Cine y TV

Carcajadas en la boca del lobo

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La mafia non è più quella di una volta (2019). Imagen: Dream Film Ila Palma / Tramp Ltd / RAI Cinema / Sicilia Film Commission.

La mafia ya no es lo que era, el nuevo filme de Franco Maresco, de lo mejor que ha pasado por el Festival de Cine Europeo de Sevilla.

Repita conmigo: «No a la mafia». Vamos, es muy fácil. Dígalo. «No a la mafia». ¿Nada? Si no es capaz de pronunciar esas cuatro palabras seguidas, sepa usted que padece una extraña afasia, pero no se asuste: una amplia porción de la población siciliana sufre un bloqueo similar. Se le conoce popularmente como omertá. Así lo pone de manifiesto el director Franco Maresco en La mafia non è più quella di una volta [La mafia ya no es lo que era], una nueva escala en su larga andadura de denuncia y sátira de la Cosa Nostra y sus simpatizantes. El filme, que obtuvo en la Mostra de Venecia el premio Especial del Jurado, acaba de exhibirse en el Festival de Cine Europeo de Sevilla.

Todo comienza, en cierto modo, en el mismo punto en que acababa su largometraje de 2014, Belluscone, una storia siciliana, esto es, en una encuesta callejera para pulsar el compromiso de la gente corriente en favor de la justicia y frente al crimen organizado. A juzgar por el resultado, dicho compromiso es casi inexistente. En esta ocasión, la encuesta gira en torno al 25º aniversario del asesinato de Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, los dos jueces antimafia que dieron su vida por combatir la lacra mafiosa. Sea por miedo o por cinismo, nadie, en calles ni mercados, se animará a pronunciar una palabra de reconocimiento hacia los dos mártires, ni siquiera de tibia gratitud.

Y no será porque la memoria de Falcone y Borsellino, cuyos nombres designan hoy el aeropuerto de la capital siciliana, Palermo, no haya sido suficientemente promovida desde los poderes públicos, a través de homenajes y marchas diversas. A través de una de ellas sigue Maresco a Letizia Battaglia, legendaria fotoperiodista de la ciudad, para empaparse del ambiente. Lo que viene a comprobar entonces es que el supuesto tributo a los héroes ha derivado con los años en una suerte de cabalgata festiva que avanza a ritmo de pop barato. «Antes llorábamos, ahora cantan», afirma la fotógrafa atónita, ofuscada.

Letizia Battaglia, ochenta y cuatro años: la memoria viva de los años de plomo en Sicilia. Junto a su compañero de entonces, el también fotógrafo Franco Zecchin —que aparece fugazamente en la película— fueron los testigos de excepción de la segunda guerra de mafia, que anegó de sangre el Palermo de mediados de los ochenta. La historia es conocida: los exorbitantes beneficios del tráfico de heroína enloquecieron al clan de los corleoneses, comandado por el psicópata Totó Riina, quien diseñó una estrategia de exterminio sin parangón ni precedentes. Gánsteres rivales, policías, jueces, periodistas, nadie escapó a su voracidad homicida. Letizia y Zecchin, con el oído siempre atento a la emisora de la policía, se especializaron en retratar a las víctimas de aquellas matanzas, llegando a menudo al escenario del crimen antes que las fuerzas del orden. Una de aquellas instantáneas, realizada por Zecchin, sirvió tiempo después para ilustrar una sonada, polémica campaña de Benetton.

Íntima amiga del director del filme, Battaglia, con su cabello inconfundiblemente teñido de rojo, entra mal que bien en el juego que se le propone. Pero si algo sabemos de Franco Maresco es que nunca se adivina por dónde puede salir. Este palermitano sesentón se dio a conocer como actor, precisamente en aquellos años de carnicerías cotidianas, con un tándem cómico-grotesco formado junto a Daniele Ciprí. El dúo Ciprí e Maresco, que permanecería unido hasta 2008, logró fama con su programa Cinico TV, con sus clips en blanco y negro habitados por personajes perturbados, algo sórdidos, descaradamente escatológicos, genuinamente sicilianos.          

Parte de esa estética bufa se traslada a sus empeños cinematográficos. Ya en la citada Belluscone, se señalaba la connivencia de Silvio Berlusconi con la Cosa Nostra tomando como pretexto esas verbenas de barrio en la que los cantantes «neomelódicos», paradigma de la cultura italiana más kitsch y cani, exaltan a los llamados hombres de honor —léase mafiosos— mientras pescan votos, sea para Forza Italia o para quien corresponda.

Pero la mente perversamente mordaz del director va esta vez más lejos que nunca, al concebir un concierto de homenaje a Falcone y Borsellino nada menos que en el barrio ZEN (Zona Espansione Nord), el área más deprimida de Palermo y vivero de soldados para el crimen organizado. La boca del lobo. Para ello, vuelve a contar con el personaje más lisérgico de Belluscone, Ciccio Mira: setenta y cinco años, exbarbero del barrio de La Zisa, cantante y guitarrista, con algún problemilla con la justicia a cuenta de una acusación por asociación mafiosa, Mira oficia como mánager de esas cacofónicas criaturas, más cargadas de sueños que de talento.

