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Bestsellers de otros tiempos: ‘El virginiano’, de Owen Wister. Nos vamos al Oeste

Detalle de portada de 'El virginianio. Un caballero de las llanuras'. Imagen Editorial Valdemar.
Detalle de portada de ‘El virginianio. Un caballero de las llanuras’. Imagen: Editorial Valdemar.

Los hombres de verdad van a caballo y cuidan reses, pero los hombres de verdad no pueden ser pobres, así que la cuestión se complica si hablas de simples vaqueros. Ante esta tremenda tesitura debió de encontrarse Owen Wister al comenzar la que a la postre sería su obra más conocida: El virginiano.

Owen Wister nació en 1860 en Germantown, Pennsylvania, hijo de un médico rico de una conocida familia de ascendencia alemana (como la mayoría en la ciudad) y de una mujer de familia de artistas. De los diez a los trece años recibió su instrucción en Europa, especialmente en Inglaterra y Suiza, y en 1873 regresó a Filadelfia, donde estudió en varias y prestigiosas escuelas y universidades, incluida Harvard. Allí conoció y trabó amistad con toda clase de personajes importantes como el futuro presidente Theodore Roosevelt, el futuro juez de la Corte Suprema Oliver Wendell Holmes y el futuro senador Henry Cabot Lodge

En 1882, con veintidós años, estaba decidido a dedicarse a la música como compositor, y su abuela le organizó una audición nada menos que con Franz Liszt, que dijo de él que tenía un notable talento al piano y lo recomendó parta estudiar en el conservatorio de París. No obstante, a su padre no le pareció tan buena idea, y después de un año le ordenó regresar a casa para que se buscara un empleo como es debido. Este empleo fue el de contable en la Unión de Compañías de Seguros, donde trabajó durante un año y contrajo el odio eterno a los banqueros y su oficio que luego se vería reflejado en todas sus obras. Tal fue su malestar, que su familia le permitió dejar ese empleo y regresar a Harvard, esta vez para estudiar Derecho.

De aquellos años de frustración quedaron varios desórdenes nerviosos, probablemente de origen depresivo, que preocuparon realmente a su familia, y la novela El hijo de un hombre sabio, que hablaba de la lucha de un joven que quería ser pintor contra la opinión de su familia. El parecido con su propia biografía era tan obvio que William Dean Howells, una importante figura literaria del momento con la que Wister mantenía contacto, le recomendó no publicarla si no quería provocar un conflicto familiar. Wister siguió sus indicaciones y guardó la novela, de la que se habla en varias cartas, pero que nunca llegó a ver la luz y tampoco a aparecer entre sus papeles privados.

En cuanto a los desórdenes nerviosos, un famoso doctor de la época, Silas Weir Mitchell, le diagnosticó finalmente neurastenia y le recetó una variación de su famosa «cura de descanso». Siguiendo la prescripción del médico, Wister inició el primero de sus numerosos viajes a Wyoming y a otras partes del oeste. Esta cura se convirtió en la inspiración para el trabajo que hizo famoso a Wister, pero también, como curiosidad, hay que contar que empujó al borde del suicidio a otras personas que la siguieron. Entre las víctimas de la cura de reposo del doctor Silas Weir hay que destacar a la escritora Charlotte Perkins, a la que se le indicó llevar una vida todo lo hogareña que fuese posible, anular toda vida intelectual, y no tocar la pluma ni el pincel bajo ninguna circunstancia. La autora estuvo a punto de quitarse la vida y luego, cuando abandonó las recomendaciones del doctor, escribió una novela criticando al personaje y a su método con toda la violencia que cabe imaginar. Se trata, por si a alguien le interesa, de El papel pintado amarillo, de Charlotte Perkins Gilman. Me encantaría dedicarle una reseña entera, y puede que aún lo haga.

Y así pasó el tiempo hasta que en 1891, cuando Wister contaba ya treinta y un años, surgió en una charla de amigos la idea de que alguien tendría que escribir sobre lo que fueron los inicios del Oeste y la vida norteamericana. Wister recordó entonces sus numerosos diarios de sus viajes por aquellas agrestes zonas y enseguida comenzó a publicar, primerio relatos, y luego historias un poco más largas. En 1895 publicó su primer volumen de relatos, titulado Hombres rojos y blancos, y en 1897 apareció su primera novela, Lin McLain.

En 1898, y tras muchas dudas y temores, pidió la mano de su prima Mary Channing, que para gran alivio de nuestro protagonista le dio el sí. Tuvieron seis hijos. Podría dejarlo ahí, pero el caso es que me apetece hablar también un poco de la señora Wister, una mujer muy conocida en su época por su energía, su brillante oratoria y su compromiso social, llegando a dirigir la Junta Central de Filadelfia de Educación como la primera mujer en hacerlo, y la persona más joven en llegar a ese puesto. Durante su mandato, fue responsable de introducir la música en las escuelas públicas.

