
Casado con santa María de la Cabeza. Haragán, aprovechao. Amigote de los musulmanes, con poca disciplina, más cuento que Calleja. Que si llueve, que si no, mira qué sandías más gordas, mira qué manos más sin callos. Imaginería popular para un santo a lonchas, y otros asuntos que les comento. Sean ustedes bienvenidos a la tronchante historieta de san Isidro Labrador, santo patrón de Madrid y rainmaker oficial.
Bien, al tema. Me cuentan la epopeya «Isidriana» en La sed, un precioso volumen escrito por Virginia Mendoza y editado recientemente por Debate. Allí, entre sequías y apetencias, entre migraciones y niños con sombrero de wéstern, nos hablan de rogativas, desfiles con imagen y mucho «que llueva, porfi, que llueva, que nos morimos si no llueve». También en España, también por Madrid. La especialidad de san Isidro, oigan. Ya verán, ya.
A ver, contexto. Madrid, siglo XII. Solo que Madrid en el siglo XII no era Madrí, sino Mayrit. Recién arrancado a la taifa toledana por Alfonso VI. Para repoblar aquel espacio salutífero, sin boinas ni rascacielos, se trajen algunos mozárabes, que siempre ayuda la inmigración en curros ingratos. Y para allá que se fue un tal Isidro, con familia y todo.
Digamos que… tirando a perezoso, el tal Isidro. Vamos al romance que cita Virginia, porque los romances nunca mienten. «San Isidro Labrador / labraba en su quintería / y cuando iba a labrar / era más de mediodía». Vamos, que no le daba el tema por madrugones, porque los campos hay que menear desde amanecer, y no con mañana agonizante. Parece que era Isidro un comodón. Desconocemos si es porque tomaba cañitas a la salida del curro y luego, día siguiente, pues complicado coger azada y garia, pero no podemos descartar tales extremos porque… en fin, porque aquel Mayrit acabó siendo Madrí.
Sucede que, a mayores, este san Isidro generaba cosechas de no creerse, y ya tenían sus camaradas mosca detrás de la oreja, porque no es normal, lo de Isidro, no es normal. Pero él, muy orgulloso, decía que nanai. Que no era vago, sino que estaba siempre hablando con el Creador, meditando sobre el Creador, orando para el Creador. Iván Vargas, su amo (sí, tenía amo… curraba para el enriquecimiento ajeno, igual les suena), denostaba laxitud, pero bien a gusto recolectaba bienes allá por los octubres, así que calladuco. Cómo lo haces, Isidro, cómo lo haces. Es que de mi yunta tiran serafines, sí. Versión a mayores. Otras nos hablan de bueyes arando solos, que es casi más milagrero, si conocen ustedes el humor de los bueyes, ay.
Pasa que no solo eso, aunque ya es milagro grandote. No, es que Isidro empieza a pillar fama de zahorí. Y es incluso más importante, porque lo de que te hagan curro en predios lo aprovecha únicamente el afortunado, pero si hay agua es jolgorio comunal. Y eso, que Iván Vargas le dice a Isidro que no hay ni gota, ni gota, mira a ver tú qué puedes hacerle, que tienes fama de conseguir imposibles. Y va Isidro, clava la terigüela en un canto, y de allí brota agüita fresca, fresquísima, un agua deliciosa, porque todo el mundo sabe (y se sabía ya en el siglo XIII), que el mejor agua es la de Madrí. Prodigio, portento, taumaturgia. Cómo no te voy a querer, cómo no te voy a querer. Isidro elevado a los altares por mor del cariño popular y la sed que nos embarga (la sed embarga siempre cuando trabajas tierra). Zahorí oficial del reino, envidiado por todos, querido por los más. Dicen que al fallecer tuvo tumba humilde, porque era de natural sencillo. Dicen que bajo su cuerpo circulaba el agua.
Empiezo a ver, aquí, patrones.
Y así queda, descansando, hasta que necesitamos de sus superpoderes. Pero, oye, hay un problema… que está muerto, que Isidro está muerto. A ver, creo que podremos saltar inconveniente.
Y empieza el asunto con las momias.
No son los madrileños, aquí, originales. Con el tema momias, digo. Y no me piensen en altiplanos, ni en Canarias, ni siquiera en Abu Simbel, Ramseses y similar, no. De la península ibérica, hablo. De cadáveres momificados, cuerpos incorruptos (que normalmente son misma cosa, salvo que sean ustedes crédulos de narices), de olor de santidad (flores, cuentan) y loor de multitudes (lágrimas, dicen). De todo eso.
