Ciencias

Las cartas de Santiago Ramón y Cajal

Santiago Ramón y Cajal estudiante de medicina en Zaragoza 1876
Santiago Ramón y Cajal, estudiante de medicina en Zaragoza, 1876. (DP)

«Porque escribir en Madrid es llorar», escribió Larra. Pero en aquel entonces Madrid era España. Y la frase pasó a la historia como «Escribir en España es llorar». A fecha de hoy, sostengo que escribir en España es llorar, pero escribir sobre Santiago Ramón y Cajal es llorar desesperada y amargamente.

Nuestro país ha sido pródigo en dar el nombre del gran aragonés a centros sanitarios, calles principales, plazas, premios, estatuas, etc. Pero Santiago Ramón y Cajal carece de lo más importante para poder saber quién fue el mejor científico español de todos los tiempos: no existe ni una edición crítica de su obra ni una biografía que supere y sobresalga llamativamente sobre las varias publicadas. 

Para apuntalar el desastre suele afirmarse que la figura de Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), con su Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1906, es una excepción en el depauperado paisaje de la historia de la ciencia española. Ciertamente, Ramón y Cajal fue un científico excepcional, pero en absoluto fue una excepción, porque en torno a su magisterio y su liderazgo germinaron un par de generaciones de científicos que con un trabajo sólido y entusiasta posibilitaron una «edad de oro» de la ciencia española, con hallazgos valorados en el todo el mundo, que devolvieron a España al lugar rector que había disfrutado antes de que las múltiples guerras que trajo el desquiciado siglo XIX sumiesen a nuestro país en una profunda modorra. 

Tal vez la prueba más concluyente de la pujanza que Ramón y Cajal logró dar a la investigación neurocientífica en España es que dos de sus discípulos (Pío del Río Hortega y Rafael Lorente de No) fueron propuestos en varias ocasiones como candidatos al Premio Nobel, aunque sin lograrlo nunca, pese a la relevancia de sus descubrimientos, y un tercero, Fernando de Castro, no llegó a estarlo, pero estuvo muy cerca de ello, porque suyos eran parte de los descubrimientos por los que el belga Heymans, compañero de línea de investigación, ganó el Nobel en 1938, en plena guerra civil española. Cabe la posibilidad de que el jurado del Nobel y sus colegas, a la hora de nominarlo, no supiesen si De Castro, desaparecido para su profesión durante la guerra, estaba vivo o muerto.

El gran empeño que Cajal puso en crear una escuela que continuara y perfeccionara su obra trataba de demostrar algo que el tozudo sabio aragonés repetía a menudo: que los científicos españoles se equiparaban a los de cualquier otro país cuando contaban con una financiación adecuada y estabilidad en sus puestos de trabajo. Como explicó sir Charles Scott Sherrington, otro gran neurofisiólogo premiado con el Nobel en 1932: «Si algún científico ha sabido crear escuela, ese ha sido Cajal». Y es que el hecho de crear una escuela, de dejar al final de la vida un elenco de alumnos que sostengan y mejoren la obra del maestro era, para Cajal, una obsesión, tan importante como los éxitos personales. 

Pero la realidad es que en España se sabe poco de la vida y la obra de Ramón y Cajal y mucho menos aún de la Escuela de Cajal, que no solo es neurológica, sino que también incluye a psiquiatras como José María Villaverde, Gonzalo Rodríguez Lafora o José María Sacristán. La Escuela de Cajal también está pendiente de que se realicen estudios más amplios y rigurosos sobre ella. Las relaciones personales y profesionales del maestro con Pío del Río Hortega, Lorente de No, Fernando de Castro, Achúcarro, Tello o Gonzalo Lafora es un catálogo de las dificultades que surgen cuando personalidades tan fascinantes y elevadas coinciden juntas en un mismo equipo. Y es que, además de los éxitos profesionales logrados, hay una curiosísima historia humana de la escuela cajaliana que está por contar.

Santiago Ramón y Cajal es, con Einstein, Galileo, Newton y Darwin, uno de los científicos más citados a nivel mundial gracias a sus aportaciones fundamentales para conocer del funcionamiento de nuestro sistema nervioso. Cajal fue también un poderoso líder generacional y un gran escritor. Tiene libros maravillosos como el imprescindible Recuerdos de mi vida: mi infancia y juventud, El mundo visto a los ochenta años, las Charlas de café o las impagables Reglas y consejos sobre investigación científica. Por no hablar de su faceta como dibujante, de una calidad difícil de superar y que tanto le ayudó para difundir lo que veía en su microscopio.

Y, sin embargo, el desconocimiento acerca de su vida y de su obra y el trato superficial e irrelevante (lo uno lleva a lo otro) hacia su figura y su trabajo son frecuentes hoy en día. Las noticias en que se nos muestra a Cajal como joven díscolo, soldado a la fuerza en Cuba, forzudo de circo, forzado obsesivo, fotógrafo aficionado o puntual putero pueblan el imaginario popular ocultando al genio que se esculpió a si mismo merced a una voluntad inquebrantable.

Entre las herramientas mas importantes a la hora de escribir una biografía está la correspondencia escrita. La memoria fosiliza en las cartas autógrafas. Bueno, pues la correspondencia de Cajal que conocemos a fecha de hoy se piensa que puede ser un veinte por ciento de la que mantuvo en vida, pero no se sabe donde está.

