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La revolución es cosa de pobres

George Orwell, Eileen O’Shaughnessy y miembros de la unidad del Partido Laborista Independiente en el frente de Aragón durante la Guerra Civil española. Foto: DP.
George Orwell, Eileen O’Shaughnessy y miembros de la unidad del Partido Laborista Independiente en el frente de Aragón durante la Guerra Civil española. Foto: DP.

Eric Arthur Blair (más conocido como George Orwell) no era un revolucionario de boquilla. En una época (la nuestra) donde todo el mundo reivindica su capacidad para (re)generar democracias, políticas o sociedades enteras, el ejemplo de Orwell permanece como sinónimo de inteligencia, compromiso y —sobre todo— como apologista del pensador, del crítico, del hombre al que todo le va y nada le viene.

Niño prodigio y mal estudiante (cosas que normalmente vienen unidas por un hilo irrompible), Orwell decidió pronto que memorizar fechas y recordar nombres no era lo suyo y decidió que viajar le curaría las malas costumbres. En esa época, a caballo entre la madurez y el pasotismo, escribió sus primeros ensayos, siempre con una pluma dotada de pasmosas cualidades para la observación y con una armadura sociopolítica que no dejaba demasiadas dudas. Nacido en 1903, la Primera Guerra Mundial solo le rozó mientras que la Segunda le tocó de lleno. Entre las dos, Orwell combatió en la Guerra Civil española (que algunos historiadores consideran el auténtico avispero que daría paso a la Segunda Guerra Mundial), fue herido y volvió a casa con un intenso odio hacia los totalitarismos, pero especialmente hacia el estalinismo que campaba a sus anchas en algunos lugares de la España republicana. Ferviente marxista, el escritor reconocería después que hubiera preferido alistarse en alguna otra facción que no fuera el Partido Comunista, y sin embargo nunca dejó de ser socialista. Un socialista obsesionado con la estructura cuasi feudal de su país y la capacidad del Estado para engullir al ser humano y escupirlo sin masticarlo.

De ahí salieron Rebelión en la granja o 1984, consideradas ambas obras caudales del pensamiento antitotalitarista, del mismo modo que de la Guerra Civil en España salió el precioso Homenaje a Cataluña, un libro que no especula, en el que no hay análisis sesudos sino sangre y lágrimas, las de un tipo que siempre estuvo en la primera línea del frente. Curiosamente, y a pesar de que —casi— todos conocemos muy bien las tres obras citadas del escritor, así como algunas de sus profecías (él inventó el término «Gran Hermano», que tanto daño ha hecho después a las retinas de los espectadores o el —muy afortunado— «policía del pensamiento») sus ensayos siguen siendo cosa de aquellos con ánimo completista y su faceta de cronista es una incógnita para aquellos que deseen saciar su voracidad en lengua castellana (en inglés, obviamente, uno puede encerrarse en un búnker y pasarse una semana leyendo lo que opinaba Orwell de un sinfín de asuntos). Por eso se agradece que la editorial Debate haya apostado por una de sus obras menos conocidas y sin embargo más caudales, especialmente ahora que parece que la brecha entre los que tienen y los que no es del tamaño de la falla de San Andrés.

Sin blanca en París y Londres, un título blanco y en botella, cuenta la odisea de un tipo fortachón, fumador y con callos en las manos (el propio Orwell, por supuesto) que vive en París como un mendigo antes de irse a Londres para vivir como un vagabundo, y todo ello sin amago de victimismo, sin quejas ni panfletos, como si la pobreza fuera solo una palabra que empieza por «p». Para aquellos que no estén muy familiarizados con el autor, este tenía una retranca considerable, y puede que sea eso lo que hace del libro una auténtica delicia: su facilidad para rodearse de personajes rocambolescos que asoman desde la página uno. Desde el borracho que ha ingeniado una fórmula matemática que demuestra que trabajar es malo hasta el que tiene un ojo de cristal pero se niega a reconocerlo. Las casas de empeño, los caseros, los judíos, los grandes hoteles, los chefs, los camareros… todos pasan por el tamiz de un pobre que describe el París de posguerra (o de preguerra, como quiera mirarse) como una gran bestia de cemento que se reboza en su decadencia, llena de ratas y chinches, sudada y caótica. Las aventuras de Orwell con su improbable compañero de andanzas, un ruso llamado Boris, son a un tiempo hilarantes y depresivas, donde cada hogaza de pan es un banquete y cada chelín una fortuna. Es en ese lodazal impracticable en el que Orwell se arrastra, donde encuentra el tiempo para reflexionar sobre el hecho de ser rico o pobre, algo que para el escritor y ensayista británico carece de la menor relevancia. Su visión de la lucha de clases se sustenta sobre la naturaleza del propio ser humano y sobre el valor del trabajo, o el valor que queremos darle. Por supuesto, Orwell es un marxista y es imposible perder de vista que, a pesar de no ser dogmático (pese a que haya una intensa crítica social en el libro, especialmente en las ocasiones en las que destripa el universo en el que viven los adinerados, a solo dos palmos de la suciedad más infecta), el cronista tiene muy claros los roles sociales y el hecho de que ni siquiera Houdini lograría escapar al perverso juego que impone no tener ni un duro en un mundo que se rige por el olor de los billetes.

