Sociedad Tecnología

Contenido y algoritmos: la lenta desaparición de la autoría en internet

Ilustración de Pablo Amargo. Contenido y algoritmos
Ilustración de Pablo Amargo.

Del meme al AI slop, el algoritmo convierte la autoría en mercancía: premia la copia, borra las fuentes y reduce la cultura a ruido de fondo en la economía de la atención.

Las sospechas surgieron a partir de comentarios aislados en YouTube y TikTok. Algunos usuarios señalaban que el italiano Giacomo Turra, un guitar hero muy popular en Instagram, plagiaba frases de guitarristas menos conocidos en varios de sus reels. Y todo terminó por explotar cuando el youtuber y bajista Danny Sapko publicó en abril pasado un video en el que desenmascaraba la mentira. A partir de allí ya no quedaron dudas: las pruebas eran demasiado contundentes. Turra no solo robaba con descaro fragmentos musicales de otros artistas, sino que prácticamente había construido su carrera a través de esos plagios, sin citar sus fuentes originales.

Aunque extremo, el caso de Turra funciona como ejemplo de cómo se distribuye actualmente el contenido en la web, porque el concepto de autoría tiene cada vez menos peso en la cultura digital, diluyéndose en miles de fuentes diversas donde siempre gana la más popular. Es el síntoma de una transformación que se percibe cada vez más profunda y que, con la llegada de la inteligencia artificial generativa, parece haber llegado a un punto de no retorno.

En el mundo digital, el contenido (un término problemático en sí mismo) se desprende de sus creadores originales, luego se replica con ligeras mutaciones y así su origen se va perdiendo como hojas que flotan por el arroyo del doomscrolling (en inglés, casualmente, arroyo se dice stream). Para sumar una capa de complejidad, las empresas tecnológicas hacen la vista gorda y las instituciones que deberían atender al problema, de momento, no lo están haciendo.

Un antecedente de esta transformación podrían ser los memes, porque la ausencia de autoría es una de sus características fundamentales: necesita del anonimato para su reapropiación. ¿Quién creó el primer meme con «Hide the Pain Harold»? ¿Quién nos tentó para usar el «This is fine» cuando nuestra rutina se salía de control? Preguntas válidas, sí, pero cuya respuesta no importa demasiado. Los memes son patrimonio colectivo de internet: pertenecen a todos y a nadie a la vez.

Siguiendo esta lógica, el valor no reside tanto en el mérito o en la originalidad, sino en la capacidad de adaptación y propagación de un contenido en plataformas digitales. Un contenido «exitoso» es aquel que otros usuarios pueden usar, modificar y redistribuir para su propia reputación virtual. Los memes, en ese aspecto, normalizaron una forma de crear en la que la atribución es opcional y la personalización es la regla.

Como demuestra el caso de Turra, esta práctica excede largamente a los memes. Hasta podríamos decir que se trata de una nueva forma de creación cultural, muy cercana al parasitismo, que opera bajo la lógica de las interacciones. Los algoritmos no distinguen entre originalidad y copia, porque sus unidades de medida se limitan al poder de la economía de atención: los clics, los comentarios y las veces que un contenido se comparte. De esta forma, una cuenta cualquiera puede acumular miles de seguidores replicando contenido de características virales, mientras los creadores originales de esas piezas permanecen en las sombras, despojados no solo del reconocimiento, sino también de las oportunidades comerciales que surgen de la viralidad.

Porque sí, es un sistema que no recompensa solo con likes y nuevos follows, sino también con capital. El ejemplo más concreto de esto es X, que a partir de la dirección de Elon Musk premia con dinero las altas interacciones, sin importar si se trata del video de un gatito o el hilo de un racista. Siempre y cuando, claro, el usuario posea el blue check, que hay que abonar todos los meses como una suscripción más. Eso ha hecho proliferar cuentas verificadas que replican contenidos gancheros de otras cuentas menos populares: una especie de curaduría digital que, sin embargo, se muestra como si fuera material original.

Sin su contexto original, el contenido en internet termina transformándose en mercancía anónima dentro del mercado de la atención. La democratización de la creación de contenido que vino a empoderar a los creadores individuales, una de las grandes características de la Web 2.0, hoy se ha transformado en otro mercado precarizado.

En el mundo de la música u otras industrias regidas por los derechos de autor, el asunto se vuelve todavía más complejo, y eso se percibe en su consumo actual: descontextualizado, fragmentado y en segundo plano. Un buen ejemplo de esto último podría ser un dato que se desprende de un informe de Sounds Profitable publicado a fines de agosto: el 47% de la audiencia de videopodcasts en YouTube los consume en segundo plano. Es decir, la mitad de las personas los escucha de fondo, sin mirar el video.

Spotify, entre otras plataformas de streaming, ha popularizado en los últimos años un fenómeno conocido como «música de ambiente», o simplemente playlist music. Se trata de piezas diseñadas para escuchar en segundo plano, como banda sonora de la productividad o el ejercicio físico, con títulos como «Feel Good Morning» o «Extreme Focus», pensadas para ser escuchadas de forma pasiva, mientras se realizan otras actividades.

Este tipo de música existe en una zona gris de autoría, distribuida bajo seudónimos genéricos y diseñada para ser complaciente. Como denunció la periodista Liz Pelly en una investigación, muchas de estas composiciones fueron creadas por artistas fantasma y luego son promocionadas por los algoritmos de la propia plataforma.

