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Alterayuda: sola/o no puedes; con amigas/os, sí

Foto: Mike Maguire (CC) Autoayuda
Autoayuda. Foto: Mike Maguire (CC)

La moda es un fenómeno curioso (y no me refiero solo a su naturaleza intrínsecamente contradictoria, ya que quienes se esfuerzan por «ir a la moda» pretenden singularizase y afirmar su personalidad siguiendo unas normas homogeneizadoras dictadas por otros). Y uno de sus aspectos más llamativos es que a menudo se ponen de moda cosas que no existen. Como el «lenguaje corporal» o la «inteligencia emocional». Son expresiones aceptables en sentido figurado, por no decir poético, pero que resultan equívocas porque, entendidas literalmente, carecen de significado (o lo que es peor, remiten al pensamiento mágico). Hay comunicación no verbal, pero no existe un «lenguaje corporal» (a no ser que nos refiramos al lenguaje de signos de las personas sordas). Y podemos —y debemos— gestionar las emociones de manera inteligente; pero llamar «inteligencia emocional» al manejo sensato de las emociones es tan gratuito como llamar «inteligencia podal» a caminar correctamente.

Y una de las denominaciones impropias que han alcanzado mayor popularidad en los últimos tiempos es la de «autoayuda». Una denominación impropia y además engañosa, pues sugiere la idea de que podemos y debemos resolver nuestros problemas por nosotros mismos, lo que en última instancia reafirma el individualismo característico de nuestra sociedad competitiva (el viejo mito del self made man), que es precisamente una de las principales causas de los problemas que los libros de «autoayuda» pretenden resolver. Estas consideraciones no invalidan todo aquello que, de hecho, se incluye bajo el epígrafe «autoayuda»: inmersos en un mar de subproductos oportunistas y mixtificadores, hay algunos buenos libros que llevan dicha etiqueta; lo que no es válido es la etiqueta misma, y no es solo una cuestión de precisión lingüística, sino también, y sobre todo, de actitud mental.

Sola/o no puedes

Cuando, a principios de los años 80 del siglo pasado, me encargaron el proyecto de un programa de televisión infantil, me planteé, ante todo, la necesidad de contrarrestar el bombardeo de estímulos nocivos al que son sometidos niños y niñas desde su más tierna infancia, sobre todo mediante la publicidad. Y, entre otras cosas, propuse que en el programa se insertaran, a modo de cuñas autónomas, eslóganes y pequeños spots «antipublicitarios» que estimularan la imaginación en vez del consumismo y la colaboración en lugar de la competitividad. El programa se llamó La bola de cristal, y gracias a un joven equipo dirigido por la genial Lolo Rico (Isabel y Santiago Alba Rico, Carlos Fernández Liria, Miguel Ángel Pacheco, Eduardo Caro…), se convirtió en un referente cuya memoria, cuarenta años después, sigue viva y coleando. Y de los eslóganes del programa, mi favorito era «Solo no puedes; con amigos, sí».

¿Y qué es lo que no podemos hacer solos? La respuesta puede parecer desalentadora: solos no podemos hacer casi nada. Incluso Robinson Crusoe, si puede valerse por sí mismo en una isla desierta, es porque ha incorporado los conocimientos y las habilidades de muchas personas. Somos animales gregarios; más aún, somos animales culturales, y casi todo lo que hacemos, decimos, sentimos y pensamos está directa o indirectamente relacionado con las/os demás.

Aunque no son, ni mucho menos, compartimentos estancos, básicamente tenemos cuatro tipos de relaciones: familiares, amorosas, amistosas y laborales. No son, ni mucho menos, compartimentos estancos, y una misma relación puede transitar por diferentes ámbitos afectivos: un compañero de trabajo puede convertirse en amigo, luego en amante y luego en pariente (en este orden o en cualquier otro). Y del buen funcionamiento de los cuatro tipos de relaciones depende nuestra salud mental (e incluso la física, en buena medida). Los astutos editores de libros de «autoayuda» lo saben y explotan hasta la saciedad estos cuatro filones inagotables; basta con ver los títulos (y los subtítulos, sobre todo los subtítulos) de algunos de los más conocidos para comprobarlo: suelen prometer un éxito fácil y rápido en el terreno amoroso, familiar y/o laboral. Y últimamente también han proliferado los que se ocupan directamente (indirectamente lo hacen todos) de la salud física y mental, la otra pata del consabido trípode de la felicidad en un mundo en el que todo se compra y se vende (menos el cariño verdadero): salud, dinero y amor.

Uno de los primeros y más famosos libros de autoayuda, y el que marcaría la pauta a seguir para innumerables epígonos, es sin duda Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, de Dale Carnegie, publicado por primera vez en 1936. Casualmente (o tal vez no), en 1939 aparece Camino, de José María Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, uno de los manuales de autoayuda religiosa («devocionarios», en la jerga del sector) más difundidos en la actualidad. Los dos libros tienen en común, además de su éxito multitudinario y su enorme influencia (de ambos se han vendido decenas de millones de ejemplares), su perversa mezcla de supuesta bondad y manipulación flagrante. No es casual que el Opus Dei incorporara los cursos Carnegie a sus protocolos de formación de «pescadores de hombres». Y no es extraño, por tanto, que las tres primeras normas para, según Carnegie, «convertirse en una persona agradable», constituyan una pista clara para detectar a un pescador del Opus:

  1. Muestra un vivo interés por otras personas.
  2. Sonríe.
  3. Recuerda que, para cualquier persona, su nombre es el sonido más dulce e importante.

Si alguien a quien acabas de conocer te pregunta sin venir a cuento por tus actividades e intereses y por tu color favorito, si escucha tus tópicas repuestas con sonriente expectación, como si fueran revelaciones trascendentales, y si repite tu nombre cada dos o tres frases, huye: es un psicópata, un invasor extraterrestre o un pescador del Opus.

