La primera vez que supe de la existencia de Piergiorgio Odifreddi fue en 2006. Me topé con él por pura casualidad, en la mesa de novedades de la sección de divulgación de una gran librería, ese territorio donde uno va a perder el tiempo y acaba encontrando preguntas que no sabía que tenía. El título, Las mentiras de Ulises, me asaltó con la misma violencia que un buen titular sobre tecnología: desafiante, absorbente, imposible de esquivar. Lo abrí, leí un par de párrafos y sentí el cosquilleo de quien advierte que algo grande está a punto de suceder. Aquel libro me obligó a revisar mis certezas, a dudar de lo que llamamos Historia con mayúsculas, a buscar la grieta detrás de cada leyenda, a no rendirme ante el poder de la tradición ni siquiera por comodidad. Después vinieron Elogio de la impertinencia y Por qué no podemos ser cristianos, dos libros que confirmaron que Odifreddi no solo sabía cuestionar, sino también provocar con un estilo incisivo y magnético, tan incómodo como necesario. El primero me sirvió para entender que la impertinencia, si se ejerce con honestidad, no es un vicio sino un músculo cívico. El segundo, con su crítica demoledora a las inconsistencias lógicas de la teología católica, me ayudó a poner orden en mis propias reservas religiosas, a articularlas sin culpa y sin miedo, con la serenidad de quien sabe que dudar, a veces, es la única forma de defenderse.
Piergiorgio Odifreddi es, con toda justicia, el Carlo Frabetti italiano en su acepción más plena, aunque la paradoja sea evidente porque Frabetti, al fin y al cabo, también nació en Italia. Sin embargo, la analogía se sostiene: los dos son matemáticos, comparten la pasión por la divulgación científica y cultivan el mismo compromiso con el humanismo laico, son antiespecistas y están unidos a una sana obsesión por la precisión lógica y a una tendencia casi natural a la polémica, entendida no como un deporte agresivo, sino como un ejercicio de higiene intelectual, un modo de pinchar la conciencia de quien escucha o lee. Odifreddi, matemático, lógico, profesor, escritor y polemista, lleva años recordando a la sociedad italiana que la ciencia no vive fuera de la cultura, sino que la recorre y la fecunda, que pensar con rigor es también un gesto de belleza. Ambos han chocado con las grandes cabeceras que les acogieron: Odifreddi, pese a la proyección que le ofreció La Repubblica, acabó viendo restringido su espacio cuando sus críticas a la Iglesia o a la política internacional desbordaron el margen de tolerancia del periódico; y Frabetti, en El País, terminó confinado casi en exclusiva al territorio de la divulgación matemática, sin poder desplegar con libertad su discurso más crítico y humanista, lo que le llevó a refugiarse en plataformas como Rebelión.org o ahora en Jot Down. La prensa tradicional, sea italiana o española, desde tiempos inmemoriales, digieren mal a quienes preguntan demasiado alto y no aceptan callarse.
Como dato curioso y muy de actualidad, en noviembre de 2012, Piergiorgio Odifreddi firmó un artículo en su blog Il non-senso della vita, alojado en La Repubblica, que todavía hoy retumba por el impacto que tuvo. El título era un torpedo: «Diez veces peor que los nazis». Allí denunciaba con crudeza la ofensiva israelí sobre Gaza, estableciendo un paralelismo incómodo con las represalias nazis durante la ocupación de Italia, citando la matanza de las Fosas Ardeatinas como referencia. La dirección del periódico, asustada o simplemente incapaz de soportar el vendaval, retiró el texto sin pedirle permiso. Odifreddi, fiel a su carácter, decidió cerrar su blog en señal de protesta. En su despedida dejó claro el desgarro: agradeció a La Repubblica el altavoz que le había concedido durante 809 días, incluso cuando sus ideas no coincidían con la línea oficial, y reivindicó el derecho a discutir de ciencia, filosofía, religión o política sin filtros. Aquella retirada desató un debate encendido sobre la libertad de expresión y expuso, sin anestesia, hasta qué punto duele tratar cuestiones tan espinosas como el conflicto israelí-palestino. Frabetti tuvo más suerte y en Jot Down no le censuramos “Mayo del 24” aunque es evidente que en El País no se lo hubieran ni siquiera publicado.
Odifreddi acaba de presentar Incontri ravvicinati tra le due culture, publicado por Raffaello Cortina editore, un volumen que sintetiza 76 entrevistas realizadas en más de 25 años con personajes de primer nivel: premios Nobel, escritores, músicos, políticos, filósofos, religiosos y científicos que aportan al lector un tapiz de conversaciones que es casi un viaje iniciático. En una entrevista concedida a Radio Radicale durante el Salone del Libro de Turín, Odifreddi explicó que aquello no fue un arrebato repentino, sino el fruto de una larga maduración, un fuego lento que había venido alimentando durante años: «en realidad no fue una chispa, porque fue un fuego que ardió durante más de 25 años». Su propósito, añadía, era dinamitar la frontera que tradicionalmente separa la cultura científica de la humanística, y para lograrlo propuso a los científicos que se pronunciaran sobre religión o arte, mientras pedía a los artistas que pensaran en matemáticas y lógica sin miedo: «la idea es hacer hablar a los científicos quizá sobre religión o literatura, y a los literatos o músicos de matemáticas o de números y así sucesivamente».
