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Borgespalooza o cómo convertir a Borges en ícono pop

Borgespalooza
Jorge Luis Borges en una imagen del festival Borgespalooza.

Si, como dice Carlos Gamerro, un clásico es aquel libro que debe dar respuestas a cada época para sostener la condición de tal, la pregunta sobre cómo leen los jóvenes a Borges, entonces, cobra cierta relevancia. Homero, Shakespeare, Whitman, Poe, Wilde: cuando llegamos a la vida, todos los grandes padres de la literatura ya tenían el estatus de clásicos. Con Borges, en cambio, tal vez estemos ante uno de los pocos casos en que podamos seguir en tiempo real la creación —literaria— del mito. 

¿Cómo leen los jóvenes a Borges? Podemos partir de la idea de que lo leen poco, porque históricamente ha sido un escritor poco leído. A Borges lo precede la fama —no del todo injusta— de ser difícil. Difícil: ni tortuoso (como Ernesto Sábato) ni críptico (como Macedonio Fernández) ni descorazonador (como Roberto Arlt); difícil. 

Tomemos el comienzo de «El acercamiento a Almotásim»:

Philip Guedalla escribe que la novela The approach to Al-Mu’tasim del abogado Mir Bahadur Alí, de Bombay, «es una combinación algo incómoda (a rather uncomfortable combination) de esos poemas alegóricos del Islam que raras veces dejan de interesar a su traductor y de aquellas novelas policiales que inevitablemente superan a John H. Watson y perfeccionan el horror de la vida humana en las pensiones más irreprochables de Brighton». Antes, Mr. Cecil Roberts había denunciado en el libro de Bahadur «la doble, inverosímil tutela de Wilkie Collins y del ilustre persa del siglo XII, Ferid Eddin Attar». Tranquila observación que Guedalla repite sin novedad, pero en un dialecto colérico. Esencialmente, ambos escritores concuerdan: los dos indican el mecanismo policial de la obra, y su undercurrent místico. Esa hibridación puede movernos a imaginar algún parecido con Chesterton; ya comprobaremos que no hay tal cosa.

Si, después de este párrafo, el amable lector decide abandonar la lectura, nadie podría juzgarlo. En algunos cuentos de Borges —y este no es el más paradigmático—, la profusión de nombres, conceptos y situaciones provoca una sensación de ahogo y desencuentro. Para decirlo de una forma más técnica, cualquiera que llegue al final del párrafo podría decir con toda justicia: «¡Qué es esta mierda!». Borges impone una primera barrera, que es fácil de saltar si uno se deja de llevar por el texto. Fidel Pintos, un actor de la televisión en blanco y negro, tenía un personaje que hablaba mucho sin decir nada: saraseaba. A Borges hay que leerlo con la comicidad de Pintos. 

Comicidad que es complicidad. 

Frente a la presunción de dificultad y a la retahíla habitual de ciertos elementos típicos de Borges —tigres, espejos, laberintos—, un tipo de reacción es la burla, no hacia los cuentos, sino hacia las lecturas estereotipadas de esos cuentos. Así aparecen, por ejemplo, los memes borgeanos de Alfredo de Jorge @memesborgeanos que tematizan los trend topics de las redes sociales para exacerbar los lugares comunes hasta anularlos o convertirlos en una caricatura de sí mismos. 

Homero Simpson de smoking, el perrito Cheems, el brindis Leonardo Di Caprio y los conocidos «Disaster Girl» y «Hide the pain, Harold» son armas para reírse con Borges. Una foto de Tom Holland y Zendaya (Spider-Man y MJ) en la que ella mira desconcertada a cámara tiene un epígrafe que dice: «Yo citando «Nueva refutación del tiempo» cuando alguien solo me preguntó la hora». O la premiación del Mundial de Catar donde están Messi, Enzo Pérez, Dibu Martínez —los tres sonrientes— junto a incómodo Kylian Mbappé se convierte en una reunión del Grupo Sur con Borges, Silvina Ocampo, Bioy Casares y Ernesto Sábato. De Jorge es profesor de Literatura y encontró en los memes no solo un vehículo para practicar el humor, sino para trabajar los contenidos en clase. «Está bueno el formato meme porque reactualiza el código escrito», decía hace un tiempo en una entrevista en la Feria del Libro de Buenos Aires. «Te vincula con las nuevas generaciones, con los nuevos modos de entender la realidad y los textos. No estás bajándolo a Borges. Estás reescribiéndolo, reconectándolo, releyéndolo».

Es muy probable que el que haya habilitado este tipo de lecturas sea el propio Borges desde las páginas del diario de Bioy: Borges. El libro salió en 2006 y desde entonces, por alguna extraña razón, no se ha vuelto a publicar. Se consigue usado a precios siderales y circula una versión pirata en pdf. Lo mismo pasa con Borges a contraluz, de Estela Canto, que salió en 1998; aunque de este se dice que en breve habrá una reedición. El Borges que muestra Bioy es enteramente distinto al de los cuentos y de las entrevistas. Borges, hay que decirlo, era una presencia continua en los medios. Se podrían hacer muchos volúmenes compilando las entrevistas que daba a cualquiera que lo buscara; incluyendo hasta revistas deportivas y periódicos sensacionalistas. Pero, si con «Borges y yo», él ya daba señales de que había un Jekyll público y un Hyde privado, el libro de Bioy devela un Borges falible, grosero, absurdo: divertido. 

