Ciencias Entrevistas

Juan Ignacio Pérez Iglesias: «No todo lo expresable y lo conocible, incluyendo lo sublime, es reducible al lenguaje propio de las ciencias experimentales»

Juan Ignacio Pérez Iglesias para Jot Down

Es famosa la frase de Max Aub que asegura que uno es de donde estudió el bachillerato. Si ese es el caso, Juan Ignacio Pérez Iglesias (Salamanca, 1960), Iñako para los amigos, sería de Bilbao, o de Portugalete, aunque su DNI asegura que nació en Salamanca y él mismo se define como ciudadano de una patria chica delimitada por Finisterre, Isaba y Lisboa. Pero si además extendemos la noción de Aub al tiempo, Iñako sería de la última generación que estudió un bachillerato que todavía pretendía (en aquella España prehistórica) ofrecer una educación universal en lugar de utilitaria. Esa pretensión de universalidad define al personaje. En tiempos de banderíos, sectas y tribus enfrentadas, Iñako habla con igual amor de su Salamanca natal, su Euskadi adoptiva y su Galicia mágica, confiesa sin pudor ser un bígamo del español y el euskera, de las ciencias y las letras, de la física y la biología. Y defiende, con igual intensidad, la singularidad del ser humano y la de los berberechos. 

[Esta entrevista se realizó durante las semanas que precedieron al nombramiento de Juan Ignacio Pérez Iglesias como nuevo consejero de Ciencia, Universidades e Innovación de Euskadi, N. de R.]. 

Llegas a Vizcaya con tu familia, con nueve años, procedente de Salamanca.

Así es. Vasco de Salamanca, eso es lo que soy, lo que no es lo mismo que ser salmantino de Euskadi. Nací en Salamanca, soy ciudadano vasco y me siento parte de este país.

¿Qué sentiste cuando llegaste a Euskadi?

Dejé una ciudad luminosa y llegué a una ciudad entonces oscura; nada que ver con el Bilbao de hoy. Fachadas ennegrecidas, mucho tráfico y lluvia. Vinimos en autobús y fuimos desde la parada hasta el barrio de Recalde, donde nos instalamos, a pie, arrastrando maletas por toda la ciudad. Me di cuenta entonces de que ya no iba a volver a estar con mis amigos, que había perdido el lugar donde había nacido y donde estaba todo lo que yo quería. Naturalmente no pensé todo esto de una manera clara, pero es lo que sentí.

¿Te han llamado maketo alguna vez?

No exactamente maketo. En Bilbao hice amigos enseguida, en el instituto de Recalde, el barrio donde vivíamos, en la periferia. Al año siguiente nos mudamos a Cabieces, en Santurce, que era la periferia de la periferia. Fue allí donde una chica de Santurce me llamó «coreano», que era un término similar para denominar a los que veníamos de fuera.

¿Cuándo aprendiste euskera?

Fue un proceso en dos fases. En sexto de bachillerato1 empecé a interesarme por el euskera por una suerte de romanticismo, y de ahí surgieron las inquietudes políticas. Las primeras clases las recibí en una casa parroquial de Portugalete. Más tarde, ya en la universidad, me di cuenta de que muchos estudiantes eran vascohablantes, a diferencia de lo que ocurría en mi barrio. Así que el interés en aprender euskera trascendió al romanticismo o lo que podríamos llamar la «motivación política»; realmente quería formar parte del grupo, había todo un mundo de relaciones que no quería perder, gente interesante que se expresaba en vasco. Así que empecé a asistir a clases, allí mismo, en la facultad y a practicar con los amigos, que toleraron mi euskera de principiante; me empeñé en hablar con ellos siempre en euskera hasta que fui capaz de manejar el idioma. 

O sea: fake it until you make it, ¿no?

Así fue. Sumergido en el ambiente adecuado y muy motivado, no se me hizo difícil. 

¿De veras? El euskera tiene fama de ser difícil

A la hora de estudiarlo, la estructura del verbo es sencilla. Nada que ver con el español y sus verbos irregulares, que son diabólicos. Por otra parte, ambos idiomas son semejantes fonéticamente. Naturalmente, el vocabulario es muy diferente y hay que aprenderlo y la gramática vasca tiene sus dificultades, pero cuando acabé la carrera hablaba bien. El siguiente paso fue escribir la tesina en euskera y luego la tesis. De hecho, la mía fue la primera tesis de biología que se escribió en este idioma. 

Da que pensar el hecho de que el autor de la primera tesis de biología escrita en euskera sea un vasco de Salamanca

El euskera, como toda lengua, es de quien lo quiera usar. Y creo que también dice bastante del proceso de asimilación amable que convirtió a un salmantino en un vasco de Salamanca. 

