
Sevilla es una ciudad que respira ópera. No es solo un escenario, sino un personaje más, vivo y palpitante, en decenas de historias que han marcado la memoria cultural de Occidente. Desde las notas libertinas de Don Giovanni «Ma in Ispagna son già mille e tre» hasta la risa contagiosa de El barbero de Sevilla, sin olvidar la tragedia visceral de Carmen, Sevilla ha sido musa de los grandes maestros del género. Pero no se trata solo de escenarios literarios: la ciudad tiene su propia banda sonora, un eco continuo de pasión, deseo y muerte que impregnan sus callejones y plazas.
No es difícil imaginarse a un Mozart joven y audaz leyendo con mirada encendida la historia del burlador Don Juan. Sevilla, como describe Tirso de Molina, era entonces un misterio sensual, una ciudad de sombras y luces doradas, de capas y espadas. Mozart no solo vio a Don Giovanni en esas calles, sino que sintió el rebombar de sus botas en el empedrado y el susurro de sus conquistas en los patios de naranjos. En el corazón de la ciudad, donde la leyenda ubica la casa de Don Juan Tenorio, parece que aún se escucha la risa burlona del seductor, un eco perdido entre las sombras de la noche sevillana.
Rossini, por su parte, encontró en Sevilla el escenario perfecto para su comedia de enredos. El barbero de Sevilla es una celebración de la vida, un guiño cómplice al amor y al deseo juvenil. Es imposible no pasear por las estrechas calles del barrio de Santa Cruz sin escuchar en la mente el archiconocido «Fígaro, Fígaro, Fígaro» de ese barbero que todo lo sabe y todo lo arregla. Imaginad a Rossini, con su aire jovial, paseando por esas calles, sonriéndose al pensar en el desparpajo y la astucia del personaje que creó Beaumarchais, viendo en cada esquina una escena cómica y en cada balcón una promesa de amor.
Pero no todo en Sevilla es risa y ligereza. La tragedia también habita en sus rincones. Bizet nunca estuvo en ciudad del azahar, pero su Carmen está impregnada de un realismo visceral, de una pasión tan ardiente como el sol que quema las piedras de la Fábrica de Tabacos, donde trabaja la protagonista. Carmen no es solo una gitana seductora; es la Sevilla misma, salvaje, libre, indomable. Esa libertad desafiante te atraviesa cuando uno pasea por el Patio de Banderas del Real Alcázar, donde los ecos de su risa aún parecen desafiar al destino. La muerte de Carmen, brutal y sin redención, no es solo un fin trágico; es una declaración de amor a una ciudad que vive y muere sin pedir perdón.
El escenario de estas historias no es un telón de fondo pasivo; es una criatura inquieta, cargada de memoria y deseo. El barrio de Santa Cruz, el Real Alcázar, la Fábrica de Tabacos no son meros puntos en un mapa; son testigos antiguos, cómplices de intrigas y pasiones que no mueren. Entre sus naranjos perviven aún la risa despreocupada de Carmen, el descaro de Don Giovanni y la astucia de Fígaro. Sevilla no es solo el escenario donde se despliegan las tramas; es la sangre que corre por sus venas, el aire que da aliento a sus palabras, la luz que perfila los gestos de sus protagonistas.
Sevilla no se limita a inspirar la ópera; la habita, la posee con la fuerza que le da su historia de pasiones desbordadas, donde tradición y modernidad se entrelazan en un susurro atemporal que habita en cada callejón y plaza. En el Teatro de la Maestranza, desde 1991, se rememoran esas historias, se evocan fantasmas que aún vagan por sus calles. Pero la verdadera ópera de Sevilla no solo está en el brillo del escenario, sino que también aparece en el vínculo mágico entre la ópera y las Casas Palacio de Sevilla. En estos lugares emblemáticos, como el Palacio de Las Dueñas, el Hospital de la Santa Caridad y Casa Salinas unen la historia con la emoción, la arquitectura con la melodía, creando una experiencia única donde cada nota parece despertar ecos del pasado y cada sombra guarda un secreto por descubrir.
La ópera, una fusión de música, narrativa y teatro, encuentra su hogar perfecto en la rica historia y arquitectura de Sevilla con la magia de «Sevilla Opera Nights», un evento que tendrá lugar en tres de los lugares más destacados y representativos de la ciudad. Cada noche, cuando el Guadalquivir refleje las luces doradas y la ciudad se sumerja en las antiguas sombras las notas de Mozart, Rossini y Bizet flotarán en el aire, como si la música hubiese quedado atrapada en sus esquinas, negándose a morir.
En una esquina oscura, un hombre con capa negra y sonrisa seductora observará a una joven que embelesada en Casa de Salinas. En otra, un barbero de ojos penetrantes susurrará promesas de amor en el Hospital de la Santa Caridad. Y en las sombras del Palacio de Dueñas, una mujer de mirada desafiante y risa salvaje caminará con paso firme hacia su destino, sin miedo y sin arrepentimiento.
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