Cine y TV

Banda sonora para perpetrar una masacre

Banda sonora para perpetrar una masacre

La alegre pareja formada por Deadpool y Lobezno dedicó el verano de 2024 a pasearse de la manita por las salas de cine del planeta. Un periplo insultantemente rentable que ha convertido la producción de Marvel en la cinta para mayores de dieciocho años más taquillera de la historia del séptimo arte, el puesto que hasta entonces estaba ocupado por la sobrevalorada Joker. Pero lo bonito de Deadpool y Lobezno es que como fenómeno blockbuster descomunal ha ayudado a dejarnos claras unas cuantas cosas: que una película puede renunciar al guion por completo para sustituirlo por tsunamis de cameos y huevos de Pascua, convirtiendo la fanfarria en una tontería, y aun así lograr que los espectadores salgan contentos de las salas; que en España somos tan especialitos como para titular la película Deadpool y Lobezno en lugar de Deadpool & Wolverine o Masacre y Lobezno; que el salvavidas de la Marvel cinematográfica actual pasa por burlarse de sí misma; y, lo que realmente nos interesa aquí, que las escenas donde se combina acción salvaje con banda sonora popera siempre funcionan. 

Deadpool y Lobezno posee tres pasajes llamativos que bailan con la idea de hostias al ritmo de hits musicales. El primero es la secuencia de créditos iniciales, donde Deadpool (Ryan Reynolds) despacha enemigos al ritmo del «Bye bye» de *NSYNC, utilizando como arma los huesos de adamantium del Lobezno (Hugh Jackman) fallecido en Logan (2017). El segundo momentazo pop de D&W es una escena que podríamos considerar como el equivalente en el terreno del bromance al polvete en el coche: los dos protagonistas moliéndose a palos en el interior de un Honda, mientras la radio atruena con el «You’re the one that I want» que Olivia Newtony-John y John Travolta entonaban en Grease (1978). Finalmente, la última secuencia al compás de un temarral acontece en la desmadradísima reyerta final, aquella donde una horda de variantes de Deadpool es trepanada y masacrada con alegría mientras suena «Like a prayer» de Madonna. Una canción que se reutilizaría en la trama unos minutos después, en una versión diferente interpretada por un coro, cuando los héroes combinaban fuerzas para restablecer la integridad del universo, o algo así. La excusa argumental daba más o menos igual, ya que el guion lo firmaban unos monos amaestrados por Reynolds, pero meter un clásico de Madonna tenía su puntillo.

Lo cierto es que para lo de «Like a prayer» ya estábamos preparados, porque el tema se había asomado por el tráiler, con tanta presencia como para servir de marco al título del film. Y también porque el propio equipo de la película ya comentó durante la promoción previa que adquirir los derechos de la pieza no fue un proceso sencillo, porque supuso una visita en persona a Madonna por parte de Reynolds, Jackman y Shawn Levy, director del film, para rogar por los derechos. «Hay que aclarar de antemano que Madonna no licencia sus canciones, y en especial ésta [“Like a Prayer”]», apuntaba Reynolds, «Pedirla era un asunto muy serio y, desde luego, utilizarla lo era más aún. Así que nos reunimos con ella para mostrarle cómo, dónde y por qué queríamos usar la canción». El actor explicaba que la comparecencia ante la diva era, en su cabeza, algo similar a un encuentro con la realeza, con protocolo incluido: «Le pregunté a la gente de su equipo si se me permitía llamarla “Madonna”. En plan, ¿puedo decir “Hola Madonna, soy Ryan? ”». Tras la entrevista, la cantante no solo accedió a permitir el uso de su tonadilla, sino que también realizó sugerencias sobre el devenir de la escena. Ideas que Levy y compañía anotaron e incluyeron posteriormente en el film, muy probablemente porque a Madonna es mejor tenerla contenta. 

El caso es que la aparición de «Like a prayer» en Deadpool y Lobezno es graciosa porque funciona como un bonito empaque para un clímax charcutero, cómico y ultraviolento. Y, fíjate, nos sirve como una excusa fabulosa para recordar que el combo de temazo y acción loca ha propiciado un montón de secuencias molonas en los terrenos del cine y la televisión. En honor a ese efectivo matrimonio, lo que vamos a desplegar a continuación es un greatest hits de este tipo de ultraviolencia pop: las bandas sonoras más llamativas para perpetrar una masacre.


Película: Kick-ass (2010)

Sonando: Ennio Morricone ‑ «Per qualche dolaro in piu», John Murphy ‑ «The corridor», Joan Jett & The blackhearts «Bad reputation».

Matthew Vaughn comenzó a danzar por la industria del cine a mediados de los noventa produciendo el El sueño inocente (1996) y la ultrapopular Lock & stock (1998). A la altura de los dos miles, el hombre decidió agarrar también la cámara para dirigir cosas como Layer cake (2004), aquella Stardust (2007) basada en la novela de Neil Gaiman cuyo póster contenía un doppelgänger de Chiquito de la Calzada, o la celebrada Kick-ass (2010). Siendo esta última la adaptación cinematográfica oficial de un cómic de Mark Millar y John Romita Jr repleto de superhéroes convertidos en piñatas, situaciones bastante cafres, violencia desmadrada y bocas muy sucias. Una película bastante divertida, y más afinada que su secuela, donde llamaba la atención la evidente devoción de Vaughn (un nombre que asomará más veces en esta lista) por ensamblar una playlist tremendamente guapa y variada. Y es que a lo largo del metraje de Kick-ass se escuchaban cosas como «Stand up» de The prodigy, «Crazy» de Gnarls Barkley, la obertura de «El barbero de Sevilla» interpretada por la Zagreb festival orchestra, «This town ain’t big enough for both of us» de Sparks, un pedazo de «An american trilogy» de Elvis Presley, «Bongo song» de Zongamin, «We’re all in love» de The New York dolls, o esa «Banana split» de The dickies que todo el mundo conoce hoy en día como «la canción del Tra la la la de cuando Hit Girl trocea a gente».

Pero para el presente recopilatorio, el episodio musical más reseñable de todo Kick-ass es la escabechina llevada a cabo por Hit Girl durante la recta final de la peli. Una alegre matanza que acontece arropada por un medley sonoro de tres piezas distintas: los primeros disparos en el hall se descargan junto al «Per qualche dolaro in piu» de Morricone que popularizó Por un puñado de dólares (1964); el receso para coger aire está vestido con una composición original de John Murphy titulada «The corridor» (un corte que las malas lenguas dice que huele a plagio al parecerse demasiado al «Kryptonite» de Three doors down); y, por último, el molón desbarre balístico a través del pasillo se sirve de la genial «Bad reputation» de Joan Jett para venirse muy arriba, rematándolo todo (y a todos) de la mejor manera posible.


Película: Star trek: Más allá (2016) 

Sonando: Beastie boys «Sabotage».