¿Se pueden considerar la lógica y la matemática como formas de creación artística, como la literatura o la música?
No sabría qué pensar, a este respecto. Lógica y matemática son ciertamente creaciones de la razón humana. Pero la historia de la matemática muestra que aquello que en un cierto momento puede ser visto como un acto de libre creación, después puede tener aplicaciones en el mundo real. En otras palabras, parece existir una profunda congruencia entre las facultades de la razón y la estructura del universo. (J.M. Coetzee)
¿Qué piensa de la fenomenología.
Ciertamente habrá trabajos serios e interesantes. He leído solo una traducción de Ideas (1913) de Husserl, no muy buena: no se entendía nada. De Heidegger solo he leído las frases citadas por Carnap. Creía que las había inventado Carnap, y fui a comprobarlo: Heidegger las había dicho en serio. ¿Recuerda? “Hablaré del Ser mismo y de nada más”. ¿Qué otra cosa podría haber, además del Ser? Estoy bromeando. (Saul Kripke)
El resultado es un coro fascinante de voces. Odifreddi lo resume con cierto orgullo: «muchas de estas personas ya han muerto, porque eran verdaderos monstruos sagrados de la cultura». Algunos nombres son impresionantes: Noam Chomsky, José Saramago, Umberto Eco, Carlo Rubbia, Anatoli Karpov o el Dalái Lama. Cada entrevista se convierte en una ventana a la forma de pensar de estas figuras, y Odifreddi se empeña en cruzar preguntas y temas con la habilidad estratégica de un ajedrecista. La estructura revela esta intención lúdica y calculada: un título en mayúsculas, el nombre del entrevistado en cursiva, una introducción donde describe al personaje, el contexto del encuentro y luego la primera pregunta, aparentemente casual pero medida al milímetro, igual que la apertura en una partida de ajedrez. De ahí en adelante, el diálogo se desarrolla como un partido de futbolín, en palabras del cronista, donde ninguno pretende aniquilar al otro sino generar juego, pases, goles compartidos. Esa misma metáfora encierra la gran virtud de Odifreddi: no humillar al entrevistado, sino ponerlo en posición de lucirse, para después rebatirlo si hace falta, pero siempre con respeto. Lo confirma la propia voz de Odifreddi en la entrevista que le realizan en Oubliette Magazine: «un relato, o un informe, de encuentros con personas que vale la pena conocer y escuchar, y que han hecho mi vida más plena y digna de ser vivida». Aquí cita, aunque sin mencionarla explícitamente, la obra Vivir para contarla de Gabriel García Márquez, que él leyó con pasión en un verano y a la que rinde homenaje con esa misma convicción: la vida, si no se cuenta, no termina de existir.
La estructura del libro sigue siete grandes secciones: Política, Religión, Arte, Ajedrez, Literatura, Filosofía, Ciencia. Cada bloque reúne 12 entrevistas, salvo el de ajedrez, más breve, y termina con un índice de nombres y referencias bibliográficas que el propio autor recomienda saltarse para zambullirse directamente en el contenido. Odifreddi no disimula un gusto por la provocación, y en la entrevista antes mencionada se permite, a modo de juego intelectual, resumir a cada entrevistado con un apelativo y una frase significativa que le impactó especialmente. Por ejemplo, menciona que de Giulio Andreotti recordaría: «…Sin embargo, los políticos tienen a menudo el defecto de hablar de forma complicada, porque no tienen claras las ideas…», y lo apodaría «¡Factor!». Con Chomsky recupera la demoledora frase «¡La élite cultural casi siempre se alinea en apoyo de la violencia estatal!» y lo califica de «¡Lógico!». Con Rajendra Pachauri, que advierte «…los países desarrollados tendrán que reducir drásticamente el nivel de sus emisiones nocivas», le asignaría el título de «¡Augur!». El cronista de Oubliette Magazine, en su reseña, subraya que este libro tiene también mucho de coreografía: cada entrevista empieza con un movimiento estratégico, avanza con réplicas y contraataques, y termina con un cierre siempre un poco suspendido, como una partida de ajedrez inacabada. El propio Odifreddi bromea sobre ello: «Conocer y escuchar a personas interesantes me ha atraído desde niño, quizá por motivos genéticos». Le recuerda —dice el reseñista— al personaje Chukie de Eureka Street, y cita una anécdota memorable con Corrado Augias, a quien soltó: «Eres tan simpático que, en mi opinión, podrías trabajar en televisión», provocando una mirada fulminante. Odifreddi lo refiere como un ejemplo de antífrasis, ese recurso que usa constantemente para tensar y aliviar al mismo tiempo las conversaciones.
