
En el caso de que alguno de los primeros jugadores de rol —los otrora primigenios, allá por los años 70 del siglo pasado— siga jugando a día de hoy lo hará con al menos cincuenta años en su haber. Aunque lo más probable es que no empezase a jugar partidas con cero años sino que lo haría rondando ya la veintena, quizá más. Lo que significa entonces que ese jugador inicial promedio ha de tener, en el 2024, unos setenta años.
¿Te das cuenta? ¡El jugador de rol centenario no existe! ¡Aún está por llegar!
En cualquier caso, setenta años es una edad considerable. Sobrepasa la edad de jubilación en España. Pero, ¿se puede uno jubilar jugando al rol? O, lanzo otra pregunta, ¿se puede uno jubilar de jugar al rol?
Recuerdo vivamente las escapadas de mi abuelo todos los domingos, cuando íbamos a verle al pueblo. Se marchaba después de comer, justo tras el postre —que él no tomaba—. Se marchaba solo, cuando ya algunos dormitábamos en el sofá o veíamos el siguiente capítulo de la telenovela de moda. Ni siquiera se despedía. Cogía su boina y su bastón y cerraba la puerta silenciosamente después de salir.
Una vez lo acompañé llevado por la curiosidad de saber a dónde iba. Su excursión no era muy lejana. Terminaba justo a la puerta del único bar del pueblo donde, una vez al entrar, se transformaba en el templo de recreo de los hombres de la comarca. Si en el pueblo había cien hombres censados, entonces allí estaban todos. Repartidos de cuatro en cuatro por diferentes mesas, donde una pareja se enfrentaba a la otra en partidas de mus, dominó o remigio. Alrededor de esas personas sentadas estaban los streamers de la época, pues ya había otros cuantos hombres observándolos con atención y comentando las jugadas que se llevaban a cabo.
Me encantaba ver las manos fuertes, callosas algunas, huesudas otras y arrugadas todas agarrando con desparpajo las cartas o fichas de dominó. Era fascinante observar la velocidad con la que se sucedían las rondas, cómo disimulaban las señas, cómo hacían el recuento de puntos o cómo resolvían los conflictos después de algún malentendido o intento de trampa (poco común, eso sí).
Viajo en el tiempo cada vez que rememoro las imágenes que tengo grabadas en la cabeza de aquellos días. Las vivo como si fueran semillas de aventura de rol en la que mi PJ acabara de entrar en la escena para sentarse a jugar su propia partida.
No imagino a mi abuelo jugando a rol. Leer sabía, pero leer no leía ni el periódico. Tampoco veía mucho la televisión. Su carácter estaba mucho más conectado con la tierra, con el campo, la huerta… excepto cuando jugaba a las cartas. Ese era uno de sus momentos sagrados.
Siempre quise saber a qué seguiría jugando cuando tuviera la edad de mi abuelo. Cuál sería ese hobby que no dejaría de hacer nunca. Desde niño, también quise jubilarme pronto para así tener todo el tiempo del mundo para jugar. Es verdad que también quería estar enfermo todo el día para quedarme en casa jugando, hasta que me di cuenta de que cuando lo estaba de verdad, no tenía fuerzas para hacerlo.
¿Con la jubilación será lo mismo? ¿Querré seguir jugando o me habré quedado sin fuerzas para entonces?
Al fin y al cabo, ahora, con casi treinta años todavía por delante para jubilarme, a veces me cuesta preparar una partida de rol. Me canso física y mentalmente. Aunque disfrute una barbaridad haciéndolo, hay días que son tortuosos. Eso hace que me plantee las posibilidades que tengo para que mi hobby de jubilación sea el rol.
Pero, ¿a quién pretendo engañar? ¿Puede uno escapar del rol?
Las ventajas y los inconvenientes de ser un viejo (sabio) del rol
No me acuerdo especialmente bien de los giros, ni las moralejas de los cuentos que me contaba mi abuela cuando yo era un niño pero los recuerdos de algunas escenas son muy claros. Tanto como si me lo estuviera contando una vez más en este mismo instante.
¿Llegaremos a contar historias como lo hacía mi abuela? Es posible que sí. Nunca he conocido a nadie que me haya contado un cuento de la misma forma que lo hacía mi abuela, pero lo que más se ha acercado son algunas de las mejores partidas de rol que he jugado, de las que tengo muy presentes algunas escenas imborrables.
