Arte y Letras Historia

Tu cruz en el cielo desierto (y 2)

Las tres brujas, de Henry Füssli. cruz
Las tres brujas, de Henry Füssli.

Viene de «Tu cruz en el cielo desierto (1)»

Tu cruz en el cielo desierto es una novela de la escritora colombiana Carolina Sanín que la editorial Blatt & Ríos publicó en 2021. El libro narra y teoriza sobre el amor, el deseo y como este intenta compatibilizarse ante la ausencia física del ser amado. Ausencia inevitable puesto que ambos personajes viven en países distintos y se conocen a través de las redes sociales. ¿En un mundo donde existe la misma cantidad de apps para ligar que para solicitar comida a domicilio, se puede seguir atribuyendo al destino el encuentro entre dos amantes? La mayoría de la gente se conoce por casualidad, pero cuando dos personas están enamoradas, atribuyen al día que se conocieron una serie de acontecimientos tan remotamente casuales que ese encuentro no pudo ser sino obra del destino. Y es que decir que su amor es producto del azar, le quita peso. Buscar una razón cosmológica es una manera de presentarse al mundo. Las dictaduras y los nacionalismos también necesitan de este tipo de narrativa. Buscan en la historia un pasado esplendoroso, aunque por el contrario de los enamorados, su razón está lejos de estar relacionada con la tiranía del amor.

¿Qué tiene de malo la casualidad? ¿Por qué existe la necesidad de atribuir siempre a un plan superior lo que le sucede a uno? Sería demasiado afirmar que existe miedo a la casualidad, pero sí podríamos decir que hay un rechazo. No solo porque no se la pueda relacionar con aquello grande y esplendoroso, como la victoria o el amor, y esté condenada a las miserias del día a día, como encontrarse a alguien en el supermercado, sino más bien porque está vinculada al azar y por consiguiente con el no-control. La palabra azar proviene del árabe y significa flor. Esta flor se pintaba en uno de los lados de una taba, que era un hueso que se utilizaba para jugar a los dados. Cuando se lanzaba la taba y aparecía la flor se ganaba la partida y, por consiguiente, tenías buena suerte. No obstante, ganar o perder siempre depende de la apuesta que haya hecho uno. Curiosamente en portugués la palabra «azar» derivó directamente a significar mala suerte.

La muerte de una persona de veinticuatro años es un hecho traumático. El velorio se llena de amigos, vecinos que lo vieron crecer y al fondo, los padres. A los marineros que se atreven a cruzar el Atlántico a vela se les recomienda operarse de apendicitis. La travesía suele durar unos dieciocho días. Se sale mayoritariamente de Canarias y se llega al Caribe a través de los vientos elíseos. En el velero donde viajaba Esteban había cinco tripulantes. Todos eran amigos, alguno había realizado la travesía, pero nadie estaba operado. ¿Qué probabilidad había de que a los seis días de partir a Esteban se le obstruyera el recubrimiento del apéndice? La convención internacional de salvamento de 1989 obliga a cualquier embarcación que se encuentre cerca a atender una llamada de socorro. Cuando el hermano de Esteban pulsó el botón de color rojo DISTRESS e informó de las coordenadas del barco, salvamento marítimo le comunicó que la embarcación más cercana se encontraba a cuatro días de navegación. Esteban llevaba treinta y dos horas muerto cuando llegó el carguero que se dirigía a España. Durante el entierro lo que más se repitió es que era una muerte injusta, a lo que algunos añadían que había tenido muy mala suerte.

