Cine y TV

Don Ramón le iba al Necaxa

Don Ramón El Chavo del 8
Carlos Villagrán (Quico), Roberto Gómez Bolaños (el Chavo) y Ramón Valdés (don Ramón) en ‘El Chavo del 8’. Imagen: Televista.

—Chavo: Ron Damón, ¿su abuelita es muy resbalosa?

—Don Ramón (preparando el coscorrón): ¡Toma!

—Pipipipipi…

—Y no te doy otra nomás… porque a mi abuelita le decían mantequilla.

El eterno desempleado. El tío cariñoso. El permanente deudor de la renta que vive huyéndole al casero. El receptor de los sopapos de una vecina pesada. El renegón pletórico de muecas ante las humoradas infantiles. Gorrita y pantalón de jean, camiseta sin estampado, unas zapatillas que parecen primas lejanas de las All Star, bigote sinvergüenza y gesto de gato adusto que contrasta con modales campechanos y sonrisa fácil como rasgos generales. Es el esmirriado, pero carismático viudo que vive en la habitación número 72 de la vecindad del Chavo, ubicada en cualquier lugar de México o el mundo, que pronto sintió propios todos sus mexicanismos. Fue escenario principal y paraíso televisivo para millones de televidentes, hispanoamericanos o no, que se vieron reflejados en sus situaciones durante más de treinta años, gracias a las repeticiones que, además, permitieron que miembros de varias generaciones se sumaran entre los admiradores de su humor de trancazos, cachetadas y apodos, pero en el fondo inocentón y aleccionador. El Chavo del 8 es la serie esencial de humor para Latinoamérica. Sin embargo, a pesar de su nombre y de haber sido personificado el protagonista por Roberto Gómez Bolaños, su creador, podría decirse sin temor a pasar vergüenza que el personaje principal realmente era don Ramón, encarnado por Ramón Valdés, quien el 2 setiembre hubiera cumplido cien años. 

Don Ramón desempeñó multitud de oficios: vendedor de aguas frescas, carpintero, peluquero, globero, lechero, mecánico, vendedor de confetis, yesero, zapatero, desplumador de pollos, maestro de obras, peón, ropavejero, cantante, guitarrista, fotógrafo, pintor, jardinero, vendedor de churros, ebanista y hasta representante artístico de jugadores de yo-yo, pero ninguno le fue tan difícil como hacer de Ramón Valdés fuera de los sets de televisión, «esa vecindad del Chavo que no valdrá ni unos centavos, pero que era linda de verdad».

Y linda de verdad, de veritas de veritas, como algunas que Ramón Valdés había visto en sus peripecias entre México y Ciudad Juárez como uno de diez hermanos de una familia trabajadora, sí, pero con chispa. Bautizado cariñosamente desde niño como Monchito, fue conocido por los siempre carismáticos personajes de la vecindad del Chavo como lombriz de aguapuerca, cara de mono con reumatismo, tripa escurrida o patas de chichicuilote. Don Ramón se ha ganado un lugar en el parnaso de los iconos pop de Latinoamérica, si es que acaso ese parnaso existe. En varios países de la región comparte con el Che Guevara los primeros puestos en la venta de polos y suvenires en los mercados underground, crudo síntoma de que, en estos tiempos, ser guerrillero o cómico significa para algunos algo parecido.

También es clásica esa imagen que, bajo el título de The Ramones, muestra al flacuchento papá de la Chilindrina reemplazando a cada uno de los integrantes del famoso combo punk, vestido como ellos, peinado como ellos y desafiando como ellos. Ramón Ramone rules, qué duda cabe.

¿Qué pasó, qué pasó?, ¡vamos ay!

«Yo creo que Ramón Valdés ha sido mi cómico favorito. Nadie me ha hecho reír tanto como Ramón Valdés». Si bien la categórica frase podría haber sido pronunciada por cualquiera de los trescientos cincuenta millones de televidentes que El Chavo del 8 tuvo cada semana alrededor del mundo, el hecho de que haya sido el mismísimo Roberto Gómez Bolaños quien la dijera, refuerza su valor. Él fue quien, a fines de los años 60, vio a Ramón Valdés protagonizando unos sketches en la televisión mexicana y creyó que su presencia sería valiosa para el show que estaba creando en ese momento. Iniciaron sus colaboraciones cuando Valdés interpretó al Ingeniebrio Ramón Valdés Tirado Al-Anís en Los Supergenios de la Mesa Cuadrada (1971), un divertido espacio que, sin embargo, no tuvo el alcance de su sucesor. Al comienzo de aquel programa, María Antonieta de las Nieves, la futura Chilindrina, hija de don Ramón, lo presentaba de esta manera: «Afortunados ciudadanos del mundo entero, habitantes, habitantas, habitantitos y habitantitas del mundo entero, amigos televiciosos del mundo entero, tienen ustedes el gran honor de ver y escuchar el programa cultural más mejor y menos peor de todititita la televisión universal: Los Supergenios de la Mesa Cuadrada, que responden a las preguntas del público televidente haciendo honor a su lema: PROBLEMA DISCUTIDO, PROBLEMA RESOLVIDO…».