La franquicia Star trek no acostumbra a licenciar música porque, por lo visto, en el espacio nadie puede oír tus temazos. Pero cuando J.J. Abrams se colocó a los mandos del reinicio cinematográfico de la saga, la nueva Star trek (2009) presentó en pantalla al Capitán Kirk de una manera bastante especial: de adolescente, pilotando a lo Fast & furious un prehistórico Chevrolet corvette por las carreteras de Iowa, y huyendo de la autoridad mientras escuchaba «Sabotage» de los Beastie boys en su Nokia del futuro. Siete años después, Star trek: Más allá, la tercera entrega de aquel nuevo universo rebooteado, colocó al Capitán Kirk, ya adulto y al mando del Enterprise, frente a un enjambre muy hostil compuesto por millones de naves alienígenas que, menuda casualidad, eran bastante sensibles a las altas frecuencias sonoras radiofónicas. Una confrontación que se resolvía de la mejor manera posible: con Kirk poniéndose chulo mientras daba la orden «Let’s make some noise», con la tripulación transmitiendo por radio el tema «Sabotage» a un volumen de la hostia, y con el desgraciado ejército enemigo desintegrándose en cadena, entre explosiones y ante los berridos del trío de panas de Brooklyn. Anacronismos futuristas aparte, aquel guiño tenía su gracia («That’s a good choice», apuntaba Kirk desde su silla de mandar al escuchar los primeros acordes), y el espectáculo fallero espacial CGI era bonito. Pero ni siquiera así molaba más que el videoclip original de «Sabotage» filmado por Spike Jonze con cuatro duros y tres pelucas, una maravilla que ya contenía las mejores escenas de acción posibles para acompañar a aquella canción. Por aquí, por cierto, hace algo así como doce años que estamos de luto por la desaparición de Adam Yauch.


Película: Ninja turtles: Caos mutante (2023)

Sonando: Blackstreet ‑ «No diggity». Y un remix internetero delirante de la canción «What’s up» de 4 non blondes versioneada por He-man en modo chillón. 

Seth Rogen es una figura curiosa, el tío tiene pinta y maneras de ser el mayor porrero descerebrado de Hollywood, y luego tan pronto firma los guiones de comedias de culto (Supersalidos o Superfumados), como dirige una película que casi provoca una guerra entre Estados unidos y Corea del Norte (The interview), comanda un apocalipsis protagonizado por versiones caricaturizadas y extremas de sus colegas (Juerga hasta el fin), idea una de dibujos animados sorprendentemente atea y con una macro orgía como grand finale (La fiesta de las salchichas) o produce un coming-of-age que parecía un divertimento zafio pero, en realidad, se trataba de una oda muy sincera a la amistad durante la infancia (Chicos buenos). En 2023, que Rogen se hiciera cargo del guion de una nueva entrega animada de las Tortugas ninja ya causaba más curiosidad que sorpresa, sobre todo por saber qué coño se le ocurriría ahora con las verdes. Y lo que hizo fue concebir una de las mejores películas sobre los personajes que se han producido. Que ya, que tampoco es que estuviera el listón muy arriba, pero aun así Ninja turtles: Caos mutante resultó ser una cinta cojonuda, divertida, simpática, ocurrente, con una dirección artística muy lúcida basada en trazos y garabatos (obra de un equipo creativo que afrontó a base de imaginación la ausencia de un gran presupuesto), con un reparto de voces principales que (por primera vez en la saga) estaban realmente interpretadas por adolescentes, y con unas cuantas ideas que hacían rabiar a los agrios: una April O’Neil afroamericana (que ya ves tú qué drama, como si fuera una novedad), y unos villanos clásicos que acababan formando equipo con Leonardo, Raphael, Donatello y Michelangelo.

Otra cosa de la que también podía fardar con orgullo Ninja turtles: Caos mutante era de su banda sonora. Por un lado, porque incluía guiños simpáticos como la fugaz aparición del impagable «Ninja rap» que Vanilla ice cantaba en Las tortugas ninja 2: El secreto de los mocos verdes, o el «Push it to the limit» de Paul Engemann que aparecía en El precio del poder (1983) de Brian DePalma. Pero por otra parte, porque tenía dos secuencias que pasaban de ser buenas a resultar estupendas gracias al acompañamiento musical. La primera de ellas era un montaje de varias escenas ensambladas al ritmo de «No diggity». Una pista clásica de R&B y hip hop firmada por Blackstreet que casi no entra en la película, porque adquirir sus derechos suele ser caro y complicado. Los responsables de Caos mutante tantearon a otros artistas a sabiendas de que quizás no podrían hacerse con la licencia, hasta que los editores finiquitaron el montaje del pasaje musicalizado y todos decidieron que «No diggity» tenía que quedarse como fuese, porque aquello lucía así de bien:

El otro gran momentazo musical de Ninja turtles: Caos mutante es una portentosa marcianada. El film contiene una persecución alocada, una set piece sobre el asfalto para la que inicialmente Trent Reznor y Atticus Ross, responsables de la música incidental del film, escribieron una composición a medida: «Goochie goochie go». Ocurrió que cuando el equipo combinó aquello con las imágenes la cosa quedó bien, pero se antojaba demasiado seria y todos intuían que lo que necesitaban era un corte musical que hiciese del conjunto algo mucho más gracioso. Y entonces a Seth Rogen se le iluminó la bombilla: engalanar la carrera con la versión del «What’s up» de 4 non blondes que unos chalados había parido en un vídeo viral de 2005 protagonizado por el puto He-Man. Esto de aquí, por si en su momento os lo perdisteis. Tras tantear la chaladura, y rastrear por internet a los creadores originales, la versión «Fabulous secret powers» (así se llamaba el clip internetero) pasó a formar parte de la película, precedida brevemente por el tema original de las cuatro no rubias. Y todos salimos ganando porque esto que viene a continuación es el resultado:


Película: Kill Bill Volumen 1 (2003)

Sonando: Santa Esmeralda ‑ «Don’t let me be misunderstood».

La canción «Don’t let me be misunderstood» vio la luz por primera vez en 1964, arropada por la voz de la grandísima Nina Simone y formando parte del disco Broadway-Blues-Ballads. Horace Ott, Bennie Benjamin y Sol Marcus fueron los responsables de firmar la composición y la letra de aquella pieza que Nina desgranaba a un ritmo lento, entre arreglos orquestales y acompañada de un coro. Para muchos, el tema además representa una especie de testamento sonoro vital, porque su estilo y sus versos han sido interpretados a menudo como un espejo de la vida y milagros de la propia Simone. Durante los años posteriores, «Don’t let me be misunderstood» se convirtió en una de esas canciones que se ha dedicado a versionar todo dios que tuviese un micrófono cerca, desde Lana del Rey hasta Joe Cocker, pasando por Cyndi Lauper, Pentagram, Gregory Porter, John Legend, The killers, Ozzy Osbourne, Garry Moore, Zeds dead, The moody blues, Fujii Kaze, Jamie Cullum, Trevor Rabin, Robben Ford, Juliana Aquino, Cat Stevens o Mary J. Blige.