A la luz de lo que estamos hablando, ¿no debería ser obvio para todo el mundo a estas alturas que el bilingüismo es deseable, que es una virtud? ¿No deberíamos aspirar, en un país como España, a que todo el mundo fuera bilingüe?

Sin duda, y creo que el recelo que todavía se detecta en ciertos ambientes se debe sobre todo a un miedo o aversión a la diferencia. Es normal, ocurre en todas las sociedades y se manifiesta de maneras muy diversas, el conflicto lingüístico es una de ellas.

¿Uno es de donde estudia el bachillerato, como postulaba Max Aub?

A mí me gusta decir que mi patria es un triángulo que viene delimitado por tres puntos, Finisterre, Isaba y Lisboa.

Un triángulo. 

Exactamente, un triángulo con tres lados, ángulos, caras. Un triángulo de personas, de comidas, de paisajes. 

Cuentas en Primates al este del Edén (PAEDE) que dudaste entre ciencias y letras primero y después entre física y biología. 

Me gustaba y me sigue gustando la historia. Hubiera podido optar por esa carrera, pero el ambiente familiar de aquellos años en España era el que era…

Estudiar algo que «tuviera salidas», imagino. 

Exactamente. Y como también me gustaban la física y la biología, opté por el bachillerato de ciencias. Esa ambivalencia la he mantenido toda la vida, aunque ahora me intereso más por la filosofía que por la historia. En cuanto al dilema entre física y biología, lo resolví en COU, el último año del bachillerato, porque tuve una profesora de biología maravillosa cuya influencia fue decisiva. Gracias a ella descubrí que mi mayor aspiración intelectual era comprender cómo funcionan los seres vivos.

De hecho, el aspecto más remarcable de PAEDE es la visión original que ofreces, a medio camino entre la física y la biología.

Me gusta pensar en el organismo animal como una máquina biológica. La componente biológica está ahí, pero no deja de ser una máquina en el sentido más físico.

¿Te sigue interesando la física, entonces?

La física, como disciplina a estudiar, no tanto. Me interesa, y mucho, su papel en la historia de las ideas. En ese sentido, la física cuántica me parece fascinante, por cierto, aunque no la entienda. El cambio de paradigma que empieza a comienzos del siglo XX, la revolución cultural que suponen la relatividad y la mecánica cuántica transforma radicalmente nuestra concepción de la realidad. Poca gente es consciente de lo que representó. Se extendió más allá de la ciencia pura, impactó de lleno en la filosofía, la literatura, el arte. Las vanguardias artísticas y literarias de la primera mitad del XX no se entienden sin esa revolución de la física. Eso es apasionante. 

Juan Ignacio Pérez Iglesias para Jot Down

¿Así que todavía te debates entre ciencias y letras?

Me interesa la historia de las ideas. Esa noción armoniza ambos intereses. 

Y sin embargo en España sigue habiendo un cisma entre letras y ciencias.

En la medida en que las ciencias tienen una, vamos a decir, servidumbre con relación a las matemáticas, estudiarlas conlleva cierta dificultad, porque el lenguaje matemático no está al alcance de todo el mundo. Este hecho ya introduce una distancia. A esto hay que añadirle que las ciencias sufren el sambenito de ser frías, algo inhumanas. Se trata de una percepción que no tiene nada que ver con la realidad, pero su persistencia, junto con la dificultad de navegar las matemáticas, crea las condiciones para que haya un distanciamiento de estas disciplinas de una parte de la población, que ha optado por otros estudios.

También es verdad que desde las ciencias, a veces, tampoco ayudamos.

Todavía hay científicos, y no tan pocos, que menosprecian la literatura, filosofía, historia, tachándolas de «poco científicas», como si todo el conocimiento tuviera que ser necesariamente «de ciencias». 

¿Qué solución le ves al dilema?

Pues hacer pedagogía mostrando que las ciencias no están en absoluto reñidas con las humanidades, más bien al contrario. Como gusta decir a Pedro Echenique, la ciencia es, a fin de cuentas, una rama de las humanidades. Por otra parte, hay una tendencia en ciertas áreas a usar métodos tomados de las ciencias naturales. Hay excelentes ejemplos en disciplinas como la arqueología, la lingüística y otras. Pero conviene no pasarse de frenada. Parte del conocimiento en literatura, filosofía y otros campos, no es susceptible de ser descrito en términos analíticos o matemáticos; ¿qué ecuación puede captar el sentido de un soneto de Quevedo o una línea de Rilke? Cuando, por poner un ejemplo, en la Vida del Buscón, el autor describe a un personaje como «un clérigo cerbatana, largo solo en el talle», está utilizando unos recursos inaprensibles para las matemáticas. Es decir, no todo lo expresable y lo conocible, incluyendo lo sublime, es reducible al lenguaje propio de las ciencias experimentales.

