de la mano. Mi traductor afgano recibió el viernes pasado la entrevista en la embajada de Pakistán para poder salir del país después de nueve meses de espera. La política del cierre de puertas radical es hiriente.

¿Hay que abrirlas? ¿Es factible?

Con los ucranianos hemos visto que sí. Se abran o no el goteo de inmigración no va a parar. Europa está experimentando un cambio de su población. La raza blanca va menguando y caminamos a un mundo de fusión, mezcla. Esto es solo el principio.

Pienso en Ceuta y Melilla sin concertina, y con África entera llegando en tropel.

Habría un efecto llamada inicial, sería algo masivo, pero luego pasaría. En cualquier caso, existe una obligación de acogida con muchos países. ¿Quiénes somos para cerrar puertas? ¿Qué haríamos nosotros en su lugar? Siempre hay que tratar de ponerse en el lugar del otro.

¿Cómo lo hacemos?

Poder migrar hacia un país que ofrece más oportunidades tendría que ser un derecho universal, pero, claro, una cosa es lo que te gustaría y otra lo que se puede hacer. Hay una minoría que puede viajar y otra que no puede aún siendo gente de paz. A nivel político se pueden establecer mecanismos con los países en conflicto. Creo que se puede hacer mucho mejor. Por ejemplo, el dinero que se invierte pagando a los guardacostas libios se puede utilizar de otra manera. Es un tema complejo, pero Ucrania nos ha enseñado que es posible.

¿Te preocupa la guerra del clima?

Por supuesto, pero reconozco que no le he prestado la atención suficiente. Estoy tan metido en todo el rollo étnico-confesional en la región que todo lo demás me pilla de lejos.

¿Cómo acaba un chaval de Beasain en esto?

Mucho es por culpa de los viajes con mochila, de los cómics de Tintín… No tengo antecedentes en la familia, fue una vocación tardía y no lo vi hasta que estaba en COU. Cuando acabé la carrera vi que el asunto estaba complicado y trabajé en maquetación. Luego llegué al Faro de Ceuta, también en maquetación, pero escribía mucho para mí. Más adelante, renuncie a unas condiciones, las de finales de los 90, que no volverán a existir.

Sigue, por favor.

En 2003 me hice un viaje a Irán y coincidió con el terremoto de Bam. Tenía una cámara Casio Exilim, de esas compactas, y una ONG, Informáticos Sin Fronteras, me dejaba un ordenador. Aquello me gustó, fue toda una experiencia, pero el periódico te daba lo que te daba. Viajaba mucho y publicaba temas de viajes. Cuando el El Diario Vasco me hace fijo por un error de forma, al mes siguiente me entero de que existen las excedencias. Tenía un primo en Seattle, me fui tres meses a estudiar inglés y acabé cubriendo el huracán Katrina en Nueva Orleans. Estaba lleno de corresponsales y aquel fue mi primer contacto. A partir de allí aceptaba todo lo que me salía. Luego, en 2006, un iraní al que conocí en Sanfermines me invitó a una mesa redonda sobre el conflicto vasco en Beirut (Líbano). Llegué y, a mitad de la emisión, Israel empezó a bombardear. Nunca había hecho televisión, pero me pasé treinta y tres días en ello. Cuando veo aquellas imágenes… Líbano se cerró, me ofrecieron a evacuarme a Siria pero me negué. Allí conocí a Tomás Alcoverro, a Maruja Torres, a Marc Marginedas.. a un montón de gente. Lo que está claro es que tienes que moverte, porque nadie te va a ir a buscar a casa.

Leguineche habla de las tres des del reportero de guerra: «divorciado, dipsómano y depresivo». Tú no pareces encajar.

El viaje más largo de Leguineche lo tengo siempre en la mesilla como una Biblia particular; qué fresco, qué manera de contar, y cómo era el mundo entonces… Yo creo que lo fue más en una época, cuando no había tantas conexiones. Uno se iba de viaje y se podía permitir ese estilo de vida. Hoy en día diría que no conozco a muchos con el patrón de las tres des. Ayestaran está casado, feliz con su vida y no es capaz de producir embriagado, aunque un buen vino o una Taybeh al final de la jornada es siempre bienvenido. 

¿La familia te hace asumir menos riesgos?

Sí, tener hijos pesa en ese sentido. En aquel primer viaje a Beirut me metí un taxi para ir a Tiro y hoy no lo volvería a hacer, no solo por la familia sino porque vas conociendo las dinámicas de los conflictos y sabes que Israel te pega y punto. Al principio asumes esos riesgos porque no tienes ni idea. Por otra parte, yo he tenido mucha suerte porque mi pareja siempre lo ha entendido y, además, es enfermera. Al estar todos juntos lo ven de cerca y lo entienden mejor pero yo siempre he sido muy «segurola», y hoy aún más. Me gusta producir viajes, los visados, crear equipo con el conductor y el fixer en un Toyota Corolla… Ahí me siento seguro. Sin embargo, cuando te «empotras» con un ejército regular y vas en un vehículo blindado que conduce un chaval de veinte años no dejo de preguntarme qué narices hago allí.

Te desplazas en breve para establecerte en Estambul. ¿Cómo va a cambiar tu vida?

Espero que a mejor. Cada cinco años intento introducir un cambio fuerte en mi vida. En Jerusalén me he dado cuenta de que me estaba apoltronando; pasaba algo en Yenín y no iba, llamaba por teléfono y me lo contaban… Un día abres los ojos y te dices que no puede ser. Hay que moverse. Luego me fío mucho de la intuición de Aloña, mi mujer. Ella veía que siete años y medio en los ciclos que se manejan en nuestra profesión es demasiado tiempo. Mis hijos han pasado más tiempo en Jerusalén que en Azpeitia, han crecido en medio del conflicto y quiero que vean más cosas, sacarles de esa espiral de odio y racismo. Jerusalén no deja indiferente: Ane echa de menos la ciudad santa, Telmo no quiere verla ni en pintura. Creo que es bueno plantearte retos, nuevos sitios y nuevas líneas rojas.

En Turquía seguro que las tendrás entre kurdos, LGTBI, opositores a la ortodoxia nacional-islamista imperante…

Me tengo que poner al día. Es un gigante con un enorme peso en la región en el que el islam político ha logrado establecerse, al menos en su versión a la turca, de la mano de Erdogan. Sigo mucho a los compañeros que llevan años en el país y trataré de aprender rápido. En Jerusalén tuve la enorme fortuna de tener cerca a Eugenio García Gascón, un padre, un referente, un amigo, una buena persona, un auténtico genio. Y estás en lo cierto, en Turquía andan sobrados de líneas rojas, basta echar un vistazo a la situación de los colegas turcos de profesión. También está la proximidad a Ucrania, conflicto en el la mediación turca es clave. Espero trabajar mucho allí.

La guerra te queda cada vez más cerca. ¿Cómo crees que nos va a afectar todo esto aquí, en casa?

Esto seguirá siendo una burbuja, no creo que cambie tanto. Los restaurantes siguen llenos, la gente no deja de irse de vacaciones… Seguimos siendo el primer primerísimo mundo, por eso todo el mundo quiere venir aquí, y no a China o a Rusia. Perderemos poder adquisitivo, pero seguiremos teniendo un tejido social y unos privilegios que no existirán en ningún otro lugar del mundo.

Mikel Ayestaran

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