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El primer libro impreso en español… y la primera imprenta

primera imprenta
Iglesia de Aguilafuente.

Vivimos hoy la irrupción de la inteligencia artificial, que supone la mayor transformación social, tecnológica, histórica y cultural de la humanidad desde la llamada Revolución de la imprenta (c. 1440-1500). La imprenta de tipos móviles surge en Europa, en el valle y la cuenca del Rin, en algún momento de la década de 1440 (algunos la retrotraen al año 1439 o incluso antes). Primero en Maguncia (Mainz), y luego en Estrasburgo, Bamberg, Colonia o Núremberg, entre otras ciudades alemanas de dicha cuenca, durante los quince años que van de 1450 a 1464. Después, de forma acelerada, algunos impresores alemanes se instalan en diversas localidades italianas entre 1465 (en el monasterio de Subiaco, cerca de Roma) y 1470, año en que la imprenta llega a París, Milán y posiblemente Bolonia.

A la península ibérica, lo lógico sería pensar que la imprenta llegaría primero a Barcelona, Lisboa, Sevilla, Valencia, Zaragoza, Salamanca o Toledo, pero esto no fue así. La primera imprenta de la península ibérica se creó en Segovia, a raíz de un sínodo en un pueblecito segoviano, algo perdido, llamado Aguilafuente.

Conocedor de su historia, decidí visitarlo…

Cuando entré en su iglesia parroquial de Santa María, el sacerdote Lucas me explicó que, cuando fue ordenado, en 1971, Aguilafuente tenía más de dos mil habitantes. Hoy apenas son quinientos sesenta. Un pueblo muy pequeño y con escaso atractivo urbanístico, pero que esconde algunas edificaciones de interés histórico para el visitante. Dos iglesias: la de San Juan Bautista y la de Santa María o de Nuestra Señora de la Asunción. Una pequeña ermita del Santo Cristo de la Peña. Cuatro casas solariegas: la casa del mayorazgo de los Pérez de la Torre, la casa de los García Valdés, la casa residencia del obispo y la casa de los señores de Rivera. Y lo más sorprendente: los restos de la muralla del palacio de don Pedro de Zúñiga, de la casa de Zúñiga, una de las familias nobiliarias más importantes en la Castilla del siglo XV. Lucas me explicó que su deterioro se remonta a la desamortización de Mendizábal, cuando pasó a una familia local que la utilizó como porqueriza y luego la abandonó. Cuando la visité, afortunadamente no detecté cerdos en su interior.

En Aguilafuente, además, hay un aula arqueológica con la mayor colección de mosaicos hispanorromanos procedente de la villa que está en su término. También el museo del escultor Florentino Trapero (1893-1977), que no llegué a visitar.

Hace falta un día para verlo todo, y este viaje es la excusa perfecta para visitar otros pueblos medievales cercanos, culturalmente más atractivos, como Turégano, la impresionante e histórica Pedraza y, especialmente, el enclave de la villa medieval de Sepúlveda, uno de los pueblos más bonitos de España —y me atrevería a decir que del mundo. Quizá Pedraza tenga más riqueza patrimonial histórica, con sus calles medievales tan bien conservadas y su castillo y murallas en buen estado, cierto, pero Sepúlveda tiene una ubicación en el cañón y ladera del río Duratón absolutamente única. Las Hoces del Duratón, pobladas de buitres leonados, son algo digno de ver y pasear, con sus parajes glaucos y rocas escarpadas. Tras más de tres meses de lluvias, el verdor y la frondosidad de aquellos parajes era tal que podría pensarse que uno estaba en Galicia, Asturias o el Pirineo.

Pero… volvamos al siglo XV y a la imprenta.

Llamamos libros incunables a todos aquellos libros impresos en el siglo XV. Por eso voy a contar brevemente la historia del primer libro incunable de España y del primer libro impreso en lengua castellana, en español. Se llama El Sinodal de Aguilafuente.