Miren, si no, las tres momias que sostienen fervor católico en Sevilla, tan fervorosa en lo católico. O el descuartizamiento que se ha hecho con santa Teresa de Jesús, digno de la mejor tienda de barrio… Merece frases tal momia, pues fue exhumada, y estaba incorrupta, y olía a rositas silvestres, y toda ella parecía recién dormida. Nos lo cuenta un tal Jerónimo Gracián, sacerdote presente en tal evento. El mismo que, en atención al milagro que sus ojos atisban, decide cortar la mano de la santa Teresa, por aquello de llevarse sortilegios en urna. Curiosa historia, sí, la de este brazo, que se usó como remedio frente a la sequía (pertinaz sequía) y acaba reposando en la mesilla de noche de un tío tan seco como Francisco Franco, devoto pero preñao de pragmatismo, ejem. Quizá no sabía, el muy piadoso generalísimo, que ese sacerdote Gracián quedó con buena sorpresa al ver «los pechos altos» de la momia. A lo mejor de ahí viene la vinculación con sicalipsis, vaya usted a saber. Porque hubo, sí, vinculación con la sicalipsis.
Un cuarto de milenio antes, oigan, cuando se usó la momia de santa Teresa para otra misión fundamental… salvar dinastía habsbúrguica al sur de los Pirineos. Vamos, que a nuestro Carlos II no le funcionaba el tema de la descendencia, así que, para animar el prodigio, dijeron los sabios de Corte que era cosa buena meter a la dicha santa en su tálamo mientras yacía con María Luisa de Orleans, primero, y con Mariana de Neoburgo, después. Pero aquello era imposible, por muchos portentos que se obrasen, porque el buen Carlos tenía muchas ramas en su árbol genealógico con el apellido «de Austria». Pero muchas, muchas, y así no hay manera.
Y eso, que estaba ya la momia apachuchada, porque parecía un Míster Potato, colega. El Gracián cortó brazuco, sí, pero también dedo meñique, para recuerdo. Y no queda ahí: que si una mano (distinta del brazo, no vayan a pensarse), que si dientes y muelas, que si el pie derecho en Roma, que si la mandíbula por Vaticano, que si hay cachito de carne con forma de corazón (lo juro) entre Madrid y Valladolid, que si más dedos, que una clavícula en Bruselas. Ya ven, reliquias con olor a sahumerio, multiplicación de la fe. Porque esto, amigos, es fe, y la fe no entiende lógicas.
Por eso también hay, claro, santitos de laicidad, y momias por mor de ismos pa escoger. La de Lenin, verbigracia, o el corazón de Francesc Macià, por no irnos tan lejos, símbolo casquérico de la catalanidad primigenia. Quizá el santo más santo de todos sea ese Genarín inolvidable, arrabalista y atrabiliario vagabundo en el León pre-Segunda República que gastaba boina, pintas, barba cerraduca y afición confesa al morapio, fuese cual fuese su graduación, origen o consecuencia intestinal. A este Genarín lo atropella un camión de la basura allá por 1930, y es, hoy, santo popular con procesiones, festivo (la noche del Jueves al Viernes Santo) y más retranca que milagros. Por tener tiene incluso una novela de Julio Llamazares, que es cosa para entrar en mito. Se toma poco en serio, esto de Genarín, así que debe ser más serio que todo lo demás.
Pero si hasta en Cantabria, con lo seriotes que somos, hay asuntos con momias y cuerpos malhostiaos. Es por Liébana, siglo X, cuando el conde Alfonso levanta iglesia (cuquísima, aun pueden visitarla) en Santa María de Lebeña y se quiere llevar allí los restos de santo Toribio. Restos que estaban incorruptos, claro, porque es lo que toca. No debió gustarle mudanza al santo (a quién gusta una mudanza), pues dejó ciegos a todos los presentes y no recuperaron vista hasta dejar tranquilo su dormir. Pobre Alfonso… para eso mejor nos vale su antepasado, el que fue contemporáneo de Beato y montó fiesta tipo rave en el monte para esperar al fin del mundo. Allí se satisficieron todos los apetitos, cuentan crónicas. Mejor que el tema de quedarse ciego, eh, aunque alguno se pusiera ciego…
Así que, ya ven… santos y momias en abundancia. Claro que lo de san Isidro es fetén, porque los mejores santos y momias… en Madrid.