Entrada del diario del 21 de febrero de 1964: «En Mar del Plata. Cuando vuelvo del mar a la carpa, Silvina y Borges están conversando; Silvina, detrás de la lona, en el compartimentito para vestirse; Borges en el centro de la carpa, a la vista de toda la playa, con una camisa rabona (de las llamadas remeras) y sin pantalones ni calzoncillos, al aire el promontorio oscuro de testículos y pene. «Estás en bolas», le digo, arreándolo detrás de la lona. «Ah, caramba», comenta sin perder la ecuanimidad. «Como no ve —comenta después Silvina— está como con una careta»».

Pero, si Borges era ese hombre tan dado a la risa y al ridículo, ¿quién intentaba hacer de él un tótem? Dicen que Witold Grombowicz desde la cubierta del barco que lo devolvía a Europa gritaba: «¡Maten a Borges!». Grombowicz vivió en la Argentina entre 1939 y 1963: los años de Ficciones y El Aleph, los años de la polémica por el Premio Nacional, del antiperonismo y de la llegada a la Biblioteca. Los años en los que, como dice Daniel Guebel, Borges se convirtió en el serrucho que iba podando las ramas del árbol de la literatura argentina. Puede que Grombowicz no odiara a Borges, pero era indudable que despreciaba a los borgianos: ese «ejército de estetas, cinceladores, expertos, iniciadores, relojeros, metafísicos, sabihondos, sibaritas». Que para atacar al borgismo, haya tenido que caer en la típica serie borgiana, no hace más que mostrar lo paradójica, hermosa y vital que es la literatura de Borges. 

A Borges se lo lee en contra de los críticos, en contra de los acólitos y en contra de sí mismo. Él, que siempre había dicho que, puestos a elegir, prefería la literatura a la vida, termina por mantener su lugar preponderante gracias a su figura. Alan Pauls da una clave de esto último en el artículo «La herencia Borges» (incluido en la revista Variaciones Borges número 29) cuando dice que la «extraordinaria iconicidad [de Borges] en el paisaje cultural argentino descansa mucho más en el aura pop de su figura, en las seducciones de su personaje público, que en su escritura o su obra». Hoy está en más remeras que el Che

La popización de Borges tiene su punto culminante en el festival Borgespalooza. La Argentina —tal vez influenciada por la inmigración italiana— tiene una propensión por el drama. La gran mayoría de las fechas patrias conmemora el fallecimiento de los próceres, las tragedias nacionales: recordamos a San Martín, Belgrano y Sarmiento en el aniversario de su muerte. El Borgespalooza quiebra esa lógica y se realiza en agosto: Borges nació el 24 de agosto de 1899. El alma mater es el escritor y poeta Daniel Mecca: cuando Borges murió, él todavía no había nacido. Esa es una de las claves para entender la lógica y la dinámica de ese festival, que se parece a todos y no se parece a ninguno. 

«La distancia entre Borges y las juventudes es un imaginario falso de toda falsedad», decía Mecca en la inauguración de la quinta edición, la más reciente, «por lo que la idea de paloozear a Borges no parte de ningún preconcepto original: el autor de «El Aleph» ya lleva dentro suyo la materia rockera, la rebeldía contra las estructuras, la inestabilidad de lo dado, la provocación como idea (lo que lo ubica dentro de la vanguardia duchampiana y conceptual a pesar suyo)». ¿Qué es paloozear a Borges? Además del típico formato de entrevistas, paneles y lecturas, el festival tiene charlas para centennials, riñas de freestyle, conciertos, etc. Y junto con la participación de importantes referentes borgianos aparecen otros, más jóvenes, que no necesariamente están vinculados con él.

Además del Borgespalooza, hay otro festival, el Festival Borges, organizado por las gestoras culturales Marisol Alonso y Vivian Dragna. Los dos festivales tienen encuentros de altísima calidad; de hecho, es habitual que las personas que participan en uno, también lo hagan en el otro. Pero, entonces, ¿qué hace que el Borgespalooza sea un evento tan convocante? En la película The Founder, que cuenta la historia de McDonald’s, Ray Kroc (Michael Keaton) le revela a Dick McDonald (Nick Offerman) por qué, en lugar de robarle la idea de la comida rápida se encaprichó al punto de sacarles los locales. «No es solo el sistema», le dice, «es el nombre: es el nombre glorioso». Borgespalooza: el nombre más grande para la fiesta más grande del escritor más grande. 