Entre tanta descendencia, tres versiones destacaron sobre todas las demás. La primera de ellas fue la realizada por The animals en 1965, una reinterpretación del original que se convirtió en superventas en varios puntos del globo, y en musa para la cabeza de Bruce Springsteen, quien siempre ha asegurado que la escucha de aquella revisión de los animales le inspiró los riffs de guitarra de «Badlands». Otra cover ilustre fue la de Elvis Costello para el disco King of America, un tema que entró en el álbum en el último momento y que la discográfica lanzó como primer single en contra de la opinión del propio Costello. La tercera versión destacable fue un hit discotequero: un corte de dieciséis minutazos despachado por Santa Esmeralda en 1977 que partía de la interpretación de The animals y le añadía ramalazos flamenco. En las pistas con bolas de espejos colgando del techo, la versión bailable de aquello gozó de un éxito tremendo.

Y llegamos a Kill Bill: Volumen 1, esa película de Quentin Tarantino que algunos encumbran y que otros vemos como una mera diversión del director. En ella, Tarantino decidió presentar el duelo final entre la novia vengativa (Uma Thurman) y O-Ren Ishii (Lucy Liu) adobado con una sección instrumental de la versión de Santa Esmeralda. Y lo que logró en la pantalla, como suele pasar con la música en el cine de este caballero, fue extraordinario: katanas, flamenco y el eco de Simone a lo lejos.


Serie: Fallout (2024)

Sonando: The platters ‑ «Only you».

La empalagosa canción «Only you» (que en realidad se titula «Only you (and you alone)» pero ni dios la llama así) tuvo un despegue complicado: el quinteto The platters la grabó en 1954 para el sello Federal records, pero en aquella discográfica optaron por acomodarla delicadamente en un cajón del sótano para que hiciera acopio de polvo. Desencantados, The platters se mudaron a Mercury records, regrabaron la misma canción y la lanzaron en sociedad a la altura de 1955, triunfando a lo bestia entre las gentes de la época. Entretanto, los de Federal records, al descubrir la tremenda cagada que habían tenido al ignorar el hitazo, decidieron visitar el trastero para rescatar la versión previa que poseían y comercializarla por su cuenta. La jugarreta para rascar perras no les salió bien, y aquella «Only you (beta)» de Federal records solo la compraron cuatro despistados. Y así, desde aquellos maravillosos cincuenta, «Only you» se incrustó en la memoria colectiva como uno de esos temas que todo el mundo, o al menos todos los que hayan estado en contacto con la civilización últimamente, reconoce de manera instantánea.

En 2024, dos videojuegos de temática postapocalíptica con mucho renombre y legiones de fans pegaron el brinco hacia nuevas pantallas: la película Borderlands de Eli Roth y la serie Fallout. Lo de Borderlands fue un mojón apoteósico, y uno de los mayores descalabros en taquilla de los últimos años, pero a lo mejor eso es lo que se merece cualquiera que decida poner a Eli Roth al cargo de lo que sea y a Kevin Hart en el reparto principal. La serie de Fallout, en cambio, fue recibida con alegría por la crítica y los fans. Y su banda sonora era una cosa realmente maja que, al igual que ocurría en los juegos originales, acumulaba cortes de los años treinta, cuarenta y cincuenta donde figuraban nombres como los de Nat King Cole, Johnny Cash, The ink spots, Ella Fitzgerald, The Andrews sisters, Jane Morgan, LaVern Baker, Bing Crosby, Glen Miller, Buddy Holly, June Christy o Betty Hutton, entre muchos otros. En el séptimo capítulo de la serie, «Only you» se escuchaba durante treinta y cinco segundos acompañando la entrada a cámara lenta de un personaje con muy buenas maneras. Y aunque es cierto que en este caso la cosa tiraba por el gag cómico en lugar de por la acción descerebrada, también lo es que aquel momentazo incluía un par de hostias, unos destrozos y una máquina de Nuka-Cola volando por los aires.


Película: Muerte entre las flores (1990)

Sonando: Frank Patterson ‑ «Danny boy».

En 1910 un abogado, músico y escritor inglés llamado Frederic Edward Weatherley compuso la letra de «Danny boy» como acompañamiento a una cancioncilla popular incierta. Y dicha afirmación es un dato sobre el origen de la tonada en el que todos los historiadores están de acuerdo. En cambio, lo que ocurrió a continuación es algo que nadie tiene realmente claro: hay quien dice que la cuñada de Weatherley, Margaret Enright Weatherly, le remitió la partitura de la cantinela folclórica irlandesa «Londonderry air» y el abogado optó por adaptar su texto al ritmo de aquellas notas. Hay otros que aseguran que en realidad la señora le tarareó la melodía. Y hay quien dice que en realidad Margaret y su marido fueron los que acomodaron los versos sobre «Londonderry air» y luego le mostraron el resultado a Frederic. Sea como fuere, «Danny boy» se fusionó con «Londonderry air» en 1913. Poco después, Frederic le remitió la canción a la vocalista Elsie Griffin y aquella mujer la convirtió en uno de los grandes hits del momento. En 1915, la contralto austriaco-americana Ernestine Schumann-Heink registró la primera grabación del tema.

En 1990, Joel y Ethan Coen firmaron una historia de gánsteres, de los de sombrero en la cabeza y ametralladora de tambor en el regazo, titulada Muerte entre las flores. Una obra que, a día de hoy, sigue estando situada entre lo mejor de toda la producción de los hermanos. Algo que supone un auténtico logro teniendo en cuenta que se trataba del segundo largometraje de los Coen y, sobre todo, que estos tipos han sido los responsables de clásicos modernos como Fargo (1996), Arizona baby (1987), Sangre fácil (1985), No es país para viejos (2007) o El gran Lebowski (1998). Además de ser un peliculón, Muerte entre las flores también puede presumir sin sonrojos de poseer uno de los tiroteos más macarras y molones de la historia del cine. Un episodio que arrancaba con el jefe de la mafia irlandesa, Leo O’Bannon (Albert Finney) en su dormitorio, fumando un puro como buen hampón y escuchando en el tocadiscos una versión de «Danny boy» interpretada por Frank Patterson, a.k.a. «el tenor de oro de Irlanda». O lo que parecía una noche tranquila hasta que un par de matones en gabardina irrumpían en la vivienda con la sana intención de convertir al mafioso en muñeco. La invasión no deseada desembocaba en un hijo de puta irlandés encabronadísimo cosiendo a tiros a sus enemigos con muchísima saña, el autofire activado en la Tommy gun, «Danny boy» sonando de fondo, y un depósito de balas infinito. Tres minutos y cuatro caballeros rellenos de plomo que convirtieron a O’Bannon en la machine gun alfa del cine. Ni Arnold Schwarzenegger podando floripondios con la ametralladora en Commando era capaz de molar tanto.


Película: Uno de los nuestros (1990) 

Sonando: Donovan ‑ «Atlantis».

«Atlantis» es una canción compuesta por un minuto y cuarenta segundos de Donovan declamando, que no cantando, un monólogo sobre la legendaria civilización antediluviana habitante de la isla de fantasía que daba nombre al tema. Un hermoso tostón tras el cual todavía había que padecer tres minutos y diez segundos del escocés entonando que se iba a hacer submarinismo en busca de alguna jamba atlante para ver si así mojaba algo más que el bañador. Atlantis es esa balada que contiene en sus letras versos como «I wanna see you some day / My antediluvian baby» o «Oh yeah, oh glug glug, down, down, yeah» (no es broma). Y también es un auténtico coñazo, la banda sonora ideal para alguien que no tenga prisa alguna por salir pronto del coma. De Uno de los nuestros es probable que ya quede poco que decir por aquí, así que apuntaremos al grano: Martin Scorsese es una persona que tras escuchar «Atlantis» decidió que aquella era la partitura ideal para acompañar la bestial paliza que Joe Pesci y Robert De Niro le propinaban al desgraciado que se atrevía a tocarles los cojones.


