Música

Dictadores, ángeles, refugiados: la loca historia de Van Der Graaf Generator

Van Der Graaf Generator. Imagen: Charisma Records.
Van Der Graaf Generator. Imagen: Charisma Records.

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Demasiado cruentos para el rock progresivo, demasiado excesivos para los punks. El grupo de Peter Hammill ha marcado la historia subterránea del rock con sus epopeyas de ciencia ficción deforme.

Si nos atenemos a la historia oficial, el punto de inflexión tuvo lugar alrededor de 1977: aquel año, ebrios de justa ira, san Johnny Rotten y san Joe Strummer predicaron la Fe del Imperdible, arrojando a los dinosaurios a la Gehenna y convirtiendo el término «rock progresivo» en anatema. El dogma quedó fundado, e inscrita la leyenda: circa 1970, la música popular quedó prostituida y contaminada por efluvios de conservatorio, correspondiendo a ese apocalipsis llamado punk la tarea de salvarla de sí misma. Amén.

En España, el relato fue interiorizado con virulencia, obviando con ello una realidad: más que una ruptura radical con el pasado, el primer punk suponía un cuestionamiento de este en cuanto a modos de producción, sustrato social y conexión con la realidad circundante. Un cuestionamiento en el que cabían matices, porque una cosa era estar hasta el moño de que Yes se encastillaran en sus empanadas místicas, o de que Emerson, Lake & Palmer fardasen de camiones tráiler y puñaladas al Hammond, y otra negar que, entre las bandas de la generación anterior, hubiese algunas que no solo imponían respeto, sino que también daban un poquito de miedo. Una de esas bandas, tal vez la más envuelta en un aura de demencia, atendía al pegadizo nombre de Van Der Graaf Generator.

«Yo no he elegido esto»

El hecho de que Van Der Graaf Generator sigan evocando entre los entendidos cotas de mal rollo poco imaginables es, hasta cierto punto, normal: la fijación por los horrores de H. P. Lovecraft, el padrinazgo de Graham Bond (aquel ocultista del rythm’n’blues que se suicidaría en 1974 arrojándose a las vías del metro) y una obsesión por los conceptos del poder y la locura son cosas que imprimen carácter. Pero, por otro lado, esa mística casi que da risa, si consideramos que el grupo parece presidido desde sus orígenes por una mezcla de mala pata y de chapuza juvenil.

Juzguen ustedes mismos: en 1967, tras el viaje de rigor al San Francisco hippie, un chaval llamado Chris Judge Smith vuelve a Inglaterra sin asomo de conocimientos musicales, pero con una lista de nombres para el grupo que piensa poner en marcha. Uno de esos nombres es la denominación del acumulador eléctrico diseñado por el físico Robert J. Van Der Graaff en 1929, conocido por el hecho de que, si lo tocas, se te pone el pelo de punta. El primer amigo al que Smith expone su proyecto es un tipo que estudió con los jesuitas, que atiende por Peter Hammill y que compagina la devoción por el rugby con una voz capaz de amansar, por lo bronca, a un hipopótamo en celo. Ambos deciden que el grupo ha de existir, que Van Der Graaf Generator ha de ser su nombre, y que en él Hammill ocupará los empleos de vocalista y guitarrista (aunque no tiene ni maldita idea de tocar), mientras que Judge Smith compaginará las labores de percusionista con las de segundo cantante e intérprete de sinfoclarín y ocarina.

Las sucesivas incorporaciones de Keith Ellis, al bajo, del teclista Hugh Banton (que curra como técnico en la BBC) y del baterista de jazz Guy Evans dan forma a una criatura cuyos primeros bolos resultan desastrosos en grado sumo. Pese a ello, el mánager Tony Stratton-Smith ficha al grupo para una lista de representados en la que ya figuran The Nice, y en la que poco después figurarán Genesis. El sencillo resultante de dicha alianza se publica en el 69, y sus dos temas («People You Were Going To» y «Firebrand») revelan dos verdades: la primera, que los Generator articulan un vocabulario de originalidad supina, y la segunda, que Judge Smith canta de pena. Así, el fundador de la banda abandona esta de buen rollo, cosa que le libra de la subsiguiente catarata de desgracias: follones contractuales, equipo robado y (algo bueno tenía que pasar) un concierto teloneando a Jimi Hendrix. En la primera de muchas demostraciones de iracundia, Hammill decide que, a partir de entonces, él se lo va a hacer de solista. Pero, cuando le llega el momento de grabar su primer álbum, se da cuenta de que le faltan músicos de apoyo, con lo que recurre a sus excolegas… Y el resultado, The Aerosol Grey Machine, se publica a nombre de Van Der Graaf Generator ese mismo año. Ya tenemos debut.