Su huida a Londres, «la vuelta a casa», no es mucho mejor, y Orwell acaba metido en una odisea en barrena, de albergue en albergue, durmiendo en el suelo, controlado por celosos guardianes que tratan a los pobres como a una subespecie llegada de otro planeta para ensuciar la Tierra. Emerge en ese momento un escritor más punzante, menos dado al chascarrillo, quizás por la frustración de saberse en su propio país, un imperio que cada vez lo es menos, y probablemente enfadado por haberse dejado engañar por una oferta de trabajo resbaladiza (cuidar a un «retrasado mental») que le parece su gran oportunidad de volver a lucir tripa.

De los estrechos pasillos que rodean los hoteles de París, allí donde limpia platos y fuma a escondidas a las calles de un Londres colosal, lleno de puros y trajes caros, Orwell reflexiona sobre la naturaleza de la providencia (entiéndase «suerte», no figura religiosa) y acaba llegando a la conclusión de que va a volver a tener que empeñar su abrigo si quiere hacerse con una botella de vino. Hasta para eso el inglés es calculador, y advierte al lector de que el alcohol en su cantidad justa proporciona una hora y media de desconexión y asueto, después es redundante y sus efectos desoladores; antes es inútil y un desperdicio de tiempo y dinero. «Beba lo justo» viene a decir el escritor, como si eso fuera posible.

Sin blanca en París y Londres no es una obra netamente militante aunque a veces pueda parecerlo, sino una visión cuasi masoquista de la vida sin expectativas forrada de una (bendita) mala baba para ayudar a tragar la pastilla. Dice Orwell que «hay otra sensación que constituye un gran consuelo en la pobreza. Creo que cualquiera que haya pasado apuros económicos la habrá experimentado. Es una sensación de alivio, casi placentera, al saber que por fin estás sin blanca. Has hablado tantas veces de la posibilidad de acabar en el arroyo… y resulta que ya estás en él y puedes soportarlo. Eso te quita muchas preocupaciones». En su dieta de colillas, vasos de vino baratos y pan seco, encuentra Orwell cierta justicia (que no belleza) poética, como el boxeador que recibe el golpe definitivo y tendido en la lona piensa que, al menos, ya no deberá volver a levantarse. Lo hace además con la mano cerrada en torno a la idea de que no vale la pena caer en la desesperación, ni tampoco en el conformismo, que lo único que vale la pena es seguir fumando, bebiendo cuando se pueda y disfrutando del pan como si fuera caviar. De eso y de los chiflados que se cruza, de los soñadores, de los tipos que fantasean con manteles de seda y manjares inacabables. De eso, también de eso, puede vivir el hombre. Su tratado del hambre y de la indigencia acaba siendo también un manual de supervivencia bañado en cinismo (no sé si sano o no) sobre lo difícil que es salvaguardar la identidad cuando no te queda nada.

Orwell tenía treinta años cuando se publicó el libro y aunque siguió empeñado en meterse en líos, incluyendo guerras y debates políticos, no volvió a pisar albergues, ni a frecuentar a rusos locos o artistas callejeros. Se mezcló con soldados, mercenarios, médicos y predicadores y se convirtió en uno de los novelistas más serenos, lúcidos y proféticos de todos los tiempos. Si uno lee Sin blanca en París y Londres, empezará a entender por qué.