¿Por qué la imprenta española nació en Segovia y recoge un sínodo en Aguilafuente y no en una ciudad más importante? Lo lógico es que la primera imprenta ibérica, el primer taller tipográfico —o, como se les llamaba entonces, Casas de Moldes— hubiese aparecido antes en los grandes centros urbanos antes citados, puesto que, además de su demografía, eran centros universitarios y eclesiásticos, en una época en que la alfabetización estaba prácticamente circunscrita a dos mundos: el mundo eclesiástico y el mundo judío y judeoconverso. Eran casi los únicos que sabían leer y escribir.

Pero… ¿por qué Segovia y por qué Aguilafuente? Insisto. En primer lugar, porque Segovia, aunque no tenía universidad, era corte de la realeza castellana. En segundo lugar, la respuesta tiene nombre propio: Juan Arias de Ávila y González, conocido como Juan Arias Dávila (c. 1436, Segovia–1497, Roma), un importante político y eclesiástico español.

Arias Dávila pertenecía a una influyente familia judeoconversa radicada en Segovia. Su madre, Elvira González, era judía convertida de niña al catolicismo, al igual que su padre, Diego Arias Dávila; seguramente debido a los sermones de las conversiones forzosas de Vicente Ferrer hacia el año 1411 (como recoge mi colega Rica Amran en la semblanza de este importante personaje para el diccionario en línea de la Real Academia de la Historia).

Diego fue escribano de cámara del rey Juan II y luego tesorero y Contador Mayor de Castilla en tiempos del rey Enrique IV (hermano de la futura reina Isabel la Católica). Diego Arias Dávila (1405–1466) también fue padre de Pedro Arias Dávila o Pedrarias (c. 1440–1531), noble y militar, gobernador y capitán general de la Gobernación de Castilla de Oro (actualmente partes de Panamá, Nicaragua y Costa Rica) desde 1514 hasta 1526, fundador de la ciudad de Panamá y gobernador de Nicaragua de 1528 a 1531. Su hermano, el obispo Juan Arias Dávila, alcanzó tal poder que, a la muerte del rey Enrique IV, su hermana Isabel fue coronada reina de Castilla —en la catedral de Segovia por Arias Dávila, en diciembre de 1474.

La influencia de Arias Dávila, en Segovia y en toda Castilla, se incrementó en tiempos de los Reyes Católicos.

A Juan Arias Dávila le debemos la introducción de la imprenta en la península ibérica. Fue un hombre muy culto, como casi todos los judeoconversos de buena posición, formado primero en la Universidad de Salamanca y luego en Roma. Allí, en la capital italiana, conoció los primeros libros impresos. Se dice que tenía una nutrida biblioteca de libros manuscritos y, en menor medida, impresos, fundamentalmente en latín y griego, pero posiblemente también leía en otras lenguas semíticas, como el hebreo, el caldeo o el árabe. En su biblioteca de Segovia se han localizado incunables romanos de entre 1465 y 1472.

Influido por la corte papal y con afán de realizar reformas, había fundado en Segovia un studium de gramática, lógica y filosofía moral. Se dio cuenta de que el clero estaba poco formado, y que la educación y la imprenta eran las herramientas necesarias para impulsar a la iglesia segoviana y actualizarla para los nuevos tiempos de la Edad Moderna, que ya comenzaba.

Nunca será suficiente repetir que a la imprenta debemos el fin de la Edad Media (que duró mil años) y el inicio de la llamada Era Moderna. La alfabetización de los laicos, el aumento de la lectura, y las revoluciones científicas y tecnológicas de los siglos XVI y XVII se deben principalmente a la expansión de la imprenta de tipos móviles en Europa y en América. [Nota: Juan Pablos, nacido en Brescia como Giovanni Paoli, llevó la imprenta desde Sevilla a Ciudad de México en 1539. Para que el lector se haga una idea de la precocidad que supuso eso para México, en lo que hoy es Estados Unidos los ingleses no introducen la imprenta hasta un siglo más tarde, en 1639. El primer libro impreso en la Norteamérica anglosajona es el llamado Bay Psalm Book, finalizado en 1640 por el inglés Stephen Daye en Cambridge, Massachusetts].

La iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en Aguilafuente, data del siglo XII y, aunque es románica, contiene visibles influencias mudéjares por el uso del ladrillo. Probablemente, esto se deba a que en Segovia faltaba piedra y el ladrillo era de uso habitual en las antiguas aljamas de Aguilafuente y los alrededores, por parte de albañiles mozárabes. La fachada es gótica, de la época del sínodo. Lucas me mostró también una pila bautismal pétrea, de gran dimensión y datada en el siglo XII.

La villa entera era propiedad del obispado, y por ello, entre los días 1 y 10 de junio de 1472, el obispo Arias Dávila convocó a ochenta y cinco hombres —miembros del clero y algunos laicos de la diócesis— para celebrar el sínodo reformista que tenía en mente.

primera imprenta

El Sínodo de Aguilafuente adoptó varias medidas de importancia relativas a la formación del clero —que era de cuatro años y en latín—, a la pureza en la vestimenta, al ministerio pastoral, a la liturgia y el culto, así como a la prohibición al clero de portar armas sin licencia. Este sínodo también afectó a los laicos, a la población civil, a los notarios y cirujanos, al pago de los labradores, a los peregrinos, al derecho matrimonial (el divorcio seguía siendo prohibido y la nulidad matrimonial solo la otorgaba la Iglesia, bajo determinadas circunstancias), a la prohibición a nobles y burgueses de tener bancos preferentes en las iglesias, a la asistencia de un miembro familiar en las procesiones y a otros asuntos de la vida corriente.

Allí mismo se hicieron copias manuscritas de las constituciones del sínodo.

Pero Arias Dávila era consciente de que, si quería que se expandiesen sus ideas, debía mandar hacer libros impresos. Por ello, llamó a un impresor alemán entonces afincado en Roma, donde probablemente lo había conocido años antes. Se llamaba Johannes Parix, conocido en Castilla como Juan Párix de Heidelberg —había nacido en esa ciudad alemana, próxima a Maguncia, donde aprendió el oficio de impresor.

Fermín de los Reyes Gómez, el mayor especialista en este asunto, escribe: «El taller estaba cerca del Palacio Episcopal, situado junto a la antigua catedral. Allí imprimió su primer libro, el Sinodal de Aguilafuente».

Juan Arias Dávila financió la imprenta de Párix, consciente de que, en los nuevos tiempos, los libros impresos se volverían imprescindibles, para el saber y para ejercer el poder. Así, entre 1472 y 1476, Párix imprimió en Segovia al menos ocho o nueve libros, entre los que se incluye la famosa Bula de Borja, una bula para la cruzada contra los turcos impresa en Segovia en letra gótica en 1473.

El Sinodal de Aguilafuente es el primer libro impreso en la península ibérica (entonces formada por cinco naciones soberanas: la Corona de Castilla, la Corona de Aragón y los reinos de Navarra, de Portugal y de Granada). Pero también —y sobre esto se ha escrito menos—, es el primer libro impreso en español.

Esto era algo inusual, porque la mayoría de los libros editados en Europa en la década de 1470 fueron impresos en latín. En 2022, cuando vi el original de este libro en la Biblioteca Nacional de España, en la exposición Incunable. La imprenta llega a España, no me percaté de esta particularidad: que el Sinodal de Aguilafuente fuese el primer libro impreso en la que hoy es la segunda lengua con más hablantes nativos del mundo: el español. Juraría que poca gente lo sabe. Lo normal es que se hubiese impreso en latín, la lengua culta de la época. Que esté en español, en castellano, me parece algo extraordinario. Y se lee y entiende bien.

Pienso que, cuando alguien visite la catedral de Segovia o la iglesia de Aguilafuente y contemple ese libro, el Sinodal, debe ser consciente de que está viendo un objeto histórico, porque la expansión de la lengua española corrió pareja durante siglos a la expansión de los libros impresos.