Por poco violento, The Aerosol… no es un disco especialmente representativo de la carrera de los Generator: una formación en busca de su sonido, y todo eso. Aun así, temas como «Afterwards» y «Octopus» dan una idea de ese espíritu que presidirá su andadura, resumible en la expresión «de perdidos, a la fosa abisal». Tras reemplazar a Keith Ellis por el bajista Nic Potter, la banda ficha a un saxofonista llamado David Jackson, que gusta de tocar un alto y un tenor a la vez según el ejemplo de Roland Kirk, y que proviene de Heebalob, el siguiente grupo montado por Judge Smith. Claramente, aquel hombre ponía un circo y le crecían los enanos.

Publicado ya en Charisma, un sello fundado ex profeso por Stratton-Smith, The Least We Can Do Is Wave To Each Other (1970) resulta un «ahora, sí»: la portada es fea como ella sola, y la producción de John Anthony no siempre acompaña, pero ante un primer corte como «Darkness 11/11», las objeciones sobran. Toda ella crescendo, la canción hace buenas esas descripciones según las cuales los ensayos de los Generator eran batallas sin cuartel, y, cuando Hammill exclama eso de «Bless the baby born today» el oyente ya está reducido a la sumisión. Pero Peter y sus colegas son amos listos, de los que saben usar el palo y la zanahoria: el siguiente tema, «Refugees», es una balada con ecos de los King Crimson primerizos, en la que el vocalista no se apea del falsete y que resultará el mayor hito del disco. Con John Peel dando el visto bueno desde la radio y con cierta base de fans ya consolidada, ¿cuál debe ser el siguiente movimiento del grupo? Pues está claro: bautizar al siguiente elepé con un título indescifrable, y concentrarse en que este sea más lóbrego y más hostil que nunca.

«El Universo está en llamas»

Publicado en 1971, H to He, Who Am The Only One debe su nombre al proceso de fusión atómica que tiene lugar en las entrañas del sol. Pero, lo que es de soleado, el disco no tiene una pizca: «Killer», el tema de apertura, rodea de espasmos lo que podría ser una oda a las tristezas íntimas del gran Cthulhu, mientras que «House With No Door», tan pegadiza ella, invoca la alienación fruto de la enfermedad mental. Robert Fripp, ese señor según el cual Hammill es el Hendrix de los vocalistas, aporta un solo de guitarra a «The Emperor In His War Room». Y, con «Pioneers Over c», se desata el cataclismo: la primera Gran Épica Progresiva de los Generator es un cuento de ciencia ficción new wave en el cual el grupo, más que tocar, se da de cabezazos contra la rítmica, persiguiendo un clímax que nunca llega. Hasta que llega.

Las posibilidades de «Pioneers…» como vórtice de horror cósmico estaban aún por ser explotadas al máximo, pero no adelantemos acontecimientos. Baste decir que, durante las sesiones de su álbum, Nic Potter había dicho «basta» (Peter Hammill y él nunca se tragarán, si bien desde el respeto) y el LSD se había incorporado a un menú en el que la marihuana y el vino ya campaban a sus anchas. Súmese a ello que ningún integrante del grupo había cumplido aún los veinticinco, y se entenderá que el siguiente paso fuera tan viscoso y maligno desde el primer surco.

Estamos hablando de Pawn Hearts, un disco entre cuyos fans se cuentan Marc Almond, Bruce Dickinson y Julian Cope, que llegará al número uno en Italia (la Italia de Area, Premiata Forneria Marconi y las Brigadas Rojas, nótese) y cuya escucha resulta una invitación a empacharse con ansiolíticos. Tres agresiones a la estabilidad psicológica del oyente en tres cuartos de hora: «Lemmings» (o el suicidio colectivo como destino de la humanidad), «Man-Erg» (la baladita de turno, bisecada con un interludio demente) y, sobre todo, esa metástasis titulada «A Plague Of Lighthouse Keepers». Hammill interpreta a todos los personajes de lo que podría ser, bien una reflexión más sobre la soledad y la locura, bien un cuento de terror oceánico, bien ambas cosas. Hugh Banton aprovecha sus conocimientos de electrónica para modificar el sonido de los teclados, mientras que el saxofonista Jackson se obstina en sonar él solo como una big band. Cuando la pieza llega a su conclusión, uno no se aclara sobre su coherencia, si es que la tiene. Solo se pregunta qué demonios ha sido eso.

