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Para Niki Lauda el infierno es rojo y verde

Para Niki Lauda el infierno es rojo y verde
Niki Lauda, 1976. Fotografía: Bernard Cahier / Getty.

Este artículo es un adelanto de nuestra revista trimestral nº 51 especial Fuego, ya disponible aquí.

Dicen que está seco. Pero no seco-seco, no seco de qué seco está. Seco. No totalmente seco. Qué quieres, son veintidós kilómetros de longitud, así que hay partes secas y partes no tan secas. Suficiente, puedes salir. Aunque no esté muy seco.

Así empieza.

Hay un cambio de rasante. Bueno, para usted sería un cambio de rasante, ellos lo transforman en pequeño salto. Hay un pequeño salto, y un poco de alquitrán más oscuro justo donde apoya ruedas. Descontrol, volante, descontrol, hierros, giros. Y, después, el fuego.

Y nada más.

Dos hombres tan distintos

Uno es alto, guapo, rubio, tiene sonrisa, encantador. El otro es pequeño, dientes que asoman, pelo fosco. Uno es (casi) pobre y vive como los ricos. El otro es (bastante) rico y vive como los pobres. En el mono de uno se lee Sex. Breakfast of champions. El otro ni siquiera sonríe. Uno echa pitillos antes de echar mano al volante, bebe champán en copa buena, saluda así, como de lao. El otro… bueno, el otro también conduce rapidísimo.

Uno es Thor, el otro es Helmut Zemo. ¿Cómo? ¿No saben quién es Helmut Zemo?

Pues uno es Thor.

Realmente no fue tanto. El cine, que te manipula. Tenían un tratar correcto, fueron, sí, amiguetes. Dicen que si llegaron a compartir piso, en los tiempos lejanos del empezar todo. Dicen, también, que a veces se alojaban en habitaciones contiguas, que abrían las puertas, que comentaban esto y aquello. Igual remembranzas, para no pensar en lo que llega. Igual.

Niki Lauda (Viena, 1949-Zúrich, 2019) y James Hunt (Belmont, 1947-Wimbledon, 1993) eran diferentes. Mucho. Todo. En el físico, en el trato con los demás, en ese «meh» inmarcesible y trascendente que denominamos carisma. También cuando conducían. Frío y metódico el centroeuropeo; volcánico, genial e inconsciente el british. Duelo clásico, si quieren verlo de esa forma, entre la constancia y la inspiración. Que no era exactamente eso, porque los tópicos huyen de matices, pero nos vale…

Huyen de matices, pero… son ciertos. ¿Saben cómo llegó Jimmy a la Fórmula 1? Porque hablamos de Fórmula 1, no se me despisten. Fue en el equipo de lord Alexander Hesketh. Sí, un «lord» de esos «lords» que hay en Inglaterra. Pero tirando a crápula. Menos monóculos y más champán, no sé si me explico. A Hesketh le flipaba Jimmy, porque era rápido, porque tenía mala uva (puñetazo a rivales incluidos… esto a los aristócratas les suele poner tontorrones) y porque… en fin, porque a su alrededor siempre hay fiestas y mujeres (esto a los aristócratas también les suele poner tontorrones). Así que escuadra de Fórmula 1, bebida fluyendo, hedonismo en el ADN y menos ganas de curro que un defensa del Toho

¿Competitividad? Pues toda, que no les engañe lo anterior. Jimmy hacía declaraciones, exageraba su aire bon vivant, despreocupación falsa. Niki, por su parte, vive en la continua paranoia de abstraer, mejorar una décima, una milésima. Ambos son competidores ferocísimos. Contaba Hunt que un día, por Watkins Glen, Lauda entró a su habitación. Eran las siete de la mañana, él pensaba despertarse a las nueve. Iba, Niki, vestido con el mono de competición. «Arriba», dijo, «hoy voy a ganar el Campeonato del Mundo». Y se fue.

No hagan caso de las pelis: la realidad es mucho más intensa. 

Memoria del fuego

Era cuestión de tiempo que chocasen. Era cuestión de tiempo que Hunt maneje un auto a su altura, que huya de excentricidad, que focalice todo. Lauda va de suyo, pero lo de Jimmy… cuestión de tiempo.

Y ocurre en 1976. McLaren, oigan, que es nombre de espesor. El año anterior, con Hesketh, pudo ganar un Gran Premio, pudo mostrarles a todos que no es solo una cara bonita (aunque él, siempre, quiera exhibir su cara bonita). Así que… McLaren. A ver de lo que es capaz. Contra Lauda, fundamentalmente. Que corre en Ferrari, que es vigente campeón, que gana cuatro de las primeras seis carreras, no baja del pódium hasta su abandono de Francia. Dominador. Preciso, tranquilo, feroz. Muchas veces confundimos frialdad con templanza, olvidando lo frío que se muestra cualquier tigre a punto de atacar. 