Por ello me detengo, de nuevo, en la descripción que hace Fermín de los Reyes en el catálogo de la exposición El Sinodal de Aguilafuente y la primera imprenta española, que tuvo lugar en Segovia del 12 de mayo al 5 de noviembre de 2017:

En las constituciones sinodales no hay referencia a la imprenta, pues en el capítulo dos se obliga a realizar copias en las diversas iglesias de la diócesis. Se conservan dos en la catedral, una de las cuales, el Codex Canonum, sirvió como original para la impresión del Sinodal. El Sinodal es el primero de los impresos segovianos de Párix. En formato cuarto (pliego doblado dos veces), se inicia con el sumario de los capítulos, comenzando el texto con la página más conocida, que tiene la E en el espacio de la capitular. Tiene 48 páginas de texto, a las que siguen 14 en blanco, según se indicaba en las constituciones para los sucesivos sínodos, lo que sí sirvió, lógicamente, en los manuscritos, no así en el impreso. No tiene foliación ni signaturas, tampoco portada ni pie de imprenta. Está elaborado con una tipografía redonda o romana (110-111 R) con algunos caracteres góticos sueltos (E, g, 2, signo de e, et-) y numerosas abreviaturas. Dispuesto a línea tirada, tan solo hay dos fragmentos en que aparece a dos columnas, precisamente en los que se cita a los procuradores de Pedraza y Fuentidueña, que no querían aparecer uno detrás del otro. La solución tipográfica es la misma que se utiliza en nuestros días para casos similares. Como ocurre con los impresos de su época, tienen los huecos para las iniciales, que quedan en blanco a excepción de la de inicio. El libro está elaborado en papel de buena calidad, pero carece de filigrana. Tiene una encuadernación en piel con decoración de estilo mudéjar de rectángulo partido. Tiene algunas iniciales a mano y algunos subrayados y anotaciones manuscritas. Del libro existen varias ediciones facsimilares, siendo la última la del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua (5.ª ed. 2010, ed. e introducción de Fermín de los Reyes, transcripción de Susana Vilches y Pompeyo Martín).

Por supuesto, en la Castilla de la época no fueron conscientes de la importancia de lo que Juan Arias Dávila y su tocayo Juan Párix habían logrado. Ni en España se supo realmente, hasta la década de 1930, cuando se empezó a conocer este libro.

Para colmo, la familia Arias Dávila sufrió un proceso inquisitorial en el que se les acusaba de judaizantes y de practicar ritos judíos en secreto, es decir, rituales del sabbat en lengua hebrea. Criptojudaísmo. Acusación que se volvería habitual, por desgracia, por parte de los cristianos viejos hacia los cristianos nuevos, que ascendían más rápidamente por su mejor educación y capacidades en trabajos intelectuales.

La Inquisición acosó al obispo, a su hermano y a otros familiares. Las acusaciones se iniciaron en 1486 y abarcaban a toda la familia, en especial a su hermano Pedro Arias Dávila (1440–1531) y a su segunda esposa, también de origen judío. Se les acusaba de rezar en hebreo, dirigir oraciones judías en secreto y hasta de enterrar amortajados a sus padres siguiendo el rito judío.

Juan Arias Dávila apeló y, aunque gracias a sus conexiones con el papa Inocencio VIII (de 1484 a 1492) fue absuelto, el recelo persistió. El Santo Oficio paralizó el proceso inquisitorial por intervención directa del pontífice, y el obispo se escapó a Roma en 1490. Entre 1486 y 1492, los inquisidores segovianos recogieron doscientas treinta y una declaraciones y testificaciones que acusaban a la familia Arias Dávila, en especial a Diego, y a la familia política: Elvira González y su madre Catalina González, ambas judeoconversas.

Nunca hubo sentencia en vida del prelado Juan Arias Dávila. La Inquisición archivó el proceso tras su muerte, acaecida en Roma siete años más tarde. No consta que volviese a pisar su Segovia natal.