La grabación de Pawn Hearts no había sido un camino de rosas, para variar: el grupo (sobre todo los miembros que no eran Peter Hammill) deseaban que el disco fuera un álbum doble que alternase composiciones nuevas, cortes en directo y temas instrumentales, algo que su sello les denegó. Tras publicar el sencillo «Theme One» (versión de una sintonía de George Martin para la BBC) y sufrir una delirante gira italiana, los Generator deciden que la vida es demasiado corta para tanta ordalía. El cantante se concentra en sus discos en solitario, los cuales darían para un artículo aparte, mientras que sus excompañeros organizan una efímera reunión en 1974. Aquello era el fin… o eso pensaba todo el mundo.

«Si tan solo hubiese tenido tiempo…»

En 1975, los cuatro miembros de la banda han vuelto a la trinchera: amén de desempeñar curros de subsistencia, todos ellos se han visto las caras habitualmente a fuer de colaborar en los discos de Hammill, y algo les dice que, si quieren ser estrellas del rock, es ahora o nunca. Toca reactivar esa amistad avivada por partidas de Subbuteo y visionados de Monty Python’s Flying Circus, pues. Instalándose en una aldea de Herefordshire, los Generator aumentan su ya considerable deuda con Charisma lanzándose a una carrera que les llevará a grabar tres elepés en menos de doce meses. Godbluff es el primero de dichos arrebatos, y tal vez sea el más logrado: desde la solemnidad de «The Undercover Man» hasta el cachondeo zombi de «The Sleepwalkers» queda claro que las experimentaciones en el estudio se han acabado, así como las miradas líricas al propio ombligo. Aquí impera un repertorio presidido por la contundencia, y por el afán de ser llevado al directo de la forma más avasalladora posible. Las ventas, por descontado, no son nada del otro jueves.

Como los tiempos están cambiando, algunas críticas de Godbluff empiezan ya a atacar al grupo en términos inequívocamente de su era: que si los temas son demasiado largos, que si Peter Hammill es un palizas… En 1975, el álbum Still Life insiste en los mismos postulados de contención, pero de una forma más sofisticada: los teclados cobran mayor relevancia, la voz explora aún más registros y todo, en general, adquiere un matiz catedralicio a la par que enmohecido, con más contrafuertes y arquivoltas que la Sainte Chapelle de París. La canción titular (¿un cuento de vampiros, una comedura de tarro existencialista, la pájara aterrorizada del narrador en la víspera de su boda?) condensa todo esto, convirtiéndose de inmediato en himno oficioso del grupo. Y «My Room», con esa melodía que parece apuntada a vuelapluma, queda ipso facto como la pieza más delicada y (tal vez) sincera de su repertorio.

World Record, el elepé del 76, suena por contraste a cansancio, a disenso interno y a agotamiento de la fórmula. Sí, «When She Comes» es un interesante thriller cargado de ambigüedad marca de la casa (según se la mire, podría ir sobre la heroína o sobre el complejo de Edipo), y la postrera «Wondering» resulta majestuosa con esos aires entre Broadway y el himnario anglicano. Pero el resto de temas, especialmente el acercamiento reggae de «Meurglys III: The Songwriter’s Guild», dan a entender que se aproxima la hora de cierre. Eso, al menos, es lo que piensa Hugh Banton, que se las pira con cajas destempladas. Peter Hammill, inasequible al desaliento, tiene otros planes: si el público pide inmediatez, y si su disco Nadir’s Big Chance (1974) se ha ganado la aprobación de la incipiente Nueva Ola, él va a darle a las masas lo que piden. Solo que, tratándose de él, se lo dará de aquella manera.

