
Uno de los temas más queridos por los soñadores, visionarios y otras yerbas ha sido la predicción del comportamiento social, lo que llevaría a la predicción de la historia como corolario. Isaac Asimov fue quizá el primero en darle una forma reconocible a ese interés humano inventando una nueva disciplina, la psicohistoria. La describe como una ciencia que combinaría matemáticas avanzadas, sociología, psicología y estadística para predecir el comportamiento de las sociedades a lo largo del tiempo. En la serie de novelas de La Fundación, el protagonista, Hari Seldon, la desarrolla para prever el futuro de la humanidad a escala masiva. La idea es que, al estudiar las tendencias sociales y los eventos históricos con precisión matemática, sería posible prever el colapso de imperios o el surgimiento de nuevas civilizaciones.
Apple TV produjo un bodrio capaz al mismo tiempo de irritar a los fans de los libros originales y alejar a nuevos adeptos, lo cual tiene mérito. La serie se separa notablemente del espíritu de lo que escribió Asimov, perdiéndose en lo que menos nos importaba a los lectores: los detalles mundanos. El gancho, la soga del mundo «literario» (sí, entre comillas) de la Fundación, más allá de la lucha por la supervivencia del imperio, es la descripción precisa de cómo sería esa ciencia. Asimov va dejando miguitas de pan por el camino, alentando la esperanza de que en alguna parte va a desarrollar el concepto. Pero pasan páginas y páginas, y volumen tras volumen, y la epifanía se aleja. De hecho, ni está ni se la espera. Nos quedamos esperando a Godot, con una vaga idea de que consiste en ecuaciones diferenciales que se conectan de una manera compleja en el espacio, como hilos que salieran de una bola de plasma. Nada útil ni sólido para que un matemático de pro como Terence Tao se aventure por ese camino.
Han sido legión lo que se han reído de la idea de Asimov. La psicohistoria estaba hasta hace poco en ese zoo para pirados en el que reside la Atlántida o las máquinas de movimiento perpetuo. Pero el campo ha experimentado una rehabilitación en los últimos años. En primer lugar, por una razón de método. La psicohistoria hace algo que, aunque no lo parezca, es muy valioso: darle un nombre a un concepto. Sin eso, no hay nada. La definición será más o menos fantástica o ilusa, pero al menos tachona una estrella en la bóveda celeste del pensamiento. No sabemos cómo llegar allí, pero la idea de que podríamos predecir el comportamiento humano a través de modelos matemáticos es un primer paso para que alguien lo intente y aproe su barco hacia la dirección que marca ese nuevo astro.
La segunda razón para el que haya resurgido el interés en ella es que algunos se lo han tomado en serio y han creado una disciplina académica, la «cliodinámica» (de Clío, la musa de la historia), con cátedras y revistas técnicas. La cliodinámica persigue estudiar los procesos históricos utilizando herramientas matemáticas, combinando métodos de la historia, la sociología, la economía, y las ciencias naturales. La idea es desarrollar modelos que expliquen los patrones y dinámicas en fenómenos sociales, políticos y económicos. Su objetivo, según sus defensores, es identificar ciclos, tendencias y eventos clave como guerras, revoluciones, cambios económicos o el colapso de civilizaciones.
Las diferencias con la psicohistoria son varias. Aparte de la más importante, que la cliodinámica está fundamentada en datos empíricos, mientras que la psicohistoria es una ciencia ficticia, el afán de la primera es mucho más modesto: identificar patrones y tendencias. Solo se espera identificar posibles trayectorias, en contraste con la capacidad predictiva detallada que se le atribuye en las novelas de Asimov a la psicohistoria.
La noción de psicohistoria o en su versión respetable, la cliodinámica, ha tenido cierto éxito entre ciertos círculos, lo cual dicho así parece poco, pero es que esos círculos están integrados por personas bastante competentes, de las que leen (y entienden sin dificultad) libros de varias disciplinas. Desde que Mary Shelley reviviera el género con su Frankenstein o el moderno Prometeo, una de las funciones de la ciencia ficción ha sido excitar la imaginación y abrir horizontes mentales a gente con una predisposición a la creación original, que resulta que son, precisamente, los que forman esos círculos que mencionaba arriba. La propensión que tienen esas personas a encontrar vínculos entre campos disímiles les convierte en animales exóticos. Además, ha sucedido que los pocos a quienes ha atraído la cliodinámica y que se han aventurado a intentar desarrollarla en público se han encontrado con un coro griego que les advertía de la futilidad del empeño, de la pérdida de tiempo que suponía, del efecto devastador de hipotecar una prometedora carrera académica en pos de una quimera, o de la imposibilidad de las ciencias sociales para matematizar el comportamiento humano.