Es el triunfo del contenido funcional por sobre la expresión personal. Esto representa un problema no solo en lo económico —los artistas reciben fracciones ínfimas en concepto de regalías—, sino también en lo cultural, porque se promueve el consumo de música como si fuera aire acondicionado: algo presente y útil, pero a la vez imperceptible. La música convertida en commodity, el artista en un espectro y la experiencia estética en un trasfondo de la vida cotidiana.

En el mundo de la información, los buscadores y herramientas de inteligencia artificial generativa han llevado esta lógica a una nueva forma de consumo de noticias. Como señaló Ángel Fernández en «El declive de las búsquedas», Google muestra respuestas directas al comienzo de sus resultados, permitiendo que los usuarios obtengan lo que buscan sin necesidad de visitar las fuentes originales. ChatGPT y opciones similares van un paso más allá: procesan cientos de miles de artículos, investigaciones y textos para generar respuestas que son síntesis sofisticadas de contenido ajeno.

El modelo es práctico, pero suena injusto: de la misma forma en que los músicos —o artistas en general— invierten tiempo y recursos en su formación, los medios especializados lo hacen en investigación, redacción y edición para que las herramientas cosechen esos frutos. «El riesgo es tan simple como inquietante: que solo puedan sobrevivir los medios capaces de blindarse con paywalls o de pactar licencias ventajosas, mientras el resto asiste a la evaporación de su relevancia», sostiene Fernández en su editorial. Así, escritores, periodistas y editores enfrentan la paradoja de que, mientras más exitoso sea su contenido, más probable es que sea procesado por sistemas que eventualmente podrían reemplazarlos.

En la cima de esta suerte de pirámide invertida se encuentra el fenómeno conocido como AI slop, que consiste en contenido generado por inteligencia artificial: sin autor humano identificable, sin contexto cultural específico, sin más propósito que llenar espacios digitales y generar engagement. Videos o podcasts narrados por voces sintéticas, blogs escritos por algoritmos, imágenes creadas por IA: todo es válido por los clics o likes.

El AI slop representa el punto más álgido de un proceso que comenzó con la disolución gradual de la autoría en la web: un contenido liberado de las limitaciones humanas, que no necesita inspiración, no sufre bloqueos creativos ni reclama vacaciones pagas, pero que existe solo para existir, con forma correcta desde lo técnico, aunque culturalmente vacía.

Lo preocupante del AI slop no es su mediocridad, sino su capacidad de adaptación. A diferencia del spam tradicional, que solía ser bastante fácil de identificar, el contenido creado con inteligencia artificial resulta cada vez más sofisticado, coherente y difícil de distinguir de la producción humana. Se camufla entre los contenidos «reales», contaminando el ecosistema digital desde adentro.

El error que le costó la carrera a Giacomo Turra no fue el robo sistemático de ideas ajenas, sino el haberlo hecho mal. Para un algoritmo que premia la interacción y los formatos de moda, su pecado fue mantener la pretensión de autoría individual, sin citar fuentes, y hacerlo de manera demasiado grosera. Porque la lenta desaparición de la noción autoral en esta era es, como reza una frase de programadores, a feature, not a bug: no es algo accidental, sino una característica del sistema. Cada like, cada elección que hacemos en la web o cada consulta a Perplexity es un voto a favor de este extractivismo.

La pregunta, entonces, no pasa por si esta tendencia puede frenarse, sino más bien hacia dónde nos puede llevar. Ir a contramano, tal vez, implique ver el arroyo con otros ojos, observar con atención las especies, aunque naden rápidas y fugaces frente a nuestra insaciable curiosidad.

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5 Comentarios

  1. La industria cultural es incapaz de asumir el decisivo cambio de paradigma por el que internet está acabando con Gutenberg, no el que inventó la imprenta, sino el que pergeñó la autoría domeñada por los derechos de edición… un modelo válido durante quinientos años (ahí es nada!) que requiere urgentemente una sacudida estructural, que sus rancios mandarines son incapaces de emprender más allá del lloriqueo melancólico como el que destila la presente gacetilla… ¿es el tal Turra la causa de todos vuestros males? sigan chapoteando en el charco.

    • Es gracioso que te metas con un artículo bien escrito y documentado que habla de como grandes corporaciones están haciendo lo mismo que el Turra a través de su IA. Cuando a nadie le interese escribir nada útil en internet porque es caro y no reporta nada, solo sirva para entrenar al Gemini de turno ya me dirás que tal todo.

  2. Xenomorphon

    Creo que el futuro (mejor, el presente) de la autoría digital es sentarse y esperar. Esperar a que toda la Internet se convierta en basura IA exactamente igual. Y cuando la gente esté harta y saturada, entonces y sólo entonces ofrecerles contenido nuevo y original que llame la atención. Y si tampoco funciona, pues que se pudra el mundo con lo que ha querido tener.

  3. José Antonio

    Yo no toco la IA ni con un palo de lejos. Cada cual allá con su conciencia, y con su innata inteligencia.

  4. Juan Carlos

    Con el algoritmo y la IA, Internet se está convirtiendo en una gran máquina que funciona casi por su cuenta, cada vez con menor intervención humana. Antes era un canal de comunicación y una forma de colaboración entre personas, que siempre estaban al otro lado, escribiendo posts, comentando en foros. Ahora, las personas se están convirtiendo en irrelevantes, el contenido comienza a generarse solo, alimentándose de sí mismo. Si no fuera porque secuestra nuestra atención, llegaría a convertirse en una máquina vacía e inútil.

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