Porque que la momia de san Isidro, comentábamos. Volvemos a tomar lo que nos dice (con tanta dulzura como ironía) Virginia Mendoza. Que lo sacaron una primera vez en 1231. Sequía grande, bien gorda. Y como san Isidro encontraba agua allí donde pusiese arco pues… en fin, tiene su lógica. Desentierro, paseo del cadáver, mañana que chispea, pasado cayendo goterones como piñas gordas. Funciona, el santo funciona. Novecientos años, lleva el tío. Primero con su propia respiración, después en cuerpo y momia. Porque eso fue. Cuerpo, a cachos, y momia, a cachos. Cuando se lo llevan a Carlos II, primera vez que platica Isidro con un rey, está el tío cojo, porque le faltan tres dedos del pie. Ah, y dientes, también le faltan dientes. Veamos, porque la cosa es para quitarte de cenar. Que como traía lluvias pues también traerá soluciones salutíferas para gobernantes y reyes. Y allá que empiezan a pillar recuerdos prebostes y concurrela. Si gastas corona, pues hasta en la habitación te encuentras a Isidro. Si estás más abajo en escala salarial, bueno, siempre puedes hacer como el cerrajero de Carlos, que le quitó un diente. Al monarca no le hizo chiste, mandó devolver pieza y se la cosió en almohada, que debe ser incomodísimo para dormir, oigan. Dicen que la reina Juana, esposa de Enrique III, le arrancó un brazo así, pum, como quien coge berenjenas. Y cuentan, finalmente, que con un dedo de san Isidro elaboraron pomadas que curan todos los órganos internos y externos. Vaya usted a saber…
Pero teníamos tema en que san Isidro es santo milagrero. No, más específicamente es hacedor de lluvias. Sí, como la danza esa de pachamama, como un concierto de Enrique Iglesias sin playback. Cada 15 de mayo se ruega por el agua (por el que vino, por el que habrá de volver tras siegas), y no resulta casual. Por lo que dijimos antes, el tema zahorí. Y por otras cosas. Símbolos, imagen. Agua y santo. ¿Recuerdan aquellos tres dedos del pie que faltaban? Pues se los arrancó así, ñam, de un mordisco, cierta dama de Isabel la Católica, aprovechando que besaba pinreles de la momia. Y si arruga usted aquí el morro remembre delectación con que saborea ese jamoncito tan bueno, ese que compra solo en ocasiones especiales. Esa pierna de chon momificada, añadimos, por ser claros en definir. Pues que se desbordó el Manzanares, cuando los tres dedos. El Manzanares, hace medio milenio, era río sin embridar. Tampoco Ebro o Ródano, pero río sin embridar. Y se puso loquísimo con aquella violación al santo, así que confesó la golosona, y tornaron aguas a su cauce (nunca mejor dicho). Dicen, también, que san Isidro hacía milagrosas las fuentes de sus fincas, y que por eso los reyes alargaban sus findes en la pequeñaja villa manchega. Felipe II curó de calenturas gracias a esos manantiales, ergo gracias a Isidro, ergo gracias a Madrid. No seré yo quien diga que llevó Isidro capitalidad hasta la Villa y Corte, pero algo hubo de moverse.
Y eso, que siempre culto relacionado con el agua. Sacarse al santo (a la momia, o a parte de la momia, recuerden) en procesión, hacer romería donde se va hasta fuentes para beber, y luego se danza, y luego se trasiega, y terminas sacralizando carnalidad silvestre y desacomplejada. A veces hay rogativas y meneos bien grandotes para el Isidro. En 1898, por ejemplo, lo sacaron el 4 de mayo para pedir chubascos y empezó a llover en pleno caminar, estando con chupas varios días. Por su festivo, el quince, pasaron a verlo trescienta mil personas, en plan «te damos gracias, santo». En 1947 volvieron a hacer lo propio, por si piensan que esto es cosa de antigüedades pretéritas. Si hasta en 2022, cuarto centenario de su «san» delante del «Isidro» lo volvieron a exponer, para que todo el mundo pudiera verlo. Ya ven, religiosidad popular, su punto de paganismo, pero alegremente adoptado por obispos y sacerdotes, que se adaptan fácil.
Ah, Isidro tiene bueyes, y normalmente aparece representado con ellos. Y su día es el 15 de mayo, cuando el sol brilla sobre tauro. Y esa jornada se sacrifican toros (horrores) en honor al colega.
Ahora digan sin no hay un simbolismo detrás de todo esto.
Eso sí: un perezoso, Isidro, créanme.
Carabancheles, San Isidro era de ahí, no de Madrí ( que todavía era una villa muy pequeñita).