George Orwell en la BBC en 1940. Foto: BBC (DP
George Orwell en la BBC en 1940. Foto: BBC (DP

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20 Comentarios

  1. Pingback: La revolución es cosa de pobres

  2. Pequeño error. El libro es: «Homenaje a Cataluña», no a Barcelona (¿?), título original: «Homage to Catalonia», 1938.

  3. Homenaje a Cataluña*.

  4. Pingback: George Orwell: La revolución es cosa de pobres | Vita Brevis Ars Longa

  5. Hace mucho en un foro que no logro recordar una forera anglosajona contaba que Orwell denunció al MI5 a varios compañeros comunistas entre ellos a Redgrave.
    Es cierto? O eran ensoñaciones de una Luna toca?

    • Siempre se ha dicho que tenía una «lista negra» de escritores e intelectuales, que por supuesto puso a disposición de las autoridades poco antes de morir. La relación de Orwell con el socialismo y el comunismo cambió para siempre a raíz de la Guerra Civil española. Y es difícil culparle, visto lo visto. Y es difícil porque Orwell, después de todo, combatió con el POUM, que de reaccionario tenía más bien poco, y tuvo simpatías por la CNT.

      • Iván Sánchez Valero

        Justificar que Orwell delatara, en 1948, a gente como Chaplin al MI5 por la represión del POUM por parte del Gobierno del Frente Popular en 1937, es como justificar que ETA matara a Miguel Angel Blanco como represalia por los crímenes del franquismo.

        Hay mucha gente, del POUM y de otros lugares, que sufrió injustamente represión a manos del gobierno republicano, pero que de alguna manera lograron no acabar al servicio de la Policía Secreta de los regímenes occidentales. A diferencia de Orwell (delator del MI5) o de Julián Gorkin (contratado por la CIA para dirigir la sección latinoamericana de su «Congreso por la Libertad de la Cultura»).

        Es duro, eso de descubrir que un ídolo de tu juventud era en realidad un señorito que en cuanto se cansó de las aventuras, allá por 1940, se volvió con los de su clase.

        • No es como dices tú. Orwell temía el comunismo soviético (es decir, en esa época el estalinismo) tanto como el fascismo (es suficiente leer «La Granja» para darse cuenta de esto). Con esta premisa lo más lógico era denunciar a los que según él apoyaban a este tipo de totalitarsimo. Y visto lo visto no se puede decir que no tenía razón.
          Y lo del señorito sobra: te aconsejo que te leas su bigrafía y luego me dirás que ha hecho de señorito en su vida..

        • Igualico.

    • Iván Sánchez Valero

      Si, es cierto.

  6. Pingback: La revolución es cosa de pobres | Ocupa la catedral. Rodea el congreso. Visita el palacio

  7. Iván Sánchez Valero

    El «compromiso» de George Orwell queda muy bien resumido cuando, durante la Segunda Guerra Mundial y a sueldo de la BBC, se dedicaba a retransmitir a la India soflamas incendiarias contra Gandhi y los independentistas indios, a los que tachaba de Nazis.

    Que acabara entregando listas de delación de «izquierdistas» al MI británico fue un punto final adecuado para su trayectoria vital.

    Orwell nunca pasó de ser un aventurero jugando a ser «oprimido». «Sin Blanca en París y Londres» es, precisamente, la mejor prueba de ello. Se mezcla con los pobres, siendo bien consciente de que cuando quisiera se volvía a su casa, y sin adquirir realmente ningún compromiso real con ellos. Como tampoco lo adquirió en la Guerra Civil Española, de la que se piró en cuanto se cansó de jugar a los revolucionarios.

    «Homenaje a Cataluña» es un panfleto propagandístico hoy superado por toda la investigación histórica respecto a la Guerra Civil. Aunque los tópicos que en ella predica siguen incrustados en la mente de muchos.

    • Isismoking

      ¿Cuando recibió un tiro en toda la puta garganta también estaba jugando?