En otro pasaje de la entrevista, defiende con vehemencia que las notas estén al pie de página y no al final del libro: «las notas están al pie de página y no al final, donde cada vez que voy a buscarlas me da una hernia, y donde, en mi opinión, deberían estar prohibidas por ley». Y se burla incluso de la obsesión académica por las notas finales, proponiendo con sorna que un futuro gobierno las grabe con diez euros cada una para disuadir a los editores de seguir colocándolas allí. Su humor se mueve con agilidad entre el sarcasmo y la ternura, recordando mucho a la ironía de Frabetti cuando desmonta supersticiones y dogmas con la sonrisa. La estructura completa del volumen —siete áreas temáticas más un índice que detalla nombres y referencias bibliográficas— subraya la pretensión de Odifreddi de hacer del libro un museo vivo de encuentros. Pregunta a Carlo Rubbia, por ejemplo, si la teoría de juegos se aplicó al caso Moro en Italia, o al Dalái Lama si la lógica budista podría dialogar con la occidental, o a Eco por la diferencia entre la niebla y el lenguaje literario. No se queda en la superficie de los datos: siempre busca la fractura donde se abre la duda, y en esa grieta, colocar una semilla.
También bromea con la posibilidad de que algún día el presidente de los Estados Unidos lea su libro: «Quién sabe si el actual presidente de Yankeeland leerá alguna vez Encuentros cercanos entre las dos culturas o incluso Manitù Mio!», y fantasea con el Pulitzer, apuntando que, si gana, al menos le gustaría que otro autor mencionara su nombre. «Lo importante para mí, y quizá también para ti, sería indicar claramente el IBAN en el que ingresar el importe». Entre la autoparodia y el gesto de orgullo, se dibuja la personalidad de un autor tan implacable con el error lógico como comprensivo con las pequeñas debilidades humanas. Y es que Piergiorgio Odifreddi no niega su pasión por la lógica ni la herencia de la matemática, pero se cuida de no volverse inhumano. En un pasaje brillante, recuerda que el azar y la necesidad son inseparables: «El azar es entrópico y no solo antropogénico. La necesidad es gravitatoria y no solo singular. Las dos tendencias colaboran, se dice, en el ámbito local: prácticamente en todas partes». Y concluye que la cultura debe ser, en esencia, un lugar de juego compartido, donde cada cual diga lo que piensa con la puntuación que le venga en gana, siempre que respete al otro.
Al final, tras esta especie de catálogo de epígrafes, preguntas y bromas, queda la esencia de un proyecto donde se mezclan la divulgación, la biografía, la memoria personal y el retrato coral. Odifreddi sabe que su estilo puede desconcertar, pero no le importa: «¿Dos culturas? ¿O una sola? ¿O muchas, casi infinitas?», se pregunta al cierre del prólogo. Y sugiere que la única cultura que merece la pena es la de quienes prefieren pensar, sufrir, escribir y resistir. En eso se parece mucho a Frabetti, que tampoco concibe la divulgación sin compromiso ético ni la ciencia sin pasión humanista.
¿Las drogas le permitieron entender mejor las experiencias de sus pacientes que sufren migraña?
Por desgracia, las experiencias las tuve de forma natural, porque yo también sufro de migrañas. Y creo que el haber experimentado prácticamente cada síntoma visual de la migraña fue uno de los motivos por los cuales soy médico, he escrito Emicrania, y le he dedicado un tercio del libro a las experiencias visuales de la enfermedad. Pero creo que otras experiencias mediadas por drogas me han hecho más sensible a aquellas experiencias naturales de mis pacientes. (Oliver Sacks)
¿Cómo llegó a escribir una ópera sobre el libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1985) de Oliver Sacks?
Por pura serendipia. En 1986 mi esposa había leído una reseña del libro, y se lo regalé. Pero cuando lo hojeé, me atrapó completamente, y pensé que aquella historia debía absolutamente convertirse en una ópera. De hecho, una única gran ópera. En el fondo, el Dr. P. era un cantante lírico que enseñaba en la Juilliard School. Y aunque había perdido muchas capacidades cognitivas, había conservado sus habilidades musicales. Sacks cuenta que, cuando fue a visitarlo por primera vez, el doctor P. le tocó un aria del ciclo El amor del poeta (1844) de Robert Schumann, y él la cantó. Para la ópera elegí una pieza del mismo ciclo que sonaba un poco “nymaniana”, y se prestaba particularmente bien a ser desarrollada para sus componentes melódicos. (Michael Nyman)