La abultada llegada de novedades en cómic por acumulación de eventos a principios de año (y de la que aquí aún recogemos algún título) no ha impedido que el segundo trimestre haya acogido unos cuantos títulos interesantes. Esta vez los cómics nos han llevado a la California de la industria cinematográfica de serie B, al Berlín de los noventa, a la Galicia rural de principios del siglo XX (y también a otra más contemporánea), al interior y exterior del MNAC, a futuros distópicos, a despachos de directivos de multinacionales (tanto o más distópicos) entre otros.
Hecha a sí misma, de Alicia Martín Santos (Aristas Martinez)
Magnífica opera prima que se une al conjunto de obras que han tirado con bala al neoliberalismo y el turbocapitalismo promotores de la cultura del esfuerzo y el consumo descontrolado que termina por oprimir y robar vidas. Lo hemos podido ver en cómics como El trabajo mata, Amalia o Pesimismo mágico. Alicia Martin Santos apunta hacia arriba y retrata a los elementos que componen las cabezas pensantes de las grandes multinacionales, individuos de riquezas heredadas, virtudes mínimas y vacíos de principios. La historia de Cuca, consultora de una gran empresa que escala hasta los puestos ejecutivos es una sátira mordaz, de diálogos incisivos repletos de perlas y trama absorbente. Ejecutada con un estilo de caricatura ridiculizante y tonos de gris que visten muy bien con el tema tratado, Hecha a sí misma se estructura como una obra en tres actos que hace gala de una puesta en escena muy teatral que remite tanto como a la tira clásica como a las artes escénicas.
Locura, un elogio de la diferencia, de Jose Valenzuela y Alfredo Borés (Norma Editorial)
Los cómics de medicina gráfica llevan ya un tiempo en danza y se han constituido como un subgénero propio del cómic a medias entre el cómic documental y didáctico y el cómic social y que, con frecuencia, también se aparea con el género autobiográfico. Es así como en el nuevo milenio hemos visto ya una buena cantidad de tebeos que han retratado cómo es la vida bajo el peso de una enfermedad física o mental. Sin embargo, pocas obras han abordado el tratamiento de las enfermedades (en este caso, enfermedades mentales) como este Locura, un elogio de la diferencia que, desde una perspectiva de espectro amplio, busca romper prejuicios. Jose Valenzuela proyecta un viaje que, aun tocando los casos específicos del TOC y el TLP, busca deconstruir los imaginarios tóxicos y excluyentes a nivel general, insertando entrevistas en una crónica con forma de crónica onírica. Alfredo Borés lo encarna con un estilo de línea clara amable que aporta mucha fuerza y emoción a través del color y que además hace gala de una excelente ejecución de la metáfora visual efectiva con propósitos hermenéuticos.
Dai Dark, de Q-Hayashida (ECC Ediciones)
Finiquitada su anterior serie, Dorohedoro, la autora de los mangas más siniestros y al mismo tiempo bizarramente amigables, inicia una singular andadura con Dai Dark, con un nuevo universo más volcado hacia la ciencia ficción (o fantaciencia) pero con el mismo tono tenebroso, poniendo la obra en contacto con la imaginería de H. R. Giger o John Carpenter, arrojando lugares de pesadilla y tecnologías muy turbias. Menos lastrada que en Dorohedoro por el peso de un retorcido misterio a resolver, Dai Dark arranca ágil en su presentación y se entrega al desarrollo de personajes de trasfondos y apariencias macabras pero con una atmósfera de afabilidad y de humor (incluso cuando este es negro) que le da al manga la impronta de su autora. Podría decirse que en su propuesta de personajes icónicos tirándose al espacio a hacer cosas hay algo de las aventuras locas de la cifi de serie B pero la verdad es que en el dibujo de Q-Hayashida no hay nada de bajo presupuesto.
Funny Labs, de Ivanper (Fandogamia)
Los cómics de humor tradicionalmente han funcionado con una dependencia importante del desarrollo de un gag que desemboca en el punchline. Algo diferente, sin embargo, es conseguir «estirar el chiste». Esto es, que una premisa dé para lo que podríamos aceptar como una gran trama de fondo. Ivanper lo ha conseguido en este Funny Labs trabajando en los dos alcances: el de las situaciones presentadas tira a tira, normalmente autoconclusivas (o casi), por un lado y el del largo recorrido con el desarrollo de una metatrama in crescendo. Su desquiciada premisa no tiene desperdicio: unos laboratorios crean criaturas-actores programables para un show de humor. He aquí El show de Truman llevado a la ciencia ficción de humor negro de Rick & Morty para dar con una crítica a la cultura del entretenimiento industrial que aboca al consumo obsesivo. Con su dibujo híbrido entre la línea clara y el toon más plástico y colorista, el autor no hace prisioneros y desarrolla su historia con sutileza al principio para irla desbocando y culminarla con un gran final.