Otro ejemplo sería la ética. 

También. Aunque identifiquemos con precisión los circuitos neuronales implicados en las decisiones morales, o aunque caractericemos a las personas en función de sus fuentes de moralidad, por ejemplo, esos estudios no tienen valor normativo. La opción moral va a ser siempre propia de cada persona, irreducible a los métodos de la ciencia. Para alcanzar un consenso ético como sociedad podemos recurrir a principios de diverso carácter. Por esa razón, esos consensos no son idénticos en todas partes, como sería el caso si pudiéramos alimentar, digamos, una red neuronal con criterios éticos supuestamente universales y aceptar como verdad la receta que la red nos proporcionara. Por eso hay controversias muy difíciles de resolver. 

Cambiando de tema. ¿Te gustan los berberechos?

Me encantan; uno de mis platos preferidos es una preparación de puerros confitados con berberechos al natural, aunque también se puede hacer con berberechos frescos.

No deja de ser razonable que te gusten, ya que les dedicaste considerable esfuerzo en tu tesis doctoral.

Estudié su crecimiento, reproducción y balance energético y cómo variaba ese balance a lo largo del tiempo. El berberecho, como otros bivalvos, es un sistema que permite estimar con precisión el balance energético completo a lo largo de ciclos estacionales y, por tanto, caracterizar los factores que determinan su crecimiento y reproducción.

Una tesis doctoral muy centrada en la fisiología, entonces.

Así es. Cuando acabé la tesis, como suele suceder en ciencia, exploré otros temas relacionados y empecé a estudiar asuntos tales como la alimentación y la digestión. Ensayábamos en el laboratorio dietas diferentes, para ver, bajo condiciones experimentales, cómo aprovechaban los berberechos el alimento que tienen a su disposición en su medio. Este tema es tan relevante que hasta el inolvidable Forges dibujó alguna viñeta sobre la digestión del berberecho… Bromas aparte, hay que entender dos cosas. La primera, que de los estudios comparados con distintas especies se aprende mucho y a esos efectos no hay especie mala; y la segunda, que los bivalvos son un modelo animal excelente porque son comedores continuos, por lo que puedes muestrear su comportamiento alimenticio en periodos relativamente breves de tiempo y en cualquier momento. Eso no lo puedes hacer conmigo.

Quizás no sea de extrañar entonces que vuelvas sobre estos temas en PAEDE. 

El balance energético y sus componentes, algo que aprendí con los bivalvos, es extrapolable a cualquier animal, también a nuestra especie. Lo que no es extrapolable es el modo de alimentación. El de los bivalvos es peculiar; además de ser filtradores continuos, tienen un sistema digestivo muy especial, cuyo estómago tiene un pequeño molino en su interior y la digestión final ocurre dentro de sus células hepáticas, que no es nada común. Esto es remarcable, porque la naturaleza animal usa pocas herramientas. Sin embargo, es capaz de múltiples combinaciones usando un repertorio de trucos relativamente reducido.

¿No te parece curioso que alguien que empieza una entrevista afirmando que lo que le interesa es la historia de las ideas se entusiasme de esa manera hablando de la digestión de bivalvos?

La fisiología de los berberechos es todo un ejemplo de ciencia en acción, de cómo indagar para entender cómo han evolucionado los seres vivos. Fíjate que podemos conectar a los bivalvos con los primates y de hecho en PAEDE dedico muchas páginas a estudiar cómo la especie humana desarrolla su propio repertorio de trucos para conseguir un balance energético óptimo. ¿Cómo no entusiasmarme?

Tras tu tesis doctoral sigue una década dedicada a la investigación para después dedicarte a la política universitaria. ¿Por qué ese cambio?

Fue gradual. Empecé a aceptar puestos de responsabilidad y aparentemente no lo hice mal en esos roles, pero no tuve la sensación de estar renunciando a mi carrera como investigador ya que durante aquel periodo publiqué mis mejores artículos. Pero me llamó el rector, Pello Salaburu, para proponerme ser vicerrector de euskera y le dije que sí.

¿Y al aceptarlo cruzaste un Rubicón?

Sí, porque una vez que entras en la política universitaria «en serio» te contagias de un virus que no tiene cura. Como me dijo hace años mi actual rectora, Eva Ferreira, «ya no puedes no saber».

¿Qué virus es ese?

El de tratar de hacer cosas útiles para el conjunto de la comunidad. Yo siempre había sido crítico con lo que no funcionaba en la universidad y se me brindaba la oportunidad de contribuir a cambiar lo que no me gustaba. Así que me decidí a probar suerte y al hacerlo entré en una rueda algo engañosa, en la que, siendo algo pardillo, me creía capaz de hacer muchas cosas, demasiadas, más de las que realmente podía. Pero creo que algunos aciertos sí tuve y, en definitiva, me fui involucrando más y más. 