El dichoso «ingeniebrio» que encarnaba Valdés era un genio constantemente pasado de copitas que servía de vehículo para algunas de las muecas que luego serían inmortales. De ahí en adelante, la historia se fue escribiendo sola. El Chavo del 8 empezó a transmitirse poco tiempo después, en febrero de 1973, llevando a la fama universal a todos sus personajes y, con ello, a su protagonista y creador, Roberto Gómez Bolaños. Sin embargo, él mismo defendía el talento de Valdés al decir que, si bien los personajes eran invención suya, Monchito era el único al que solo le bastaba ser él mismo para definirse en escena.

«Ningún trabajo es malo; lo malo es tener que trabajar»

Don Ramón es considerado hoy en día casi como un filósofo popular. La sencillez de su personaje, sus mil maneras de intentar ganarse la vida para alimentar a la Chilindrina, su recurrente evasión al pago de los catorce meses de renta que le debió eternamente al señor Barriga, su aspecto de víctima al ser constantemente fastidiado por Quico y por recibir incontables cachetadas de doña Florinda, y hasta su más que evidente mal humor, hicieron de él probablemente el personaje más querido de la vecindad. «Cuando Ramón Valdés interpretaba a don Ramón llenaba la pantalla con su simpatía y a los que tuvimos el placer de trabajar con él nos llenó la vida de alegría con sus ocurrencias», aseguró María Antonieta de las Nieves, con lágrimas en los ojos, en uno de los muchos homenajes realizados en México al programa, a sus protagonistas y a su creador. Ella lo quiso en la vida real como a un padre, tanto como Angelines Fernández, la Bruja del 71, lo quiso como un maravilloso amigo. Cuando Ramón Valdés falleció, ella fue la que más horas permaneció frente a su féretro. «Mi rorro, mi rorro», era lo único que, según se cuenta, atinó a sollozar en medio del dolor: era la coqueta palabra que solía dirigirle al aire en la vecindad.

Pero no todas las historias comienzan por el final. Ramón Esteban Gómez Valdés y Castillo, como realmente se llamaba el actor, nació para la gran vecindad que es el mundo en Ciudad de México, a las 2:10 de la madrugada del 2 de setiembre de 1924. Germinó con los ojitos verdes, pero bien feíto. Cualquiera creería, incluso, que ya tenía el bigote crecido cuando salió del vientre materno. A pesar de ello, se las ingenió para tener tres esposas y diez hijos. Desde sus primeros años mostró su vocación donramonesca, dedicándose a los más descabellados oficios, entre ellos los de cuidador de yates y capataz de granja (al menos, nunca se dedicó a probar colchones, como Capulina). Más tarde, cuando su hermano Germán Valdés alcanzó la fama absoluta —solo superada en la época por Cantinflas— con el apelativo de Tin Tan, su carrera en el mundo artístico empezó a brillar. Luego, otro hermano suyo, Manuel, conocido como «el Loco Valdés», lograría también el éxito y el reconocimiento como showmanA pesar de haber interpretado distintos personajes a través de una carrera cinematográfica de más de cincuenta películas, Ramón calificó alguna vez su participación en El Chavo del 8 como «los años más felices de mi vida», aunque fuera de la pantalla y una vez terminada dicha etapa, jamás pudo desprenderse de su personaje. Él mismo comentó que tras abandonar El Chavo solo tuvo cuatro ofertas de trabajo, y las cuatro eran súplicas de Chespirito para que volviera a su papel en la vecindad. Sin embargo, las crecientes tensiones dentro del elenco, los dimes y diretes, y el papel que Doña Florinda/Florinda Meza empezaba a ejercer como pareja de Gómez Bolaños, lo terminaron alejando definitivamente. Con su salida, otros sketches de su otro programa, Chespirito, como El Chapulín Colorado o El Chómpiras, también perderían a los divertidísimos personajes caracterizados por Valdés, como el Peterete, el pirata Alma Negra, el Rascabuches, el Tripa Seca o ese Superman frágil, encanecido y tercermundista llamado Súper Sam.

Mà, pos ora?