Aquí hay avería, de Lorenzo Montatore (ECC Ediciones)
Seguramente, si alguien propusiera narrar un relato tan duro sobre el descenso al abismo de la drogadicción desde el estilo y la narrativa de los dibujantes de humor de la casa Bruguera, nos parecería una chaladura imposible. Lorenzo Montantore, un habitual de estas listas por mérito propio, estudioso de dicha escuela y amante del cartoon clásico, ha llevado dicha crónica oscura a la viñeta a través de la historia de un artista que acaba enganchado a una sustancia ingerida por vía ocular. Aquí hay avería recoge todos los recursos del cómic de humor de caricatura mínima para emplearlo en la construcción de una tragedia y sale airoso. Su estilo no se riñe con un realismo terriblemente meticuloso con todo lo asociado con la drogadicción y lo que la rodea: sus fases, sus tonos, sus espacios, sus momentos de salida y recaída. Montatore no se deja virtualmente nada y consigue dar con un cómic muy completo y tremendamente didáctico sobre la peligrosidad del consumo de estupefacientes.
Cuando veo cables me acuerdo de ti, de Arnau Sanz (Astiberri)
Después de la crónica de un futuro postapocalíptico en Un fantasma, Arnau Sanz vuelve a la ciencia ficción de estética vanguardista, en la que el color inunda las páginas. Todavía más, es posible entroncar la presente con una tercera obra suya, Línea editorial, sobre las dificultades de la profesión de dibujante de cómics y la insistencia en ella pese a todo, contemplando así una suerte de trilogía sobre la perseverancia. En Cuando veo cables me acuerdo de ti, Sanz cuenta la historia de Sandra, un robot profesora de costura que ve en otras como ella y en si misma, una degradación de sus funciones según llega su fecha de expiración. Cuenta de esta forma un relato de lucha contra el envejecimiento a través de cumplir objetivos vitales así como elabora una exposición de la discriminación sufrida a quien ve sus días terminar. Como otros cómics del autor, presenta una gran empatía, capaz de profundizar en el sentir de aquellos llevados al extremo y las duras decisiones que deben tomar. Sin duda, una rara avis, en fondo y forma, que va más allá del género en el que se enmarca.
Hirayasumi, de Keigo Shinzo (Milky Way Ediciones)
Algunos de los mangas más interesantes que nos están llegando estos años tienen que ver con un retrato de la sociedad japonesa que practica por un enfoque intergeneracional, rompiendo de esta forma con las etiquetas demográficas habituales en Japón y en las que cobran protagonismo personajes con los que se puede identificar el público objetivo. Hirayasumi cuenta la historia de un chico de veintitantos al que no le fue muy bien su aspiración de ser actor y su joven prima de dieciocho que llega a la ciudad para estudiar artes. Reúne así a la generación frustrada pero que sigue hacia adelante, que Inio Asano retrató en Solanin y la generación posterior que aun lo tiene todo por delante y quizás aun menos facilidades. Kengo Shinzo dibuja un slice of life absorbente, repleto de inquietudes pequeñas y grandes, llevado al papel con gran detenimiento en los escenarios, en las costumbres y la expresividad. Difícil de clasificar, hay aquí un poco de drama y un poco de comedia y se coge de la mano de otras obras de retrato generacional amplio y conectado como El león de marzo o Metamorfosis BL.
Ruido., de Antonio Hitos (Astiberri)
Por las similitudes que guarda con sus obras anteriores (Inercia y Materia), Antonio Hitos parece llegar aquí a una trilogía destrangis. Siendo los precedentes cómics de trasfondo de fantaciencia y una suerte de retrato del tedio en el que se cuela lo asombroso sutilmente, Ruido. es quizás la obra en la que más se lanza a jugar con el dibujo en busca de plasticidad para reforzar la acción slapstick. Recoge así, un poco de las tradiciones de los cartoons y de los muppets —ojo a los diálogos de las ratas— y los casa con un trasfondo underground y grafitero, que en su conjunto me hace ver al autor como un continuador espiritual de Vaughn Bodé. De trama evasiva que no busca el largo recorrido y si la acción por la acción y el diálogo por el diálogo, queda incluido en esa trilogía no oficial por el uso del último color fluorescente que le faltaba por utilizar. Sin duda, el stabilo es una síntesis ejemplar de lo que son estos tebeos: lo cotidiano y lo llamativo dándose inesperadamente la mano.