Hasta que fuiste candidato a rector. 

En efecto, y perdí mis primeras elecciones por dos (de trescientos) votos claustrales. Si hubiera perdido por veinte votos en lugar de por dos, me habría vuelto a lo mío y ahí se habría quedado mi carrera política universitaria. Pero perdí por un margen muy estrecho y hubo quienes me animaron a presentarme de nuevo. Lo hice y salí elegido en 2004.

¿Te arrepientes?

A veces he pensado que habría hecho mejor no presentándome, porque aparqué una carrera investigadora que iba bien. Pero también es verdad que cuando me metí en política universitaria perdí parte del interés por el trabajo científico. Un interés que volví a recuperar años más tarde, pero esta vez por la divulgación. Elegir es renunciar; cuando se escoge una vía se abandonan otras. Estuve cuatro años como rector y luego me dediqué a otra cosa, cuando se dio una confluencia de factores excepcionales que permitieron crear la cátedra de Cultura Científica y me ofrecieron su dirección. 

Hay un cierto paralelismo con la carrera de Pedro Miguel Echenique, ¿no?

Salvando las enormes distancias, me gustaría pensar que sí. Pedro aparcó una brillante carrera de investigación para dedicarse por unos años a la Política con P mayúscula, para después volver a la ciencia y más adelante combinar su rol de gran investigador con la creación de instituciones científicas punteras en Euskadi. Creo que hizo en cada momento lo que consideró correcto, aquello en lo que podía ser más útil. Pero los paralelismos llegan hasta donde llegan; él aparcó la política cuando ya estaba muy arriba en ciencia, mientras que yo me presenté de nuevo a rector y no salí reelegido. Era candidato único y en cualquier otra universidad la reelección habría sido casi automática (se puede votar sí o en blanco), pero en la UPV/EHU existía una normativa en virtud de la cual se podía votar no incluso en caso de candidato único. Recibí más noes que síes, entendí que la universidad no estaba de acuerdo con mi gestión, y decidí no volver a presentarme. Curiosamente, el siguiente rector y las dos rectoras posteriores, incluida la actual, habían formado parte de mi equipo. 

Y de ahí a la cátedra de Cultura Científica. 

Donde he sido feliz. He tenido el apoyo necesario para atreverme a hacer cosas arriesgadas y una suerte infinita con mis colaboradoras. 

Hablemos de divulgación de la ciencia. Hace quince años, cuando te hiciste cargo de la cátedra, apenas existía, y hoy en cambio podría decirse que está en plena erupción. ¿Cómo valoras toda esta diversificación, todo este boom? O, hablando en plata, ¿existe en la ciencia un nivel divulgativo que a menudo la simplifica en exceso y a veces la distorsiona?

La divulgación ha cambiado mucho en los tres últimos lustros y, como es normal, ese fuerte crecimiento no ha sido homogéneo. Hay de todo. Como dice el físico Joaquín Sevilla, hay diversidad, y eso es bueno. Hay quienes lo hacen muy bien, nada tienen que envidiar a sus muy alabados colegas anglosajones, y hay gente más floja, es inevitable. 

¿Qué me dices de la divulgación-espectáculo?

El espectáculo debe tener su espacio en la divulgación científica y, una vez más, hay excelentes divulgadores capaces de manejar ese registro. Pero no es mi estilo. En una ocasión dije en Twitter que «no quiero ciencia divertida» y me cayó la del pulpo. 

¿Qué quiere usted entonces, señor catedrático? ¿Ciencia aburrida?

Eso me dijeron, pero lo que yo quería decir con aquello es que en divulgación científica se trata, al menos en teoría, de que se conozcan y comprendan los descubrimientos. Divertir puede ser útil, pero despertar la curiosidad o emocionar puede ser igual de útil o más. El riesgo de la «ciencia divertida» es que prevalezca el adjetivo. Y es que es muy difícil contar una buena historia, que sea a la vez rigurosa e interesante. Y sin embargo, son esas historias apasionantes, emocionantes, interesantes, las que me atraen. 

¿Realmente sirve de algo divulgar la ciencia?