La película Barbie comienza con una reescritura de 2001: una odisea del espacio. Ahora no hay simios sino niñas, que, con la ropa sucia y el pelo desgreñado, juegan con muñecas. Con otras muñecas: arcaicas, prehistóricas. Hasta que llega la evolución. Primero solo se ven las piernas, después febo asoma por sobre la cabeza de Margot Robbie y las niñas tiran —como el mono el fémur— a sus viejas muñecas. Imaginemos esa situación en la literatura vernácula: Lugones, Girondo, Rojas, Alfonsina, Carriego, todos haciendo figuritas en la arena, tratando de decir una palabra. Entonces la cámara muestra un pantalón marrón y un bastón y el sol aparece por encima del pelo ralo. Los otros lo miran y tiran el Martín Fierro. ¿Quién otro que Borges podría ser la Barbie de las letras argentinas?

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8 Comentarios

  1. Yo soy de los que dijeron ¡qué mierda es esta!, en serio, leer para que me lo expliquen, no.
    Una cosa es leer la Iliada, sí, 3000 años de antigüedad y transmitida oralmente, uno puede entenderlo e ilusionarse pensando que está leyendo algo de lo que se hablaba en Grecia y Roma hace milenios.
    Ahora, leer a un tío pasado de no sé qué para no disfrutar, prefiero pedirle a ChatGPT que se invente algo, culto pero entendible.
    Borges, que te den!

    • Nicolás

      Ya se te va a dar. Si yo, a mis escasos 22 años pude entender y disfrutar de un tipo de literatura que rompió todos mis esquemas, supongo que tú también podrías. Claro que hay que dedicarle atención y dejar un poco de lado las distracciones banales como las redes sociales y los memes, al menos por un rato. Te recomiendo empezar con «La casa de Asterión», un cuento de no más de dos páginas que puede iniciarte en esto que, si bien no niego que sea difícil entrar, es un cambio de paradigma literario enriquecedor, postestructuralista, metafísico además de divertido. Saludos y suerte. Date una oportunidad, no creo que no puedas entenderle si realmente te esfuerzas. Sé que un escrito hecho por el chat GPT te sería más sencillo, pero razones sobran para preferir a Borges.

      • Hombre, pues entendiste a Borges pero a mi no. Lo primero es que probablemente sea el mayor detractor de las RRSS de mi comarca, Johan Hari a mi lado es un niño pequeño. Lo de chatGPT era ironía.
        Empecé con Ficciones, y no me jodas, 10 páginas definiendo un puto planeta o país o yo qué sé, inventándose su literatura y su geografía, para llegar, ¿a dónde?
        Seguiría tu recomendación para leer La casa de Asterión si lo tuviera por casa pero sólo tengo Ficciones, además el Prólogo es de J.L Rguez Zapatero, sólo por eso no debería haberlo empezado.
        En serio, le daré otro intento gracias a ti, pero a lo mejor sólo soy un tío limitado…

  2. at-pernath

    El artículo es magnífico, y la idea de buscar convertir a Borges en, literalmente, un referente cultural a todos los niveles me parece magnífica… no solo permite reflexionar sino (guiño guiño) sacar a la luz a aquellos que consideran que ir por la vida negando la genialidad de otros y vendiendo la propia incapacidad de entenderlos es «de rabiosa rebeldía»: el posmodernismo hace tiempo que dejó de vender motos.

    Eso si… que bien iba todo hasta que tuvimos que terminar con una referencia a la película » de moda».

    • Nicolás

      Muy interesante tu comentario y tu referencia a esta gente que se cree cool por resistirse a lo que le trae cierta dificultad procesar y requiere cierto trabajo incorporar. Me hizo ruido, al igual que a vos, la referencia final a la película Barbie. Probablemente porque ni vos ni yo somos centenials. Pero tal vez, sea solo eso y no sea negativa la referencia. Digo, si hablamos de hacerlo parte de la cultura popular pero nos negamos a una referencia de otro producto de la cultura popular, algo no cuadra. Si decimos que Borges es siempre moderno, eso incluye a toda la modernidad y si decimos que sigue vigente, eso deberá incluir a las obras más recientes, aquellas que comienzan su vigencia.

      No sé si estoy siendo cuerdo o el más baladí (ja) pero al ver en vos la misma crítica que pensé yo, me paré un momento a reflexionar si puede ser que tengamos nuestros prejuicios y aún tratemos a Borges con la solemnidad que ni él querría.
      Saludos.

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  4. Manuel arce

    Cuando tenía 12 o 13 años vi sobre la mesa un librito cuyo titulo me llamó la atención «historia universal de la infamia»..y por ese curioso nombre lo leí y conocí «hombre de la esquina rosada» y la «historia de los dos que soñaron»..supe entonces de borges y sus cuentos casi perfectos..

    • Francisco Clavero Farré

      Así fue para usted y para mí. Lo siento por quien tuviera mala suerte; nosotros la tuvimos buena.
      Después, el tema de la entrada y las imágenes en verdad me dejan indiferente; pero si alguno se enganchase como nosotros, bueno habría estado.

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