Película: Shoot’em up (2007)

Sonando: Wolfmother ‑ «Joker & the thief».

Shoot’em up (2007) de Michael Davis (un tío que no ha dirigido ninguna otra cosa destacable) es uno de esos productos que tienen tan claro a lo que van como para decirte desde el principio «Aquí hemos venido a divertirnos, y la lógica de tu planeta se ha mudado a otro vecindario». Una chifladura de acción real con reglas de Looney tunes protagonizada por un Clive Owen que corretea de un lado a otro, dispara a los malos, mastica zanahorias, dispara mucho más, asesina a gente con zanahorias, dispara muchísimo más y huye de un Paul Giamatti enfurruñado. Shoot’em up es esa película en la que el héroe atiende un parto en medio de un tiroteo y corta el cordón umbilical del recién nacido de un balazo, se zumba a Monica Bellucci mientras acribilla a esbirros que aparecen para fastidiarles el polvo, o brinca por los escenarios portando en brazos un bebé que ha forrado con un chaleco antibalas. Una joya olvidada del séptimo arte, vamos. Por otra parte, «Joker & the thief» fue el sexto single del álbum homónimo de debut de los australianos Wolfmother. Una composición que, según contaba el vocalista Andrew Stockdale, nació conscientemente como imitación sinvergüenza del estilo AC/DC de «Thunderstuck» porque el tío quería tener en su repertorio una canción de rollito arena rock. Premeditación y alevosia para un temita que sí que alcanzó cierto reconocimiento popular. Porque, desde su lanzamiento en 2006, aquel «Joker & the thief» ha aparecido en un buen puñadito de películas, videojuegos y series: Resacón en las Vegas, Jackass number two, NHL 14, Shrek tercero, Need for speed: Carbon, Peso pesado, Ted Lasso, MLB 07: The show, Unos suegros de armas tomar, Rock revolution, El hombre de Toronto, Lego DC Super-villains, Rock band o The blacklist. Y lo cierto es que la presencia de «Joker & the thief» en Shoot’em up es funcional pero anecdótica, algo así como el hilo musical de un hotel donde todo el mundo se saluda a tiros. Pero tiene lugar durante una escena encantadora donde el héroe y el villano juegan a enviarse mensajitos reventando las letras de un cartel luminoso del tejado. En el fondo, a lo mejor todo lo anterior ha sido una excusa para hablar de Shoot’em up, porque al cine descerebrado con carisma hay que darle todo el amor del mundo.


Película: Hardcore Henry (2015)

Sonando: Queen ‑ «Don’t stop me now».

Ilya Naishuller es un músico y realizador ruso que llamó muchísimo la atención firmando videoclips en primera persona de acción desquiciada e hiperviolenta. Él es el responsable de convertir los temas «The stampede» y «Bad motherfucker» de su banda Biting elbows en dos entregas de una minipeliculilla sorprendente, que se puede ver del tirón en este enlace, ofreciendo siete minutos salvajes de un FPS repleto de hostias, tiroteos, cabriolas vistosas, sicarios encorbatados y un toque de sci-fi vía teletransportador de bolsillo. Naishuller también es el tipo al que más adelante The Weeknd contrató para hacer otra pirueta en visión subjetiva para el clip de «False alarm», y el encargado de transformar una canción de Leningrad en una masacre en reversa bajo la carpa de un circo, una cosa tan espectacular que si te la cuentan no te la crees, porque atención a esta maravilla: «Kolshchik». Pero antes de filmar esos dos últimos clips, Naishuller pegó el saltó al largometraje con Hardcore Henry.

Para sorpresa de nadie, Hardcore Henry adoptó la forma de cinta de acción en primera persona. Un despiporre ultraviolento de hora y media similar a instalarle la GoPro en el lomo a un cruce entre John McClane, Terminator y un yamakasi hasta arriba de farlopa. Un first person shooter que abrazaba el alma de videojuegos sin reparos incluso en el propio mutismo, justificado por el guion, del héroe. Y una de las macarradas más tremendas que se han visto en una pantalla: títulos de crédito que arrojaban ladrillos a testas, apuñalaban barrigas con una botella rota o cercenaban cuellos en primer plano con un cuchillo de cazar cocodrilos mientras sonaba el «Let me down easy» de The strangles; un ejército de sicarios de usar y tirar que eran agujereados, troceados, castrados (a mano, apretón mediante), reventados o rajados; un villano con superpoderes y pinta de ser primo de los niños de El pueblo de los malditos; un enfrentamiento contra un tanque; chutes de adrenalina a lo Crank; caras arrastradas por la pared; y un momento musical donde las hostias se reparten mientras Freddie Mercury canta «Don’t stop me now». Para ver en familia, vamos.


Película: El diario de Bridget Jones (2001)

Sonando: Geri Halliwei ‑ «It’s raining men»

El desembarco de nuestra civilización en el nuevo milenio llegó acompañado de la más aciaga de las noticias: el cese indefinido de actividades de las Spice girls. Tras seis años de carrera, y cuatro petándolo tan fuerte como para establecer comparaciones con el fenómeno beatlemanía, las británicas decidieron pisar el freno y darse un tiempo. Aunque lo cierto es que hubo bastantes indicios de que la escisión era inminente: el quinteto había pasado a ser cuarteto tras una deserción, y el tercer disco de aquella banda de mozas picantes, Forever, no había despachado tantas copias como los anteriores trabajos. El anuncio de un paréntesis incierto en la carrera de las Spice girls suponía además una auténtica tragedia. Porque habitualmente los hiatos y las desmantelaciones en una formación musical popular conllevan el tener que sufrir uno o dos discos en solitario de aquellos miembros de la banda que pretenden seguir aferrados a la música. Y en este caso la cuota adquiría unas dimensiones dramáticas: teníamos a cinco cantantes dispuestas a atronar a la humanidad por cinco frentes diferentes. Todas lo intentaron y acabaron sufriendo destinos diversos. 

Mel B sacó un par de discos y acabó razonando que le salía más a cuenta hacer carrera en la caja tonta participando y currando en centenares de programas como Dancing with the stars, The X factor, America’s Got talent o incluso disfrazándose de medusa para la versión española de Adivina quién canta presentada por Arturo Valls. Victoria Beckham, la Pija spice, sacó un solo disco homónimo cuya producción costó una barrabasada (fue el quinto álbum más caro de la historia de la música) pero resultó ser una deposición musical, se mudó a España para decir que el país olía a ajo (o no), y se redimió de todo al mostrarse muchísimo más humilde y muy consciente de la diferencia de clases en un documental de Netflix sobre su marido. Mel C, la Sporty spice, logró algunos números uno durante la primera década de los dosmiles, se paseó por musicales, participó en un puñado de shows televisivos y a día de hoy su discografía en solitario suma ocho entradas y amenaza con una novena. Emma Button, Baby spice, produjo cuatro discos que solo compraban los de su tierra, a veces, y se dedicó a hacer cosillas en la televisión y aceptar cualquier cameo que le ofrecieran en el cine.