Domingos con Walt y Skeezix, de Frank King (Diábolo Ediciones)
Se dice que no hubo mayor grado de experimentación en cómic que el que se produjo en los años de las tiras de prensa norteamericanas en las que el medio no solo consolidó los recursos fundamentales de su lenguaje sino que además exploró vías múltiples de narrar. Autores como Winsor McKay, Lionel Feininger o, el que nos ocupa, Frank King crearon con sus páginas auténticas biblias de recursos. Con Domingos con Walt y Skeezy llega a España una selección de las planchas dominicales de la célebre Gasoline Alley. Frank King entendió como nadie que en la página en blanco, tiempo y espacio es lo mismo y a través del retrato de la cotidianeidad de un padre y su hijo. Entendió que a través del conjunto de la página y en su división en viñetas se puede producir poesía gráfica y construir un todo con las partes (o viceversa). Y entendió que en la página en blanco todo es posible y lo dedicó así a la expresión del paso del tiempo, de la belleza, la imaginación, la bondad y el humor. En definitiva, a la vida.
Elisa y Marcela, de Xulia Vicente (Ediciones La Cúpula)
Una recuperación muy valiosa de la recuperación de la memoria histórica del colectivo LGTBIQ+ es este cómic que originalmente fue un encargo del Consello da Cultura Gallega a la dibujante Xulia Vicente. Recupera ahora La Cúpula esta obra que ficciona y condensa la vida de dos mujeres lesbianas, que, a principios del siglo XX, se convirtieron en el primer matrimonio homosexual oficialmente documentado por la Iglesia. Elisa y Marcela, con mucha empatía y sensibilidad proyecta un relato que recoge alegría, melancolía, dudas y coraje. En ese viaje, con una narrativa que brilla por su fluidez y elegancia, destaca una paleta de colores estacionales que parecen sacados de un atardecer, del color de los prados o del agua clara y que también conecta con el fondo emocional de la crónica. Suma a esto la bonita edición de grapa de La Cúpula a la que estamos agradecidos por apostar por esta historia que recuerda lo mucho que se ha avanzado en cuestiones de igualdad para el colectivo LGTBIQ+ y, por desgracia, recuerda también que hay mucho por hacer.
Taxista, de Martí (Ediciones La Cúpula)
Que Martí, dibujante prodigio del underground barcelonés, no esté lo suficientemente reconocido es algo que debería resolverse pronto. Abandonando un futuro en el mundo de la arquitectura y el diseño, se lanzó a dibujar tebeos canalizando a dos grandes del cómic americano, Will Eisner y Chester Gould. En Taxista, una de sus obras de referencia plasmó las andanzas de un ídem en una Barcelona nocturna y vibrante en crimen y corrupción. Con un tono ácido desde bien entrada la historia, despliega una montaña rusa de odios y venganzas, con una fascinación cuasi morbosa por los bajos fondos y el lumpen. Sórdida sin remisión y febril en muchos episodios, hace gala sin embargo de un estilo sólido y pulido y una entrega a una parilla casi fija de viñetas, que fija la métrica de lo narrado. Inquietante en conjunto y fascinante por el despliegue de algunas de sus secuencias, la presente edición es, además, un aviso de que está cerca una nueva entrega de las aventuras del personaje.
Hipericon, de Manuele Fior (Salamandra Graphic)
¿Qué tienen en común el descubrimiento de la tumba de Tutankamón en 1922 y la relación entre Teresa y Ruben, dos jóvenes italianos, en la Berlín de los noventa? Manuele Fior alterna uno y otro relato en este cómic: la exploración de la tumba en el pasado acompaña el desarrollo de una relación que puede serlo todo y nada y que vive en el inmediato presente, a pesar de ser para el lector el retrato de unos años que invoquen cierta nostalgia. Hay, no obstante, la inquietante presencia del futuro y así Hipericon se convierte también en una reflexión sobre el tiempo, las expectativas, las decisiones tomadas y la imprevisibilidad. Como en su obra precedente, Celestia, hace gala de un estilo muy vivo, con unas acuarelas refulgentes, atmosféricas y evocadoras. Y, cómo no, extiende también una carta de amor a la arquitectura berlinesa.