«Fiebre amarilla en el ojo del gato»

Empuñando esa guitarra eléctrica, marca Guild, a la que ha dado en llamar Meurglys III (¿lo pillan?), conservando a su lado a Guy Evans y sus baquetas y olvidando sus diferencias con Nic Potter, Peter recluta al violinista Graham Smith, y acorta el nombre de «su» grupo a Van Der Graaf. El producto de dicho contubernio, The Quiet Zone / The Pleasure Dome aparece en el año de gracia de 1977, y resulta un caso ejemplar de álbum en tierra de nadie: demasiado convulso para la vieja guardia, que verá difícil comulgar con los histerismos de «Cat’s Eye/Yellow Fever», y demasiado selecto para unas nuevas generaciones que solo arrugarán la nariz cuando «Lizard Play» o «Last Frame» les aborden con elucubraciones de treintañero en crisis. El cuento se está acabando, pero de verdad: solo cabe constatar que su punto y final será tan denso y voraz como un agujero negro.

Y eso que, frente a Vital (1978), uno puede encogerse de hombros: ¿cabe una despedida más tópica para un grupo que un doble álbum en directo? «No» cabe responder, «siempre que dicho álbum sea como este»: grabado durante dos noches en el Marquee de Londres, contando como invitados con un violonchelista y con un David Jackson cuyos saxos desaparecen por un error en la mesa de mezclas, el disco en vivo de Van Der Graaf es un epítome de todo lo que un grupo de músicos sin nada que perder puede dispensar cuando la entropía está de su parte. Las composiciones más recientes (salvo el single «Ship of Fools», transformado en tempestad eléctrica que ríete tú de los Stooges) quedan relegadas, hasta cierto punto, en favor de temas clásicos desmenuzados a golpe de distorsión, y recompuestos por un Hammill en plena posesión de su aullido. Así, «Still Life» pierde el barroquismo para transmutarse en misa negra… y la palma se la lleva esa «Pioneers Over c» que, ahora sí, lleva al límite su condición como himno del rock astronáutico y deforme. Dicen por ahí que Ian Curtis expresó su admiración por Vital calificándolo de «satánico». Y, ante un juicio tal, quiénes somos nosotros para añadir nada.

La historia de Van Der Graaf Generator podría (o debería) haber terminado aquí. Pero, en 2005, ocurre lo (casi) imposible: Hammill, Banton, Jackson y Evans, que nunca se han dejado de hablar, están hartos de encontrarse en los funerales de viejos conocidos, con lo que deciden reactivar una vez más la vieja maquinaria antes de que la Parca llame a sus puertas. Present, que así se llama el primer resultado de la reunión, consta de una sección vocal (que más bien parece, señalan los fans, un disco del cantante en solitario) y de otra instrumental en la que Peter se limita a cumplir como guitarrista.

Pese al abandono del saxofonista un año más tarde, las entregas van sucediéndose: Trisector (2008, hardrockero) A Grounding In Numbers (2011, inesperadamente gentil) y ALT, un trabajito enteramente instrumental aparecido en 2012 donde los tres abueletes parecen pasárselo pipa jugando con samplers y otros cacharros, sin preocuparse lo más mínimo sobre lo que nadie pueda opinar acerca de semejante cacofonía. ¿De la épica metafísica al patio del colegio? Pues probablemente. Pero uno debería sacar valiosas lecciones de un periplo así: el de un grupo que, nacido de la pretensión y sometido a esa ilustre marginalidad llamada «de culto» parece haber concluido su andadura asumiendo que todo le importa un carajo.

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13 Comentarios

  1. Muy buen artículo aunque tengo mis dudas sobre esas supuestas desavenencias entre Hammill y Potter. De ser así no pienso que Potter hubiese participado en VDG, en el K-group, en The Noise, en Roaring Forties, en el trio con Grahan Smith…

  2. «la música popular quedó prostituida y contaminada por efluvios de conservatorio, correspondiendo a ese apocalípsis llamado punk la tarea de salvarla de sí misma» El punk la salvó de si misma? O la hundió en si misma? El conservatorio no es algo necesariamente malo, más allá del tópico de que es cool ser irreverente. Del conservatorios también han salido algunos músicos interesantes como Shcoenberg, Ravel, Bartok, Chaicovsky. Del punk, quien perdurará?