Charles Manson declaró que, estando en la cárcel, había leído Cómo ganar amigos e influir sobre las personas y, gracias a ese libro, había aprendido a manipular a las mujeres de su secta para que cometieran los asesinatos que les encargaba. No quiero ni pensar en lo que podría haber hecho si hubiera leído Camino.

Alterayuda

Si en algún sentido son sinceros los libros de «autoayuda», es en el de decirle implícitamente —y con alegre cinismo— al lector: «No esperes ninguna ayuda de este libro, pues la propia etiqueta te advierte de que no encontrarás en él más ayuda que la que te prestes a ti mismo, ya que viene a ser como esas fondas españolas con las que Stendhal compara el amor, en las que uno solo come lo que él mismo lleva».

La autoayuda, a no ser que la entendamos en el sentido que en el siglo XIX le diera Samuel Smiles en su libro Self-Help (pero ese es otro artículo), es una forma banal y vicaria de autoerotismo: la inmensa mayoría de los libros de este exitoso y perverso subgénero no son más que pajas mentales —o sentimentales— asistidas. Porque la única forma de ayuda válida es la que prestamos y pedimos a las/os demás, la que se basa en la reciprocidad, en el reconocimiento de la irreductible e imprescindible alteridad, en la asunción de que solas/os no podemos hacer casi nada, mientras que con amigas/os podemos hacerlo casi todo. Casi todo aquello que vale realmente la pena, quiero decir.

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12 Comentarios

  1. Encías Joe

    Los libros de autoayuda son como las tazas serigrafiadas, pero vienen menos resumidos y si les echo café se deshacen

    • Frabetti

      Buen símil: ambos productos comercializan el halago fácil. Solo cambia el tiempo verbal: «Eres el mejor», «Serás el mejor».

  2. También se debería de apuntar lo nocivos que resultan los libros de caballería.

    Más en serio, en realidad no detecto tamaña nocividad en el género de la autoayuda. Por un lado inofensivos, por otro habrá mucha población a la que alguno le haya resultado útil o eficaz. Como la homeopatía, la psicología o el yoga. En tanto no alienantes o fórmulas timadoras de crecepelo (como esos infaustos engaños televisivos del tarot) tampoco es para tanto.
    Más engañifa me parece pretender reemplazar dogmas con otros dogmas.
    Y por otro lado, el individualismo no debería ser confundido con la invidivualidad, aquella que conlleva la libertad de elección y la consiguiente responsabilidad respecto de lo que se elige.
    En cuanto a amistades, consumo alimentario, religión o, por supuesto, libros y demás cultura.

    Sobre la cultura para niños, de la Bola de cristal a uno le molaban los Monster. Y encuentro como muy edificantes, de aquella época, programas divulgativos como Érase una vez el hombre y Planeta imaginario -qué grande su sintonía!- más las reproducciones cartoonescas de clásicos literarios como Don Quijote o Sherlock Holmes (el proto Ghibli).
    Mucho más adelante señalaría la excelente Hora de aventuras y sus borbotones de imaginación.
    Para todo lo demás, cualquier cosa que eligieran Calvin y Hobbes, subrayando el hecho de que la moralina y el dogma, en un espíritu infantil, tienden a conseguir el efecto contrario del perseguido.

    • Muy de acuerdo con tus gustos y disgustos. Pero no metas en el mismo saco la homeopatía, la psicología y el yoga. La homeopatía es un fraude en sí misma; la psicología es toda una rama del conocimiento sobre la que no se puede generalizar; el yoga es una disciplina psicofísica sumamente eficaz, pero que ha dado lugar a todo tipo de mixtificaciones comerciales y derivaciones devocionales.

      • Pero curiosamente la mayoría de los que practican la homeopatía son verdaderos creyentes. O sea no se los puede considerar timadores en cuanto a su intencionalidad. Creen de verdad. Conozco un médico (especialista en oncología pediátrica) que es usuario de homeopatía (para él, y para algunas
        cosas, obviamente no es que piense que va a curar el cáncer).

        • La homeopatía se basa en cosas tan absurdas como las diluciones sucesivas (tras las cuales no queda nada de la sustancia supuestamente activa) y la «memoria del agua». Me cuesta creer que alguien con un doctorado en medicina se trague algo así.

  3. «El horror, el horror» El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad

  4. ¡Qué interesante , 🙂, Carlo!

    Me falta, eso sí, la relación «consigo mismo» dentro de la lista de los cuatro tipos de relaciones que – un tanto apodícticamente-expones. Porque, si no, creo que surge el problema de vivir volcado en la trama social sin la posibilidad de filtrar las ayudas de las «ayudas» que se ofrecen ellas…

    Un saludo

    • Sí, tienes razón, Bruno. Se suele dar por supuesta porque es la primera -y la única al principio- y la base de todas las demás. Y uno de los grandes problemas actuales es que, como señalas, vivimos excesivamente volcados en la trama social. Una trama que tiene más de telaraña que de tejido y no facilita la introspección.

  5. que se ofrecen en ellas (valga la corrección)

  6. Tuve la misma sensación al leer el libro de Carneghie (o como se escriba). Un manual de manipulación sutil. Un manual para vendemotos USAnos. Pero es injusto, una caricatura del libro como la que tú haces.

    En realidad, si uno lo lee y aplica lo que allí se explica con criterio,tino y adecuado al contexto cultural y social adecuado, se pueden extraer cosas útiles. Por ejemplo en el mundo laboral.

    • Totalmente de acuerdo en que se pueden extraer cosas útiles; pero como tú mismo dices es, ante todo y sobre todo, un manual de manipulación sutil, y su lado «amable» lo hace aún más perverso.

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