Luis Alejandro Velasco Sánchez sobrevivió a un accidente de tráfico que le fracturó el fémur por seis partes. Consiguió superar un cáncer cuando en Colombia todavía no existía la quimioterapia y fue el único que logró salir del lodo en la avalancha que hubo en su Villavicencio natal. El 28 de febrero de 1955, ocho militares que hacían guardia en la cubierta del destructor Caldas, cayeron al mar por culpa de unos cargamentos de contrabando que transportaban desde Estados Unidos. Entre estos militares estaba Luis Alejandro. A los cuatro días los dieron por muertos y terminaron las labores de rescate. A los diez días Luis apareció en un pequeño bote en una playa de la costa colombiana. No podía mantenerse en pie. Lo único que había comido eran unas tarjetas de cartón que llevaba en la camisa. Bebió el agua del mar que el cuerpo le permitió. El sol le quemó la piel y casi lo dejó ciego. Cuando salió del hospital se había convertido en un héroe nacional.

En una de las numerosas entrevistas que dio en televisión dijo que aquello que hacía tan terrorífica la noche es que no pasaba nada. Lo que más le obsesionaba era escuchar el ruido de los barcos que lo buscaban, todo lo demás, el frío o el dolor del cuerpo, eran sensaciones remotas. Un día antes de llegar a la costa, entre las alucinaciones por el sol y la sed, dijo ver una cruz en el cielo. «Entonces me sentí bien, porque sabía que me estaba muriendo». Astrónomos de la zona han afirmado que posiblemente Luis Alejandro vio una cruz, pero no a plena luz del día como apuntaba él sino durante la noche. Aquello que debió ver se trataría de la cruz del sur, una constelación que idearon los marineros del siglo XVI para orientarse. A la mañana siguiente se encontró frente a la balsa una línea de cocoteros, también pensó que era una alucinación.

Aunque no está claro el origen de la expresión «tener una flor en el culo», seguramente provenga de la palabra árabe «azar» y del juego de los dados. No hay duda de que, por mucho instinto de supervivencia que se tenga, Luis Alejandro fue un hombre con suerte. ¿Qué debieron augurar las moiras cuando visitaron a Luis después de nacer y qué debió hacer el bebé Esteban para caer en tan poca gracia? Un llanto inoportuno, una pataleta a destiempo. Es muy difícil justificar una muerte prematura. ¿Cómo le explicas a los padres que Esteban tuvo mala suerte? La casualidad carece de narrativa, en cambio, el destino, incluso el mal destino, aporta consuelo.

La historia de Luis Alejandro se hizo mundialmente conocida cuando el escritor colombiano Gabriel García Márquez publicó en 1970 Relato de un náufrago. El libro reunía en un solo volumen la crónica del naufragio que se había ido publicando por partes en el periódico El Espectador. El relato, que estaba escrito en primera persona, había causado tal furor que la gente se amontonaba en la puerta del periódico para comprar el siguiente número. Al poco de publicarse el libro, Luis Alejandro escribió una carta al escritor reclamándole el pago por los derechos de autor. Aunque García Márquez aceptó, el náufrago acabó denunciándolo pues la cuantía que el escritor le enviaba anualmente le parecía poco. La justicia colombiana falló a favor del escritor y concluyó que la historia es de aquel de quien la escribe. Luis Alejandro murió convencido de que la historia era suya.

Años después, la hija de Luis dijo que su padre tentó demasiado a la suerte denunciando a un nobel de literatura y que el resultado del juicio era «crónica de una muerte anunciada». Durante los años que duró el pleito, Luis Alejandro le envió varias cartas a García Márquez a medida que se enteraba de que el libro salía traducido en otros idiomas. García Márquez solo le contestó una, la primera, que empezaba de la siguiente forma: «Querido Luis Alejandro, es la primera vez que recibo una carta de uno de los personajes de mis libros».

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3 Comentarios

  1. Solo comento para respetuosamente señalar que Carolina Sanin es colombiana, no argentina, al menos de nacimiento.

    Saludos

    • Oriol Viader

      Hola Ieyson. Toda la razón, gracias por el comentario, ya está cambiado. La editorial que publicó ese libro en concreto sí que es argentina. Un abrazo.

  2. Maiolongo

    Debería corregir también lo de los «vientos elíseos», je.

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