  3. fat_fredy

    Tienes mucha razón con lo del dogma. Es dogma desde el 77 mearse sobre el prog.. Yo no pienso en que lo uno quite lo otro,yo disfruto tanto de un menú vegetariano como de un chuletón a la piedra, cada cosa en su momento. Algo perfectamente lógico en su momento se ha perpetuado hasta el punto de que cualquiera se cree con autoridad como para despreciar a Yes o EL&P , son grupos que si bien tuvieron sus momentos de decadencia nos han dado muchos de los mejores momentos del Rock. Lo siento si no eres capaz de disfrutar con el «Close To The Edge» o con el «Trilogy», pero ese no es mi problema. Son discos apasionantes que ganan a cada escucha. Eso sí, no encontrarás un single de 3 minutos ni valen para pinchar en un fiestón, pero para eso tenemos otra música, que lo bueno es precisamente eso, poder escuchar cosas diferentes, compatibilizar a Ty Segall con Toumani Diabate o Lee Perry… Pero lo dicho, me parece muy pero que muy osado, por no decir ignorante prescindir de Yes, y menos de alguien que sigue a Van Der Graaf, echa un vistazo al canal de Youtube del amigo Meurglys (te suena el nombre?) y verás a lo que me refiero…en cambio lo visto por aquí me huele a postureo puro y duro..

    • Carlos A.

      Estoy muy de acuerdo. Y cansado ya del tan manido debate prog vs. punk. ¿Es que no se puede disfrutar de King Crimson y de Ramones, cada uno en su momento? ¿De Yes y de The Clash, cada uno cuando apetezca? Porque yo sí disfruto de todos esos grupos, y muchos más. Dark Side of the Moon y London Calling son 2 de los primeros discos que escuché en mi adolescencia (a mitades de los 80 cuando la tele y la radio estaban dominadas por synth-pop y otras horteradas ochenteras), y esos dos discos, tan distintos como son, figurarían aun hoy en día entre mis 5 discos favoritos.

  4. José Antonio

    Al autor de este interesante artículo no parece mucho gustarle el grupo del que habla. Respetable porque al menos está lleno de historias que desconocía. Es cierto que VDGG es un grupo atípico, de los ‘te gusta o no te gusta’, y yo al menos creo que tiene dos discos buenos, Godbluff y Still Life, que son como complemetarios uno del otro. Lo que ya me ha sentado regular es que cite a Robert Fripp como ‘ese señor’ como queriendo parecer que tampoco es santo de su devoción. Parece ser que, según dice al principio, es el punk lo único salvable de esos años. Pues yo no cambiaría ni uno de los discos de King Crimson por toda la discografía punk. Bueno sí, quizás The ConstruKction of Light.

  5. No soy muy fan de este grupo la verdad, pero no he podido resistir el comentario de yakku (del punk quien perdurara? ) Con los Ramones, the Stooges o The Clash, yo creo que ya es suficiente como para respetar el movimiento no? Si a eso le añadimos la influencia que tuvo en bandas posteriores como Guns and roses, Metallica o Nirvana, creo que está bastante claro que no fue algo superficial para la historia de la musica…

  6. Pingback: La música disco exige tu respeto - Jot Down Cultural Magazine

  7. Quizás con The Beatles y Pink Floyd, VDGG sea el mejor grupo que haya existido jamás por sus extraordinarias composiciones que están entre la ambientación gótica, el sinfonismo neoclásico, por la magnífica voz (LA VOZ) de Peter Hammill, las letras poéticas sobre destinos de la humanidad, su psicología moderna, y los arreglos tan vanguardistas que han influido en cientos (o miles) de grupos hasta la actualidad. La fama de Van Der Graaf es uno de los grandes misterios para develar porque cuando una persona cualquiera se acerca a su música es algo único y fantástico. La música progresiva es de lo mejor del siglo XX sin dudas.

  8. Javier García

    El tipo que ha escrito este artículo?está claro que no tiene afinidad con el grupo por cierto nunca he entendido al crítico que escribe sobre un grupo que le parece raro.amigo pawn Hearts es una obra maestra que hayas pasado la barrera del tiempo ha cada escucha gana más ,es solo un ejemplo en general su discografía es altamente recomendable de su última etapa no opino no los he escuchado ah y el punk ,?eso era música? No era ruido,a lo mejor la música de vdgg era ruido pero bendito ruido

  9. manuel gonzalez vales

    Después de más de 60 años en la música, de escuchar miles de discos, de estilos diversos, incluso hoy en día investigando y escuchando mucha música y después de haberlos visto en directo en su pleno apogeo ( 1.976 ) puedo decir solamente una cosa,
    … ( existe la música en todas sus variedades y música muy buena ….Después esta Peter Hammill )

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