    • Michael Caine

      Varias puntualizaciones a un comentario falso o malintencionado. Primero: Orwell no fue un socialista al uso pero si fue una persona que quería una revolución socialista en Gran Bretaña, pero una revolución que al mismo tiempo respetara la democracia y la dignidad humanas, la libertad de disentir. Es esto y lo que vió en España lo que le hizo desconfiar del comunismo y sobre todo del stalinismo ( lo uno iba en el pack con lo otro). Es evidente que Orwell siendo marxista a la vez se sentía atraido por la tradición anarquista también.
      Segundo: Orwell nunca apoyó el colonialismo.Sus dias en la policia birmana lo curaron de espantos y de esperanzas en el «Imperio» como herramienta de progreso para las colonias, como puede verse en su relato breve «Matar un elefante». Pero Orwell a la vez era escéptico sobre la capacidad de los pueblos de gobernarse justamente una vez lograda su independencia. Desdeñaba tanto el imperialismo como una visión «naive» de la independencia como solución a los problemas del Tercer Mundo. En esto la posteridad le ha dado bastante la razón. Pero lee este artículo sobre Gandhi de Orwell para ver que para nada lo tildaba de nazi. http://www.jornada.unam.mx/2003/09/07/sem-gandhi.html
      Tercero: El tema de la nota de Orwell sobre unos intelectuales de los que advertía por sus simpatías comunistas debe ponerse en sus contexto. Él no manda la nota, un amigo suyo que resultaba que era informante del servicio secreto británico le pregunta sobre personas de la cultura que son comunistas en una charla y de esta sale esa nota con nombres. Nada más. Por último, Orwell se marcha de España porque no le queda otra opción que huir, porque era perseguido por agentes de la NKVD en España por ser «troskistas». De señorito o persona desapasionada nada.

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  9. ¿Alistado en el PC?!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
    ¡Por favor!!!
    En las milicias del POUM.
    Con la wikipedia hubiese bastado, hombre.

  10. leí el libro «homenaje a catalunya» hace bastantes años. es un libro biográfico bastante creíble hasta el momento en que orwell es herido de forma cuasi fatal en el cuello. desde ese momento la narración hasta entonces clara y lineal se desliza hacia la paranoia retorcida. Orwell se pretende perseguido por agentes estalinistas en barcelona, y que estos gobiernan en la sombra la república. Creo que todo eso es mentira. Los comunistas fueron los mejores soldados de la república, pero nunca pintaron demasiado en el gobierno. Como los brigadistas internacionales, luchaban pero no hacían política. En cuanto al POUM, no era un partido comunista, quizás trotskista, quizás anarco, en todo caso siempre insignificante por la militancia, pero muy conspirativo. Con su pequeña estructura promovió una pequeña revuelta dentro de la república en mayo del 37. Esta consistió en la toma de algunos edificios del gobierno en catalunya, no por miembros del POUM, pues no habían tantos; sino por anarquistas influenciados por el POUM. Hay que tener en cuenta que la CNT, la FAI y Durruti apoyaron la unión en el ejército y la integración de las milicias en el ejército regular… En cualquier caso esta pequeña revuelta del POUM fue sofocada rápidamente, y sus cabecillas juzgados y encerrados. Se dice que su líder Andreu Nin murió durante la detención o el interrogatorio.
    En definitiva el libro no tiene demasiado valor histórico. Lo mejor que he leído sobre la guerra es el libro de gabriel jackson: «la república española y la guerra civil»

  11. No sé si era un revolcuionario de boquilla, pero sí sé que era miembro del servicio de espionaje inglés, y que de vuelta a su país, se dedicó a denunciar a supuestos comunistas, entre ellos, amigos suyos. Por otra parte, la política del trotkismo en España era la de romper el Frente Popular, (derrota asegurada frente a una Europa derechista) en beneficio de una revoluciòn imposible. Casen eso con su pertenecia al imperio (inglés) y les saldrán las cuentas de los maximalismos demagógicos…

  12. alfonso vila francés

    Algo más sobre el tema… (de aquí mismo).

    http://www.jotdown.es/2013/06/un-cafe-en-huesca/

  13. Isismoking

    Es entrañable como los comunistas ortodoxos siguen con esa divertida costumbre de enmierdar al disidente y al critico: Espía, traidor de clase, vendido. Lo entiendo, el tío tuvo la desverguenza de luchar en primera linea contra los fascistas (¡un vulgar aventurero!), en vez de escribir ácidos escritos contra la vida burguesa y comerle el nacle a Stalin desde su puta casa, que es el lugar natural del revolucionario (Como Sartre, de cuya heroica actitud en la Segunda Guerra Mundial todos tuvimos noticia. Creo que acabó con gritones de nazis con sus propias manos desnudas).

    Como os caló el amigo Eric. Y como os jode.

    Sigo esperando que alguien tenga huevos a afirmar que a Andreu Nin le secuestró y torturó un comando de fascistas.

    Ah, y si no llega a ser por Trosky, la revolución rusa dura dos miserables telediarios. Ya sabemos como se le pagaron tan magnos servicios.

    No, Orwell no tenia ninguna razón para desconfiar de los estalinistas. Es que le metieron un tiro y se volvió paranoide.

    En fin, que Oceanía siempre ha estado en guerra con Eurasia.

Responder a Nico Cancel

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