
Siento la tentación de hacer lo que hace José Pierre en el préface-coupure de J’étais cigare, ¿obras completas? de Arthur Cravan (Lausana, 1887-Golfo de México, 1918) es apetitosa: un collage de frases de Cravan y otros sobre Cravan agrupadas bajo epígrafes como Europa, Infancia, etc. una detrás de otra sin más contexto que el nombre del autor de la frase.
Llegué a ese libro gracias al prólogo de Julián Rodríguez en Cartas de amor a Mina Loy —que Periférica ha reeditado recientemente, ahora hay dos versiones de ese libro mínimo, una en la mítica colección amarilla y otra en la roja—. Todas las historias son historias de fantasmas, aquí hay varios: está el de Julián Rodríguez, editor y escritor fallecido y añorado, y el de Cravan. «Esta es la historia de un fantasma», es la primera frase de Cravan vs. Cravan (2002, disponible en plataformas), primer largometraje de Isaki Lacuesta, una investigación en torno a la leyenda Cravan y, por tanto, la búsqueda del origen de la fascinación por el personaje-leyenda. La cadena de fascinados por Cravan, en riguroso desorden: Vicente Molina-Foix, Isaki Lacuesta, Enrique Vila-Matas, Pascual Gaviria, Eduardo Arroyo, Julián Rodríguez, Enric Casassas y Maria Lluïsa Borras, autora de una biografía sobre Cravan publicada en 1993. «Un personaje mítico en una época también mítica», escribe JR en el prólogo de Cartas de amor a Mina Loy. Ahí dice también que toda la obra literaria de Cravan cabe en un bolsillo, y eso siempre es un aliciente —un poco engañoso, porque te hace pensar que en un par de horas vas a poder atrapar el alma de un hombre, ¡ja!—.
En español, además del librito de Periférica con las arrebatadas cartas de amor a la poeta y pintora inglesa Mina Loy, se editaron las obras de Cravan: El olivo azul publicó los cinco únicos números de la revista que Cravan escribió, editó y distribuyó en París —dicen que él mismo con un carrito de frutero—, cinco números entre 1912 y 1915, Maintenant, revista y recopilación en El olivo azul; y Maintenant. Seguido de crónicas y testimonios en Caja negra editores —disponible solo en Argentina—. Veamos qué dicen los editores: «El volumen se completa con un conjunto de crónicas y testimonios de Duchamp, Trotski, Breton y Picabia, entre otros, que capturan la extravagante vehemencia de sus apariciones públicas, esa nueva forma del arte que inventó el primer punk del siglo XX». Sospecho que las dos ediciones beben de J’étais cigare [Yo era cigarro], edición de 1971 en Eric Losfeld, con subtítulo aclaratorio que copio: «MAINTENANT suivi de FRAGMENTS et d’une LETTRE, préface-coupure de José Pierre». Es el librito «estrecho y alargado» al que se refiere Vicente Molina-Foix. Dice que «se enamoró»; yo me encapriché al leerle a él y aquí estamos. La portada es de Pierre Faucheux, a partir de «fragmentos del Grand Verre de Marcel Duchamp, roto y desnudo». Esos fragmentos construyen una especie de iceberg en negativo: negro sobre fondo blanco. Pienso en un iceberg porque Cravan esconde más de lo que muestra o es lo que sus exégetas parecen querer demostrar.