Peter Turchin no hizo ni caso de esas advertencias. Fue él quien se inventó el término, de hecho. En los últimos años este científico ha desarrollado modelos teóricos que combinan historia con dinámica poblacional y conflictos sociales. El éxito de los modelos es variable, pero al menos lo está intentando junto con cuatro amigos. En España no tiene muchos seguidores. La historia tradicional de las facultades de letras abomina de cualquier intento de cuantificar una disciplina que ha sido tradicionalmente interpretativa y de narrar. Además, muchos historiadores ven la cliodinámica como un intento de cientifizar algo que según ellos no debería ser tratado con los métodos de las ciencias naturales. El uso de matemáticas y modelos complejos aliena a quienes propugnan enfoques más humanistas, y es anatema para, por ejemplo, los geógrafos de la escuela radical.
La estructura de las universidades tampoco ayuda a que los jóvenes quieran pastar en los verdes campos de la cliodinámica: la multidisciplinariedad académica es una fantasía que no se protege ni fomenta; dedicar tu vida a algo que quizá no puedas publicar nunca es un suicidio académico; y hay que hacer tantas chorradas para sumar minipuntos que sumen un complemento al magro sueldo de un profesor ayudante que no queda tiempo para investigar los temas importantes de la vida. No sorprende pues que todo investigador con una idea creativa y arriesgada sueñe con la aparición de un mecenas que le diga: «No te preocupes, yo te mantengo hasta que te jubiles: trabaja en esto, y si no sacas nada, no te preocupes». Pero eso solo sucede en las películas y en los sueños húmedos de los científicos idealistas, así que en la práctica hay que elegir entre liarse la manta a la cabeza y darse a la cliodinámica a riesgo de que te acaben echando de la universidad, no por improductivo —eso creo que no ha sucedido nunca— sino por hereje. La otra opción es permanecer en el redil publicando contribuciones epigonales, que son las que dan de comer. Artículos de «pan y mantequilla», que dicen los angloamericanos. La gente sensata escoge la segunda vía.
Es una lástima que tenga que ser así, que un científico que quiera dedicarse a la cliodinámica tenga que dejar de imaginar. Es lamentable porque imaginar es bueno, aunque sea una actividad cada vez menos favorecida en los campus. Se tienen a considerar reprobable que estés en las nubes en vez de escribiendo artículos científicos que nadie lee. No se sabe, o no se recuerda, que ha sido fantaseando como han surgido algunas de las mejores teorías de la ciencia. Por ejemplo, la relatividad de Einstein, que nació gracias a que el suizo/alemán/estadounidense se pasaba las mañanas en inopia imaginando la caída de un rayo en una vía de ferrocarril. Naturalmente, para que se te ocurran genialidades mientras estás embobado en tu mundo de fantasía e ilusión tienes que tener la cabeza bien amueblada y con los engranajes chirriando para resolver el problema que te ronda. Si la cabeza solo te da para inventar formas de procurarte comida, cobijo y sexo, es poco probable que descubras algo como la maravilla de los números imaginarios, que es lo que hizo Euler.
Las críticas más serias a la cliodinámica, de las que no son gremiales, va en la dirección de que utiliza simplificaciones excesivas para analizar unos hechos históricos que son tremendamente complejos. Los historiadores argumentan que los eventos históricos son el resultado de innumerables variables, muchas de las cuales son culturales, ideológicas y contingentes (es decir, dependientes de circunstancias únicas e irrepetibles). Al reducir esta historia a modelos matemáticos, se corre el riesgo de perder de vista los matices y la singularidad de ciertos eventos. Otros críticos argumentan que no es posible predecir eventos históricos con precisión, y que incluso si se pudieran identificar tendencias generales, la historia está llena de eventos impredecibles o fortuitos, que no se ajustan a modelos matemáticos.