Cuando el periódico Repubblica le preguntó a Mira, cinco años atrás, si se atrevería a organizar una velada el 23 de mayo —aniversario del crimen de Falcone— o el 19 de julio —el de Borsellino—, fue más que categórico: «Me cortan la cabeza si lo hago», respondió, «Yo no sé qué fechas son esas». Y sin embargo, ignoramos cómo Maresco lograría convencerlo, lo hace. El tipo lo hace. El resultado, claro, hay que verlo en la pantalla…  

En el cine documental de Franco Maresco nunca resulta fácil distinguir los límites entre la realidad y lo surrealista. Es guasa pura. Acaso no haya un modo mejor de explicar lo ocurrido en Sicilia en las últimas décadas, y por extensión  en la Italia toda, sino como un proceso acelerado de depravación ética y estética. En este sentido, la fórmula del director es trocear esa penosa realidad, siguiendo la receta de la tipiquísima caponata siciliana: un plato cuyo secreto no es otro que el equilibrio entre la acidez del tomate, el amargor de la berenjena y el punto agrio de un buen chorro de vinagre.     

Tras el visionado completo de La mafia ya no es lo que era surgen muchas preguntas, pero sobre todo una: ¿cómo sigue vivo Franco Maresco? ¿Acaso se lo debe a la famosa Trattativa [Negociación] Estado-Mafia, por la cual el gobierno italiano habría pactado ventajas para los mafiosos a cambio de la paz en las calles? A nadie se le escapa que, en otro tiempo, la insolencia de Maresco habría propiciado un final violento para sus días. De hecho, su rueda de prensa anunciada en Venecia fue suspendida sin aviso previo, una espantada inédita en la sección oficial del certamen. Y hay quien asegura que el hombre apenas sale de su zona de seguridad palermitana, precisamente para evitar que atenten contra él.          

Con temores o sin ellos, el cómico y cineasta sabe como nadie hacer humor con las pesadillas de Cosa Nostra, ya sea llamando irónicamente «huéspedes del Estado» a los condenados por pertenecer a la misma, ya sea dejando que su propia parada de freaks suelte alguna genialidad, como esa de Ciccio Mira según la cual Ulises, tras el célebre episodio del Polifemo en el que dijo llamarse Nadie, sentó una tradición que sería continuada por todos los interrogados por la justicia en los tiempos sucesivos. «Nuestra omertá viene de lejos», asevera.

La risa: esa es la respuesta de Franco Maresco a cuanto La Honorable Sociedad es y significa. Basta regalarse un rato de esa medicina y volver a probar. Con calma, sin prisa, no es tan difícil. Una vez más, repita conmigo: «No a la mafia».

Un comentario

  1. Su artículo me lleva inexorablemente a considerar otra fase del problema mafioso: que efectivamente hay, en materia jurídica, un cortocircuito entre cada país y la UE. Usted por lo visto está informado de esta realidad criminal, con sus ramificaciones, sus modus operandi, la psicología individual y, sobre todo, sus valores de la cual la omertá es la más evidente, pero la UE parece ignorarla o no tenerla en cuenta. Conozco poco sobre los códigos penales, pero es evidente que la única manera de responder a estos criminales impenitentes era con penas severas, de las cuales el Art 41bis es el más eficiente: aislamiento total, ya que se comprobó que, si permitían las visitas de familiares o amigos, estos “uomini d’onore” encarcelados, además de no arrepentirse por las ferocidades cometidas, continuaban a dar órdenes y directivas. Y atentados, por supuesto. La UE dice que este tratamiento lesiona la dignidad del individuo garantizado por la Carta de los Derechos Humanos. ¿Y ahora, habrá que permitir salidas por “buen comportamiento” después de un cierto tiempo? No lo creo, ya que prefieren terminar sus días entre rejas antes de revelar sus contactos o arrepentirse. Y los casos más ejemplares los dieron Totó Riina y otro capo mafioso condenados a cadena perpetua. El primero reveló a otro detenido en la hora de recreo, sin sospechar que lo oían, que estaba muy orgulloso de haber hecho saltar por los aires a una víctima. Y el segundo se lamentaba que “Berlusca” (así se le oye decir) no había cumplido con el pacto de suavizar las condenas cuando este gobernaba. Dos semanas atrás SB tuvo que comparecer, en la emblemática sala bunker donde Falcone y Borsellino llevaron ante la justicia por primera vez en el “maxi proceso” a una cantidad impensable de acusados y que les costó la vida a ambos. Se avaló, de acuerdo al consejo de sus abogados, de no responder. La lucha contra esta plaga será larga, pero algo de esperanza hay, ya que en las décadas del cuarenta y cincuenta se afirmaba que la mafía no existía. Y lo decían los gobernantes. Gracias por la lectura.

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