Arthur Cravan no es un nombre real, para empezar, es el pseudónimo de Fabian Avenarius Lloyd, nacido en Lausana en 1887. Su padre abandonó a la familia, la hermana de su madre se casó con Oscar Wilde, al que él nunca conoció pero con el que jugaba a emparentarse más allá del vínculo estrictamente político-familiar. Fantaseaba con la idea de ser hijo suyo, como fantaseó luego con una especie de resurrección del escritor irlandés de nacimiento, inglés de lengua y de prisión —uno es de donde ha estado en la cárcel, como dijo Marta Echeverría en Radio 3 unas semanas antes de que se cumplieran cien años de la publicación del Primer manifiesto del surrealismo—. El número 3 de Maintenant, octubre-noviembre de 1913, llevaba la pieza «¡Oscar Wilde está vivo!», un cuento de fantasmas que por razones desconocidas el New York Times se tomó en serio y lo dio como noticia, con declaraciones de Cravan himself, autor del texto —y del engaño o en todo caso, del no desmentido—. Cuenta Cravan que la noche del 23 de marzo de 1913, «llovía. Ya habían sonado las diez. Estaba acostado con la ropa en mi cama y no me había tomado la molestia de encender la lámpara, porque esa tarde me había dado pereza hacer el esfuerzo». Viene aquí una digresión a propósito de en qué andaba pensando, hasta que suena el timbre débilmente y, al abrir, Cravan descubre: «un hombre inmenso estaba de pie frente a mí». Dice ser Sébastien Melmoth, pseudónimo bajo el que Wilde se registró en el hotel donde murió. «He terminado mis memorias. Estoy con un libro de poesía y he escrito cuatro piezas de teatro… para Sarah Bernhardt!», responde cuando su sobrino le pregunta por su trabajo entre tanto. Como despedida, le dice a su sobrino, «You are a terrible boy».
«Verdadero héroe del siglo XX», según André Breton, Arthur Cravan era un personaje excepcional e inquietante que reunía sin premeditación todos los elementos de sorpresa deseables de lo que aún no se llamaba DADA, según Gabrielle Buffet-Picabia, crítica de arte, escritora, vinculada al dadaísmo, luego miembro de la Resistencia; a la sazón, estuvo casada con Francis Picabia, autor de algunos retratos de Cravan, entre otros, el que contiene J’étais cigare. Cravan escribe sobre sí mismo en el poema «Hie!» (número 2 de Maintenant): «Mundano, químico, puta, borracho, músico, obrero, pintor, acróbata, actor; / viejo, niño, estafador, matón, ángel, y juerguista; millonario, burgués, cactus, jirafa o cuervo; / cobarde, héroe, negro, mono, don Juan, chulo, señor, campesino, cazador, industrial, / fauna y flora: / ¡Soy todas las cosas, todos los hombres y todos los animales!».
La fascinación española por Cravan tiene origen en su paso por Barcelona, 1916, combate de boxeo entre Cravan y Jack Johnson, campeón estadounidense, de gira europea. La leyenda de Cravan boxeador es un poco anterior, autoproclamado campeón de Europa, llegando como mucho a campeón de Francia. El combate-espectáculo fue el 23 de abril en la plaza de toros Monumental, a las tres de la tarde, «GRAN FIESTA DE BOXEO», según el affiche. Un combate entre Jack Johnson, «negro de 110 kilos» y Arthur Cravan, «blanco de 105 kilos», en el que se disputan una bolsa de cincuenta mil pesetas. Cravan perdió por KO en el sexto asalto, parece que la cosa estaba medio amañada. Como parte de la promoción del combate se grabaron los entrenamientos. Unos segundillos apenas absolutamente pixelados en los que podemos ver a Cravan, calzón de rayas, saltar a la comba. Uno de sus contrincantes, traje oscuro de tirantes, le embiste a puñetazos y Cravan casi sonríe —no lo sabemos porque es imposible verle la cara, pero nos lo imaginamos: «la gloria es el escándalo», dijo. «Decía que era poeta y boxeador aunque no demostraba ninguna de esas actividades», dijo Pierre Cabanne. Algo peleó, algo escribió.

Con el dinero del espectáculo Cravan se compra un billete a Nueva York, su motivación es el viaje y la aventura, sí, y también que no le llamen a filas para combatir en el frente. En Nueva York conoce a Mina Loy, se enamoran, y él sigue su viaje —primero a Canadá, después a México— en compañía del poeta Robert Frost. De ese periodo son las Cartas de amor a Mina Loy; «Envíame un mechón de tu cabello, o mejor aún: ven con todo tu cabello», le escribe. También: «Ni siquiera soy periodista ni publicista, ni un moderno. Pero te juro que hay algo poderoso y eterno en mí. ¡Y me convertiré incluso en el más moderno!».