Gran pregunta. La divulgación de la ciencia busca que la gente tenga más cultura científica. Ese sería, digamos, el objetivo explícito, el que todo el mundo asume. Sin embargo, yo sostengo que se alcanza en una medida limitada. En España solo el 15 % de la población dice estar interesada en la ciencia. Eso no quiere decir que el esfuerzo sea inútil. De entrada, la fracción de españoles interesados en la ópera posiblemente no supere el 5 % y casi nadie cuestiona que se apoye la ópera. Dicho esto, yo creo que el logro de la divulgación (o de la comunicación) es que pone a la ciencia en el espacio público, la hace visible y así la prestigia. De esa manera, los poderes públicos también perciben que dedicar recursos a la ciencia es beneficioso. En plata: para mí la divulgación científica es, en gran medida, un mecanismo de propaganda. Si me preguntas a qué me he dedicado estos últimos años, te confesaré que mi actividad ha sido de agitación y propaganda de la ciencia. Y estoy orgulloso de ello, porque, si bien, como he dicho, la ciencia solo interesa a una pequeña parte de la sociedad, no es menos cierto que el 90 % de esa misma sociedad dice valorarla y apreciarla, la considera necesaria e importante. Esa percepción se debe, en gran parte, a la comunicación científica. 

Juan Ignacio Pérez Iglesias para Jot Down

Eres presidente del comité asesor de The Conversation en español (TC). ¿Qué valor añadido aporta esa iniciativa?

En primer lugar, excelentes artículos. En segundo lugar, TC añade un mecanismo de republicación en otros medios y, por tanto, su alcance es enorme. Por otra parte, empezamos a ver que TC facilita las colaboraciones entre grupos de investigación. Es decir, añade el valor de la conexión científica, la creación de redes. En estos últimos seis años TC ha conseguido generar una nutrida comunidad, que no existía como tal y que, sin embargo, tiene un potencial enorme como agente transmisor. Y lo importante es que se trata de un agente dirigido no solo a un público que lee, sino a un público que emprende, a un público que administra lo público, a un público que legisla. TC es un gran invento.

Hablemos de tus libros, empezando por una auténtica joya: Animales ejemplares (AE). 

Este es quizás mi trabajo más literario. En ese libro hubo «voluntad de estilo», una expresión que, en su presentación, utilizó Pedro Ugarte, un escritor al que admiro. Como entonces le respondí, traté de atenerme a tres principios: claridad, concisión y elegancia. La elegancia es ese rasgo sutil que consiste en encontrar la palabra precisa, ponerla en el sitio adecuado y dar así al texto el ritmo idóneo que hace que el texto te lleve.

De hecho, un título alternativo podría haber sido Animales elegantes. El libro recuerda, por lo preciosista y exquisito a las Ciudades invisibles de Italo Calvino. 

De hecho me resultan elegantes bastantes de los animales que pueblan ese libro (y las ilustraciones, un lujo, por cierto). No es tan difícil crear cierto lirismo cuando se escribe sobre un pez que habita los fondos abisales y atrae a sus presas produciendo luz. Quizás un punto común con las Ciudades invisibles sea la diversidad, igual que en la obra de Calvino cada ciudad es única, los animales de este libro también lo son y cada uno de ellos ilustra cómo la naturaleza, con su limitada máquina de herramientas, es capaz de resolver multitud de problemas diferentes. 

En cambio, si tuviera que comparar a PAEDE con una obra literaria recurriría a Guerra y paz. Es todo un tour de force

Es que PAEDE trata de la evolución de nuestra especie y eso son palabras mayores. Aunque tampoco renuncio a la «voluntad de estilo» que decía antes, ni a un punto de lirismo que trato de conseguir, entre otras cosas, a través de referencias literarias. Sin ir más lejos, Al este del Edén es una de las grandes novelas del siglo XX. 

Hay una frase muy provocativa de Naval Ravikant que quiero citarte en este contexto: «No te tomes tan en serio. Solo eres un mono con un plan». Cuando escribes PAEDE, ¿tu propósito es darle la razón o llevarle en la contraria?

No somos monos con un plan. Los seres humanos somos especiales. Solo nosotros —un nosotros que quizás incluya a neandertales y denisovanos— hemos creado el lenguaje, nuestra característica más genuina, más incluso que la moral. Solo la especie humana dispone de un lenguaje articulado que no tiene equivalente en ninguna otra. Hay otros animales que se comunican, algunos de forma compleja, pero, que sepamos, nada hay comparable al lenguaje humano. Y esto supone una innovación tan radical en la historia de la vida que forzosamente me lleva a decir que somos diferentes. Sin el lenguaje, la mera imitación de comportamientos, que es la única otra forma de aprender de otros, permite una transmisión muy limitada de conocimientos. Esa prótesis biocultural —en afortunada expresión del neurocientífico Xurxo Mariño— que es el lenguaje permite una transmisión cultural acumulativa de carácter único.

A PAEDE le pasa lo que a la canción de Jethro Tull (demasiado joven para morir, demasiado viejo para el rock and roll). Podríamos argumentar que es demasiado riguroso para ser divulgación al uso. Y es demasiado ameno, con demasiada voluntad de comunicación para ser un ensayo académico.