Y eso, que va Jimmy segundo, que está Lauda confortablemente asentado en el primer puesto. Confortablemente pero… ojo, que el coche de Hunt tira de narices, que igual Ferrari ya no es el más rápido de la parrilla. Vamos, no daría yo el asunto por finiquitao. Y, entonces, Nürburgring.

A Nürburgring le dicen «El Infierno Verde» (cuenta que lo bautizó Jackie Stewart), y vaya si merece el asunto. Son veintidós kilómetros por bosques y praos, setenta y tres curvas, algo tan inmenso que igual pillas sol, lluvia y neblina en la misma vuelta. Un suicidio en cuestiones de seguridad, obvio, porque no hay bomberos, ni médicos, ni ambulancias como para cubrir todo aquel rollo. Y, entonces, Marcos Pereda, ¿por qué corren allí estos de la Fórmula? Pues por tradición, y por pasta, y porque es bonito, y porque es lo que deben hacer, que antes no estábamos tan a la gresca con que si pretiles, escapatorias et al.

Bueno, igual Niki sí. Cuentan que semanas antes quiso hacer boicot a la carrera. Esto es una locura, si pasa algo de allí no salimos. Reunión de los pilotos e imaginen reacciones. Que si quieres cepillártelo porque vas primero, que si eres un cagao, que si no tienes huevos no corras. Ese tono, una muy sana masculinidad tóxica sobrevolando el ambiente. 

Corren, vaya. Es el 1 de agosto, año 1976.

Ha llovido, por la mañana, pero ahora hace sol, y está sequito, Nürburgring, pero también tiene zonas húmedas. Los hay que salen con gomas de agua, Jochen Mass va con lisos, otros pasan por boxes. Lauda lo hace, y empieza a remontar, quiere poner ritmo, quedarse solo. Llega a la curva de Bergwerk. Cambio de rasante, casi despega. Y, entonces, el infierno, este de color rojo.

El Ferrari de Lauda se encabrita, rompe la suspensión, sale contra los quitamiedos, rebota. Para cuando vuelve al asfalto está envuelto en llamas, una bola de fuego y humo. Crepitante. Viva. Harald Ertl y Brett Lunger chocan contra él (el extintor de Lunger se dispara por ese impacto, y eso aplaca un poco el fuego), Arturo Merzario detiene su Walter Wolf para ayudar a Niki. Dicen que Ertl y Lunger no saben desabrochar su cinturón de seguridad, porque Ferrari usa un sistema distinto al de otros coches. Merzario corrió en la Scuderia un par de temporadas. Salva la vida a Niki. 

Aunque eso lo sabemos hoy. En aquel entonces… su casco sale despedido con el primer choque, su «verdugo» está negro por las quemaduras, lleva casi un minuto inhalando gases de esos que matan. Lo llevan, en helicóptero, hasta el hospital de Ludwigshafen, luego al Universitario de Mannheim. Tiene quemaduras de segundo y tercer grado en rostro y extremidades, unas cuantas costillas rotas, los pulmones hechos cisco. Un sacerdote le da la extrema unción, Enzo Ferrari ya ha contactado con Emerson Fittipaldi para sustituirle…

Aquella misma mañana un fan se había acercado a Niki Lauda para pedirle la protocolaria firma. «Ponga la fecha, señor Lauda, podría ser el último autógrafo». Y Niki, con fama de vinagre, sonríe, pone la fecha. Menudo gilipollas, pensó. 

Menudo gilipollas. 

Para Niki Lauda el infierno es rojo y verde
Niki Lauda y James Hunt, 1978. Fotografía: Getty.

Aquel túnel inoportuno

«Hace poco me volvieron a preguntar. ¿Por qué nunca se operó? Y dónde coño encuentro yo una oreja, ¿eh? Es lo que hay».

Volvió a las seis semanas. Sí, como lo oyen. Unas cuantas cirugías, un rostro que daba miedo al miedo, un mirar aún más huidizo, aún más concentrado. Solo pierde, Lauda, las carreras de Austria y los Países Bajos. En Zandvoort gana James, en Austria queda fuera del pódium, porque Watson se saca su exhibición, Lafitte la suya y hasta Gunnar Nilsson queda por delante. O sea, que en lo puramente numérico tampoco es tan gorda la pérdida. Y, encima, Lauda ha vuelto sin miedos, sin matices.

Vean… retorna en el Gran Premio de Italia. Monza, carrera de casa para Ferrari. Y, si quieren datos, la más rápida que existe, la que tiene una velocidad media superior. Allí gana Petterson, Hunt abandona, Lauda hace cuarto. Cuarto, sí. Dicen que el viernes no pudo apretar, que estaba lleno de terror. Que veinticuatro horas más tarde ya aceleraba. Que el domingo se exhibe. Cuando baja del coche tiene manchas de sangre en el verdugo, con todas las cicatrices palpitando. Rojo Scuderia, de la forma más dramática.

Así, hasta Fuji. Última carrera del año. Lauda en cabeza, Hunt acechante. Y un epílogo que ningún novelista se inventa.