Siempre se dijo que el buen don Ramón era un zángano consumado. Doña Florinda no se aburría de criticarlo, asegurando que era un bueno para nada, aunque la Bruja del 71, doña Cleotilde, le coqueteara constantemente. Pero Ramón Valdés, como ya se dijo (¿o se dijo de don Ramón?) se las ingenió de mil maneras en mil empleos distintos y hasta se dio tiempo para sus aficiones y pasatiempos favoritos. ¿Qué deportes practicó don Ramón? Se cuentan, según su propio testimonio en varios de los ciento quince episodios de la serie en los que participó, el fútbol americano, el boxeo, fútbol, bolos y béisbol. Incluso fue torero. Pero claro, con toros de madera. ¿De qué equipo era hincha? Tanto en la vecindad como en la vida real, gritaba con especial euforia los goles del Necaxa. «Disculpe, pero yo le voy al Necaxa», decía ante cualquier situación ambigua. ¿Qué canciones le gustaban a don Ramón? Como todos los fans de la serie saben, lo conmovían las canciones viejas, pero las bonitas. «Porque hay viejas feas, sino miren a la vieja chancluda».

Otra singular coincidencia del actor con su personaje era la sencillez y humildad. Ha contado uno de sus hijos que su propia indumentaria cotidiana era prácticamente igual a la de su personaje, por lo que no era nada difícil reconocerlo en la calle. Era como ver a don Ramón camino a la vecindad después de alguno de sus trabajos recurseros. Además, Valdés era muy aficionado al calor de la gente, por lo que disfrutaba más que su propia esposa ir al mercado a hacer las compras del mes. A pesar de ser una persona bromista y extrovertido con sus compañeros de trabajo y su familia, y reservada ante los desconocidos, le gustaba ser identificado en la calle, firmar autógrafos y compartir momentos con los niños. En los años 80 visitó varios países con su circo itinerante, gracias al cual varios pudieron —pudimos— disfrutar su calidez a pocos metros de distancia. Allí deleitó a miles de infantes latinoamericanos que hoy deben recordarlo con una gigantesca sonrisa, quizás nostálgica alegoría de la que él mismo tenía.

«Nuestro padre era un gran personaje dentro y fuera de la pantalla, un tipo superamoroso —afirmó en una entrevista una de sus hijas— En sí, fue como una madre, pues él era quien nos daba la leche en la madrugada, el que nos cambiaba los pañales, nos hacía pasteles y hot cakes. Lo que pasa es que nuestra madre siempre se quedaba dormida». Quizás a veces, en esas horas de preocupación y desvelo, el mismo Ramón Valdés se pensaba un quijotesco y viudo don Ramón, luchando contra salvajes molinos para conseguirle alimento a sus chilindrinitas.

Con permisito dijo Monchito

Tras retornar momentáneamente al Chavo a inicios de los 80, don Ramón siguió los pasos de su amigo Carlos Villagrán, Quico, hacia Venezuela. Allí hicieron Federrico (1982) y ¡Ah qué Kiko! (1987) donde interpretó a don Moncho y a don Ramón nuevamente. Al fin y al cabo, los dos eran lo mismo, a pesar de que ya nada fue nunca igual. Federrico no tuvo gran aceptación y fue cancelado, mientras que ¡Ah qué Kiko! se convertiría en su testamento audiovisual, pues fue durante las grabaciones de esta serie, interrumpidas eventualmente por las numerosas giras que realizaba por todo el continente americano, que a Ramón le diagnosticaron un incurable cáncer a la médula que en poco tiempo hizo metástasis. A pesar de ello, cierta imprudencia ribeyriana lo hacía seguirse prendiendo pitillos mientras estaba ya internado. Muy a pesar suyo, un 9 de agosto de 1988, «se lo llevó el chanfle». Y entonces, sus jeans de mil batallas, sus sencillas zapatillas de lona y caucho, su añeja camiseta azul y esa gorra celeste de mezclilla que serían su sello personal, lo escucharon decir, solitarias, casi como en el nostálgico momento final del recordado episodio de Acapulco, «con permisito, dijo Monchito».

—Buenas noches, Chavito.

—Buenas noches Ron Damón, que duerma bien.

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4 Comentarios

  1. Juan Maria Morillo López

    Magnífico artículo, a la altura de esta maravillosa serie de humor y sus personajes.

  2. Gracias por el artículo … que recuerdos… pero sobre todo … que sentimientos … la niñez que nunca nos deja del todo … gracias por el sentimiento ¡¡¡¡

  3. jilipollo

    magnifico reportaje, muy denostado actualmente el chavo por las nuevas generaciones, pero, los niños de los 70 y 80 lo recordamos con mucho cariño, sobre todo a Monchito

  4. Gran artículo, tanto como el Necaxa!

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