Geri Halliwei, Ginger spice, fue la desertora oficial de la banda al zafarse de las Spice girls en 1998 y a media gira, aludiendo las socorridas «diferencias creativas» que en cualquier idioma actual pueden traducirse tranquilamente por un «estar hasta el coño». Su carrera en solitario no fue especialmente prolífica (sacó tres discos, el último en 2005) pero sí lucrativa al encadenar cuatro números uno en las listas del Reino unido: una «Mi chico latino» cantada mezclando el inglés con el español de guiri borracha en Magaluf, un «Lift me up» cuyo videoclip incluía marcianos de mercadillo, «Bag it up», y una «It’s raining men» que versioneaba el clasicazo ochentero de The weather girls. Esta última nació además como un encargo directo para la banda sonora de la película El diario de Bridget Jones. Halliwei ya tenía planeado el álbum, sus singles e incluso el concepto de un videoclip cuando los productores del film le dieron un telefonazo para preguntarle si le haría gracia interpretar el tema. La cantante, fan previa de los libros de Bridget Jones, aceptó encantada, grabó la canción rápidamente sin comerse mucho la cabeza y aquella pieza se convirtió en el single más exitoso de toda su carrera. En la película El diario de Bridget Jones, «It’s raining men» se encargó de animar la aparatosa pelea entre Daniel (Hugh Grant) y Mark (Colin Firth). No es la entrada con la puesta en escena más espectacular de esta lista, pero tiene a dos ingleses dándose puñetazos y pop incontestable, nos vale de sobra.


Película: Matrix (1999)

Sonando: Propellerheads ‑ «Spybreak!».

En 1999, las hermanas Wachowski, dos realizadoras que venían de facturar la notable Lazos ardientes, alumbraron Matrix y todo el mundo se volvió bastante loco con las aventuras de Neo. Pero eso lo conocéis de sobra: sigue al conejo blanco, «Ya sé kung-fu», la mujer de rojo, el tiempo bala, el movidote de El Elegido, las piruetas al estilo anime, Morfeo ofreciendo pastis de colorines, los estilismos ciberpunkarras, la falacia del mundo virtual paralelo que daba margen para rebozarlo todo en filosofía barata, y el tiroteo en el hall. Aquel que suponía un despliegue fantástico de balas zumbando, azulejos reventando, volteretas y chulería mientras sonaba el «Spybreak!» de Propellerheads. Un tema, extraído del muy recomendable disco Decksandrumsandrockandroll, que duraba originalmente siete minutos y en la película se presentaba en forma de nuevo remix comprimido hasta los 180 segundos. 

Matrix fue un entretenimiento sobresaliente cuyo único problema han sido sus secuelas, las filmográficas y las sociales. Entre las primeras tenemos una segunda parte (Matrix reloaded) que estaba bien un rato, una tercera (Matrix revolutions) que había que agarrarla con guantes de triple capa y una cuarta (Matrix resurrection) de la que quizás podría escribir algo si me hubiese interesado lo más mínimo verla. En lo técnico, aquellas secuencias bullet-time con cámaras filmando la acción en 360º grados se promocionaron innovadoras, aunque en realidad Michel Gondry ya había hecho algo similar unos años antes en el videoclip «Like a Rolling stone» de sus Satánicas majestades y en un anuncio de vodka Smirnoff. A la larga, lo malo del bullet-time de Matrix fue su tremendo éxito: lo llamativo del truquito y la fama del film provocaron que, de repente, a todo los estudios les hiciera mucha gracia lo de construir dioramas giratorios en el cine. Y gracias a ello tuvimos que sufrir, en muchas películas ajenas a Matrix, escenas en tiempo bala hasta cuando los protagonistas iban a cagar al trono.

Las secuelas sociales fueron incluso más jodidas. Y no solo porque a todos los adolescentes les diera por comprar chaquetas de cuero largas cuando en realidad la de Neo era de lana. Ni siquiera porque muchos hicieran lecturas filosóficas profundas a un argumento que tenía la profundidad de un charco en Sevilla. Sino porque esa excusita de «vivimos en Matrix» ahora es algo que utiliza gente que tiene más de doce años mentales y es fan de Andrew Tate, las conspiraciones magufas, las ideas ultraderechistas o todo lo anterior junto y bien revuelto. 


Película: Lock & stock (1998) 

Sonando: John Murphys y David A. Hughes ‑ «Zorba the greek».

La «Danza de Zorba» es esa alegre canción instrumental con regusto griego y un ritmo que se acelera gradualmente hasta convertir la coreografía en una maratón espídica donde todos los bailarines implicados sienten de repente la extraña necesidad de romper platos contra el suelo. Esa que hoy en día todo el mundo ha escuchado en alguna ocasión. Pero a pesar de lo que muchos creen, dicha alegre tonadilla no es un clásico del folclore griego con varios siglos de historia sobre el lomo, sino una hija de la cultura pop: la partitura fue creada por Mikis Theodorakis para animar la famosa escena final de la película Zorba, el griego (1964), aquella donde Anthony Quinn enseñaba a Alan Bates a bailar. A la hora de componerla, Theodorakis se basó en el rebético, un género musical que data de mediados del siglo XIX, y en el tema «Armenohorianos syrtos» de Giorgis Koutsourelis. De manera paralelam, el baile que perpetraban los dos actores en la pantalla también había sido algo que la película Zorba, el griego se había sacado de la chistera con toda su cara: los pasos se los inventó el coreógrafo Giorgos Provias mezclando diferentes tipos de danza, e incluyendo la ocurrencia de Quinn de arrastrar los pinreles porque una lesión le impedía moverse con más alegría. Aquella coreografía se bautizó de manera oficial como sirtaki durante las presentaciones de la película.

Y ocurrió que tanto la «Danza de Zorba» como el sirtaki se hicieron absurdamente populares durante los sesenta. Tras el estreno de Zorba, el griego, la melodía se publicó como single, en su versión original aparecida en el filme pero también en forma de covers realizadas por otros músicos, y trepó a las listas de éxitos de Bélgica, Austria, los Países bajos, Alemania occidental, Francia, Noruega, Brasil, Italia o Turquía.

Lock & stock, el debut en la dirección de Guy Ritchie, poseía una banda sonora muy competente con temas de James Brown, Ocean color scene, The stooges, Robbie Williams, Dusty Springfield, The stone roses, E-Z Rollers, y una versión del popular bailoteo de Zorba interpretada por John Murphys y David A. Hughes. En la pantalla, Ritchie acompasó aquel ritmillo griego a los preliminares y la resolución de un enfrentamiento entre dos bandas de gánsteres. Lock & stock de presupuesto iba justilla y se vió obligada a ejecutar ese amable intercambio de balas a puerta cerrada, pero eso daba igual después de haberlo empaquetado musicalmente con tanta gracia. 


Serie: Castlevania (2018) 

Sonando: Trevor Morris ‑ «Bloody tears».

