Home Alone with Philip Roth
And a sweater I got from H & Moth
It’s the first day of summer and I got me a fever
Open a message from Turner and he says “Ivar
C’est Bon man” I live the life of a raconteur
I play guitar and I go on tour
It doesn’t matter that I am poor
I’m a king man
Life On The Run
Si alguna vez haz pensado que el indie solo es un ruido de gafapastas escandinavos, es porque no has escuchado a Herman Düne. Tampoco es que lo hayas podido ver en el BBK live o que un sea el grupo vaya a salvar el planeta, pero al menos te arregla una tarde con su folk desgarbado y su estética de pantalón roto con actitud. Empecemos hablando claro: ni Herman ni Düne existen, el nombre se lo inventaron unos músicos que querían sonar a banda de krautrock que se ha perdido de camino a Düsseldorf. En realidad, estamos ante una historia de hermanos que no eran hermanos, de nombres cambiados y de un dúo que empezó siendo trío y acabó siendo un solo tipo con barba y gorro.
El germen se sitúa en los años noventa, en Francia, ese país donde la chanson convivía con el rock garajero en sótanos con olor a Gauloises. André Herman Düne y David-Ivar Herman Düne —sus alias, no sus verdaderos nombres, claro— comenzaron haciendo música casera, del tipo que uno graba con una grabadora de juguete y una guitarra desafinada, y que, por razones que se escapan a la lógica, funciona. Herman Düne nació como banda oficial en 1999 con el álbum Turn Off the Light. Pronto se unió a ellos un batería sueco conocido como Neman Herman Düne. ¿Por qué todos se llamaban igual? ¿Por qué no? El trío creció con ese espíritu de comuna musical: grababan sin prisas, cambiaban de casa como quien cambia de camisa y tocaban donde les dejaran.
Su estilo era una cosa rara, como mezclar a Calexico con Leonard Cohen (y sus coros) después de una siesta. Folk, pop, un poco de anti-folk si eso significa algo, y un deje infantil que, lejos de molestar, enamora. En Switzerland Heritage (2001) ya apuntaban maneras: letras simples que se volvían filosóficas de puro tontas, melodías que se pegaban como el chicle a la suela, y una frescura que olía a bocadillo de calamares recién hecho. Pero el disco que los puso en el mapa, o al menos en la esquina del mapa donde están los conciertos en iglesias desacralizadas y bares con cerveza artesanal, fue Giant (2006). Ahí todo estaba en su sitio: canciones pegadizas como «I Wish That I Could See You Soon», coros femeninos, banjo, trompetas y ese aire de película de Wes Anderson que aún no se había filmado.
Luego pasó lo de siempre: peleas, egos, divergencias artísticas o una discusión sobre si el mejor desayuno es croissant o churros. El caso es que en 2006 André Herman Düne dejó el grupo y se reinventó como Stanley Brinks, un tipo que ha grabado más discos que días tiene el año y que todavía gira con The Wave Pictures y lo que se le ponga por delante. David-Ivar, mientras tanto, se quedó con el nombre Herman Düne y siguió solo, aunque rodeado de músicos invitados. Desde entonces, su carrera ha sido un desfile de discos entrañables, ilustraciones bizarras y una coherencia que ya quisieran muchos. Vive en San Pedro, California, como si fuera un personaje de un cuento de Charles Bukowski con guitarra.
Uno de sus discos más curiosos es Next Year in Zion (2008), grabado en Israel, y que suena como un diario feliz escrito por alguien que no termina de creerse que está de buen humor. «My Home is Nowhere Without You» debería ser patrimonio de la humanidad, aunque sea por la ternura que le pone al cantar cosas como si tuviera ocho años y una armónica. Herman Düne no tiene hits planetarios ni portadas en revistas de moda (bueno, una vez salieron en Les Inrockuptibles, que es como la Rockdelux con presupuesto). Pero tienen fans devotos, canciones que te arreglan el lunes y un sentido del humor que flirtea con lo absurdo sin pasarse de listo.
Además, hay algo muy simpático en su forma de moverse: graban cuando quieren, editan en sellos pequeños, hacen camisetas con sus dibujos, y siguen tocando en sitios que no figuran en TripAdvisor. En un mundo donde el algoritmo decide hasta lo que desayunas, Herman Düne son la resistencia del tipo que aún va al videoclub. Ah, y sí, tienen conexiones improbables. En 2008, I Wish That I Could See You Soon sonó en una campaña publicitaria de televisión británica, lo cual provocó que algunos se rasgaran las vestiduras por «venderse». Pero vamos, si venderse es sonar como una canción de amor grabada en una caravana de feria, que nos vendan a todos. También han tenido cameos sonoros con músicos como Julie Doiron, Kimya Dawson o Scout Niblett, todos ellos miembros honoríficos del club de los que cantan bajito y llevan ropa prestada.
El dúo que fue trino y ahora es mono anuncia un nuevo disco titulado Odysseús, para el próximo mes de junio, en lo que será, sin duda, el evento musical más esperado por los cuatro románticos que aún conservan un reproductor de CD. Como aperitivo, han tenido la amabilidad de publicar el sencillo homónimo, acompañado de un videoclip dirigido la ceramista y pareja Mayon Hanania, cuyo principal mérito es no molestar demasiado. El álbum, según cuentan ellos mismos sin rubor alguno, fue gestado en Montreal, mientras David-Ivar Herman Düne se veía obligado a vagar por tierras canadienses esperando los papeles para volver a California. Un Ulises indie sin Ítaca ni mediterráneo, eso sí. Durante su exilio, decidió visitar todos los días la tumba de Leonard Cohen, en lo que podríamos considerar una mezcla entre ritual espiritual y excursión turística. Allí dejaba piedras, flores y, suponemos, algún que otro suspiro melancólico, mientras soñaba con reunirse con su esposa y sus tres gatos en Los Ángeles.
De tanta espera, nostalgia y felinos nació este disco, que se presenta como un viaje emocional y sonoro —otra forma de decir que habla de lo de siempre: la pérdida, el amor, y la imposibilidad de encontrar un buen café en el exilio. Un trabajo que, según aseguran, ha tardado años en escribirse, lo cual se agradece en una época donde los discos se graban en la pausa del almuerzo. El resultado aún no lo conocemos, pero promete al menos ser más interesante que las canciones finalistas del Benidorm Fest. Como quizás dijo algún famoso periodista musical: «si tienen la suerte de encontrar este disco, no lo escuchen; guárdenlo como un secreto. Si, por el contrario, no lo encuentran, búsquenlo con desesperación». Lo mismo da. Herman Düne siempre ha sido eso: un secreto a voces, una banda que canta como si el mundo fuera menos complicado de lo que es. Aunque solo sea por tres minutos.
Nota del autor: empiecen a reproducir la canción en el minuto 2. Lo anterior es para molestar.
Echo en falta alguna referencia a Black Yaya, proyecto en el que tiene 2 temazos (mucho más accesibles eso sí) como «Paint a Smile On Me» y una de mis canciones favoritas de siempre «Flying a Rocket».
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