No es un libro orientado al gran público, pero sí a un público amplio con un cierto nivel científico. Esta es una apuesta corriente en el mundo anglosajón; por ejemplo «Los tres primeros minutos del universo», de Steven Weinberg, por citarte a un colega tuyo, es un libro apasionante que cualquier persona científicamente ilustrada puede devorar de una sentada, pero no necesariamente apto para todos los públicos. Esos libros, en los que se exponen ideas relevantes sin hacer excesivas concesiones a la simplicidad, son necesarios, y adecuados para desarrollar la cultura científica de un país. 

¿Qué es la cultura científica?

La combinación de tres elementos. Uno es el hecho científico en sí, lo que incluye las grandes teorías, como la de la relatividad o la de la evolución, y descubrimientos como el efecto fotoeléctrico, la fisión nuclear, o la estructura del ADN. Otro es el marco histórico de esos descubrimientos; aquí entra no solo la historia de las ideas científicas, sino también el contexto sociológico y cultural en que surgen. Y el tercero es la comprensión, con todas sus consecuencias, de que el conocimiento científico es provisional y contingente, no está garantizado.

De hecho, tú hablaste de ese carácter provisional y contingente de la ciencia durante la covid, cuando todo el mundo esperaba que la ciencia ofreciera un milagro. 

Curiosamente, lo ofreció; el desarrollo de las vacunas contra el covid en un tiempo récord, muy inferior al que había llevado desarrollar cualquier otra vacuna, no puede calificarse de otra cosa que de milagro. Pero no era inevitable. La ciencia no tiene varitas mágicas.

Tampoco dispone de unas tablas de la ley.

En efecto o, para ser más preciso, esas tablas cambian. El cambio es gradual en algunas ocasiones y revolucionario en otras. El motor de nuestros coches de gasolina no ha cambiado mucho, al menos conceptualmente, con respecto al del Ford-T de hace cien años, pero muchos de los conceptos científicos que manejamos rutinariamente a principios del siglo XXI no existían a principios del XX. 

Es decir, durante los últimos cien años hemos descubierto muchos desconocidos-desconocidos. 

Así es. La ciencia se plantea a menudo en términos de los desconocidos-conocidos (y, desde luego, toda la burocracia de la ciencia gira en torno a ellos). Un desconocido-conocido (DC) es una pregunta para la que carecemos de respuesta. Ejemplos de DC son la causa de las enfermedades. ¿Qué causa la viruela, o la peste, o la malaria, o el sida? Esas preguntas han sido muy importantes en su momento y legiones de científicos han trabajado para encontrar las respuestas. Pero en el caso del desconocido-desconocido (DD), ni siquiera sabes cuál es la pregunta y a veces das con la respuesta por pura casualidad, como en el caso del descubrimiento de los rayos X, o la radiación de fondo de microondas. A menudo, los DD generan revoluciones tan profundas que la ciencia y la tecnología después de estas sería irreconocible unas pocas décadas atrás. 

Lo que genera un desconcierto enorme.

Y es por eso, para darle sentido histórico y filosófico a estas transformaciones tan profundas por lo que la cultura científica es tan importante.

Juan Ignacio Pérez Iglesias para Jot Down

Volvamos por un momento a la covid. En esa época se dan dos fenómenos opuestos. Por un lado se genera una especie de fe casi irracional en la ciencia, de la que se exige, como hemos hablado antes, poco menos que un milagro. Casi a la vez, o más bien, con cierto retraso, cuando ya la ciencia ha operado ese milagro, surge el fenómeno antivacunas que desconfía profundamente de esta. 

Aquí entramos en otro tema apasionante, el de cómo conciliar binomios tales como conocimiento y gobernanza. Todavía no sabemos manejarnos con esos binomios y aprender a hacerlo es una prioridad, esa es una de las muchas lecciones que nos ha dejado la covid, tenemos que encontrar soluciones que armonicen la ciencia y la democracia. Y encontrarlas es urgente, no podemos permitirnos el lujo de seguir ignorándolas en una sociedad tan tecnificada y tan expuesta a riesgos existenciales como la nuestra. 

¿A qué riesgos te refieres?

Los que entrañan la inteligencia artificial, la biotecnología, la manipulación genética, la fisión nuclear… Hay riesgos como la bomba atómica que no han desaparecido, pero que pueden volverse mucho más difíciles de manejar cuando los combinas con IA. Y otros riesgos nuevos que la propia covid puso de manifiesto, como la posibilidad de liberar un virus letal. La lista de posibles calamidades es larga y por tanto es muy importante que seamos capaces de arbitrar una convivencia armónica entre ciencia y poder, entre ciencia y gobernanza, entre ciencia y democracia, porque a lo mejor de eso depende la misma supervivencia de nuestra especie. 