«Bloody tears» es una obra instrumental creada por Kenichi Matsubara que apareció por primera vez en el cartucho Castlevania II: Simon’s quest de NES y, desde entonces, se ha convertido en un elemento clásico de la familia de videojuegos cazavampiros. Uno que ha resucitado una y otra vez a lo largo de las posteriores secuelas, siendo reinterpretado y recibiendo nuevos arreglos de todo un ejército de compositores diferentes: Masanori Adachi, Metal Yuhki, Naoto Shibata, Yasushi Asada, Michiru Yamane, Masahiro Ikariko o Sota Fujimori, entre muchos otros. Aquí mismo tenéis una hermosísima recopilación de hora y pico con la mayoría de versiones del «Bloody tears» aparecidas en los diferentes juegos de la franquicia.

En 2017, Netflix estrenó la primera temporada (algo que en dicha cadena se traduce como cuatro míseros capítulos) de una serie animada basada en Castlevania. El show tuvo buena acogida y a la altura de 2018 recibió otra remesa adicional de episodios, entre los que acomodó discretamente una bonita sorpresa musical: una nueva versión de «Bloody tears» que subrayaba cierta gresca en el castillo de Drácula. Y esto puede parecer poco emocionante para el pueblo llano, pero para los jugadores, un sector acostumbrado a sufrir y padecer con las adaptaciones de sus sagas favoritas, era equiparable a contemplar una estrella fugaz. Uno de los comentarios en el vídeo de YouTube que aloja la escenita lo deja claro: «Quienquiera que haya tenido la idea de incorporar la canción “Bloody Tears” de esa manera en esta escena se merece un aumento».


Película: Zombies party (Shaun of the dead) (2004)

Sonando: Queen ‑ «Don’t stop me now».

Tras comandar una película, un par de videoclips y una ristra de series, entre las que destacaba la muy recomendable Spaced, Edgard Wright se convirtió de golpe en director de culto con una comedia romántica con zombis: Shaun of the dead. O mejor dicho: la comedia definitiva de zombis. Una ocurrencia surgida a partir de un capítulo de Spaced donde el personaje de Simon Pegg (actor y guionista) lo flipaba mucho, tras jugar al Resident evil 2 después de meterse speed, y se imaginaba viviendo en medio de una invasión zombi.

Y ya sabemos que Queen es la segunda vez que asoma por aquí con el mismo tema, «Don’t stop me now». Pero vamos a permitir el doblete porque el caso de Shaun of the dead es especial: la escena supone una paliza multitudinaria a un zombi utilizando palos de billar y dejándose llevar por el flow de la cancioncilla.


Película: Thor: Ragnarok (2017)

Sonando: Led zeppelin ‑ «Immigrant song».

La primera pista del álbum Led zeppelin III llevaba por título «Immigrant song» y se presentaba con Robert Plant aullando para dar paso a una letra sobre el poderoso martillo de los dioses, la satisfacción de arrasar con las hordas enemigas y lo importante de pillar sitio en el Valhalla. O lo que se consolidó como uno de los singles de más éxito de la banda durante los setenta. Una pista tan buena y legendaria como para que, cuarenta años después, se convirtiera en una obsesión para los responsables de una cinta Marvel donde tenía pinta de encajar como un guantelete: Thor Ragnarok.

Taika Waititi se puso al mando de la tercera peli de Thor con una idea muy clara revoloteándole por la cabeza: hacer todo lo posible por convencer a Disney de que era necesario afianzar los derechos de «Immigrant song» si querían que aquello fuera realmente épico. El problema gordo es que en Led zeppelin son bastante ariscos a la hora de licenciar su música para el uso en la gran pantalla. Cameron Crowe logró convencerles para que le permitieran utilizar «Kashmir» en Aquel excitante curso (1982), pero lo cierto es que Crowe ya conocía a la banda de antemano gracias a su curro previo en la revista Rolling stone. Adam McKay tuvo que asaltar a Jimmy Page en un bareto para incluir «When the levee breaks» en La gran apuesta (2015). Y Jack Black utilizó la treta de suplicar a la banda junto a una muchedumbre (ojo al vídeo del momentazo) para que «Immigrant song» formase parte de la banda sonora de la Escuela de rock (2003) de Richard Linklater. En el caso de Thor: Ragnarok, ante la insistencia de Waititi el supervisor de la música del film, Dave Jordan, se tiró toda la producción negociando con Led zeppelin. Hasta que al final acabó por convencerlos definitivamente tras mostrarles un tráiler de la peli al ritmo de la canción en el que aquello tenía bastante buena pinta. Al final todos salieron ganando: la cinta se permitió el lujo de utilizar en dos ocasiones «Immigrant song», destacando por especialmente satisfactoria la escena del puente y las tollinas que linkamos ahí arriba; los músicos se llevaron un pellizco muy gordo de pasta como autores («Es lo que valen» declaró Waititi); y el tema volvió a ponerse de moda cuatro décadas después de haber sido publicado por primera vez. 


Película: Snatch: Cerdos y diamantes (2000) 

Sonando: Oasis ‑ «Fuckin’ in the bushes».

«Fuckin’ in the bushes» era la pista que abría el álbum Standing on the shoulders of giants de Oasis, un corte curioso por sostenerse en riffs guitarreros y carecer de letra melódica. Por lo visto, Noel Gallagher tenía pensado escribir algunos ripios como acompañamiento, pero a la larga acabó haciendo algo tan típico de su persona como sudar por completo del asunto. La verdad es que «Fuckin’ in the bushes» carecía de versos, pero no de cháchara, porque sus tres minutos y diecinueve segundos de duración estaban salteados con audios extraídos del documental Message to love, un reportaje de lo ocurrido en el Isle of wight festival de 1970. En uno de dichos sampleados era posible escuchar al maestro de ceremonias de la fiesta (Rikki Farr) cagándose en un público desenfrenado y muy poco cívico. Y otro de los impagables extractos de audio recogía las declaraciones de un vecino del festival anunciando que, en ese tipo de celebraciones, los jóvenes se dedicaban a correr en pelotas y matar el rato «fucking in the bushes». En Norteamérica, por cierto, la cadena Walmart decidió no vender el disco Standing on the shoulder of giants porque les parecía feo tener la palabra follar tan a la vista.

Snatch: Cerdos y diamantes, confirmó el talento de Guy Ritchie. Y también sus filias por los matones ingleses camorristas al ofrecer una evolución lógica, y con más medios, del estilo de Lock & stock. Además, el tío seguía demostrando ingenio para hacer virguerías con la cámara y colocar la música en el momento adecuado: por su culpa, «Fuckin’ in the bushes» ahora reside en la memoria colectiva como la banda sonora de los puñetazos que reparte un Brad Pitt de habla ininteligible.


Película: El quinto elemento (1997)

Sonando: Gaetano Donizetti, Inva Mula — Extracto de la ópera «Lucia di Lammermoor», Acto tercero, escena segunda, «Il dolce suono»; Éric Serra, Inva Mula — «The Diva dance».