El Epistolario de Ramón y Cajal que en el año 2014 publicó Juan Antonio Fernández Santarén recoge tres mil quinientas diez misivas. Casi todas son del periodo 1922 a 1934, o sea, el que va de su jubilación a su muerte. Hay fechas claves en su vida, el año del Nobel, por ejemplo, que tienen una representación mínima: seis cartas. Esto es un tema grave. ¿Qué ha pasado con el resto del epistolario que falta y que Fernández Santarén cifra en unas doce mil cartas más, aunque no explique bien de dónde sale esa cifra? Es compromiso de los historiadores y estudiosos aclarar este punto y delimitar responsabilidades en el cuidado de un patrimonio tan delicado. Así, tanto instituciones como familiares (algunos, sobremanera) como los colaboradores cercanos deben ser interpelados, si esto es posible, para poder dar con el paradero de ese tesoro de la historia de la ciencia española. No es de recibo pasar por alto la responsabilidad institucional y familiar al respecto y lanzar acusaciones sin pruebas, como se hizo, entre otros, con Fernando de Castro, que fue con Tello tal vez el discípulo predilecto de Cajal. Se ha escrito que De Castro (1896-1967) sustrajo dos mil treinta y cinco cartas del Instituto Cajal y luego las vendió a un conocido librero anticuario recientemente fallecido diciendo que las tenía porque se las había regalado su maestro. Estas cartas fueron compradas a buen precio en 1976 por la Biblioteca Nacional, momento en el que el anticuario confiesa su origen, pero con De Castro fallecido diez años antes y sin aportar, que se sepa, pruebas al respecto. Resulta enojoso asomarse a este patio de Monipodio que se tejió durante años alrededor del legado Cajal y que ha impedido una mejor comprensión de su trabajo. Por fortuna esta excusa se ha aminorado en parte porque desde enero de 2015 ya no hace falta el permiso familiar para acceder a la mayoría de las fuentes.

También en el año 2014 vio la luz el libro Los sueños de Santiago Ramón y Cajal, de José Rallo, Francisco Martí Felipo y Miguel Ángel Jiménez Arriero. Insomne recalcitrante (si no dormía tomaba veronal o morfina de forma intermitente), es una compilación de sueños nocturnos y pesadillas que tuvo y que, como buen obsesivo, siempre anotaba a diario al despertarse. Los ciento tres casos que le dejó por escrito a su discípulo José Germain ocupan sueños que tuvo entre los años 1915 y 1934. El relato cajaliano de su producción onírica está acompañado por reflexiones y anotaciones suyas sobre la fisiología del ensueño, que a Cajal le preocupaba más que su contenido. José Germain legó los sueños de Cajal a José Rallo Romero, uno de los más grandes psicoanalistas españoles de todos los tiempos. Y es Rallo quien se encarga del análisis de los sueños cajalianos en un texto, más que trascendente, divertido. Porque si algo queda claro es que lo que Cajal pensaba del psicoanálisis era que tenía un valor cercano a cero. En este libro, los autores, de forma razonable y documentada pero muy interpretativa, explican que lo que Cajal escribió sobre la obra freudiana, que conocía bien a través de Gregorio Marañón, el médico español que más trató a Freud de forma personal, expresaba una coincidencia de fondo entre las teorías de ambos genios. Y Cajal, sin saberlo.

Caben cierto tipo de publicaciones algo esotéricas sobre Cajal porque poco se sabe de la evolución de su obra, del cambio de paradigma que forzó con sus hallazgos, de los conflictos éticos que hubo de superar desde su puesto privilegiado para seguir adelante con fuerza en su carrera. Poco se sabe, por ejemplo, de la profunda crisis que sufrió en 1914 al estallar la I Guerra Mundial. Dejó de trabajar durante un año. Perdió en las trincheras a varios colegas franceses y alemanes, pero la causa de su abatimiento tal vez estuviese mucho más en su constatación del callejón sin salida al que la fascinación por los avances técnicos habían llevado a Occidente. Y al ver que pese a tanta destrucción poco cambiaba en la sociedad europea, en 1919 afirmó que aquella masacre volvería a repetirse en pocos años. Como así sucedió veinte años más tarde.

Cajal nunca lo tuvo fácil ni en vida ni tampoco con el trato dado a su legado. Su desapego de la vida religiosa y su declarado ateísmo le granjearon en vida enemistades entre los sectores más oscurantistas de nuestra sociedad. 

Pero es demasiado llamativo el anticajalianismo que ha presidido y preside la vida científica y cultural española desde que le fue concedido el Premio Nobel. Ramón y Cajal fue un patriota ejemplar, trabajador hasta la extenuación, brillante pensador y la mente más lúcida que ha regido nuestra ciencia. Y no se explica cómo su legado, sus cartas, dibujos, preparaciones histológicas y sus muchos recuerdos no están reunidos en un único museo que lleve su nombre, como sucede con muchos otros personajes relevantes de la vida social española. 

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Un comentario

  1. Que se puede añadir? En cualquier otro país Cajal sería una gloria nacional , pues a su genio científico se le añade su patriotismo, si , su patriotismo además de su honestidad , pagó los gastos de su hijo en el extranjero cuando podía tener una beca, se rebajó su asignación como director, …y no tiene un museo.
    Escribir sobre la consideración de Cajal en España es cabrearse.

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