Porque hace malo, en Japón. Hace malo, hace horrendo. No hay visiones de Hokusai, porque la niebla no deja ver nada fuera del circuito. Ni casi en el circuito, vaya. Lluvia, nubes. Los pilotos, esta vez sí, se plantan. No hay manera, es un suicidio. No salen, al menos no hasta dentro de un rato. «No tengo intención de correr», dice James Hunt. Pero aparece el villano que toda gran historia necesita. Este se llama Bernie Ecclestone, tiene pintas… en fin, tiene sus pintas, y gusta de hacer declaraciones pelín nazis. Ese aire. Bueno, pues este Ecclestone, pez gordo que maneja cotarros de patrocinios y demás, es quien va donde los pilotos y les dice, eh, vale, guay, lo de no matarse y eso, guay, pero es que dice la tele que si no empezamos pronto nos denuncian. Y yo paso de denuncias, porque estamos aquí por la pasta, y perder pasta es lo contrario a estar por la pasta. Nadie da el primer pasuco, hasta que Brambilla dice que él corre. Y luego otros. Y Hunt. Y Lauda. «No tiene sentido, antes de la primera curva había un charco inmenso, tenías que frenar antes de la zona de frenar». Sumen la neblina. Sumen que los autos van salpicando. Dicho de otra forma, que no se ve una mierda. Nada. Cero. Niet. Niki da tres giros y se retira. «Mi vida vale más que un campeonato», dice.

Ganará otro par, por si preguntan.

Vale, a partir de entonces… dos historias paralelas. La de Lauda, la de James. Dicen que Niki abandona el circuito, que va directamente hasta el aeropuerto. Dicen que el chófer lleva puesta la radio, que cómo sigue aquella carrera que no debió disputarse. Que llegan hasta un túnel y Lauda es, todavía, campeón del mundo. Que dentro del túnel se marcha la señal. Salen, y nada. Cuentan que fue ya casi en la pista, cuando un mecánico de Ferrari se acercó al austríaco. En su cara lo ve, en su cara entiende. Hay una coda… a Niki Lauda le ofrecen salida honorable para con Enzo. Avería en el coche. Lauda refusa, seamos sinceros. Il Commendatore nunca se lo perdonó. Era una fiera competitiva, alguien que busca poner manos en el volante de sus coches. Ferrari, Ferrari prima. Lauda conquista el Mundial apenas un año más tarde, en 1977, pero algo se ha roto. Sin confianza no hay éxitos. Con los laureles frescos huirá a Brabham…

Pero les dije que había dos historias. La del subcampeón que burla su muerte, la del campeón que sigue espídico. Porque Hunt ha continuado. Lauda abandona, también Petterson, Perkins, Pace o Fittipaldi. Pareciera que hay un acuerdo, un pacto tácito. Pero no, el resto siguen. Y Hunt tiene, oh yeah, esa corona cerquita de sus dedos. «Lo siento por Niki, entiendo lo que ocurrió. Pero quería ganar el título, siento que merecía este título. También él. Ojalá lo hubiésemos podido compartir». Demasiado tarde. Digamos que necesita ser tercero, y lo tiene todo controladete. Hasta que ocurre. Cinco vueltas y… reventón. Está cerca de los boxes, consigue llegar, le cambian las cuatro ruedas. Cuando vuelve a pista no tiene noción alguna de qué pasa, de a cuántos debe adelantar. Es un caos. Y, en el caos, Hunt crece. Acelerar, pasar por encima de este coche, luego de aquel otro, del último. Cuando cruza la línea de meta Jimmy está convencido… no fue suficiente. Y reacciona como uno pensaría que va reaccionar en tal situación… va donde su jefe, Teddy Mayer, para pegarle dos hostias. En ese corto trayecto alguien logra detenerlo… James, eres campeón por un punto. Y Hunt sonríe. Me voy a emborrachar ahora mismo, son sus primeras declaraciones. 

Nunca volvió a estar cerca de un título. Dos años más tarde sacó a Ronnie Peterson de su Lotus en llamas. Fue en Monza. Peterson murió esa misma noche, en un hospital milanés.

Ya ven. Esta es una historia de glamur, golfadas y desafíos. Pero al final se nos hace, también, una historia de muerte. 

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2 Comentarios

  1. José Antonio Ibáñez

    Gracias por compartir esta historia de dos grandes rivales, compañeros y amigos luchando por el campeonato, cada uno con su personalidad y estilo.

  2. E.Roberto

    ¡Qué Historia, estimado! Y encima con esa prosa regionalmente despreocupada y laberíntica que la hace aún más fascinante. Supongo que “espídico”, de acuerdo al contexto signifique inalterado u obstinado o “como si nada”. La Rae tendría que hacerle un lugarcito pués mérito semántico no le falta: Expilar, robar y Expiar, borrar las culpas. Una lectura fantástica. Muchas gracias.

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