Luc Besson comenzó a esbozar la historia de El quinto elemento siendo un adolescente de dieciséis años, pero tardaría otras dieciséis primaveras en ser capaz de llevar el relato a las pantallas. En 1997, la película llegó a las carteleras envuelta en un aura de perro verde: una de ciencia ficción futurista con Bruce Willis comandando un reparto donde también figuraba Mila Jovovich, Gary Oldman, Ian Holm y Chris Tucker. Con diseños firmados por dos autores de cómic europeo extraordinarios, Moebius y Jean-Claude Mézières, y un vestuario a cargo del renombrado Jean-Paul Gaultier. Aquello tenía toda la pinta de ser algo muy gordo o un accidente muy aparatoso, pues no parecía haber margen para algún tipo de término medio. Y ocurrió lo primero: las aventuras de Leeloo y Korben Dallas salvando al mundo de una maldad cósmica arrasaron en taquilla, convirtiendo a El quinto elemento en la producción francesa más exitosa en terrenos internacionales. Un trono que la peli ostentó traquilamente hasta la llegada de Intocable, casi quince años después.

La simpática marcianada incluía también un numerito musical tan extravagante y divertido como el resto del conjunto. La actuación de Diva Plavalaguna (la actriz Maïwenn Le Besco y la voz de Inva Mula) interpretando un extracto de «Lucia di Lammermoor» que se convertía en un despiporre bailongo hábilmente salteado con los planos de Leeloo repartiendo leches. Como curiosidad, en internet alguien ha colgado una rareza interesante: la interpretación completa de la actriz Le Bresco simulando entonar la canción sobre un fondo verde.


Película: Apocalypse now (1979) 

Sonando: Richard Wagner ‑ «Cabalgata de las valquirias».

Francis Ford Coppola es un autor que está de moda últimamente por haber hipotecado su vida para rodar un largometraje de proporciones colosales que ha resultado ser un coñazo de los gordos. Alguien qut también ha acaparado titulares porque, por lo visto, cuando no depende de un estudio se convierte en una babosa que gusta de ir por el set de rodaje abrazando y besando a las señoritas que hacen de extras. 

El caso es que en 1979, Coppola también lo pasó regular al arriesgar todos sus enseres y su patrimonio para sacar adelante Apocalypse now, aunque en ese caso, por la razón que sea, no busco consuelo achuchando o besuqueando a Marlon Brando. La película tuvo un rodaje bastante accidentado, reflejado en el estupendo documental Corazones en tinieblas (1991), pero nos proporcionó un clásico potente repleto de momentos notables. Y entre ellos, siempre ha destacado lo suyo el uso de la «Cabalgata de las valquirias» de Wagner durante un ataque aéreo de helicópteros.

Lo llamativo es que aquí la banda sonora para la masacre se presentaba como una ocurrencia de los propios soldados del relato, porque eran ellos quienes decidían atronar con la solemne composición, a través de unos altavoces, para acojonar a los desgraciados bombardeados. Wagner ideó la pieza para representar lo majestuoso de un ascenso a los cielos, y Coppola la reinterpretó como el aviso de una tragedia inminente para todos aquellos que no se encontrasen dentro del helicóptero. 


Película: Baby driver (2017) 

Sonando: Focus«Hocus pocus».

Edgard Wright después de cerrar su Trilogía del Cornetto, de parir un Scott Pilgrim y de huir de un Ant-man (2015) lanzó una propuesta curiosísima: un musical de acción. Una cinta de delincuencia sobre ruedas donde el personaje titular vivía continuamente enchufado a unos auriculares, escuchando música sin parar, para lidiar con el tinnitus. Wright ya había demostrado ser muy detallista con el montaje en sus películas previas, pero en Baby driver la puesta en escena adquiría una nueva dimensión al convertir la banda sonora en un personaje omnipresente, y editar el metraje para que los planos, los cortes, el movimiento e incluso los disparos de las armas tengan lugar al ritmo de los temas que suenan en la playlist del protagonista. Un trabajo muy fino que embellecía (ojo, spoilers enormes a continuación) esa marchosa secuencia de créditos iniciales donde hasta los grafitis reflejan la letra del «Harlem shuffle» de Bob & Earl, un atraco con unos limpiaparabrisas a modo de metrónomo marcando el compás del «Intermission» de Blur, un tiroteo con balazos que rematan el «Tequila» de Button down pass, o la huida sobre el «Hocus pocus» de Focus que hemos incrustado al principio de este párrafo.


Película: Kung pow (2002)

Sonando: MC Hammer ‑ «U can’t touch this».

Kung pow, a ver cómo coño explicamos esto. Steve Oedekerk es un guionista, comediante y director cuyo mayor éxito ha sido firmar las dos Ace Ventura que protagonizó Jim Carrey. A principios de los dos mil, a Oedekerk se le ocurrió comprar los derechos de una película, setentera y hongkonesa, de artes marciales titulada Tiger and crane fist, un film que no conocían ni las madres de los que participaban en él. Tras lograr hacerse con el largometraje, Oedekerk borró digitalmente del metraje al protagonista original (Jimmy Wang Yu) para colocarse a sí mismo en su lugar, como personaje principal y luciendo el pelo de Carles Puigdemont. Pero también incorporó efectos especiales llamativos como una vaca CGI cuyos lechazos desencadenaban una secuencia en bullet-time, reescribió todo el guion y los diálogos amontonando chistes de humor absurdo, filmó nuevas escenas para acomodar las tonterías, añadió a una señorita ninja monoteta (Jennifer Tung), y dobló él solito a todos los personajes (con la excepción de Tung) poniendo diferentes vocecillas y simulando un doblaje cutre que a menudo iba desacompasado con las imágenes. Ante este panorama, lo de utilizar el «U can’t touch this» de MC Hammer para ambientar una pelea fue, de largo, lo menos raro de todo. 


Película: Kingsman: Servicio secreto (2014)

Sonando: Lynyrd Skynyrd ‑ «Free bird».

Allen Collins, guitarrista de Lynyrd Skynyrd, ideó los acordes de «Free bird» y durante dos años la banda no tuvo claro que hacer con ellos. Hasta que durante un ensayo, Collins se puso a tocarlos por diversion y la bombilla se iluminó sobre un Ronnie Van Zant, vocalista del grupo, que escribió la letra en, según se dice, menos de cinco minutos. El remate final lo otorgó el pianista Billy Powell al sentarse ante las teclas y añadirle una intro a la creación. «Free bird» dura un poquito más de nueve minutos, pero a partir del quinto lo que ofrece son unos solos de guitarra acojonantes que fueron colocados ahí por el grupo para que Van Zant descansase un poco las cuerdas vocales durante las actuaciones.

En 2014, Mathew Vaughn dirigió Kingsman: Servicio secreto, una adaptación del cómic homónimo que el propio realizador había creado junto a Mark Millar y Dave Gibbons. ¿Y qué es lo que recuerda todo el mundo de Kingsman más allá de que Samuel L. Jackson parecía pasárselo de puta madre y de que había una princesa sueca que prometía sexo anal al héroe si salvaba el mundo? La escena de la iglesia. Una frenética matanza que utilizaba con mucho acierto la sección guitarrera de «Free bird» para que aquello fuese mil veces más espectacular.    


Película: Atómica (2017) 

Sonando: George Michael ‑ «Father figure».