A la manera de José Pierre, copio unos fragmentillos de Cravan: «Toda la literatura es ta, ta, ta, ta, ta, ta. El Arte, el Arte, ¡me da igual el Arte! ¡Mierda, por el amor de Dios! —Me pongo grosero en momentos así—, y sin embargo, siento que no traspaso ningún límite puesto que me sigo ahogando. A pesar de todo, aspiro al éxito, sabría cómo utilizarlo, me divertiría ser famoso, pero ¿cómo haría para tomarme en serio? […] Pero nueva vergüenza: deseo también la maravillosa vida del fracasado. Y como en mí la tristeza se mezcla siempre con la broma, hay «¡Oh, la la!» seguidos de «¡Tra, la la!»»; «Incapaz de ser original y sin renunciar a hacer algo, trataba de dar lustre a poemas antiguos, ¡olvidándome de que el verso es un niño incorregible! Naturalmente no tuve ningún éxito: todo seguía siendo mediocre. En fin, última extravagancia: imaginé el prosopoema, cosa futura, cuya ejecución pospuse a los felices —y qué lamentables— días de la inspiración. Se trataba de una pieza que empieza en prosa y que discretamente a través de llamadas —la rima—, primero lejanas y cada vez más cercanas, nacía a la poesía pura»; «Si escribo es para hacer rabiar a mis congéneres, para que hablen de mí y tratar de hacerme un nombre». Fue un pionero en la provocación, sin duda. «El arte es de los burgueses y cuando digo burgués digo: un señor sin imaginación», escribe en «L’exposition des indépendants» (número 4, marzo-abril de 1914, de Maintenant), texto con el que cumplió su objetivo: molestar. Tuvo que retractarse por llamar judío a Apollinaire (la rectificación: «Apollinaire no es judío, sino católico romano. Con el fin de evitar futuros malentendidos, siempre posibles, añado que M. Apollinaire, que tiene un vientre enorme, se parece más a un rinoceronte que a una jirafa y que su cabeza tiene más de tapir que de león, se parece más al buitre que a la cigüeña de pico largo») y por comentarios soeces hacia Marie Laurencin; pasó ocho días en la cárcel tras la denuncia del matrimonio Delaunay. También pionero del marketing negativo: dice que a quienes insulta comprarán la revista «solo por el placer de ver sus nombres impresos».
La leyenda termina de hacerse con la muerte de Cravan: instalado en México con su mujer, Mina Loy, ahora embarazada, su vida se ha ordenado, da clases de boxeo, va a ser padre, y entonces se embarca, rumbo a Buenos Aires, donde habrá de encontrarse con Loy. Nunca más se supo. Arthur Cravan desaparece en el océano Pacífico en noviembre de 1918.
CODA: En una entrevista a la pregunta de cuál ha sido el momento más feliz de su vida, Mina Loy responde «Cada momento que he pasado con Arthur Cravan». «¿Y el más desgraciado?», insisten: «El resto del tiempo».
CODA 2: Cravan no es un gran escritor, es un provocador, alguien que hizo de su vida su obra. Más allá de ser un bocazas descarado, tiene algunos hallazgos chulos, los que más me gustan tienen que ver con el pelo: el mechón que le pide a Mina Loy, y una frase en la que habla de llenar sus guantes de boxeo con rizos. De ahí, me voy a «Erizos», una de las sesenta y siete canciones que grabó El Niño Gusano, donde Sergio Algora canta: «¿Con cuántos dedos rellenamos un guante? Un cuerpo no es un sillín». Y veo un hilo finillo, como el de la tela de araña, que va de Cravan a Algora. Y ahora, como Cravan, me hundo en el mar.
Los errores de la primera frase (¿»es apetitosa»….. ¿»frases de Cravan y otros sobre Cravan agrupadas»?) quitan buena parte de las ganas de leer el artículo. La puntuación deficiente y el estilo confuso, irregular y hasta escolar («más allá de ser un bocazas descarado, tiene algunos hallazgos chulos») quitan el resto.
Pues sí, la frase del principio es un obstáculo más infranqueable que la muralla china.