Sociedad

¿Qué animal desextinguirías para usarlo como mascota?

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Colossal, esa empresa estadounidense que parece salida directamente de una novela de Michael Crichton, pero con la creatividad de un comité ejecutivo de Silicon Valley, ha anunciado recientemente la resurrección del lobo huargo, aquel cánido prehistórico que parecía destinado a quedarse eternamente encadenado a la cultura popular por obra y gracia de George R. R. Martin. Como era de esperar, el anuncio ha desatado un curioso entusiasmo, especialmente entre aquellos que ya se aburrían soberanamente con sus dóciles labradores y sus elegantes, pero irritantes, galgos afganos.

La obsesión humana por las mascotas ha alcanzado cotas tan elevadas que la mera posesión de animales domésticos convencionales empieza a resultar pedestre, casi un síntoma imperdonable de vulgaridad burguesa. ¿Quién podría presumir hoy de tener un cerdo vietnamita si tu vecino se pasea con archaeopteryx del jurásico «desextinguido» mediante la modificación genética de una urraca? Admitámoslo sin tapujos: los gatos persas y los bulldogs franceses han perdido toda capacidad para provocar envidia.

Así pues, hagamos un ejercicio de ficción científica para imaginar que animales dexentiguidos se van a convertir en nuestras mascostas en un futuro cercano. Con el nihilismo propio de una sociedad entregada a los algoritmos que deciden desde nuestra dieta hasta la pareja que más nos conviene según nuestras neurosis, no queda más remedio que buscar nuevas vías hacia el prestigio social, vías que indudablemente pasan por resucitar animales extintos.

Propongamos en primer lugar al entrañable dodo, ese pájaro ingenuo y torpemente entrañable que encajaría a la perfección con los «urbanitas bohemios» que infestan los barrios céntricos de nuestras ciudades. Este pájaro atolondrado e incapaz de volar sería la mascota ideal para aquellos que encuentran irresistible todo lo que implique torpeza simpática. Pasear un dodo por Malasaña o por las calles del Raval conferiría, sin duda, ese aire vintage tan codiciado entre los modernos. Además, no hay peligro de fuga, dada la probada incompetencia evolutiva del animal. El dodo sería la mascota ideal para aquellos que disfrutan de la ironía de proteger a un animal que la humanidad ya exterminó una vez. Con su torpe andar y su aspecto regordete, este pájaro sería el protagonista de innumerables selfies en cafeterías de moda, adornando el apartamento de cualquier joven que quiera demostrar que su compromiso con la sostenibilidad va más allá de usar bolsas de tela.

Para esas almas sensibles que encuentran irresistible el placer de vestirse como aristócratas ingleses del siglo XIX para practicar un deporte cuya máxima exigencia física consiste, básicamente, en lograr que otro animal haga todo el esfuerzo, su mascota desextinguida ideal sería el onagro sirio. Imagínense a este noble equino, pariente salvaje del asno y extinto desde principios del siglo XX, pastando en los jardines de las mansiones de Sotogrande, o mejor aún, trotando por urbanizaciones como La Moraleja entre coches deportivos conducidos por adolescentes en crisis existencial y ejecutivos en plena huida hacia adelante. El onagro sería ideal para los amantes del lujo que buscan diferenciarse de sus vecinos que solo poseen caballos de pura sangre. No hay nada que grite «exclusividad» como llamar a tu burro Plateryx.

Aquellos que frecuentan círculos culturales y literarios, que no aceptan mascota alguna que no sea capaz de protagonizar una conversación intelectual, deberían considerar seriamente al mielero de Laysan. Imagine usted una fiesta con este pequeño pájaro hawaiano, extinto por culpa de unos conejos que destrozaron sin escrúpulos su hábitat, revoloteando grácilmente entre invitados mientras se discute sobre el fin de la civilización occidental con una copa de vino ecológico en la mano. El mielero, además, es perfecto para aquellos hipsters que se niegan rotundamente a llevar prendas sintéticas, pues su melodiosa voz serviría como banda sonora ideal para tejer pacientemente todos los jerséis orgánicos que uno pueda imaginar, además de simbolizar con elegancia la fragilidad del ecosistema.

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El tigre de Tasmania sería la mascota desextinguida preferida de esos tipos duros con ínfulas de rebeldía suburbana que presumen de llevar sus perros peligrosos sin bozal, convencidos de que las normas son para personas débiles, educadas o simplemente aburridas. Imagínense la escena: paseos intimidantes por las avenidas principales con un marsupial carnívoro, a rayas, con aspecto entre lobo feroz y hiena taciturna, desafiando con la mirada a la autoridad local, y convirtiendo cualquier parque en una especie de safari urbano reservado exclusivamente a los más inconscientes. Sería la sublimación definitiva del ego del infractor cotidiano, un emblema perfecto para quienes consideran que su virilidad y prestigio social dependen directamente de cuántos metros se aparten los peatones al cruzarse con ellos.

Por último, escojamos al Tiktaalik para la comunidad nerd, otaku y demás entusiastas del cómic, la fantasía y la ciencia ficción en general; esos seres de hábitos nocturnos y conversaciones eternas sobre universos paralelos, líneas temporales alternativas o mutaciones extravagantes. Este pez prehistórico, considerado como el primer vertebrado que salió del agua para conquistar la tierra firme, encajaría a la perfección en un terrario decorado con referencias a Lovecraft, figuritas de Evangelion y réplicas detalladas de la nave Enterprise. Imaginen a sus dueños debatiendo sobre cómo el Tiktaalik es, en realidad, una mascota «en transición»: mitad pez, mitad anfibio, el crossover evolutivo definitivo capaz de validar cualquier teoría extravagante sobre realidades alternativas o criaturas híbridas, mientras reciben visitas que les miran entre la fascinación y la lástima.

En esta parada de monstruos revividos, cada especie ofrecería una oportunidad no solo para la contemplación y la compañía, sino para la ostentación y la extravagancia. Después de todo, en un mundo donde todo puede ser manufacturado, ¿por qué no retorcer un poco más la historia natural para que se ajuste a nuestros caprichos más extravagantes? Esto es, por supuesto, un ejercicio de imaginación, pero uno no puede evitar preguntarse qué nos dice sobre nosotros mismos, el deseo de convertir incluso la extinción en otra oportunidad para el consumismo desenfrenado. En la mascota de moda, como en la vida, parece que todo es susceptible de ser rescatado, rediseñado y vendido al mejor postor.

Las imágenes de este artículo han sido generadas (por suerte) con inteligencia artificial.

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4 Comentarios

  1. Marsupial

    Una parodia con el esquema perfecto para un capítulo de Black Mirror o al menos para reír mientras lo lees.

  2. Ilustrando «artículos» con IA… definitivamente este medio está para extinguirse

  3. Ya el verbo del título, “usar” como mascota resulta muy revelador. Quisiera creer que es parte de la crítica del artículo, pero quizás revela el tipo de vínculo que tiene el autor con las mascotas.

  4. Un T-Rex. ¡Sería el cante total paseando por Gran Vía!

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