Algunas críticas son más técnicas, y por lo tanto, más útiles. La cliodinámica se basa en grandes conjuntos de datos para generar sus modelos. Sin embargo, muchos historiadores señalan que los datos históricos disponibles son incompletos, inexactos o están sesgados. Algunos períodos históricos, regiones geográficas o culturas tienen mejor documentación que otros, lo que puede distorsionar los análisis y conclusiones. Además, la interpretación de los datos históricos siempre implica subjetividad (una afirmación, por cierto, que la mayoría de los científicos experimentales no entiende).
A la cliodinámica se le ha criticado también por representar un excesivo determinismo. Al buscar patrones recurrentes y ciclos, algunos críticos consideran que esta disciplina subestima el papel del libre albedrío, las decisiones individuales y el azar en la historia. Se argumenta que la historia no solo está impulsada por fuerzas estructurales y tendencias largas, sino también por personas, contingencias y eventos únicos. Los factores culturales, religiosos, filosóficos y sociales, que influyen profundamente en los eventos históricos, son difíciles de medir y modelar. La cliodinámica se enfrenta al desafío, para algunos imposible, de integrar esta complejidad cualitativa en sus análisis. De hecho, muchos críticos temen que al hacerlo puede perder la riqueza de la interpretación histórica tradicional.
Sus defensores han respondido a estas críticas argumentando que la cliodinámica no pretende sustituir los enfoques tradicionales, sino complementarlos. Afirman que identificar patrones a largo plazo puede proporcionar una visión adicional de los procesos históricos y ayudar a evitar crisis futuras. Admiten que la predicción exacta es casi imposible, pero creen que se pueden establecer tendencias que ofrezcan una mayor comprensión de los ciclos históricos. Son, en suma, unos optimistas.
El tema da para largo, pero este no es un tratado sobre el tema, sino un artículo para animar al lector curioso a bucear en esta disciplina. La respuesta a la pregunta del título, si ha avanzado algo la psicohistoria, es positiva. Ahora tiene un nombre: cliodinámica. Cuenta también con un programa de investigación y, lo más importante para su desarrollo, ha conseguido abrirse un espacio entre las disciplinas académicas tradicionales, lo cual es un triunfo.
Muy interesante enfoque. No creo que la historia se pueda matematizar, pero si miramos los avances de hoy con los ojos del siglo XVII todo nos parecería magia. Quizá en unos años tengamos mejores herramientas o se hayan descubierto cosas nuevas. Lo que está claro es que no las tendremos si nadie se pone a ello. Merece la pena intentarlo.
Bastante tiene Amazon Prime con las atrocidades cometidas en los anillos de poder como para encima echarles la culpa de las tropelías con la Fundación de Asimov. Este despropósito, como bien indican en el artículo que usted mismo enlaza, fue obra de Apple TV
Excelente divulgación, estimado. Recién me entero de la existencia de esta disciplina que crea tanta discusión y reflexiones, necesarias por cierto. Espero que no termine como aquella pseudo ciencia que creía encontrar las respuestas a actitudes antisociales según la forma de la cabeza, las orejas, los ojos, protuberancias o hendiduras en el cráneo etc. etc. Una pregunta capciosa: esas proyecciones hacia el futuro mediante todo tipo de datos complejos, algoritmos, matemáticas superiores, IA y demás yerbas, ¿podrían toparse inesperadamente con nuestra posible extinción? Gracias por la buena lectura.
La extinción humana la veo poco probable —por peores situaciones hemos pasado como especie— pero la de la civilización occidental, no tanto. Escribiré algo sobre Arnold J. Toynbee.
Muy interesante y me guardaré el nombre de «Cliodinámica».
Asimov mismo ya nos dice con la psicohistoria y «el Mulo» que hay imprevistos que unas ecuaciones, por muy diferenciales que sean, no pueden prever como factores. Y quizá es una de las temáticas de la trilogía Fundación.
En cuanto a la Cliodinámica, pues hablen con Calíope, porque la historia no se repite, pero rima.
Dos cuestiones: 1) ¿Enlaza de alguna forma la cliodinámica con las ucronías? 2) ¿No será que la mayoría de historiadores saben más bien poco de matemáticas?
No sabía que existía esta disciplina. ¿Algún enlace a alguna web donde se trate el tema, a ser posible asequible a los neófitos?