Hablemos de inteligencia artificial. ¿Debemos regularla? 

La mera regulación no resolverá el problema, deberíamos ser capaces de crear mecanismos que permitan introducir valores universalmente compartidos en los algoritmos de IA y penalizar a quien no lo haga, como cuando se penaliza a quien no respeta derechos fundamentales. Y no me refiero solamente a compañías, sino también a países, si fuera necesario. Nos jugamos mucho en esto y me parece que si somos capaces de codificar elementos de racionalidad en los sistemas IA, deberíamos también ser capaces de introducir elementos de valor desde el punto de vista ético. 

¿Te parece una pretensión realista?

No te lo sabría decir, pero prefiero ser optimista, un poco por obligación, y porque tampoco tenemos mucha alternativa. El pesimismo, además de ser paralizante, no conduce a ninguna parte.

¿Por qué se debe invertir en ciencia?

Hay varias razones relacionadas entre sí. Una es que la ciencia produce conocimiento universal; cuando se descubre la teoría de la relatividad o se inventa el transistor, toda la humanidad puede beneficiarse de ello. Por tanto, todos los países están moralmente obligados a contribuir, en la medida de sus posibilidades, a ese acervo universal del conocimiento. Una segunda razón es que, cuando un país cultiva la ciencia de forma sostenida y coherente, con visión a largo plazo, crea más riqueza. Pero quizás el mayor beneficio de esas inversiones es el que se deriva de un mayor nivel intelectual de su ciudadanía, porque el conocimiento difunde al cuerpo social y eso eleva el nivel de cultura, sentido crítico y raciocinio general. Una sociedad científicamente informada es más culta y exigente, plantea a las autoridades mayores demandas en términos de eficiencia de gestión de recursos públicos y de transparencia. En resumen, es una sociedad que funciona mejor y es más democrática. Esto no es una ley científica, por supuesto, sino una convicción basada en datos.

¿Y qué me dices de la innovación?

Entiendo que las innovaciones son cambios que crean valor, pero en un sentido muy amplio que abarca campos tales como la educación, la comunicación o la atención social, y no limitados al ámbito industrial o empresarial.

¿Qué es Jakiunde?

Jakiunde es la academia de las artes, las ciencias y las letras de Vasconia, una entidad cultural de amplia extensión disciplinar y también geográfica, pues incluye a Navarra y el País Vasco continental.

Y sin embargo, su presidente es un señor de Salamanca. ¿Rompe esto un poco el cliché de la sociedad vasca cerrada y mirando a su propio ombligo?

La vasca no es una sociedad cerrada, y no porque el presidente de Jakiunde sea un señor de Salamanca. Simplemente no lo es; no lo suelen ser los pueblos que miran al mar, por cierto. Jakiunde tiene vocación universal, pero que no por ello renuncia al contexto vasco como referencia principal. Hay entre nuestros miembros personas de las ciencias, la filosofía, las artes, las ingenierías, las letras… e invitamos a intelectuales de fuera de Euskadi y de fuera de España a que nos visiten y enriquezcan con su presencia nuestro foro.

Hablemos de literatura. ¿Recuerdas cuál fue la primera novela que leíste?

Creo que Robinson Crusoe. Antes había leído algunos de aquellos libritos magníficos de la colección «Historias Selección» de Bruguera.

Tu entrevistador los recuerda perfectamente. Ahora dinos un libro que realmente te impactó. 

Absalón, Absalón, de William Faulkner. Lo adquirí de pasada en una librería buscando aliviar el tedio entre los dos turnos que hacía en la cocina de un restaurante en el que trabajaba antes de entrar en la universidad. Cuando lo empecé a leer me pareció una cosa rarísima, pero me acabó cautivando. Fue toda una revelación de cómo se podía hacer una novela sin un discurso lineal y, de paso, pidiéndole al lector cierto esfuerzo a la hora de construir la historia. Más tarde me di cuenta de que Vargas Llosa hizo después algo semejante con La casa verde y Conversación en la catedral que, por cierto, me parece un monumento literario.

¿Sigues leyendo ficción?

Cada vez menos. Quizás tenga que ver con la edad. Quizás de joven uno lee más ficción porque está construyendo el mundo y por tanto necesita evocarlo, y a medida que nos hacemos mayores buscamos entenderlo mejor y eso nos lleva a otras lecturas. Me falta tiempo para leer todo lo que querría. Tengo sesenta y tres años; me quedan, con suerte, veinte años de buenas lecturas. Si consiguiera leer cincuenta libros por año, no pasaría de las mil obras. ¡Es poco, demasiado poco, casi nada!

Para terminar. Decía Gabriel Celaya que la poesía es un arma cargada de futuro. ¿La ciencia también lo es?