Mi forma de jugar, como la de mis amigos y seguro que la de vosotros, ha ido cambiando a lo largo de los años. Las historias son cada vez más profundas y los personajes más complejos. Nos interesamos por la investigación y por la acción, pero las aventuras se alargan incesantemente únicamente por nuestro interés en el trasfondo y relaciones de y entre los personajes.
Con setenta años se supone que ya has tenido tiempo para vivir un montón de experiencias y un montón de situaciones de todo tipo. Lo que para un jugador de rol —ya sea como DM o PJ— es oro puro a la hora de generar una inmersión mucho más profunda en la historia que se esté contando, precisamente por la facilidad para comprender las historias de unos y otros.
Por otro lado, también habremos tenido tiempo para jugar a un montón de juegos y aventuras diferentes, para leer aún más manuales y expansiones y libros y cómics y habremos visto un montón de películas y documentales y… El nivel de aprendizaje y conocimiento de reglas y ambientaciones será amplísimo, lo que harán mucho más inmersivas y fluidas las partidas.
Con setenta años se supone que hemos podido hacerlo y probarlo todo, y que ya todo nos parecerá aburrido y repetitivo; pero nada más lejos de la realidad. Siempre querremos más.
No puedo afirmarlo por experiencia, pero sí creo que a los seres humanos nunca nos sobrarán conocimientos ni experiencias que queramos aprender. La curiosidad nunca se agota.
Es verdad que, quizá, con la edad de jubilación ya estemos un poco cansados de dragones y de mazmorras. No me parece mala idea interpretar a una hechicera de nivel 12 con setenta y pico años o a un elfo o a un dracónido, pero siempre aparecerán nuevos mundos que nos fascinen de la misma manera por su novedad o por su complejidad.
El mundo evoluciona y nuestra curiosidad y necesidad de comprenderlo cambia a la misma velocidad. Aunque es muy difícil seguir el ritmo, uno de los mecanismos para lograrlo es a través del juego, y uno de las mejores son los juegos de rol.
¿Pero cómo lo haremos si tendremos más años que D&D?
Lo primero que tendremos que hacer es utilizar una letra bien grande para las fichas y los manuales y también unos dados gigantes. Los problemas de vista no deben ser un obstáculo.
Fuera de bromas, si ya hoy por hoy existen mil recursos tecnológicos para jugar a rol, qué no habrá de aquí a dentro de treinta, cuarenta o cincuenta años. La tecnología es una ayuda tanto en cuanto nosotros queramos que lo sea. Los límites los ponemos nosotros. Los juegos de rol que existen estarán ahí para siempre. Si hubiera algo de la tecnología que entorpeciera la experiencia de juego, lo clásico está ahí para dar un paso atrás y recurrir a ello en caso necesario.
Pero volviendo a la pregunta: ¿cómo lo haremos? Esperemos que la respuesta sea: con un buen grupo de amigos. El rol es una gran excusa perfecta para reunirse con más personas. Uno de los grandes males de nuestra sociedad, más entre las personas mayores, es la soledad. El rol puede ayudar a paliarla.
No sé si mi abuelo se hubiera sentido igual de bien si cuando acudía al bar del pueblo al mediodía solo hubieran estado los integrantes de su mesa. No lo creo. Lo que hacía especial sus escapadas no solo era la rutina diaria de la partida; era el ruido, era el humo del tabaco flotando por el techo, era la tensión del resto de jugadores, la de los espectadores, era la luz que entraba desde los maizales que rodeaban el edificio, era el reto, la posibilidad de victoria o de derrota… Era, en definitiva, el sentimiento de comunidad que se formaba. Mi abuelo estaba censado en el pueblo, pero eran esos ratos los que hacían que de verdad se sintiera parte de un todo. Que el pueblo fuera parte de él y él del pueblo.
Jugar a rol ya de por sí es un buen gancho para hacer comunidad a pesar de ser un nicho minoritario. Es precisamente eso lo que envuelve los juegos de un aura especial y enigmática con la que nos seducen de una manera tan profunda.
Hacer amigos se complica con el paso de los años. Nunca haremos amistades como las que se forjan en la infancia. Aunque la vida te lleve por otros caminos, las amistades reafirmadas en esos años son un ancla, la boya con la que conocer dónde queda la orilla. Aun así, la amistad que se crea después de unas cuantas partidas de rol también es especial. Se tenga la edad que se tenga, cuando en una partida hay conexión y fluyen los diálogos y las acciones se establece una relación especial entre los jugadores.