David Leitch es un caballero que ejercía como coreógrafo de secuencias de acción hasta que debutó al mando de las cámaras al co-dirigir John Wick junto a Chad Stahelski. Pero eso es algo que no todo el mundo sabe, porque en su momento las normas del Director’s guild of America no permitieron colocar a los dos señores en los créditos como cineastas al cargo. Y por culpa de eso, hasta Internet movie database lista a Stahelski como único director y a Leitch como productor. Más allá del debut fantasma, lo importante es que el hombre ha seguido dirigiendo películas de acción porque la cabra enfoca al monte. Él es el responsable de El especialista (2024), Bullet train (2022), Fast & Furious: Hobbs & Shaw (2019), Deadpool 2 (2018) y Atómica (2017).

Atómica llegó protagonizada por Charlize Theron, y ubicada en Berlín durante el noviembre de 1989, unos días antes del derribo del famoso Muro que fraccionaba la ciudad. Estaba repleta de tiroteos molones en escenas de acción llamativas, contenía un plano secuencia fabuloso de casi diez minutos, y venía forrada en una banda sonora ochentera. Un empaque musical que había sido  premeditado y estudiado con mimo, porque Leitch tenía muy claro de antemano qué canciones necesitaba para vestir el asunto como un nuevo tipo de película sobre la Guerra fría. Pillar los derechos de los temas que el hombre anotó en su lista de deseados no parecía una tarea fácil, pero al final se las apañó para licenciar el 75% de las melodías que tenía en mente. El setlist final combinaba canciones de la primera mitad de los ochenta con versiones de hits de la misma época incluidas para darle un regusto contemporáneo. «Father figure» de George Michael fue la única canción del pack nacida en el ocaso de los ochenta, fue grabada en 1988, y al mismo tiempo una suplente: Leitch había intentado agarrar en su lugar el «Take my breath away» de Berlin, pero se ve que aquel era mucho más esquivo. Finalmente, la voz de George Michael canturreando sobre ser tu papito y tu preacher teacher le sirvió a la atómica Theron para distraer a unos señores y, de paso, rellenarlos de balas.


Película: Guardianes de la galaxia Vol. 2

Sonando: Jay & the americans ‑ «Come a little bit closer».

La saga Guardianes de la galaxia ya demostró que se escoraba hacia la melomanía cuando presentó a Chris Patt armado con un walkman y bailando «Come and get your love» de Redbone durante los títulos de crédito de la primera entrega. A partir de ahí, Guardianes de la galaxia se lo pasó teta encadenando canciones guapas y acción loquísima, pero eso es lo que menos se podría esperar de unas películas donde una cinta de casete de greatest hits, grabada en plan casero, suponía un elemento importante de la trama.

Y sí, los créditos iniciales de Guardianes de la galaxia Vol. 2 con Groot bailando «Mr. Blue sky» de Electric light orchestra son un pasote. Pero hemos decidido que el momentazo a destacar aquí será la fuga de Yondu (Michael Rooker) entre una lluvía de enemigos derribados mientras «Come a little bit closer» suena de fondo. Porque está rodada de manera estupenda para ser un blockbuster. Y porque poca gente ha salido con más chulería de una prisión.


Película: American psycho (2000)

Sonando: Huey Lewis & The News ‑ «Hip to be square».

La novela American psycho de Bret Easton Ellis y la película homónima basada en el libro y comandada por Mary Harron diferían en algunas minucias. Por un lado, el texto era cien veces más bestia que el largometraje. Por otro, también era mil veces más pesado de deglutir, por culpa de los extensos monólogos coñazo del prota-psicópata hablando sobre grupos musicales que solo le interesan a gente rara, o sobre las tendencias de moda entre yuppies sin alma. 

Y mientras el libro fue un best seller (que se benefició mucho de la polémica que suscitó al editarse), la cinta tardó un tiempo en encontrar su público. El estreno fue muy tibio en la taquilla, pero su llegada al mercado doméstico y el paso de los años la han convertido en una película de culto. Un filme donde Christian Bale estaba entregadísimo a la causa y entre cuyos fotogramas habita un momentazo que se ha convertido en pequeño clásico del cine moderno: la escena en la que Bale se contonea recitando las bondades musicales de Huey Lewis, justo antes de meterle un hachazo en el melón a Morbius.

Bonus track: Diez años después, el mismísimo Huey Lewis y Weird Al Yankovic realizaron esta fabulosa parodia de la escena para la web Funny or die. Y ojo al detalle de la etiqueta «New drug» en el bote de pastillas porque estaba muy bien traído.


Serie: The umbrella academy (2019-2024)

Sonando: De todo.

El concepto needle drop evoca de manera literal una aguja cayendo sobre los surcos del tocadiscos. Y se utiliza de manera metafórica para señalar el instante en el que una película o serie decide utilizar la técnica barriobajera de hacer sonar un tema conocido para alegrar el espectáculo en pantalla. O exactamente a lo que este texto ha dedicado sus últimas nueve mil y pico palabras. El caso es que hay pocos productos que hayan explotado tanto lo de marcarse un needle drop como The umbrella academy, una serie con superhéroes muy especialitos que nació como adaptación de los cómics guionizados por Gerard Way, el cantante de My chemical romance.

The umbrella academy es quizás el mejor ejemplo del uso y del abuso del pop en el terreno audiovisual. Porque en ella sus responsables demostraron que desconocían por completo lo que era el freno o la contención a la hora de cascar musicote a la historia. Y eso convertía los capítulos en una gigantesca playlist donde se apilaban Nina Simone en formato remix, Iggy pop (con la tremenda «The passenger»), The cure, una versión de Billie Eilish, The Xx, Nelly, Queen, Bonnie Tyler, Dj Shadow, Mariachi La Estrella, Billy Idol, Aretha Franklin, Kiss, Boney M, Backstreet boys, Radiohead, Morcheeba, The doors, Heart, The kinks, Rod Stewart, Woodkid, They might be giants, Muse, Bloodhound gang, Talking heads, Fats Domino, Mel Tormé, The stranglers, Cher o incluso los putísimos terroristas que idearon «Baby shark», entre muchísimos otros.

En algunos casos, el combo de tema pegadizo + imágenes era de lo más eficiente: uno tendría que ser de piedra para que no se le ponga la piel de gallina con el terrible viaje espacial de Pogo al son del estribillo de «Major Tom (Coming home)» de Peter Schilling. Pero tanta incontinencia pop no solo provoca que sea complicado seleccionar un momento concreto de Umbrella academy, sino que además ha acabado por quitarle la gracia al asunto: la crítica Kathryn VanArendonk anunciaba allá por 2020 que que gracias a la academia de los paraguas el needle drop podía declararse oficialmente muerto.

A no ser que seas Ryan Reynolds y Madonna te de consejos sobre cómo perpetrar una masacre, claro.

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2 Comentarios

  1. Ampelmann

    «en España somos tan especialitos como para titular la película Deadpool y Lobezno en lugar de Deadpool & Wolverine o Masacre y Lobezno».
    Eso es como todo lo demás. En España pides un guait label, en lugar de un guait leibol o un güite label, porque si no te miran mal. También decíamos leidi di, en lugar de leidi dai, o ladi di (ahora ya no lo decimos). Y así hasta la extenuación…

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