No corrió mejor suerte el alemán Juan Párix, que también fue señalado por la Inquisición. Párix había impreso el Tratado de confesión, de Pedro Martínez de Osma, considerado por muchos el mayor sabio de la Iglesia española y que había sido compañero de Juan Arias Dávila en la Universidad de Salamanca, y después profesor de Antonio de Nebrija. Martínez de Osma fue también el primer autor español que vio sus obras impresas en vida.

Al catedrático salmantino su reputación no le sirvió para evitar lo que finalmente sufrió entre 1478 y 1479: dos procesos inquisitoriales sucesivos que constituyen el primer caso conocido de censura académica teológica en la Castilla bajomedieval. Un par de años antes, en 1476, su impresor Juan Párix fue acusado de editar un libro herético, condenado por la Inquisición.

Quizá por este motivo, Párix se escapó a Toulouse (Francia) en 1476, donde falleció en 1502. Al igual que su mecenas Juan Arias Dávila, Párix tampoco volvió a pisar nunca Segovia, ni los pueblos de su diócesis. ¿Fue porque se sintió perseguido o porque se le acabaron los encargos obispales y no vio negocio en mantener abierta una imprenta en la que sus únicos clientes eran eclesiásticos? No consta que Párix volviese a España, aunque sí que desde el otro lado del Pirineo mantuvo contacto con sus colegas impresores en Castilla.


Bibliografía

Sinodal de Aguilafuente, ed. facsímil e introducción de Fermín de los Reyes. Transcripción de Susana Vilches, 5.ª ed., [Burgos], Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, 2010.

Herrero, Bonifacio Bartolomé (2015), «El obispo segoviano Juan Arias Dávila y la Inquisición: una revisión del conflicto y tres documentos inéditos de 1490», Anthologica Annua, núm. 62, págs. 57-118.

Reyes Gómez, Fermín de los (ed.) (2017), El Sinodal de Aguilafuente y la primera imprenta española, Segovia, Ayuntamiento de Aguilafuente, Fundación Las Edades del Hombre, Diputación de Segovia, Facultad de Ciencias de la Documentación de la Universidad Complutense de Madrid, Fundación Villalar.

Reyes Gómez, Fermín de los (2017), Incunable. La imprenta llega a España, Madrid, Biblioteca Nacional de España.


Agradecimientos: al profesor doctor Fermín de los Reyes Gómez, sin cuya ayuda este artículo no se habría escrito. Gracias.

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3 Comentarios

  1. Artículo muy interesante. Si todos los que se publican en Jot Down fueran de este nivel, este sitio no sólo no perdería lectores sino que los ganaría.

    Muchas gracias a Diego Moldes – que parece predestinado a escribir este artículo (…»el primer taller tipográfico —o, como se les llamaba entonces, Casas de Moldes—»… ).

  2. Muchas gracias Pablo75 por su comentario.
    A raíz de impartir en la universidad «Historia de los Medios de Comunicación» antes de la pandemia de 2020, comencé a estudiar libros sobre la Historia de la imprenta, en español, inglés, italiano y portugués. En un viaje de trabajo a Salamanca, un catedrático y reputado escritor me confirmó que, efectivamente, el término «imprenta» se empezó a usar en castellano en el siglo XVII y no se generaliza hasta el XVIII.
    En el siglo XV y XVI, tanto en castellano como en gallego, se denominaban a las imprentas casas de moldes, por los moldes que se usaban para los tipos de impresión. Está documentado en Galicia, Asturias, León, Zamora, Salamanca, etc.

  3. E.Roberto

    Divulgar no sería apropiado para esta fatiga literaria de Don Diego, que para colmo lleva los tipos de madera noble en su apellido, pues al leerlo las emociones llegan, con las mismas letras, tan viejas ellas y siempre iguales; Artículo Emotivacional sería mejor. De frente a ese Libro, ni se me ocurriría tocarlo y menos dar vuelta de página. Todo lo mejor para Usted y para Don Fermín. Gracias JD.

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