Yo diría que sí. Ignacio Conde Ruiz y Carlotta Conde Gasca sostienen (en La juventud atracada) que nuestra sociedad transfiere riqueza hacia las personas mayores en detrimento de las más jóvenes. El gasto público nos privilegia. Salud, jubilaciones anticipadas y facilidades de todo tipo en detrimento de buenos sueldos y buenas oportunidades para los jóvenes, y —ahí conecto con Celaya— en detrimento, entre otras cosas, del conocimiento, que es la semilla del futuro. No todo el conocimiento es científico, por supuesto, pero la ciencia es un elemento clave en el avance de las sociedades y en España, en general, se invierte poco en ella. Esa falta de inversión no perjudica tanto a los mayores —cuyo horizonte es limitado— como a los jóvenes. En un sentido muy literal, les estamos escatimando el futuro. Y aquí tengo que decir que en Euskadi se invierte el 2.2 % del PIB en I+D+i, un valor comparable a los de Francia y Alemania, del orden de la media Europea y bastante superior al 1.44 % que se invierte en el conjunto de España. Hay espacio para mejorar, claro está, pero no solo estoy convencido de que la ciencia es un arma cargada de futuro, sino que además tengo la convicción de que la sociedad vasca también lo cree. 

Juan Ignacio Pérez Iglesias para Jot Down


Notas

(1) El entrevistado y el entrevistador cursaron el plan de bachillerato que precedió al BUP, los estudios se dividían en bachillerato elemental (de primero a cuarto, entre los diez y los catorce años aproximadamente), bachillerato superior (quinto y sexto) y finalmente el curso de orientación universitaria o COU.

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6 Comentarios

  1. «El siguiente paso fue escribir la tesina en euskera y luego la tesis. De hecho, la mía fue la primera tesis de biología que se escribió en este idioma.»

    Para desarrollar el conocimiento biológico en la comunidad internacional de biólogos, nada mejor que escribir una tesis sobre biología en vascuence. Lo que no se entiende es por qué Pérez Iglesias no escribe sus artículos y sus libros en la misma lengua.

    *

    «-….¿no debería ser obvio para todo el mundo a estas alturas que el bilingüismo es deseable, que es una virtud? ¿No deberíamos aspirar, en un país como España, a que todo el mundo fuera bilingüe?
    -Sin duda, y creo que el recelo que todavía se detecta en ciertos ambientes se debe sobre todo a un miedo o aversión a la diferencia. »

    Es evidente que en España todo el mundo debería ser bilingüe español-inglés o español-francés (para los literarios). Pero ¿serlo en español-vascuence, ¿para qué? Basta leer lo que Unamuno o Baroja dicen de esa «lengua artificial» – como la llamaba Unamuno – para preferir una importante.

    (Y esto lo escribe alguien que es bilingüe por vivir en el extranjero desde hace muchos años).

    • Jordi_BCN

      A lo primero, ¿sabes que hay algo que se llama «traducción»? Quizá no.
      A lo segundo, yo soy cuatrilingüe (castellano, catalán, francés, inglés) y no me hubiera importado añadir un quinto y sexto idioma, por que no el euskera. En los idiomas es cuestión de ponerse. Por cierto, Unamuno era el que decía que inventaran ellos. ¿no?.

  2. Lidón Prieto

    Ojalá en mi comunidad tuviéramos como Conseller de Ciencia a alguien tan preparado, tan humanista y tan sensato como Iñako

  3. Muy buena entrevista.

    Gracias.

  4. E.Roberto

    ¡Vaya artículo! Muy bueno. Cuando la Ciencia llama a la Fe de que con aquella estaremos mejor, en lo cual creo y espero. Lo único que me resulta difícil de tragar es eso de que siendo inteligibles con sólidos poliedros verbales o planos infinitos sonoros somos mejores, inevitablemente deducido de “animales diferentes” según mi entender. Además, no creo que haya “otro animales” que se comunican, sino animales, todos que se comunican. ¿Cuales son los que no se comunican? Mi vecino, un granjero tiene conejos y gallinas, tan ingenuas que hasta se dejan acariciar cuando le desparrama la limosna banquete de los restos del dia, quiero decir que de entre los dos grupos de animales sólo hay uno que traerá cruentos beneficios, de aquel que no necesita la moral. Si han llegado con su “lenguaje” y “organización social” hasta nosotros después de miles catástrofes, bien estaría mirarlas de otra manera antes de comerlas. Espero que me entienda pues no hay nadie tan feliz como uno que cre entender a las gallinas, sospechando que tal relación no es simétrica, y para colmo que se dejen acariciar. Esto me trae por asociación de injusticias las conquistas de mi Occidente que me ha dado un entender peculiar. Lo mejor para usted. Gracias.

  5. Iñako en estado puro. Magnífica entrevista.

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