Elia, de Fermín Solís (Reservoir Books)
El cambio de tercio para Fermín Solís después de su Medea a la deriva, un monólogo cuasi teatral que revisaba al personaje mitológico de forma honda, ha sido poco menos que radical. Su nueva obra, Elia, sigue las pistas de nuevo a un personaje femenino pero emplazado en un slice of life sobre la búsqueda de un lugar en el mundo en el que medrar y, en fin, ser feliz. De entre las muchas cosas buenas que tiene este tebeo, destaca su gusto por emplazar una acción que conecta finales con principios en lugares no siempre retratados en este medio, como Cáceres, Córdoba o los pequeños pueblos gallegos. Con un estilo de línea clara preciosista y con gusto por las geometrías en las formas, cuece a fuego lento esta historia que al final se vuelve drama y deja a la vista sus entresijos de cómic social y denuncia.
La sangre de la virgen, de Sammy Harkham (Fulgencio Pimentel)
Encomiable constancia la de Sammy Harkham con este cómic que le ha llevado catorce años y que en su estilo de línea clara americana no se revela el paso del tiempo o alteraciones del estilo. Imperturbable, La sangre de la virgen se entrega al retrato de la industria del cine de serie B en la California de principios de los 70, un Babylon de lo suyo, si se quiere, pero en el que el grado de obscenidad y desenfreno se rebaja a los pecados maritales, las fiestas en los suburbios y algún que otro siniestro ocasional. Harkham se recrea en las situaciones cotidianas, en los diálogos, en las travesías de un hombre orquesta del cine que quiere hacerse un lugar en la escena del cine; pero también de su mujer, que proporciona una equilibrada perspectiva distanciada así como una oda al hartazgo silencioso. Estamos ante una obra que se ha entregado a abrir una puerta a un tiempo y un espacio muy concretos pero también a unas psicologías que cunden aun en la actualidad.
El museo, de Jorge Carrión y Sagar (Norma Editorial)
Los ensayos de Jorge Carrión (sea en el medio que sea) son característicos por la amplitud de su campo de batalla. Quizás uno de los más grandes sea la de este El museo, un tratado sobre los mismos a partir del Museu d’Art Nacional de Cataluya que conecta tiempos y espacios, lo macro con lo micro y se prodiga en una concisa historia del arte. Se acerca también al lado humano en sendos retratos conmovedores sobre la vocación de la conservación. Vuelve a hacer pareja artística con Sagar, que se muestra aquí portentoso como una hidra de mil cabezas capaz de representar virtualmente cualquier pieza artística del periodo que sea, insuflándole copos de su estilo. Acertadamente, el diseño y la estructura del libro toma la forma de un catálogo de exposición combinando juegos de ilustración y texto con páginas de cómic, mapas o mosaicos en un conjunto coherente que da entidad a esta soberbia obra.
Libro de las bestias, de Pep Brocal (Bang Ediciones)
Creo que las adaptaciones de obras al cómic que más me fascinan son aquellas cuyo origen precede al origen de este medio, por la curiosidad de ver en qué forma se trasladan a lo visual desde la imaginería más moderna. Pep Brocal ha salido victorioso trayéndose al presente el Libro de las Bestias, un relato del siglo XIII contenido en el Libro de las Maravillas, escrito por Ramon Llull. Aparentemente bastante canónico en su desarrollo, esta fábula de fábulas de carácter político y social gana enteros en muchas cuestiones enriquecida especialmente por los diseños icónicos de los personajes y la expresividad en la interacción entre ellos, así como por el sentido del ritmo insuflado al relato, ágil y de poderosas estampas. Aunque el relato de Llull queda a siglos de distancia, la sabiduría de los mensajes de sus parábolas permanece aquí revalidada en el contexto actual de juego sucio en la escena política.
Agradezco las aportaciones que realizas a propósito del cómic patrio, aunque mi gusto esté orientado al cómic franco-belga. No dejaré de echar un vistazo a las referencias que citas, en particular las de Astiberri, que con tantas buenas sorpresas nos ha deleitado.