Owen intentó disuadirla algunas veces de tanta actividad pública, pero nunca lo logró, y llegó a mostrarse públicamente orgulloso de estar casado con «semejante fenómeno de la naturaleza». 

Mary murió a los cuarenta y tres años, durante el parto de su sexto hijo.

Pero regresemos a Owen Wister y a su obra más famosa. En 1901, tres años después de casarse, comenzó a escribir El virginiano. Su protagonista ya había sido esbozado en alguno de sus relatos anteriores y hoy no nos resultaría nada original ni novedoso, precisamente porque todo el mundo lo ha copiado cientos de veces en este siglo largo que ha transcurrido desde su creación.

Sí, se trata de un vaquero fuerte, valiente y honorable que trabaja como capataz en un rancho en Wyoming y representa el ideal de virilidad, independencia, fuerza y estoicismo del Oeste americano.

El título completo de la novela es El virginiano. Un caballero de las llanuras. La trama ya la podemos imaginar, y precisamente, insisto, por eso es tan importante:

El protagonista, al que solamente se menciona como el virginiano, sin que se le atribuya otro nombre a lo largo de la obra, es un hombre tradicional, de fuertes principios, que trata de mantener su integridad en medio de un mundo difícil y muchas veces violento. La novela se aproxima a todo tipo de temas, como el amor, la lealtad, el enfrentamiento entre la civilización y los bárbaros (sí, los indios, como se puede suponer) y el sacrificio por las personas amadas. La novela está escrita con gran dominio técnico y alterna los paisajes con diálogos costumbristas, siempre desde la perspectiva de un autor de clase alta muy poco preocupado por las condiciones de vida de la gente más humilde que aparece en su obra. La estructura social, en esta novela, es un tanto medieval: cada cual tiene su sitio y la mayor honra de todo ser humano es saber estar precisamente en su sitio, cumpliendo honestamente con lo que se espera de él o ella. En El virginiano, el mal y el desorden son casi la misma cosa.

La novela, que está dedicada a Theodore Roosevelt, se publicó por primera vez en 1902 y hubo que reimprimirla hasta catorce veces en los primeros ocho meses, alcanzado la para entonces abultadísima cifra de cuatrocientos mil ejemplares vendidos. Desde entonces ha seguido reeditándose sin pausa, hasta nuestros días, y la cifra conjunta de ventas se estima en alrededor de los dos millones de ejemplares.

Sin duda, lo más importante de El virginiano es que inauguró y fijó la estética y las reglas de todo un género que ha tenido un largo recorrido, especialmente tras el triunfo norteamericano en la Segunda Guerra Mundial y su inmensa expansión cultural por el mundo entero.

En España, la editorial Valdemar realizó una magnífica edición en 2018 bajo el título El virginianio. Un caballero de las llanuras, con traducción de Marta Lila Murillo. No he encontrado ninguna edición anterior en castellano, aunque estaba casi seguro de que existía alguna en México o Argentina. Quizás algún avezado lector sepa llegar donde yo no supe.

Existe una adaptación teatral de esta novela, realizada en 1904 y estrenada en nueva York después de una exitosa prueba en New Haven, Connecticut. La crítica fue, en general, positiva, y The Virginian disfrutó de una carrera de cuatro meses en Broadway y realizó una  gira por todo Estados unidos que duró hasta 1914.  

El libro sirvió, además, de base, para varias películas:

The Virginian (1914) dirigida por Cecil B. DeMille, con Dustin Farnum.

The Virginian (1923) con Kenneth Harlan y Florence Vidor.

The Virginian (1929) con Gary Cooper y Walter Huston.

The Virginian (1946) con Joel McCrea y Brian Donlevy.

The Virginian (2000) con Bill Pullman, Diane Lane, John Savage, Colm Feore y Dennis Weaver.

También se adaptó en una serie emitida entre 1962 y 1971: The Virginian, con James Drury y Doug McClure. Nueve años ininterrumpidos de emisión dan idea de la popularidad del personaje, su estilo, y su ética.

No me cabe duda de que, más pronto que tarde, conoceremos alguna otra versión de esta obra.

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2 Comentarios

  1. De la fascinación que despierta James Dean y ver la película Gigante, llevado por la curiosidad leí el libro en el que está basada. Sorpresa agradable, es un libro avanzado, agudo, muy distinto de la película. La casa, por ejemplo, está en el centro de la ciudad, los protagonistas viven en una ciudad. Lo español, aunque se supone que lo desprecian, acaba por aparecer en cada párrafo por su fuerza. Si no se les ocurre nada a las productoras, deberían hacer una serie.

    • Totalmente de acuerdo. El libro tiene un enorme potencial para el lenguaje visual. Y una serie, que no necesita condenarlo todo en dos horas, lo aprovecharía muy bien.
      En mi opinión, la raíz cultural española en América siempre deja un poso de elegancia, frente al utilitarismo anglosajón. Digamos que es como juntar a romanos y helvecios, si se me permite la ironía.

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