Ya no es que compartáis imágenes, sino que habéis formado parte de hechos tan vívidos y reales como los de mi abuelo. Una partida de rol es un viaje, son emociones, son aventuras. Imposible olvidar a las personas con las que vives las mejores.
¿Cómo será la relación con las nuevas generaciones?
Han pasado cincuenta años desde la aparición del primer juego de rol. Desde entonces los estilos de juego, la cultura en torno a ellos y las expectativas de los jugadores han cambiado. La táctica, la estrategia y la densidad de los manuales de los primeros años han dado paso a la narrativa y ligereza de los sistemas de los manuales actuales, lo que ha hecho que surjan fricciones generacionales entre los veteranos y los novatos. Nada nuevo… Pero es verdad que a nosotros nos puede pasar lo mismo —si no nos ha pasado ya—. Llegado un cierto momento podríamos encontrar difícil adaptarnos a las preferencias de los jugadores más jóvenes o a las tendencias que están por llegar en torno al rol.
En todo caso, mi abuela me contaba cuentos maravillosos y mi abuelo me enseñó a jugar al mus y al dominó. ¿Qué les mostraremos nosotros a nuestros nietos?
A veces pienso en si seré capaz de transmitir a mis hijos lo que mi abuela logró hacer conmigo cuando me contaba cuentos de memoria, cambiando las voces para los diferentes personajes, componiendo muecas y gestos… Creo haber perdido, si alguna vez la tuve, su memoria y capacidad narradora.
Pero de repente, cuando estoy frente a la pantalla del DM, ese miedo desaparece. En ese momento veo con claridad lo que hacía mi abuela. Me siento un narrador épico y pienso que quizá esa, el rol, sea mi forma de enseñarles a las nuevas generaciones, a mis hijos y nietos, a utilizar la imaginación como una herramienta poderosísima para dar forma a sus propios universos, con los que interpretar y aceptar este en el que les ha tocado vivir.
Aprenderán también que las mejores historias no se escriben solas; que se trata de un trabajo en equipo, donde cada jugador contribuye con su valor al éxito de la misión. Que no siempre hay una única respuesta correcta. Comprenderán a valorar y respetar la diversidad de experiencias y personalidades. Y que pensar por ellos mismos puede llevarles a soluciones sorprendentes.
Podremos transmitirles el valor de sentarse alrededor de una mesa (o a través de la pantalla del ordenador) para compartir una experiencia común fascinante. Y ante todo, que jugar, reírse junto a otros, crear momentos insospechados y disfrutar del tiempo compartido son las experiencias que como humanos más necesitamos.
Muy bonito, me ha gustado la reflexión 🥹
La verdad que sí, que es bonito que nos pille la vejez con buena compañía y buenas historias.
Un artículo bonito que me deja reflexionando. Sigue así.
Y que la senectud nos pille roleando.
Estimulante y amena lectura, estimado. Muchísimas gracias. Yo juego a escandalizar, porque de pibe no me dejaban; mas no soy un exhibicionista con impermeable de espaldas. Ahora aprovecho la autoridad de las canas que no tengo por la pelada y un vozarrón grave para amedrentar a los pibes fanfarrones como en un tiempo lo fui yo, ¡y funciona!, porque, ¿quién no quiere bien a los abuelos? Y me voy bien orondo sacando pecho con mi cuarta edad sobre los hombros y bien, (por ahora) derecho. En el supermercado, a los mocosos en los cochecitos que me miran asombrados por la barba, me agacho y les digo sin que me vea la madre que soy Papá Noel sin trineo por ahora, que vayan preparando la lista, y redondean estos pillos los ojos gratos como el dos de oro en las cartas. En el club del barrio, cuando se va afuera, cada tanto le doy de chanfle a la pelota buscando el efecto parábola, y si no puedo con el derecho o el izquierdo, pues con el bastón que usaré mañana, y me pregunto cómo diablos lo hacia El Pícaro Genio Diego Maradona. Comer o dormir poco es una patología sana siempre y cuando la siesta sea larga y el tinto, poco por cierto haga sus benéficos oscuros efectos. A senectud, no sé porque no sos tan tremenda como te pensaba, tal vez por la vejez de los libros que me acompañan sin tiempo, y este perro callejero que se quedó sin que lo invitara, y ya es tan viejo como yo. Veremos quien se muere primero; espero hacerlo yo pues de lo contrario ¿quién le rascará la espalda?